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Ajofrín (1), se comieron un indio de los que mataron, y luego se juntaron con otros hambrientos y mataron a Hernán Darias, de Sevilla, que estaba doliente, para comer; y otro día comieron a un Alonso González; pero fueron castigados por esta inhumanidad y pecado. Llegó a tanto la desventura destos compañeros de Felipe Gutiérrez, que Diego de Ocampo, por no quedar sin sepultura, se enterró vivo él mesmo en el hoyo que vió para otro español muerto. El almirante don Luis Colón envió a poblar y conquistar a Veragua el año de 46 al capitán Cristóbal de Peña, con buena compañía de gente española. Mas también le fué mal, como a los otros. Y así no se ha podido sujetar aquel río y tierra. En el concierto que hubo entre el rey y el almirante sobre sus privilegios y mercedes le fué dada Veragua con título de duque y de marqués de Ja

maica.

LVII

El Darién.

Rodrigo de Bastidas armó en Cádiz, el año de 2 (con licencia de los Reyes Católicos), dos carabelas a su propia costa y de Juan de Ledesma y otros amigos suyos. Tomó por piloto a Juan de la Cosa, vecino del puerto de Santa María, experto marinero, a quien, como poco ha conté, mataron los indios, y fué a descubrir tierra en Indias. Anduvo mucho por donde Cristóbal Colón, y finalmente descubrió y costeó de nuevo ciento y setenta leguas que hay del cabo de la Vela al golfo de Urabá y Fallarones del Darién. En el cual trecho de tierra están, contando hacia levante, Cari

(1) Hoy perteneciente a la provincia de Toledo, no lejos de Sonseca. (Nota D.)

bana, Zenu, Cartagena, Zamba y Santa María. Como llegó a Santo Domingo, perdió las carabelas con bro ma, y fué preso por Francisco de Bobadilla, a causa que rescatara oro y tomara indios, y enviado a España con Cristóbal Colón. Mas los Reyes Católicos le hicieron merced de docientos ducados de renta en el Darién, en pago del servicio que les había hecho en aquel descubrimiento. Toda esta costa que descubrió Bastidas y Nicuesa, y la que hay del cabo de la Vela a Paria, es de indios que comen hombres y que tiran con flechas enherboladas, a los cuales llaman caribes, de Caribana, o porque son bravos y feroces, conforme al vocablo; y por ser tan inhumanos, crueles, sodomitas, idólatras, fueron dados por esclavos y rebeldes, para que los pudiesen matar, captivar y robar si no quisiesen dejar aquellos grandes pecados y tomar amistad con los españoles y la fe de Jesucristo. Este decreto y ley hizo el rey católico don Fernando con acuerdo de su Consejo y de otros letrados, teólogos y canonistas; y así dieron muchas conquistas con tal licencia. A Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, que fueron los primeros conquistadores de tierra firme de Indias, dió el rey una instrucción de diez o doce capítulos. El primero, que les predicasen los Evangelios. Otro, que les rogasen con la paz. El octavo, que queriendo paz y fe fuesen libres, bien tratados y muy privilegiados. El nono, que si perseverasen en su idolatría y comida de hombres y en la enemistad, los captivasen y matasen libremente, que hasta entonces no se consintía. Alonso de Hojeda, natural de Cuenca, que fué capitán de Colón contra Caonabo, armó el año de 8, en Santo Domingo, cuatro navíos a su costa y trecientos hombres. Dejó al bachiller Martín Fernández de Enciso, su alcalde mayor por cédula del rey, para llevar tras él otra nao con ciento y cincuenta españoles y mucha vitualla, tiros, escopetas, lanzas, ballestas y munición, trigo para sembrar, doce yeguas y un hato de puercos

para criar; y él partió de la Beata por diciembre. Llegó a Cartagena, requirió los indios, y hízoles guerra como no quisieron paz. Mató y prendió muchos. Hubo algún oro, mas no puro, en joyas y arreos del cuerpo. Cebóse con ello y entró la tierra adentro cuatro leguas o cinco, llevando por guía ciertos de los captivos. Llegó a una aldea de cien casas y trecientos vecinos. Combatióla, y retiróse sin tomarla. Defendiéronse tan bien los indios, que mataron setenta españoles y a Juan de la Cosa, segunda persona después de Hojeda, y se los comieron. Tenían espadas de palo y piedra, flechas con puntas de hueso y pedernal y untadas de yerba mortal; varas arrojadizas, piedras, rodelas y otras armas ofensivas. Estando allí llegó Diego de Nicuesa con su flota, de que no poco se holgaron Hojeda y los suyos. Concertáronse todos, y fueron una noche al lugar donde murió Cosa y los setenta españoles; cercáronlo, pusiéronle fuego, y como las casas eran de madera y hoja de palmas, ardió bien. Escaparon algunos indios con la oscuridad; pero los más, o cayeron en el fuego o en el cuchillo de los nuestros, que no perdonaron sino a seis muchachos. Allí se vengó la muerte de los setenta españoles. Hallóse debajo de la ceniza oro, pero no tanto como quisieran los que la escarbaron. Embarcáronse todos, y Nicuesa tomó la vía de Veragua, y Hojeda la de Urabá. Pasando por Isla Fuerte tomó siete mujeres, dos hombres y docientas onzas de oro en ajorcas, arracadas y collarejos. Salió a tierra en Caribana, solar de Cariben, como algunos quieren que esté, a la entrada del golfo de Urabá. Desembarcó los soldados, armas caballos y todos los pertrechos y bastimentos que llevaba. Comenzó luego una fortaleza y pueblo donde se recoger y asegurar, en el mesmo lugar que cuatro años antes la había comenzado Juan de la Cosa. Este fué el primer pueblo de españoles en la tierra firme de Indias. Quisiera Hojeda atraer de paz aquellos indios por cum

GÓMARA: HISTORIA de las INDIAS.-T. I.

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plir el mandado real y para poblar y vivir seguro; mas ellos, que son bravos y confiados de sí en la guerra, y enemigos de extranjeros, despreciaron su amistad y contratación. El entonces fué a Tiripi, tres o cuatro leguas metido en tierra y tenido por rico. Combatiólo y no lo tomó, ca los vecinos le hicieron huir con daño y pérdida de gente y reputación, así entre indios como entre españoles. El señor de Tiripi echaba oro por sobre los adarves, y flechaban los suyos a los españoles que se abajaban a cogerlo, y al que allí herían, moría rabiando. Tal ardid usó conosciendo su codicia. Sentían ya los nuestros falta de mantenimientos, y con la necesidad fueron a combatir a otro lugar, que unos captivos decían estar muy abastecido, y trajeron dél muchas cosas de comer y prisioneros. Hojeda hubo allí una mujer. Vino su marido a tratarle libertad. Prometió de traer el precio que le pidió: fué y tornó con ocho compañeros flecheros, y en lugar de dar el oro prometido dieron saetas emponzoñadas. Hirieron al Hojeda en un muslo; mas fueron muertos todos nueve por los españoles que con su capitán estaban. Hecho fué de hombre animoso, y no bárbaro, si así le sucediera bien. A esta sazón vino allí Bernaldino de Talavera con una nao cargada de bastimentos y de sesenta hombres, que apañó en Santo Domingo sin que lo supiese el almirante ni justicia. Proveyó a Hojeda en gran coyuntura y necesidad. Empero no dejaban por eso los soldados de murmurar y quejarse que los había traído a la carnicería y los tenía donde no les valiesen sus manos y esfuerzo. Hojeda los entretenía con esperanza del socorro y provisión que había de llevar el bachiller Enciso, y maravillábase de su tardanza. Ciertos españoles se concertaron de tomar dos bergantines de Hojeda y tornarse a Santo Domingo o irse con los de Nicuesa. Entendiólo él, y por estorbar aquel motín y desmán en su gente y pueblo, se fué en la nao de Talavera, dejando por su teniente a Francisco Piza

rro. Prometió de volver dentro de cincuenta días, y si no, que se fuesen donde les pareciese, ca él les soltaba la palabra. Tanto se fué de Urabá Alonso de Hojeda por curar su herida cuanto por buscar al bachiller Enciso, y aun porque se le morían todos. Partió, pues, de Caribana Alonso de Hojeda, y con mal tiempo que tuvo, fué a dar en Cuba, cerca del Cabo de Cruz. Anduvo por aquella costa con grandes trabajos y hambre, perdió casi todos los compañeros. A la fin aportó a Santo Domingo muy malo de su herida, por cuyo dolor, o por no tener aparejo para tornar a su gobernación y ejército, se quedó allí, o, como dicen, se metio fraile francisco y en aquel hábito acabó su vida.

LVIII

Fundación de la Antigua del Darién.

Pasados que fueron los cincuenta días, dentro de los cuales debía de tornar Hojeda con nueva gente y comida, según prometiera, se embarcó Francisco Pizarro y los setenta españoles que había en dos bergantines que tenían, ca la grandísima hambre y enfermedades los forzó a dejar aquella tierra comenzada de poblar. Sobrevínoles navegando una tormenta, que se anegó el uno, y fué la causa cierto pece grandísimo que, con andar la mar turbada, andaba fuera de agua. Arrimóse al bergantín como a tragárselo, y dióle un zurriagón con la cola, que hizo pedazos el timón, de que muy atónitos fueron, considerando que los perseguía el aire, la mar y peces, como la tierra. Francisco Pizarro fué con su bergantín a la isla Fuerte, donde no le consintieron salir a tierra los isleños caribes. Echó hacia Cartagena por tomar agua, que morían de sed, y topó cerca de Cochibocoa con el bachiller Enciso, que traía un

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