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excedan en el adorno y cultura de sus lenguas, siendo éstas los principales instrumentos de la sociedad humana y pruebas incontestables de estar la razon más ó ménos ilustrada. Yo ciertamente no sé á qué poder atribuirlo, sino á la falsa idea que comunmente se tiene de la verdadera elocuencia. Muchos piensan que hablar perfectamente es usar de ciertos pensamientos que llaman ellos conceptos, debiéndose decir afectados delirios; procurar vestirlos con frasis inventadas, taraceadas éstas de palabras poéticas extranjeras y nuevamente forjadas; multiplicar palabras magníficas sin eleccion ni juicio, y en fin, hablar de manera que lo entiendan pocos, y á veces nadie, y ni áun ellos mismos; y por eso mismo lo admiran muchos ignorantes é idiotas. ¡Oh torpeza de la razon humana! ¡hasta dónde llegas! ¿No es así que se inventó el lenguaje para representar á los oyentes con la mayor viveza una clarísima idea de lo que la mente esconde? Pues ¿qué locucion mejor que la que más bien explica nuestros más ocultos pensamientos? A este fin no conduce mendigar obscuros vocablos buscados con diligencia, ó en las obras poéticas de nuestros tiempos, ó en los diccionarios extraños, ó en el capricho propio. Las palabras comunes, aunque no vulgares, propiamente aplicadas ó decorosamente traspuestas á la materia sujeta, éstas son las Voces de que la oracion se compone. Y que esto sea así, ma

nifiestamente se convence.

Si preguntamos á los mismos que estudiosamente afectan un tan extraño lenguaje cuáles han sido los príncipes de la elocuencia española, el uno dirá (y con razon) que el venerable padre Fray Luis de Granada, el otro (y bien) que el padre Pedro de Ribadeneira, el otro (si se inclina más á la moderna elocuencia) que el padre Antonio de Vieira, para que pongamos ejemplo en autor que haya escrito en portugues y castellano. Ahora bien, sea uno de los príncipes de nuestra lengua el que cada uno quiera, con tal que sea

de aquellos cuyo decir haya sido universalmente aprobado. Cada cual abunde en su sentir. Solamente deseo que me res→ pondais á esto. Si es así lo que decis, ¿cómo no procurais imitar á esos mismos? O si acaso sois muy ambiciosos de gloria, ¿cómo no trabajais en excederlos, alargando el paso por aquel camino que allanaron ellos? ¿Hay alguna cláusula de cuantas han escrito esos insignes varones que necesite de intérpretes? No por cierto. Tan léjos están de incurrir en la menor obscuridad, que me persuado que muchos no los quieren imitar, porque sólo aman el estilo que necesita de tener un letor ingenioso. Infiero de esto que los sectarios de ese afectadísimo estilo, ó no han llegado á concebir la verdadera idea de la elocuencia, ó erradamente se inclinan á una verbosa algarabía. En fe de los hombres juiciosos, públicamente confiesan que son elocuentes los que poco há nombramos, y como ven que todos los juzgan constantemente por tales, no se atreven á manifestar su sentir opuesto para que no los tengan por hombres de juicio leve. Pero su mismo estilo persuade que ellos lo menos que piensan es en imitarlos. Y así, á la leccion de aquellos y de algunos más que los ayudaria á formar un juicioso, eficaz y agradable estilo, prefieren otros con quienes su juicio niñea, ó por mejor decir, estudiosamente delira. De ahí se sigue la formacion de un estilo mucho más absurdo que aquel que imitan. Los grandes progresos que así se hacen, mejor que yo los dirá el discretísimo padre Pedro Juan Perpiñan, de quien sériamente decia Marco Antonio Mureto, primer ora‚dor de su siglo, que de su boca, como de la de otro Nestor, salia una oracion más dulce que la misma miel. Este jesuita, pues, en una de sus oraciones, dice que habiéndose propuesto imitar en sus primeros años (por la poco diestra direccion de sus indiscretos maestros, ¡ cuántos de éstos hay!) algunos malos artífices del bien decir, cuanto más trabajaba se alejaba más de su deseado fin, hasta que reconociendo

sériamente que el que corre más por el camino errado es el que se adelanta ménos hácia donde se debe ir, siguió el trillado y único de imitar á Tulio, y así llegó á ser en muy pocos años un Ciceron cristiano.

Pues ¿qué haceis, señores, que no seguis aquellas venerables pisadas que para memoria eterna de su admirable sabiduría nos han dejado impresas los más elocuentes españoles?

En el estilo familiar (ademas de las epístolas históricas del bachiller Fernan Gomez de Ciudad Real, que feamente adulteró Don Antonio de Vera y Zúñiga, conde de la Roca, imitando los antiguos caractéres y la impresion de Búrgos del año mil cuatrocientos noventa y nueve, y ademas tambien de las ingeniosas de Hernando del Pulgar, de las eruditísimas, así del bachiller Rhua como del doctor y canónigo de Toledo Juan de Vergara, y de las sábias y utilísimas cartas pastorales de aquel virtuosísimo y prudentísimo prelado el patriarca de Antioquía y arzobispo de Valencia Don Juan de Ribera, de inmortal memoria) tenemos, entre otras muchas que publiqué, las serio-burlescas de Don Francisco de Quevedo Villegas, las juiciosas y graves de Don Nicolás Antonio, las doctas de Don Juan Lúcas Cortés, las discretas de Don Antonio de Solís, y las eruditas y elocuentes de Don Manuel Martí, dean de Alicante, y singular esplendor de la elocuencia española, latina y griega.

En la ficcion entretenida, ó bien se llame jocosidad milesia, que es un género de narracion fabulosa que pide ménos gravedad y más arte en deleitar que la verdadera ó histórica, tenemos á Miguel de Cervantes Saavedra y á Don Francisco de Quevedo, que en mi opinion se aventajaron, el primero á Heliodoro en la eutrapelía y en la pureza y suavidad de estilo, y el segundo á Apuleyo en el ingenio, gracia y facundia.

En el estilo filosófico, que es el propio de los hombres

juiciosos y bien enseñados, tenemos á los tres grandes maestros (así se llamaban ántes los que ahora doctores, aunque haya pocos que merezcan tan honroso nombre) Alexio Venegas, que por su gran dotrina y erudicion vastísima, profana y sagrada, fué justamente celebrado como español Varron; á Fernan Perez de Oliva, que fué en su tiempo un Marco Tulio, de tan elegante estilo que áun hoy admira; á Pedro Ciruelo, impugnador acérrimo de las supersticiones del vulgo, y acercándonos más á nuestros tiempos, á Antonio Lopez de Vega, que en el ingenio parece un Séneça y en el decir le excede, manifestando al mismo tiempo un genio tan placentero, que pudo lograr que un moderno Demócrito hiciese conversable, congenial y menos querelloso á otro nuevo Heráclito. Fuera de lo cual tiene este gran filósofo moral, aunque poco conocido, la prerogativa de que su estilo es muy emendado, perfeccion que han logrado muy pocos españoles, porque es rarísimo el que sabe la gramática de su propia lengua. Y no es mucho, pues no hay gramática buena que poder estudiar ; y haber de observar en todo, ó la analogía de la lengua, ó la costumbre de hablar, ó la uniforme y constante autoridad de los más elocuentes, es para muy pocos.

Pero dejando esto para otra ocasion, ¿quién hay que sea tan poco leido que ignore hasta dónde hemos llegado en el estilo histórico? Don Diego de Mendoza compitió con César en la pureza, facilidad y elegancia. Pero su Guerra de Granada. debe leerse como él la escribió. Quiera Dios que algun dia la publique yo cotejada con los manuscritos que tengo para este fin. El maestro Fray Juan Marquez en su Gobernador christiano, si solamente se lee en las Vidas de Moisés y Josué, las cuales están artificiosamente separadas, sirviendo como de texto á sus excelentes discursos morales y políticos, nos dejó una idea nobilísima de la perfeta historia por el juicio, arte, singular propiedad y dulzura con

que escribió. Fray Diego de Yepes, obispo de Tarazona, fué tan puro español como Cornelio Nepote fué latino, y dió á sus escritos mucha mayor eficacia. La vida que publicó de Santa Teresa de Jesus está escrita con gran espíritu y pureza de estilo. El maestro Cano, hombre de severo pero de justísimo juicio, gravemente se dolia de que los filósofos gentiles hubiesen logrado historiadores más hábiles que los héroes cristianos. Dióse por entendido el padre Pedro de Ribadeneira, y publicó las vidas de los santos con suave, ameno, y elegantísimo estilo. Despues escribió el licenciado Luis Muñoz, de castizo, dulce y agradable decir, en cuyas partes no cede á Suetonio Tranquilo.

Hablo sólo del estilo, no de lo sustancial de la historia, porque si hubiésemos de hacer anatomía de ella, en tal caso diria que en lo que toca á la descripcion de las personas me parece Hernando del Pulgar en sus Claros varones un Veleyo Patérculo, al cual excedió en pintar con sus vicios tan al vivo á los hombres principales, que entónces vivian, como si fuesen muertos y no tuviesen parientes! Y si considerásemos los enlaces de unas personas con otras, quiero decir, las genealogías, diria yo que el licenciado Argote de Molina en esta parte de la historia fué tan feliz, que supo escribir con verdad, que es el mayor elogio que le podria dar; y que Don Josef de Pellicer fué tan lleno en este género de noticias, que justamente mereció el nombre de Príncipe de los genealogistas de España, y por eso alguno hizo estudio de recoger sus obras, impresas y manuscritas, para lucirse con ellas. En lo que toca á la descripcion de los lugares de nuestro Continente, añadiria yo que el maestro Florian Ocampo fué el Estrabon, el segundo Mela, el Plinio de España. Ni me faltaria qué decir de la distincion de tiempos, pues el padre Juan de Mariana dió nueva luz á la computacion de los años árabes, Don Josef de Pellicer á toda la cronología, y finalmente diria yo que el Marqués de Mondé.

Jar

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