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otros muchos reinos. E por cuanto él hizo muchas y grandes hazañas en las guerras que allí tuvo, que, sin perjuicio de ningún español de Indias, fueron las mejores de cuantas se han hecho en aquellas partes del Nuevo Mundo, las escribiré por su parte, a imitación de Polibio y de Salustio, que sacaron de las historias romanas, que juntas y enteras hacían, éste la de Mario y aquél la de Scipión. También lo hago por estar la Nueva España muy rica y mejorada, muy poblada de españoles, muy llena de naturales, y todos cristianados, y por la cruel extrañeza de antigua religión, y por otras nuevas costumbres que aplacerán y aun es pantarán al lector.

LI

De la isla de Cuba.

A Cuba llamó Cristóbal Colón Fernandina, en honra y memoria del rey don Fernando, en cuyo nombre la descubrió. Comenzóla de conquistar Nicolás Ovando por Sebastián de Ocampo; y conquistóla del todo, en lugar del almirante don Diego Colón, Diego Velázquez de Cuéllar, el cual la repartió, pobló y gobernó hasta que murió. Es Cuba de la hechura de hoja de salce, trecientas leguas larga y ancha setenta, no derecho, sino en aspa. Va toda leste oeste, y está el medio della en casi veinte y un grado; ha por aledaños al oriente la isla de Haití, Santo Domingo, a quince leguas. Tiene hacia mediodía muchas islas; pero la mayor y mejor es Jamaica. Por la parte ocidental está Yucatán; por hacia el norte mira la Florida y los Lucayos, que son muchas islas. Cuba es tierra áspera, alta y montuosa y que por muchas partes tiene la mar blanca; los ríos no grandes, pero de buenas aguas y ricos de oro y pescado. Hay también muchas lagunas

ACULTAD DA O`MINLANG

CURA DE ANTROPOLO

peca

y estaños, algunos de los cuales son salados; es tierra
templada, aunque algo se siente el frío; en todo son los
hombres y la tierra como en la Española, y, por tanto,
no hay para qué lo repetir. En lo siguiente, empero,
difieren: la lengua es algo diversa; andan desnudos en
vivas carnes hombres y mujeres; en las bodas, otro es
el novio, que así es costumbre usada y guardada; si el
novio es cacique, todos los caciques convidados prue-
ban la novia primero que no él; si mercader, los mer-
caderes; y si labrador, el señor o algún sacerdote, y ella
entonces queda por muy esforzada: con liviana causa
dejan las mujeres, y ellas por ninguna los hombres;
pero al regosto de las bodas disponen de sus perso-
nas como quieren, o porque son los maridos sodomé-
ticos. Andar la mujer desnuda convida e incita los
hombres presto, y mucho usar aquel aborrecible
do hace a ellas malas. Hay mucho oro, mas no fino;
hay buen cobre y mucha rubia y colores; hay una fuen-
te y minero de pasta como pez, con la cual, revuelta
con aceite o sebo, brean los navíos y empegan cual-
quier cosa. Hay una cantera de piedras redondísimas,
que sin las reparar más de como las sacan tiran con
ellas arcabuces y lombardas. Las culebras son grandí-
simas, empero mansas y sin ponzoña, torpes, que lige-
ramente las toman y sin asco ni temor las comen. Ellas
se mantienen de guabiniquinajes, y tal tiene dentro
del buche ocho y más dellos cuando la toman. Guabini-
quinaj es animal como liebre, hechura de raposo, sino
que tiene pies de conejo, cabeza de hurón, cola de
zorra y pelo alto como tejo; la color, algo roja; la car-
ne, sabrosa y sana. Era Cuba muy poblada de indios:
agora no hay sino españoles. Volviéronse todos ellos
cristianos. Murieron muchos de trabajo y hambre, mu-
chos de viruelas, y muchos se pasaron a la Nueva Es-
paña después que Cortés la ganó, y así no quedó casta
dellos. El principal pueblo y puerto es en Santiago. El
primer obispo fué Hernando de Mesa, fraile dominico.

GÓMARA: HIStoria de las Indias.-T. I.

8

Algunos milagros hubo al principio que se pacificó esta isla, por donde más aina se convirtieron los indios; y nuestra Señora se apareció muchas veces al cacique comendador, que la invocaba, y a otros que decían Ave María. He puesto aquí a Cuba por ser conveniente lugar, pues della salieron los que descubrieron y convirtieron a la fe de Cristo la Nueva España.

LII

Yucatán.

Yucatán es una punta de tierra que está en veinte y un grados, de la cual se nombra una gran provincia: algunos la llaman península, porque cuanto más se mete a la mar tanto más se ensancha, aunque por do más ceñida es tiene cien leguas, que tanto hay de Xacalanco o Bahía de Términos a Chetemal, que está en la bahía de la Ascensión, y las cartas de marear que la estrechan mucho van erradas. Descubrióla, aún no toda, Francisco Hernández de Córdoba el año de 1517, y fué desta manera (1): que armaron Francisco Hernández de Córdoba, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, el año de susodicho, navíos a su costa en Santiago de Cuba para descobrir y rescatar; otros dicen que para traer esclavos de las islas Guanaxos a sus minas y granjerías, como se apòcaban los naturales de aquella isla, y porque se los vedaban echar en minas y a otros duros trabajos. Están los Guanaxas cerca de Honduras y son hombres mansos, simples y pescadores, que ni usan armas ni tienen guerras. Fué capitán destos tres navíos Francisco Hernández de Córdoba;

(1) Léase HERNÁN CORTÉS, Cartas de relación de la conquista de Méjico, en la colección de Viajes clásicos editada por

CALPE.

llevó en ellos ciento y diez hombres; por piloto, a un Antón Alamínos de Palos, y por veedor, a Bernaldino Iñiguez de la Calzada; y aun dicen que llevó una barca del gobernador Diego Velázquez, en que llevaba pan y herramienta y otras cosas a sus minas, y trabajadores, que si algo trajesen le cupiese parte. Partióse, pues, Francisco Hernández, y con tiempo que no le dejó ir a otro cabo, o con voluntad que llevaba a descobrir, fué a dar consigo en tierra no sabida ni hollada de los nuestros, do hay unas salinas en una punta que llamó de las Mujeres, por haber allí torres de piedra con gradas y capillas cubiertas de madera y paja, en que por gentil orden estaban puestos muchos ídolos que parecían mujeres. Maravilláronse los españoles de ver edificio de piedra, que hasta entonces no se había visto, y que la gente se vistiese tan rica y lucidamente, ca tenían camisetas y mantas de algodón, blancas y de colores, plumajes, cercillos, bronchas y joyas de oro y plata, y las mujeres cubiertas pecho y cabeza. No paró allí, sino fuese a otra punta, que llamó de Cotoche, donde andaban unos pescadores, que de miedo o espanto se retiraron en tierra, y que respondían cotohe, cotohe, que quiere decir casa, pensando que les preguntaban por el lugar para ir allá; de aquí se le quedó este nombre al cabo de aquella tierra. Un poco más adelante hallaron ciertos hombres, que, preguntados cómo se llamaba un gran pueblo allí cerca, dijeron tectetan, tectetan, que vale por no te entiendo. Pensaron los españoles que se llamaba así, y, corrompiendo el vocablo, llamaron siempre Yucatán, y nunca se le caerá tal nombradía. Allí se hallaron cruces de latón y palo sobre muertos; de donde arguyen algunos que muchos españoles se fueron a esta tierra cuando la destruición de España hecha por los moros en tiempo del rey don Rodrigo; mas no lo creo, pues no las hay en las islas que nombrado habemos, en alguna de las cuales es necesario, y aun forzoso, tocar antes de

llegar allí, yendo de acá. Cuando hablaré de la isla Acuzamil trataré más largo esto de las cruces. De Yucatán fué Francisco Hernández a Campeche, lugar crecido, que lo nombró Lázaro, por llegar allí domingo de Lázaro. Salió a tierra, tomó amistad con el señor, rescató mantas, plumas, conchas de cangrejos y caracoles, engastados en plata y oro. Diéronle perdices, tórtolas, ánades y gallipavos, liebres, ciervos y otros animales de comer, mucho pan de maiz y frutas. Allegábanse a los españoles; unos les tocaban las barbas, otros la ropa, otros tentaban las espadas, y todos se andaban hechos bobos alrededor dellos. Aquí había un torrejoncillo de piedra cuadrado y gradado, en lo alto del cual estaba un ídolo con dos fieros animales a las ijadas, como que le comían, y una sierpe de cuarenta y siete pies larga, y gorda cuanto un buey, hecha de piedra como el ídolo, que tragaba un león; estaba todo lleno de sangre de hombres sacrificados, según usanza de todas aquellas tierras. De Campeche fué Francisco Hernández de Córdoba a Champotón, pueblo muy grande, cuyo señor se llamaba Mochocoboc, hombre guerrero y esforzado; el cual no dejó rescatar a los españoles, ni les dió presentes ni vitualla como los de Campeche, ni agua, sino a trueco de sangre. Francisco Hernández, por no mostrar cobardía y por saber qué armas y ánimo y destreza tenían aquellos indios bravosos, sacó sus compañeros lo mejor armados que pudo, y marineros que tomasen agua, y ordenó su escuadrón para pelear si no se la consintiesen coger. Mochocoboc, por desviarlos de la mar, que no tuviesen tan cerca la guarida, hizo señas que fuesen detrás de un collado, donde la fuente estaba. Temieron los nuestros de ir allá por ver los indios pintados, cargados de flechas y con semblante de combatir, y mandaron soltar la artillería de los navíos por los espantar. Los indios se maravillaron del fuego y humo y se atordecieron algo del tronido, mas no huyeron; antes arremetie

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