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hallado del golfo de Urabá hasta la Florida, acordo él subir más arriba; empero, tampoco lo halló, ca no lo hay. Anduvo buen pedazo de tierra que aún no estaba por otro vista; bien que dicen cómo Sebastián Gaboto la tenía primero tanteada. Tomó cuantos indios pudieron caber en la carabela y trajóselos, contra la ley y voluntad del rey. Y con tanto se volvió a la Coruña dentro de diez meses que partió. Cuando entró dijo. que traía esclavos; un vecino de allí entendió clavos, que era una de las especias que prometió traer, Corrió la posta, y vino a pedir albricias al rey de que traía clavos Esteban Gómez. Desparcióse la nueva por la corte, con alegría de todos, que holgaban de tan buen viaje. Mas como dende a poco se supo la necedad del correo, que por esclavos entendió clavos, y el ruin despacho del marinero, que había prometido lo que no sabía ni había, rieron mucho las albricias y perdieron esperanza del estrecho que tanto deseaban, y aun algunos que favorescieron al Esteban Gómez para el viaje quedaron corridos.

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XLI

Las islas Lucayos.

Las islas Lucayos o Yucayas caen al norte de Cuba de Haiti, y son cuatrocientas y más, según dicen, Todas son pequeñas, sino es el Lucayo, de quien tomó apellido, el cual está entre diez y siete y diez y ocho grados; Guanahaní, que fué la primera tierra por Cristóbal Colón vista, Manigua, Guanima, Zaguareo y otras algunas. La gente destas islas es más blanca y dispuesta que la de Cuba ni Haiti, especial las mujeres, por cuya hermosura muchos hombres de Tierra-Firme, como es la Florida, Chicora y Yucatán, se iban a vivir

a ellas; y así había más policía entre ellos que no en otras islas, y mucha diversidad de lenguas. Y de allí creo que manó el decir cómo por aquella parte había amazonas y una fuente que remozaba los viejos; ellos andan desnudos, sino es en tiempo de guerra, fiestas y bailes, y entonces pónense unas mantas de algodón y pluma muy labradas, y grandes penachos. Ellas, si son casadas o conoscidas de varón, cubren sus vergüenzas de la cinta a la rodilla con mantillas; si son vírgines traen unas redecillas de algodón con hojas de yerbas metidas por la malla; esto es después que les viene su purgación, que antes en carnes vivas se andan; y cuando les viene, convidan los padres a los parientes y amigos, haciendo fiesta como en bodas. Tienen rey o señor, y él tiene cuidado del pescar, cazar y sembrar, mandando a cada uno lo que ha de hacer. Encierran el grano y raíces que cogen en graneros públicos o trojes del rey. De allí reparten a cada uno como tiene la familia; danse mucho al placer; su riqueza es nacarones y conchas bermejas, de que hacen arracadas, y unas pedrecillas como rubís, bermejuelas, que parescen llamas de fuego, las cuales sacan de los sesos de ciertos caracoles muy grandes que pescan en mar y que comen por muy preciado manjar. Usan traer sartales, collares y cosas que se atan al cuello, brazos y piernas, hechas de piedras negras, blancas, coloradas y de poco valor, y que se hallan en la arena. Y a las mujeres que van desnudas todo les paresce bien; en muchas destas islas chiquitas no tienen carne, ni la comen. Su pasto es pescado, pan de maíz y otras raíces y frutas; traídos los hombres a Cuba y Santo Domingo, se morían en comiendo carne, y por eso españoles no se la daban, o les daban muy poquita. En algunas dellas hay tantas palomas y otras aves así, que anidan en árboles, que vienen de Tierra-Firme y de Cuba e Haití a sacarlas, y vuelven con las canoas llenas de ellas. Los árboles donde crían son como granados, cuya cor

teza paresce algo canela en el sabor, jengibre en lo amargo y clavos en el olor; pero no es especia. Entre muchas frutas que tienen, hay una que paresce gusanos o lombrices, sabrosa y sana, y dicha jaruma. El árbol es como nogal, y las hojas como de higuera; los cogollos y hojas de esta jaruma, majados y puestos con su zumo en cualquiera llaga, aunque sea muy vieja, la sana. Dos españoles riñeron allí, y el uno cortó al otro un brazo con la canilla; vino una vieja lucaya, concertó el hueso y sanólo con solo zumo y hojas deste árbol. Un lucayo carpintero que cativo estaba en Santo Domingo excavó un tronco de jaruma, que de suyo es hueco a manera de higuera, hinchólo de maíz y de calabazas llenas de agua, atapólo muy bien y atravesó la mar en él con otros dos parientes suyos, que remaban. Pero fué desdichado, porque a cincuenta leguas de navegación le tomaron ciertos españoles y le tornaron a Santo Domingo; destas islas, pues, de los lu cayos, yucayos como algunos llaman, cativaron españoles, en obra de veinte años o pocos menos, cuarenta mil personas. Engañaban de palabra los isleños diciéndoles cómo iban ellos a llevallos al paraíso, ca los indios de allí creían que muertos purgaban los pecados en tierras frías del norte; y después entraban en el paraíso, que estaba en tierra del mediodía: desta manera acabaron los lucayos, y los más trayéndolos en minas. Dicen que todos los cristianos que cativaron indios y los mataron trabajando han muerto malamente, o no lograron sus vidas, o lo que con ellos ganaron.

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XLII

Río Jordán en tierra de Chicora.

Siete vecinos de Santo Domingo, entre los cuales fué uno el licenciado Lucas Vázquez de Aillón, oidor de aquella isla, armaron dos navíos en Puerto de Plata, el año de 20, para ir por indios a las islas Lucayos que arriba digo. Fueron, y no hallaron en ellas hombres que rescatar o saltear para atraer a sus minas, hatos y granjerías. Y así, acordaron de ir más al norte a buscar tierra donde los hallasen, y no tornarse vacíos. Fueron, pues, a una tierra que llamaban Chicora y Gualdape, la cual está en treinta y dos grados y es lo que Ilaman agora cabo de Santa Elena y río Jordán; algunos, con todo esto, dicen cómo el tiempo y no la voluntad los echó allá; sea de la una o de la otra manera, es cierto que corrieron a la marina muchos indios a ver las carabelas, como cosa nueva y extraña para ellos, que tienen chiquitas barcas, y aun pensaban que fuesen algún pez monstruo; y como vieron salir a tierra hombres con barbas y vestidos, huyeron a más correr; desembarcaron los españoles, aguijaron tras ellos y tomaron un hombre y una mujer. Vistiéronlos a fuer de España y soltáronlos para que llamasen la gente. El rey de allí, como los vió vestidos de aquella suerte, maravillóse del traje, ca los suyos andan desnudos o con pieles de fieras, y envió cincuenta hombres con bastimentos a los bajeles, con los cuales fueron muchos españoles al rey, y él les dió guías para ver la tierra, y a doquier que llegaban les daban de comer y presentillos de aforros, aljófar y plata. Ellos, vista la riqueza y traje de la tierra, considerada la manera de la gente y habiendo tomado el agua y bastimento necesario, convidaron a ver las naos a mu

chos. Los indios entraron dentro sin pensar mal ninguno; entonces alzaron los españoles las anclas y vela y viniéronse con buena presa de chicoranos a Santo Domingo; pero en el camino se perdió el un navío de los dos, y los indios del otro se murieron no mucho después de tristeza y hambre, ca no querían comer lo que españoles les daban, y, por otra parte, comían perros, asnos y otras bestias que hallaban muertas y hediondas tras la cerca y por los muladares. Con relación de tales cosas y de otras que se callan, vino a la corte Lucas Vázquez de Aillón, y trujo consigo un indio de allí, que llamaban Francisco Chicora, el cual contaba maravillas de aquesta su tierra. Pidió la conquista y gobernación de Chicora. El emperador se la dió y el hábito de Santiago; tornó a Santo Domingo, armó ciertos navíos el año de 24, fué allá con ánimo de poblar y con imaginación de grandes tesoros; mas ido que fué, perdió su nao capitana en el río Jordán, y muchos españoles, y en fin peresció él sin hacer cosa digna de memoria.

XLIII

Los ritos de chicoranos.

Los de Chicora son de color loro o tiriciado, altos de cuerpo, de muy pocas barbas; traen ellos los cabellos negros y hasta la cinta; ellas, muy más largos, y todos los trenzan. Los de otra provincia allí cerca, que llaman Duhare, los traen hasta el talón; el rey de los cuales era como gigante y había nombre de Datha, y su mujer y veinte y cinco hijos que tenían también eran diformes; preguntados cómo crescían tanto, decían unos que con darles a comer unas como morcillas rellenas de ciertas yerbas hechas por arte de encanta

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