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HISTÓRICA FILIPINA

CRÓNICA

DE LA

PROVINCIA DE SAN GREGORIO MAGNO

DE

RELIGIOSOS DESCALZOS DE N. S. P. SAN FRANCISCO

EN LAS

Islas Filipinas, China, Japón, etc.

ESCRITA POR EL PADRE

FRAY FRANCISCO DE SANTA INÉS

Lector de Sagrada Teología y Cronista de la misma Provincia

EN

1676

TOMO II.

MANILA

ȚIFO LITOGRAFÍA DE CHOFRÉ Y COMP.

Escolta num. 33

1892

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DE COMO FUERON MÁS RELIGIOSOS AL JAPÓN Y SE COLOCÓ EL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN LA NUEVA IGLESIA DE MEACO, Y DE ALGUNOS MILAGROS Y FAVORES QUE HIZO NUESTRO SEÑOR CON SU REAL PRESENCIA ASÍ Á LOS NUEVOS CRISTIANOS JAPONES COMO Á LOS RELIGIOSOS MORADORES DE AQUEL CONVENTO.

UANDO llegó á Manila de vuelta del Japón el capitán Pedro González Carbajal, que había ido en compañía del Santo Fr. Pedro Bautista y sus compañeros, era ya entrado el año de noventa y cuatro, y, muerto el gobernador Gómez Pérez, gobernaba su hijo D. Luis (*), caballero de la Orden de Alcántara, mozo; pero cuerdo y virtuoso, que se había criado en servicio de nuestro Rey, cuyo paje era cuando su padre vino por gobernador á esta tierra. Á este, pues, devoto caballero, supuesto el buen suceso de las cosas tocantes al Japón, inspiró Su Divina Majestad y puso en su alma un gran deseo de continuar las embajadas y entrada en aquel Reino, que su padre había comenzado.

(*) En Diciembre del año anterior, de noventa y tres, había tomado posesión del gobierno, del cual le había hecho entrega el gobernador interino D. Pedro de Rojas (Nota del Colector).

Tomo II.

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I

Poco después tuvo carta del Santo Comisario Fr. Pedro Bautista, en que le decía como había comenzado á edificar iglesia y convento, y que era grande la necesidad que tenía de algunos compañeros que le ayudasen en tan santa obra. Por lo cual le rogaba, que si había de continuar con la embajada del Japón, con el que la hubiese de enviar, enviase algunos religiosos de Nuestra Orden; que además de ser de mucha importancia para el servicio de Dios y de aquella cristiandad, lo era también para el de esta república de Manila y de nuestro católico Rey. Porque la paz y comercio que con aquel Reino tanto se deseaba, y que por su embajada estaba ya asentada, con ninguna cosa se podría conservar y continuar mejor que con su asistencia en aquel Reino por la mucha cabida que tenían con el Rey y los buenos ojos con que los miraba, remitiéndose en esta al informe que el dicho capitán Pedro González ya le habría hecho, como testigo ocular.

Con las buenas nuevas precedentes y este nuevo aviso, acudió luego el Gobernador al provincial Fr. Pablo de Jesús, y rogóle que le diese algunos religiosos para enviar al Japón con embajada y presente para el Emperador. Muchos religiosos había que lo deseaban, pero eran todos necesarios para cumplir con lo de Filipinas, que estaba á su cargo, y aun no eran bastantes; y así, el Provincial se excusó por entonces con algunas razones, todas muy justificadas. No obstante, desconsolaron mucho al Gobernador por ver malogrado su deseo de no poder enviar religiosos de San Francisco con aquella embajada, ya fuese por su mucha devoción con Nuestra Sagrada Religión, ya por imitar en todo á su padre, que como buen hijo, pretendía acreditar sus aciertos, continuando con lo que él dejaba comenzado, que todo era muy acertado.

En fin, fuese por esto ó por aquello, lo cierto es que él mostró gran deseo de que esto se continuase por los religiosos de San Francisco, suplicándoselo repetidas veces al Provincial; el cual, viendo las repetidas instancias del Gobernador, andaba ya deliberando sobre de quien hechar mano para la empresa (aunque con harto quebranto de su corazón por ver la falta tan grande que hacían en Filipinas, más de la que pudiesen hacer en el Japón). Pero Dios Nuestro Señor, que ordenaba aquella entrada para mayor gloria suya, proveyó en el tiempo de la mayor necesidad de cuarenta y seis religiosos que llegaron de España, y en tan buena ocasión, que mejor no se podría imaginar. Venía con ellos el comisario de visita, el santo Fr. Luis Maldonado, el cual, como muy aficionado á la misión del Japón, tanto que en acabando con su oficio, determinaba ir allá (como lo hubiera hecho, á no le haber atajado Su Divina Majestad los pasos

con la

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