zas y aplanamientos al observar la calidad, harto menos que mediana, de nuestro presente estado guerrero. Rezaba en el altar é imprecaba en la pelea; suplicaba para los de abajo y exigía altanero y sañudo la satisfacción de sus quejas y el reparo de sus agravios. Hombre de su era y soldado de aquella lucha implacable y sin tregua que empapó de sangre las tierras vírgenes de Cuba, nɔ levanta. ría acaso sus concepciones á la región artística donde buscaron inspiración los caudillos y primates de la bélica; no alcanzaría tal vez las graves y complicadas combinaciones de la gran guerra, pero supo vencer siempre, acometer siempre, acorralar, fustigar, rajar, aplastar en todos los lances de su carrera dilatada y gloriosa. No conoció el arte de la intriga ni buscó en posiciones holgadas y superiores el premio, la sanción ó legitimidad de sus servicios. Bastóle con la plácida modestia de su ánimo, sin que le inquietaran las dádivas concedidas á granel entre aquellos que se educaron é inspiraron en su férrea y fructuosa escuela. Esforzado de cuerpo tanto como de alma, todo lo gastó en honra para su bindera, en gloria para su España, en lustre para su estirpe de mártires y de héroes. Así llegó al lecho de muerte, tranquilo, vigoroso, humorístico y decidor. Así lanzó su postrer aliento, prodigando consuelos, loando á su profesión y á su Patria, recomendando, en fin, la templanza y la fortaleza que pueden infundir los espíritus superiores. En las postrimerías de su vida le alcancé y siempre observé en él la ejemplaridad y el decoro de los soldados de cepa, incapaces de regatear la dádiva ni de buscar el provecho, pero propicios y altaneros en la ejecución de cuanto demandaban «su espíritu y su honor». Hizo bien á su nombre y legó á los cuarteles de su escudo, hermosamente castizo y guerrero, nuevos timbres que lo realzan y prestigian. Difícil fué siempre la tarea del historiador panegirista, y más delicado empeño todavía cuando los despojos del loado permanecen aún ante la vista de los coetáneos... Los entusiasmos del patriotismo y de la profesión, acaso no sean parte para enmudecer todos los labios. No importa...; tal sea la vida como el impulso y el objetivo que han movido la pluma de este subalterno, adorador de las glorias de su arma. Así como así, en la piadosa y envidiable costumbre que los atenienses tenían de ensalzar la memoria de los que sucumbieron en la guerra peleando por la fama de su Patria, ya pone Tucídides en boca de Pericles, al hacer el panegírico de los que perecieron en la campaña contra los lacedemonios: ...Es muy dificultosa cosa moderarse en los loores hablando de tales cosas... Porque si el que oye hablar tiene buen conocimiento del hecho y quiere bien á aquel de quien se habla, siempre le parece que se dice menos en su loor de lo que deberían y él querrían que dijesen. Y por el contrario, el que no há noticia dello, le parece por la envidia que tiene, que todo lo que se dice de otro, más adelante de donde sus fuerzas y poder deste tal que oye podrían llegar, sean fuera de verdad. Y paréceles á cada uno de los oyentes, que no deben loar á otro, allende de aquello que él mismo hiciera, teniéndose por igual, y si pasan adelante, tiene envidia dello, y no cree nada.> Y si eso ocurría cinco siglos antes de venir á redimirnos Jesucristo, eso acontece hoy tras veinte centurias de cristianismo. Palpita de igual modo el corazón de los hombres. Tranquila la conciencia; satisfecho el sentimiento del soldado y la pasión del escritor enamorado de la gloria y de la bizarría solariegas, ahí quedan impresas esas cuartillas que se depositan como humilde ofrenda sobre la tumba del guerrea lor y del patricio, del caballero y del español, cuyos hechos y cuya memoria, así deben arrancar lágrimas á los ojos, como coraje al corazón de los militares beneméritos, ganosos de que su esfuerzo sea útil, á la vez que desinteresado y hermoso, para la madre España. JOSÉ IBÁÑEZ MARÍN |