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que se vió obligado á otro rodeo yéndose á Londres, donde los embajadores de España le persiguieron de nuevo.

La carta única escrita á su familia, según informó el Corregidor de la Paz remitiendo copia al Consejo, dice otra cosa y da muestra del estilo que no era vulgar. La trascribo como prenda del conocimiento individual, salvando los errores de la ortografía que tanto como á él cabe atribuir al copista:

<«<Hija: á la gruesa ventura, como dice el vulgo, va esta carta solicitando llegar á tus manos, sin más padrinos que mis deseos ni menos padrastros que mis desgracias. Si tuviese la dicha de que la registren tus ojos, tendrán premio mis amorosos desvelos, y si no conformaréme con la voluntad de Dios, pues sin ella nada se mueve. La noticia de que estoy vivo y con salud (cuando parece imposible), puede aliviar tu cuidado y el de todos los que me tocan, en cuya saludes me encomiendo. El recelo del peligro de moros en las costas de España me condujo de las islas Canarias á Inglaterra, y en su gran corte de Londres he estado desde el Febrero de setenta hasta este de Abril de setenta y uno, en cuyos quince meses los trece he pasado en la cama con varios accidentes, y el principal grave hinchazon de piernas sin dolor (conformado principio de hidropesía); quedo ya en piés y libre de resíduos de lo padecido, pero no de lo gastado, porque no tiene lo caro de esta tierra comparación con ninguna. Al Rector de la Compañía de Jesús de la ciudad y puerto de Cádiz he escrito solicitando saber si en su poder paraban cartas de ese reino ó de Nueva España para mí, y no he tenido respuesta; y por merecerla repito la diligencia y envio ésta, suplicándole que por vía de la Compañía la remita á ese reino.-Saldré de esta corte cuando pueda para Madrid, donde espero en la Divina Majestad alcanzar justicia y quedar victorioso contra la inmensidad de sabandijas que se conjuran para mi ruina, y con el puesto que Dios me diere trataré sólo de irme á descansar lo que restase de vida en tu compañía y la de mis nietos, que por la fé humana creo soy ya abuelo, por juzgar que ni tú serás estéril ni el Sr. D. Jacinto impotente.-El alivio mayor que en esta prolija peregrinación he tenido y tengo, es leer las cartas de mis padres y tuyas y de tu hermana, que esté en el cielo, y con ellas y las dulces memorias que el pensamiento me representa voy pasando, sin que haya golpe de fortuna que pueda perturbar ni alterar mi esforzado corazón, tanto que no sólo el ámbito del pecho, pero el del mundo le parece corto.-La prevención de que se asegure esta noticia, ocasiona no escribir otra carta, porque recelo que el

desvelo de mis enemigos me las extravía, y así cautelo el cuidado.-Besarás la mano de mi padre y señor, y la de mi querida madre y señora en mi nombre, y á mis hermanas y hermanos darás muchos amorosos recaudos, y á cada uno de sus mercedes, y al Sr. D. Jacinto suplicarás tenga ésta por suya, y que en el responderme se observe la misma forma, mientras doy más individuales noticias desde Madrid, de más seguras correspondencias. Adios, hija mía; que te me guarde muchos años como deseo.-Cortes de Londres 20 de Abril de 1671 años.-Tu padre.-Don Diego de Peñalosa Briceño 1.»

La correspondencia del Embajador de España, Conde de Molina 2 informa día por día, á partir de esta, lo que Peñalosa maquinaba dentro del propósito de rehacer su fortuna. Empezó acercándose á los mercaderes interesados en la navegación y comercio de Indias, por los cuales consiguió acceso á la Secretaría del Consejo y de ésta al Ministro lord Arlington, al Príncipe Roberto, al Duque de York y al Rey, en fin. A poco la frecuencia de sus visitas á la Corte, produjeron socorros repetidos con que vivía sobre el país á cambio de noticias, planos, arrumbamientos y memorias en que descubría el estado de fuerza y armamento de las principales plazas de las Indias españolas. Acrecentando hábilmente su espontaneidad porque crecieran al mismo tiempo las liberalidades del Rey de Inglaterra, presentó un plan con el que de la manera más fácil, podía entrarse la ciudad de la Habana; otro para posesionarse de Panamá y dominar el paso de mar á mar, y un tercero con que ocupar la isla de Santo Domingo. A todas estas empresas se ofrecía, respondiendo del éxito y sin inconveniente en que un jefe inglés de confianza llevara el mando superior: á la última se comprometía con que le dieran un solo bajel, yendo <<con despachos fingidos, bandera de España y trajes de nuestra nación.>>

Como el Embajador estuviera al tanto del manejo, hizo algunas gestiones oficiosas y áun pasó nota insinuando la complacencia con que en España se vería salir de los Estados de nación con quien mantenía tan cordiales relaciones un individuo de tan malos antecedentes: más adelante autorizó al Cónsul para que le prestara cierta cantidad, por la cual, con arreglo á las leyes del país, consiguió fuera preso en la Torre de Londres en el momento en que iba á embarcarse para las Antillas inglesas, y estuvo á punto de remitirlo á Flandes bajo partida de registro: fraca

1 Archivo de Indias. Copia de las remitidas.

2 Archivo de Simancas.-Copias idem.

só, no obstante, por el interés manifiesto del Rey, que hizo abonar la suma adeudada, continuó los socorros al emigrado, y áun según se dijo, dispuso embarcación con que pasara á Jamaica, rumor que alarmó grandemente al Conde de Molina.

Ocurrió á este tiempo el ajuste de España y Holanda, que no agradó al gobierno inglés, y nombrado nuevo Embajador el Marqués de Fresno, con sistema opuesto al que seguía su antecesor, no perdió ocasión en la Corte de burlarse de los ofrecimientos de Peñalosa, y de persuadir que no merecía otro concepto que el de ignorante inofensivo, que en Madrid y en Indias se había granjeado, sin dejar por ello de estar á la mira y de aprovechar los periodos de escasez en prometer al aludido recursos con que salir del paso. Surtiera por sí solo efecto el proceder del Embajador, ó llegara como concausa el cambio de la política en Europa, el hecho es que cesando la subvención de la Corte, se vió Peñalosa cercado de acreedores Ꭹ sin esperanza de que la verbosidad le sacara otra vez de la carcel si entraba en ella, eventualidad que le constreñó á solicitar el apoyo que tan de buen grado le habían de dar.

Ofrece este paso segunda carta suya, tan merecedora como la anterior de exposición. Dice:

<«<Señor mío: Las heróicas acciones de V. E. que con repetidos elogios de la fama (entre muchos que hoy gozan insignes ventajas), llenan el orbe de aclamaciones y aumentan en mi firme fé, esperanzas de felicidades á sombra de la protección de V. E., más merecida cuanto menos ha sido solicitada, por no haber llegado el caso, y en este conocimiento, dando á V. E. el culto debido á su real sangre y á lo augusto de su ocupación, rindo las veneraciones que no expreso, por no acumular palabras, y suplico con el rendimiento posible, atienda magnánimo á estos renglones, que igualmente sirven de satisfacción y petición, pues con escribirlos fuera de Inglaterra y sus dominios, caminando para la quietud de un desierto, doy á V. E. y al mundo en general toda la que puedo y la que debo como católico cristiano, como caballero, hijo de algo, y como leal vasallo reconocido y remunerado del Rey nuestro señor (que Dios guarde muchos años), y porque en asunto que merece mayor estimación que olvido, es preciso dilatar el discurso, perdonará lo prolijo V. E., á cuyo singular talento ilustrado con subidos quilates de prudencia, protesto hablar con ingenuidad, sin intención de ofender los sujetos que nombraré, y si tal vez los rasgos de la pluma, por desliz, tocaren algo que parezca ofensivo, lo retracto, porque mi celo y mi estilo, es muy distinto del que

á V. E. han informado, los que ignorando merecer, se acomodan á envidiar.

>>No haber besado la mano de V. E. ni áun alentado la mía en Londres á escribirle, fué más decoroso respeto que desatención, porque estando yo cierto de los siniestros informes que á V. E. hicieron mis émulos, tuve creido que era poner á V. E. en lance de que se faltase á sí mismo escaseándome los honores que por fuero de su grandeza observa V. E. con los caballeros que le obsequian.

1

>>Conociendo (por influjo dichoso del cielo) con acuerdo del honor y consulta del tiempo, que la corte de Cristo es el retiro del mundo, he resuelto darle libelo de repudio y habitar en los bosques, donde la envidia no acierta ni asesta tiro sirviendo á Dios, que de sus maravillas hace la costa para que le sigan los desengañados, y es de fé que fácilmente le halla quien cuidadosamente le busca, porque ninguno convence mejor al error que el arrepentido de errar, y para llegar á Su Divina Majestad, de toda parte se hace camino cierto si acertamos con el camino. >>Referir á V. E. los motivos de haber ido á Inglaterra, las desiguales operaciones de D. Marcos de Oñate 1 (que él llamaba beneficio y yo injuria, porque el beneficio es injuria cuando el modo de hacerle es injurioso), las indignidades del Sr. Conde de Molina, tan ajenas de su nobleza como extrañas de su estado é indebidas á mi confianza y su empleo, ajando mi estimación con desdoro de los méritos de S. E. (que estoy en el sentir de los que saben de punto, no tienen su consistencia en cómo se nace, sino en cómo se obra). Fuera cansar á V. E. con lo mismo que otros habían contado por diversos modos, que cada uno pinta conforme su afecto, y el mundo es mar de opiniones, como lo es de peligros, no siendo menor andar en él la mentira vestida de la púrpura de la verdad, con cuyo disfraz la acomodan en el lugar de á donde despojan á ésta por desnuda.

>>Buen apoyo es, Señor Excmo., un papel que escribí al Conde-Embajador, cuya copia remito á V. E., y creo que no es fuera de propósito en la ocasión presente. Menos apropositadas fueron muchas que el Conde dió á los Ministros ingleses, persuadido (por ventura) á que me descompondría con ellos. Dióme el Conde 250 patacones (50 libras esterlinas), con las circunstancias de otorgar guarentigia escritura á favor del Cónsul y otros requisitos, y para repetirlos por justicia según fueros de Inglaterra, derogando los de Castilla y mis inmunidades, valiese más no

1 El Secretario de la embajada de España.

haberlos dado ó prestado, que es error irreparable contra el crédito de un caballero pedir lo una vez dado, y no es tan grave el error de desacertar como el de persistir con mengua en el desacierto, que si el pretexto (como su señoría dijo) era desengañarse, pudieron, viéndome favorecido contra su indigna indignación, contentarse con el desengaño que sin examinar prudente la sustancia, concibió por la apariencia; pero él tenía al dinero; pagóse al fin, y yo quedé, si desobligado para siempre, más admirado que nunca.

>>Señor: dígame independiente V. E. ¿qué gloria sería para mí engañar al Conde en una tan ratera cantidad, ó á qué fin (si como dijeron me iba á ser cosario) quería despertar las asechanzas de aquel que me prestaba dineros para distinto viaje? Aquí, sin poderme contener, es precisa una exclamación. Plega á la sangre de Cristo que su infinito precio sea para mi condenación, si no tenía apalabrado coche para ir á embarcarme en Dovar el día siguiente al arresto; pero creía el Conde á sabandijas (que no creen) y con la bondad y sencillez que se gobierna no conocía que hay hombres con tabiques y compartimientos en el ánimo, que desmintiendo el sér se trasforman en laberintos de carne y sangre, y abjurando de racionales, se hacen brutos. No extrañe V. E. en mi modo. de sentir el término de hablar, que en pecho ofendido, cada sinrazón son muchas bocas.

>>Soy disculpable, si con espacio y sufrimiento procuré del veneno de las injurias hacer triaca (no hallando otra medicina) para curar mis mortales accidentes. Viéndome, pues, desafuciado en el crítico término de cuarenta meses, sin tener en un abismo de necesidades á qué volver los ojos; empeñadas todas mis alhajas y ropas de vestir exteriores y áun interiores; gravado de otras deudas contraidas para alimentar la penosa vida tan parcamente, que parece me ensayaba para anacoreta; cerradas las veredas del remedio en lo humano, pues no lo era cansar á un Rey extraño pidiendo cada día ayudas de costa, sobre haberme dado S. M. británica (en cuatro meses) mil y setecientos reales de á ocho; quinientos la primera, por mano del Conde de Arlington; ciento la segunda, por la misma; ciento la tercera, por la del Conde de Salisbury, gran Canciller, y un mil la cuarta y última, por oficiales reales de la Corte.

>>Rozar los amigos tampoco era razón, debiendo á D. Enrique Slingesby 250 patacones (que pagó el Conde de Molina, cuando por esta cantidad me hizo restar y arrestar) con más las costas, y otros 50 reales de á ocho que antes me había prestado este caballero. A D. Pedro Coleton no podía ocurrir, porque fuera de deberle cincuenta pesos, estaba ausente.

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