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habian hurtado ciertos mercaderes en tiempo de guerra, y traidó á vender á la feria de Xicalanco, que es un gran pueblo sobre Coazacualco, no muy aparte de Tabasco; y de allí era venida á poder del señor de Potonchan. Esta Marina y sus compañeras fueron los primeros cristianos baptizados de toda la Nueva-España, y ella sola, con Aguilar, el verdadero intérprete entre los nuestros y los de aquella tierra. Certificado Cortés que tenia cierto y leal faraute en aquella esclava con Aguilar, oyó misa en el campo, puso cabe sí á Teudilli, y después comieron juntos; y en comiendo quedáronse entrambos en su tienda con las lenguas y otros muchos españoles é indios; y díjoles Cortés cómo era vasallo de don Carlos de Austria, emperador de cristianos, rey de España y señor de la mayor parte del mundo, á quien muchos y muy grandes reyes y señores servian y obedescian, y los demás príncipes holgaban de ser sus amigos, por su bondad y poderio; el cual, teniendo noticia de aquella tierra y del señor della, lo enviaba allí para visitarle de su parte, y decirle algunas cosas en secreto, que traia por escrito, y que holgaria de saber; por eso que lo hiciese saber luego á su señor, para ver dónde mandaba oir la embajada. Respondió Teudilli que holgaba mucho de oir la grandeza y bondad del señor Emperador; pero que le hacia saber cómo su señor Moteczuma no era menor rey ni menos bueno; antes se maravillaba que hobiese otro tan gran príncipe en el mundo; y que pues así era, él se lo haría saber para entender qué mandaba hacer del embajador y su embajada; ca él confiaba en la clemencia de su señor, que no solo se holgaria con aquellas nuevas, mas que aun haria mercedes al que las traia. Tras esta plática hizo Cortés que los españoles saliesen con sus armas en ordenanza al paso y son del pifaro y atambor y escaramuzasen, y que los de caballo corriesen, y se tirase la artillería; y todo á fin que aquel gobernador lo dijese á su rey. Los indios contemplaron mucho el traje, gesto y barbas de los españoles. Maravillábanse de ver comer y correr á los caballos. Temian del resplandor de las espadas. Caíanse en el suelo del golpe y estruendo que hacia la artillería, y pensaban que se hundia el cielo á truenos y rayos; y de las naos decian que venia el dios Quezalcobatl con sus templos á cuestas; que era dios del aire, que se habia ido, y le esperaban. Hecho que fué todo esto, Teudilli despachó á Méjico á Moteczuma con lo que habia visto y oido, é pidiéndole oro para dar al capitan de aquella nueva gente, y era porque Cortés le preguntó si Moteczuma tenia oro. E como respondió que sí, << envíeme, dice, dello; ca tenemos yo y mis compañeros mal de corazon, enfermedad que sana con ello. >> Estas mensajerías fueron en un dia y una noche del real de Cortés à Méjico, que hay setenta leguas y mas de á camino, y llevaron pintada la hechura de los caballos y del caballo y hombre encima, la manera de las armas, qué y cuántos eran los tiros de fuego, y qué número habia de hombres barbudos. De los navíos ya avisó así como los vió, diciendo qué tantos, y qué tan grandes eran. Todo esto hizo Teudilli pintar al natural en algodon tejido para que Moteczuma lo viese. Llegó tan presto esta mensajería tan lejos, porque estaban puestos de trecho á trecho hombres, como postas de caballo, que

de mano en mano daba uno á otro el lienzo y el recado, y así volaba el aviso. Mas se corre así que por la posta de caballos, y es mas antigua costumbre que la de los caballos. Tambien envió este gobernador á Moleczuma los vestidos y muchas de las otras cosas que Cortés le dió, las cuales se hallaron después en su recámara.

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El presente y respuesta que Moteczuma envió á Cortés. Despachados que fueron los mensajeros y prometida la respuesta dentro de pocos dias, se despidió Teudilli, y á dos ó tres tiros de ballesta del real de nuestros españoles hizo hacer mas de mil chozas de rama. Dejó alli dos hombres principales, como capitanes, con hasta dos mil personas, entre mujeres y hombres, de servicio; y fuése á Cotasta, lugar de su residencia y morada. Aquellos dos capitanes tenian cargo de proveer los españoles. Las mujeres amasaban y molian pan de centli, que es maíz. Guisaban frísoles, carne, pescado y otras cosas de comer. Los hombres traian la comida al real, y ni mas ni menos la leña y agua que era menester, y cuanta yerba podian comer los caballos, de la cual por toda aquella tierra están llenos los campos á todo tiempo del año. Y estos indios iban la tierra adentro á los pueblos vecinos y traian tantos bastimentos para todos, que era cosa de ver. Así pasaron siete y ocho dias con muchas visitas de indios, y esperando al Gobernador, y la respuesta de aquel tan gran señor como todos decian; el cual luego vino con un muy gentil presente y rico, que era de muchas mantas y ropetas de algodon blancas y de color y labradas, como ellos usan; muchos penachos y otras lindas plumas, y algunas cosas hechas de oro y pluma, rica y primamente obradas; cantidad de joyas y piezas de plata y oro, y dos ruedas delgadas, una de plata, que pesaba cincuenta y dos marcos, con la figura de la luna, y otra de oro, que pesaba cien marcos, hecha como sol, y con muchos follajes y animales de relieve; obra primísima. Tienen en aquella tierra á estas dos cosas por dioses, y danles el color de los metales que les semejan. Cada una dellas tenia hasta diez palmos de ancho y treinta de ruedo. Podia valer este presente veinte mil ducados ó pocos mas; el cual presente tenian para dar á Grijalva si no se fuera, segun decian los indios. Díjole por respuesta que Moteczumacin, su señor, holgaba mucho de saber y ser amigo de tan poderoso príncipe como le decian que era el rey de España, y que en su tiempo aportasen á su tierra gentes nuevas, buenas, extrañas y nunca vistas, para ha-` cerles todo placer y honra. Por tanto, que viese lo que habia menester, el tiempo que allí pensaba estar, para sí y para su enfermedad, y para su gente y navíos; que lo mandaria proveer todo muy cumplidamente; y aun si en su tierra habia alguna cosa que le agradase para llevar á aquel su gran emperador de cristianos, que se le daria muy de buena voluntad; y que en cuanto á que se viesen y hablasen, que lo hallaba por imposible, á causa que como él estaba doliente, no podia venir á la mar, y que pensar de ir adonde él estaba era muy difícil y trabajosísimo, ansí por las muchas y ásperas sierras que habia en el camino, como por los despoblados grandes y estériles que tenia de pasar, donde forzado le era padescer hambre, sed y otras necesidades des

tas. Y allende desto, mucha parte de la tierra por do habia de pasar era de enemigos suyos, gente cruel y mala, que lo matarian sabiendo que iba como su amigo. Todos estos inconvenientes ó excusas le ponia Moteczuma y su gobernador á Cortés para que no fuese adelante con su gente, pensando engañarle así y estorballe el viaje, y espantalle con tales y tantas dificultades y peligros, ó esperando algun mal tiempo para la flota, que le constriñese á irse de allí. Pero cuanto mas le contradecian, mas gana le ponian de ver á Moteczuma, que tan gran rey era en aquella tierra, y descobrir por entero la riqueza que imaginaba; y así como rescibió el presente y respuesta, dió á Teudilli un vestido entero de su persona y otras muchas cosas de las mejores que llevaba para rescatar, que enviase al señor Moteczuma, de cuya liberalidad y magnificencia tan grandes loores le decia. Y díjole que aun por solamente ver un tan bueno y poderoso rey era justo ir á do estaba, cuanto mas que le era forzado por hacer la embajada que llevaba del emperador de cristianos, que era el mayor rey del mundo. Y si no iba, no hacia bien su oficio ni lo que era obligado á ley de bondad y caballería, é incurriria en desgracia y odio de su rey y señor. Por tanto, que le rogaba mucho avisase de nuevo esta determinacion que tenia, porque supiese Moteczuma que no la mudaria por aquellos inconvenientes que le ponian, ni por otros muy mayores que le pudiesen recrescer. Que quien venia por agua dos mil leguas, bien podia ir por tierra setenta. Importunábale con esto, que enviase luego, para que volviesen presto los mensajeros, pues veia que tenia mucha gente de mantener, y poco que dalle á comer, y los navíos á peligro, y el tiempo se pasaba en palabras. Teudilli decia que ya despachaba cada dia á Moteczuma con lo que se ofrescia, y que entre tanto no se congojase, sino que holgase y hubiese placer; que no tardaria el despacho y resolucion á venir de Méjico, bien que estaba léjos. Y que del comer no tuviese cuidado, que allí le proveerian abundantísimamente; y con esto le rogó mucho que, pues estaba mal aposentado en el campo y arenales, se fuese con él á unos lugares seis ó siete leguas de allí. Y como Cortés no quiso ir, fuése él, y estuvo allá diez dias esperando lo que Moteczuma mandaba.

De cómo supo Cortés que habia bandos en aquella tierra. En este comedio andaban ciertos hombres en un cerrillo ó médano de arena, de los cuales hay allí al rededor muchos; y como no se juntaban ni hablaban con los que estaban serviendo los españoles, preguntó Cortés qué gente era aquella, que se extrañaba de llegar donde él y ellos estaban. Aquellos dos capitanes le dijeron que eran algunos labradores que se paraban á mirar. No satisfecho de la respuesta, sospechó Cortés que le mentian, ca le paresció que traian gana de llegar á los españoles, y que no osaban por aquellos del Gobernador, y era ello ansí; que como toda la costa y aun la tierra dentro hasta Méjico estaba llena de las nuevas y extrañezas y cosas que los nuestros habian hecho en Pontonchan, todos deseaban verlos y hablalles; mas no se atrevian, por miedo de los de Culúa, que son los de Moteczuma. Así que envió á ellos cinco españoles que, ha

ciendo señas de paz, los llamasen, ó por fuerza tomasen alguno y se le trajesen al real. Aquellos hombres, que serian cerca de veinte, holgaron de ver ir para ellos á los cinco extranjeros; y ganosos de mirar tan nueva y extraña gente y navíos, se vinieron al ejército y á la tienda del capitan muy de grado. Eran estos indios muy diferentes de cuantos basta allí habian visto; porque eran mas altos de cuerpo que los otros, y porque traian las ternillas de entre las narices tan abiertas, que casi llegaban á la boca, donde colgaban unas sortijas de azabache ó ámbar cuajado ó de otra cosa así preciada. Traian asimismo horadados los labrios bajeros, y en los agujeros unos sortijones de oro con muchas turquesas no finas; mas pesaban tanto, que derribaban los bezos sobre las barbillas y dejaban los dientes de fuera; lo cual, aunque ellos lo hacian por gentileza y bien parescer, los afeaba mucho en ojos de nuestros españoles, que nunca habian visto semejante fealdad, aunque los de Moteczuma tambien traian agujerados los bezos y las orejas, pero de chicos agujeros y con pequeñas rodezuelas. Algunos no tenian hendidas las narices, sino con grandes agujeros; mas empero todos tenian hechos tan grandes agujeros en las orejas, que podia muy bien caber por ellos cualquiera dedo de la mano, y de allí prendian cercillos de oro y piedras. Esta fealdad y diferencia de rostro puso admiracion á los nuestros. Cortés les hizo hablar con Marina, y ellos dijeron que eran de Cempoallan, una ciudad léjos de allí casi un sol : así cuentan ellos sus jornadas. Y que el término de su tierra estaba á medio camino en un gran rio que parte mojones con tierras del señor Moteczumacin; y que su cacique los habia enviado á ver qué gente ó dioses venian en aquellos teucallis, que es como decir templos; y que no habian osado venir antes ni solos, no sabiendo á qué gente iban. Cortés les hizo buena cara y trató halagüeñamente, porque le parecieron bestiales, mostrando que se habia holgado mucho en verlos, y en oirles la buena voluntad de su señor. Dióles algunas cosillas de rescate que llevasen, y mostróles las armas y caballos; cosa que nunca ellos vieron ni oyeron; y ansí, se andaban por el real hechos bobos mirando unas y otras cosas; y en todo esto no se trataban ni comunicaban ellos ni los otros indios. Y preguntada la india que servia de faraute, dijo á Cortés que no solamente eran de lenguaje diferente, mas que tambien eran de otro señor, no sujeto á Moteczuma sino en cierta manera y por fuerza. Mucho le plugo á Cortés con tal nueva, que ya él barruntaba por las pláticas de Teudilli que Moteczuma tenia por allí guerra y contrarios; y así, apartó luego en su tienda tres ó cuatro de aquellos que mas entendidos ó principales le parecieron, y preguntóles con Marina por los señores que habia por aquella tierra. Ellos respondieron que toda era del gran señor Moteczuma, aunque en cada provincia ó ciudad habia señor por sí, pero que todos ellos le pechaban y servian como vasallos y aun como esclavos; mas que muchos dellos, de poco tiempo á esta parte, le reconocian por fuerza de armas, y daban parias y tributo, que antes no solian, como era el suyo de Cenpoallan y otros sus comarcanos; los cuales siempre andaban en guerras con él por librarse de su tiranía; pero

no podian, que eran sus huestes grandes y de muy esforzada gente. Cortés, muy alegre de hallar en aquella tierra unos señores enemigos de otros y con guerra, para poder efetuar mejor su propósito y pensamientos, les agradeció la noticia que le daban del estado y ser de la tierra. Ofrecióles su amistad y ayuda, rogóles que viniesen muchas veces á su ejército, y despidiólos con muchas encomiendas y dones para su señor, y que presto le iria á ver y servir.

१५ Cómo entró Cortés á ver la tierra con cuatrocientos compañeros. Volvió Teudilli á cabo de diez dias, y trujo mucha ropa de algodon, y ciertas cosas de pluma bien hechas, en cambio de lo que enviara á Méjico, y dijo que se fuese Cortés con su armada, porque era excusado por entonces verse con Moteczuma, y que mirase qué era lo que queria de la tierra, y que se le daria; y que siempre que por allí pasase harian lo mesmo. Cortés le dijo que no haria tal, y que no se iria sin hablar á Moteczuma. El Gobernador replicó que no porfiase mas en ello, y con tanto se despidió; y luego aquella noche se fué con todos sus indios é indias que servian y proveian el real; y cuando amaneció estaban las chozas vacías. ¡Cortés se receló de aquello, y se apercibió á batalla; mas como no vino gente, atendió á proveer de puerto para sus naos, y á buscar buen asiento para poblar; ca su intento era permanescer allí y conquistar aquella tierra, pues habia visto grandes muestras y señales de oro y plata y otras riquezas en ella; mas no halló aparejo ninguno en una gran legua á la redonda, por ser todo aquello arenales, que con el tiempo se mudan á una parte y á otra, y tierra anegadiza y húmeda, y por consiguiente de mala vivienda. Por lo cual despachó á Francisco de Montejo en dos bergantines, con cincuenta compañeros y con Anton de Alaminos, piloto, á que siguiese la costa, hasta topar con algun razonable puerto y buen sitio de poblar. Montejo corrió la costa sin hallar puerto hasta Pánuco, si no fué el abrigo de un peñol que estaba salido en mar. Volvióse al cabo de tres semanas, que gastó en aquel poco camino, huyendo de tan mala mar como habia navegado; porque dió en unas corrientes tan temibles, que, yendo á vela y á remo, tornaban atrás los bergantines; pero dijo cómo le salian los de la costa, y se sacaban sangre, y se la ofrecian en pajuelas por amistad ó deidad; cosa amigable. Harto le pesó á Cortés la poca relacion de Montejo; pero todavía propuso de ir al abrigo que decia, por estar cerca dél dos buenos rios para agua y trato, y grandes montes para leña y madera, muchas piedras para edificar, y muchos pastos y tierra llana para labranzas. Aunque no era bastante puerto para poner en ella contratacion y escala de las naves, si poblaban, por estar muy descubierto y travesía del norte, que es el viento que por allí mas corre y daña. De manera pues que como se fueron Teudilli y los otros de Moteczuma, dejándolo en blanco, no quiso que, ó le faltasen vituallas allí, ó diese las naos al través; y así, hizo meter en los navíos toda su ropa, y él, con hasta cuatrocientos y con todos los caballos, siguió por donde iban y venian aquellos que le proveian; y á tres leguas que anduvo, llegó á un muy hermoso rio, aunque no muy hondo, porque se pudo

vadear á pié. Halló luego, en pasando el rio, una aldea despoblada, que la gente con miedo de su ida habia echado á huir. Entró en una casa grande, que debia ser del señor, hecha de adobes y maderos, los suelos sacados á mano mas de un estado encima de la tierra, los tejados cubiertos de paja, mas de hermosa y extraña manera; por debajo tenia muchas y grandes piezas, unas llenas de cántaros de miel, de centli, frísoles y otras semillas, que comen, y guardan para provision de todo el año; y otras llenas de ropa de algodon y plumajes, con oro y plata en ellos. Mucho desto se halló en las otras casas, que tambien eran casi de aquella mesma hechura. Cortés mandó con público pregon que nadie tocase cosa ninguna de aquellas, so pena de muerte, excepto á los bastimentos, por cobrar buena fama y gracia con los de la tierra. Habia en aquella aldea un templo, que parecia casa en los aposentos, y tenia una torrecilla maciza con una como capilla en lo alto, adonde subian por veinte gradas, y donde estaban algunos ídolos de bulto. Halláronse allí muchos papeles, del que ellos usan, ensangrentados, y mucha otra sangre de hombres sacrificados, á lo que Marina dijo, y tambien se hallaron el tajon sobre que ponian los del sacrificio, y los nayajones de pedernal con que los abrian por los pechos, y les sacaban los corazones en vida, y los arrojaban al cielo como en ofrenda. Con cuya sangre untaban los ídolos y papeles que ofrecian y quemaban. Grandísima compasion y aun espanto puso aquella vista á nuestros españoles. Deste lugarejo fué á otros tres ó cuatro, que ninguno pasaba de docientas casas, y todos los halló desiertos, aunque poblados de bastimentos y sangre como el primero. Tornóse de allí, porque no hacia fruto ninguno, y porque era tiempo de descargar los navíos y de enviarlos por mas gente, y porque deseaba asentar ya: detúvose en esto obra de diez dias.

Cómo dejó Cortés el cargo que llevaba.3¢

Como Cortés fué vuelto adonde los navíos estaban con los demás españoles, hablóles á todos juntos, diciendo que ya veian cuánta merced Dios les habia hecho en guiarlos y traerlos sanos y con bien á una tierra tan buena y tan rica, segun las muestras y aparencias habian visto en así breve espacio de tiempo, y cuán abundosa de comida, poblada de gente, mas vestida, mas polida y de razon, y que mejores edificios y labranzas tenian de cuantas hasta entonces se habian visto ni descubierto en Indias; y que era de creer ser mucho mas lo que no veian que lo que parescia, por tanto que debian dar muchas gracias á Dios y poblar allí, y entrar la tierra adentro á gozar la gracia y mercedes del Señor; y que para lo poder mejor hacer, le parescia asentar al presente allí, ó en el mejor sitio y puerto que hallar pudiesen, y hacerse muy bien fuertes con cerca y fortaleza para defenderse de aquellas gentes de la tierra, que no holgaban mucho con su ve→ nida y estada; y aun tambien para desde allí poder con mas facilidad tener amistad y contratacion con algunos indios y pueblos comarcanos, como era Cempoallan y otros que habia contrarios y enemigos de la gente de Mo❤ teczuma, y que asentando y poblando, podian descargar

los navíos, y enviarlos luego á Cuba, Santo Domingo, Jamaica, Boriquen y otras islas, ó á España por mas gente, armas y caballos, y por mas vestidos y bastimentos; yademás desto, era razon de enviar relacion y noticia de lo que pasaba á España, al Emperador rey, su señor, con la muestra de oro y plata y cosas ricas de pluma que tenian; y para que todo esto se hiciese con mayor autoridad y consejo, él queria, como su capitan, nombrar cabildo, sacar alcaldes y regidores, y señalar todos los otros oficiales que eran menester para el regimiento y buena gobernacion de la villa que habian de hacer; los cuales rigiesen, vedasen y mandasen hasta tanto que el Emperador proveyese y mandase lo que mas á su servicio conviniese; y tras esto, tomó la posesion de toda aquella tierra con la demás por descubrir, en nombre del emperador don Cárlos, rey de Castilla. Hizo los otros autos y diligencias que en tal caso se requerian, é pidiólo ansí por testimonio á Francisco Fernandez, escribano real, que presente estaba. Todos respondieron que les parescia muy bien lo que habia dicho, y loaban y aprobaban lo que queria hacer; por tanto, que lo hiciese así como lo decia, pues ellos habian venido con él para le seguir y obedescer. Cortés entonces nombró alcaldes, regidores, procurador, alguacil, escribano y todos los demás oficios á cumplimiento de cabildo entero, en nombre del Emperador, su natural señor; y les entregó luego allí las varas, y puso nombre al concejo la villa rica de la Veracruz, porque el viernes de la Cruz habian entrado en aquella tierra. Tras estos autos, hizo luego Cortés otro ante el mesmo escribano y ante los alcaldes nuevos, que eran Alonso Fernandez Portocarrero y Francisco de Montejo, en que dejó, disistió y cedió en manos y poder dellos, y como justicia real y ordinaria, el mando y cargo de capitan y descobridor que le dieron los frailes jerónimos, que residian y gobernaban en la isla Española por su majestad; y que no queria usar del poder que tenia de Diego Velazquez, lugarteniente de gobernador en Cuba por el almirante de las Indias, para rescatar y descubrir, buscando á Juan de Grijalva, por cuanto ninguno de todos ellos tenia mando ni jurisdicion en aquella tierra, que él y ellos acababan de descubrir, y comenzaban á poblar en nombre del rey de Castilla, como sus naturales y leales vasallos; y ansí lo pidió por testimonio, y se lo dieron.

31 Cómo los soldados hicieron à Cortés capitan y alcalde mayor.

Los alcaldes y oficiales nuevos tomaron las varas y posesion de sus oficios, y se juntaron luego á cabildo, segun y como en las villas y lugares de Castilla se suele y acostumbra juntar el concejo, y hablaron y trataron en él muchas cosas tocantes al provecho comun y bien de la república, y al regimiento de la nueva villa y poblacion que hacian; y entre ellas acordaron hacer su capitan y justicia mayor al mesmo Fernando Cortés, y darle poder y autoridad para lo que tocase á la guerra y conquista, entre tanto que el Emperador otra cosa acordase y mandase; y así, que con este acuerdo, voluntad y determinacion, fueron luego otro dia á Cortés, todo junto el regimiento y concejo, y le dijeron cómo ellos tenian necesidad, entre tanto que el Emperador otra cosa proveia ó mandaba, de tener un caudillo para

la guerra, y que siguiese la conquista y entrada por aquella tierra, é que fuese su capitan, su cabeza, su justicia mayor, á quien acudiesen en las cosas arduas y dificultosas, y en las diferencias que ocurriesen; y que pues esto era necesario y cumplidero, así al pueblo como al ejército, que le mucho rogaban y encargaban que lo fuese él, pues en él concurrian mas partes y calidades que en otro ninguno, para los regir y mandar y gobernar, por la noticia y experiencia que tenia de las cosas, después y antes que le conociesen en aquella jornada y flota; y que ansi se lo requerian, y si menester era, se lo mandaban, porque tenian por muy cierto que Dios y el Rey serian muy servidos que él aceptase y tuviese aquel cargo y mando; y ellos recibirian buena obra, y quedarian contentos, y satisfechos que serian regidos con justicia, tratados con humildad, acaudillados con diligencia y esfuerzo, y que para ello todos ellos le eligian, nombraban y tomaban por su capitan generalé justicia mayor, dándole la autoridad posible y necesaria, y sometiéndose debajo de su mano, juridicion y amparo. Cortés aceptó el cargo de capitan general y justicia mayor á pocos ruegos, porque no deseaba otra cosa mas por entonces. Elegido pues que fué Cortés por capitan, le dijo el cabildo que bien sabia cómo hasta estar de asiento y conoscidos en la tierra, no tenían de qué se mantener sino de los bastimentos que él traia en los nuvíos; que tomase para sí y para sus criados lo que hubiese menester ó le pareciese, y lo demás se tasase en justo precio; é se lo mandase entregar para repartir entre la gente, que á la paga todos se obligarian, ó lo sacarian de monton, después de quitado el quinto del Rey; y aun tambien le rogaron que se apreciasen los navíos con su artillería en un honesto valor, para que de comun se pagasen, y de comun sirviesen en acarrear de las islas pan, vino, vestidos, armas, caballos, y las otras cosas que fuesen menester para el ejército y para la villa; porque así les saldria mas barato que trayéndolo mercaderes, que siempre quieren llevar demasiados y excesivos precios; y si esto hacia, les haria muy gran placer y buena obra. Cortés les respondió que cuando en Cuba hizo su matalotaje y basteció la flota de comida, que no lo habia hecho para revendérselo, como acostumbran otros, sino para dárselo, aunque en ello habia gastado su hacienda y empeñádose; por tanto, que lo tomasen luego todo; que él mandaria y mandaba á los maestres y escribanos de las naos que acudiesen con todos los bastimentos que en ellas habia, al cabildo; y que el regimiento lo repartiese igualmente por cabezas á raciones, sin mejorar ni aun á él mesmo; porque en semejante tiempo y de tal comida, que no es para mas de sustentar las vidas, tanto ha menester el chico como el grande, el viejo como el mozo. De manera que, aunque debia mas de siete mil ducados, se lo daba gracioso; y cuanto á lo de los navíos, dijo que se haria lo que mas conviniese á todos, porque no dispornia dellos sin primero hacérselo saber. Todo esto hacia Cortés por ganarles siempre mas las voluntades y bocas, que habia muchos que no le querian bien; aunque á la verdad, él era de suyo largo en estos gastos de guerra con sus compañeros.

El recibimiento que hicieron á Cortés en Cempoallan. No les pareciendo buen asiento aquel donde estaban, para fundar la villa, acordaron de pasarse á Aquiahuiztlan, que era el abrigo del peñon que decia Montejo; y así, mandó luego Cortés meter en los navíos gente que los guardase, y la artillería y lo demás todo que estaba en tierra, y que se fuesen allá, y él que iria por tierra aquellas ocho ó diez leguas que habia del un cabo al otro, con los caballos, y con cuatrocientos compañeros, y dos medios falconetes, y algunos indios de Cuba. Los navíos se fueron costa á costa, y él echó hácia do le habian dicho que estaba Cempoallan, que era derecho á do el sol se pone, aunque arrodeaba algo para ir al peñol; y á tres leguas andadas, llegó al rio que parte término con tierras de Moteczuma. No halló paso, y bajóse á la mar por vadearle mejor en la reventazon que hace al entrar en ella, y aun allí tuvo trabajo, porque pasaron á volapié. Pasados, siguieron la orilla del rio arriba, porque no pudieron la del mar, por ser tierra anegadiza. Toparon cabañas de pescadores y casillas pobres, y algunas labranzas pequeñuelas; mas á legua y media salieron de aquellos lagunajos, y entraron en unas muy buenas y muy hermosas vegas, y por ellas andaban muchos venados. Prosiguiendo siempre su camino por el rio, y creyendo hallar á la ribera dél algun buen pueblo, vieron en un cerrito hasta veinte personas. Cortés entonces envió allá cuatro de caballo, y mandóles que si haciéndoles señal de paz, huyesen, corriesen tras ellos, y le trujesen los que pudiesen, porque era menester para lengua, y para guia del camino y pueblo ; que iban ciegos y á tino, sin saber por dó echar á poblado. Los de caballo fueron, y ya que llegaban junto al cerrillo, y los voceaban y señalaban que iban de paz, huyeron aquellos hombres, medrosos y espantados de ver cosa tan grande y alta, que les parecia mostro, y que caballo y hombre era toda una cosa; mas como la tierra era llana y sin árboles, luego los alcanzaron, y ellos se rendieron como no traian armas; y así, los trajeron todos á Cortés. Tenian las orejas, narices y rostros con ansi grandes y feos agujeros y cercillos, como los otros que dijeron ser de Cempoallan; y así lo dijeron ellos, y que estaba cerca la ciudad. Preguntados á qué venian, respondieron que á mirar; y por qué huian, que de miedo de gente no conoscida. Cortés los aseguró entonces, y les dijo cómo él iba con aquellos pocos compañeros á su lugar, á ver y hablar á su señor como amigos, con mucho deseo de conoscelle, pues no habia querido venir, ni salir del pueblo; por eso que le guiasen. Los indios dijeron que ya era tarde para llegar á Cempoallan; mas que le llevarian á una aldea que estaba de la otra parte del rio y se parescia, donde, aunque era pequeña, ternia buena posada y comida por aquella noche para toda su compañía. Cuando llegaron allá, algunos de aquellos veinte indios se fueron, con licencia de Cortés, á decir á su señor cómo quedaban en aquel lugarejo, y que otro dia tornarian con la respuesta. Los demás se quedaron allí para servir y proveer los españoles y nuevos huéspedes; y así, los hospedaron y dieron bien de cenar. Cortés se recogió aquella noche lo mejor y mas fuerte que pudo. La mañana siguiente, bien de mañana, vinieron á él hasta cien hombres, todos car

gados de gallinas como pavos, y le dijeron que su señor se habia holgado mucho con su venida, y que por ser muy gordo y pesado para caminar, no venia; mas que le quedaba esperando en la ciudad. Cortés almorzó aquellas aves con sus españoles, y se fué luego por do le guiaron muy presto en ordenanza, y con los dos tirillos á punto, por si algo acontesciese. Desde que pasaron aquel rio hasta llegar á otro caminaron por muy gentil camino; pasáronle tambien á vado, y luego vieron á Cempoallan, que estaria lejos una milla, toda de jardines y frescura y muy buenas huertas de regadío. Salieron de la ciudad muchos hombres y mujeres, como en recibimiento, á ver aquellos nuevos y mas que hombres. Y dábanles con alegre semblante muchas flores y frutas muy diversas de las que los nuestros conoscian; y aun entrabau sin miedo entre la ordenanza del escuadron; y desta manera, y con este regocijo y fiesta, entraron en la ciudad, que toda era un verjel, y con tan grandes y altos árboles, que apenas se parescian las casas. A la puerta salieron muchas personas de lustre, á manera de cabildo, á los recebir, hablar y ofrescer. Seis españoles de caballo, que iban adelante un buen pedazo, como descubridores, tornaron atrás muy maravillados, ya que el escuadron entraba por la puerta de la ciudad, y dijeron á Cortés que habian visto un patio de una gran casa chapado todo de plata. El les mandó volver, y que no hiciesen muestra ni milagros por ello, ni de cosa que viesen. Toda la calle por donde iban estaba llena de gente, abobada de ver caballos, tiros y hombres tan extraños. Pasando por una muy gran plaza, vieron á mano derecha un gran cercado de cal y canto, con sus almenas, y muy blanqueado de yeso de espejuelo y muy bien bruñido; que con el sol relucia mucho y parescia plata; y esto era lo que aquellos españoles pensaron que era plata chapada por las paredes. Creo que con la imaginacion que llevaban y buenos deseos, todo se les antojaba plata y oro lo que relucia. Y á la verdad, como ello fué imaginacion, así fue imágen sin el cuerpo y alma que deseaban ellos. Habia dentro de aquel patio ó cercado una buena hilera de aposentos, é al otro lado seis ó siete torres, por sí cada una, la una dellas mucho mas alta que las otras. Pasaron pues por allí callando muy disimulados, aunque engañados, y sin preguntar nada, siguiendo todavía á los que guiaban, hasta llegar á las casas y palacio del señor. El cual entonces salió muy bien acompañado de personas ancianas y mejor ataviadas que los demás, y á par de sí dos caballeros, segun su hábito y manera, que le traian del brazo. Como se juntaron él y Cortés, hizo cada uno su mesura y cortesía al otro, á fuer de su tierra, y con los farautes se saludaron en breves palabras; y así, se tornó luego á entrar en palacio, y señaló personas de aquellas principales que aposentasen y acompañasen al capitan y á la gente; los cuales llevaron á Cortés al patio cercado que estaba en la plaza; donde cupieron todos los españoles, por ser de grandes aposentos y buenos. Como fueron dentro se desengañaron, y aun se corrieron los que pensaron que las paredes estaban cubiertas de plata. Cortés hizo repartir las salas, curar los caballos, asentar los tiros á la puerta, y en fin, fortalescerle allí como en real y cabe los enemigos,

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