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bien el autor de las Helvianas. Puede conocer leyes para la conservacion del universo, pero en vano las buscaria para su creacion.

«Si se derrama agua sobre esta masa, en cantidad poco consi«derable, sucede una combustion general en la superficie del «potassium, de la que resultan una muchedumbre de grietas y << elevaciones, comparables con los grandes valles y cadenas de << montañas que surcan la tierra. » Pero las magníficas descripciones de la creacion que los Libros santos nos hacen en diferentes pasajes, en ninguna manera concuerdan con la idea de una semejante conflagracion en el globo terrestre. ¿Dónde está su necesidad? Aquel que ha dicho: Que la luz sea, y ha producido en el mismo instante la luz, ¿no habrá podido levantar una montaña, ó ahondar un valle por el solo acto de su voluntad? Nada nos indica que en los primeros dias de la creacion, Dios se haya servido de agentes naturales como ministros de sus voluntades, y que haya empleado el fuego para dar la última forma á la tierra. Ordenó simplemente á las aguas que se retirasen, y al momento la superficie del globo tomó la configuracion necesaria para recibir las aguas en su seno.

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<< Entre tanto, continúa Mr. Ampère, la tierra se erizaba de mas «y mas montañas, formadas de las prominencias de la corteza, <«<levantada y hundida en todas las direcciones. Habiéndose, por «fin, despues de un nuevo resfriamiento, formado un nuevo mar, << ya este no volvió á cubrir enteramente la superficie del núcleo «sólido; y aparecieron algunas islas sobre las aguas: Apparuit «arida, dice Moisés.» No, Moisés no se expresa así. Su autoridad en ninguna manera sanciona estas teorías. El mar que huia á la voz del Omniponente, para dejar secar los continentes, no era un mar nuevo, formado, no se sabe cómo, despues de un vasto incendio. Era el mismo mar criado desde el principio, y bajo del cual habia estado sepultada la tierra hasta el dia tercero. El lenguaje del sagrado escritor es claro tocante á esto. Este mar, retirándose, no solamente dejó descubiertas algunas islas, sino que tambien todos los continentes destinados á la habitacion del hombre. La retirada de las aguas fue efecto de un mandamiento, y no de una accion química; y la Vulgata no dice apparuit arida, como

supone Mr. Ampère, sino en el imperativo appareat arida 1; expresion muy diferente que aparta de nosotros toda idea de una causa natural, para no mostrarnos sino la palabra misteriosa que todo lo puede, que obra todo lo que significa, todo lo que quiere aquel de quien sale.

<< Aparezca árida la tierra;» á este mandamiento la capa supepior del globo, agitada por un instante, si es posible distinguir aquí los instantes, agitada como el mar cuando un viento benigno levanta un poco sus ondas, y no hace sino rizar ligeramente su superficie, es cubierta de ondulaciones que forman las montañas y valles, y abren receptáculos para el Océano. David en su salmo sobre la creacion parece describirnos este movimiento, cuando dice: «Las montañas se levantan, las campiñas se abajan, «y las aguas se escurren en los lugares que Vos les habeis des<< tinado.» Ascendunt montes, et descendunt campi in locum quem fundasti eis. Todo sucede aquí con prontitud, órden y dulzura; y no vemos, en verdad, por qué se ha de buscar con tanto ahinco como elevar las montañas, cuando se sabe que un poco de fe bastaria para transportarlas de un lugar á otro. El Criador es el dueño de su materia; él la dispone sin esfuerzos segun sus designios la violencia prueba la debilidad; todo es ordenado con calma y regularidad en este mundo primitivo. Nada se presenta bajo formas desagradables; nada de fraccionamientos profundos, ni de espantosos precipicios; ninguna señal de catástrofe; todo es risueño y agradable; es la obra de la soberana sabiduría, y la morada destinada al hombre inocente.

Así, pues, observando esto de paso, este mundo antiguo no es el mundo que vemos hoy dia, en el que se dejan ver tantos destrozos, y nos afligen tantos desórdenes físicos. Seria imposible, sin duda, formar ninguna conjetura plausible sobre el aspecto y dis

Despues de estas palabras, los Setenta añaden, es verdad, apparuit arida; pero esto no es mas que una repeticion parecida á aquella que se halla en muchos pasajes del mismo capítulo: Fiat lux, et lux facta est; germinet terra... et protulit terra, etc.

2 Psalm. cm.

3 Si habueritis fidem... dicetis monti huic: Transi hinc illuc; et transibit. (Matth., XVII).

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posicion de la tierra, en el momento en que salió de las manos del Criador; pero puede creerse que era muy diferente, en su figura, extension y bienes que producia al hombre en el estado de inocencia, de esta tierra maldita 1, que posee el hombre caido. Si damos una mirada al mapamundi, ¿qué verémos? las tres cuartas partes de su superficie cubiertas por las aguas; un inmenso intervalo que separa dos continentes; sus figuras llenas de irregularidades; desiertos inhabitables, áridos arenales, una buena parte de las mismas aguas eternamente congelada, numerosas islas que parecen haber sido separadas con violencia, y que son como perdidas en la inmensidad del Océano. ¡ Y seria esta la morada que el Señor habia preparado á su tan amada criatura, que él se hubiera complacido en embellecer; en que habia visto que todo era bueno 2, y en la cual, por fin, debia el hombre pasar una vida feliz é inmortal! No, todo lleva la señal de las terribles revoluciones que han desordenado, dividido, y desfigurado esta bella obra.

Examinaremos despues á qué épocas del mundo es preciso referir esas revoluciones; pero ahora debemos contentarnos con observar que, hasta el dia tercero de la creacion, ninguna explosion volcánica, ninguna reaccion química, ninguna señal de accidente violento se manifiesta en los continentes desde entonces constituidos en el estado en que hubieran debido permanecer definitivamente; que todo sucede en ellos con peso y medida, y es dirigido por una accion tan sábia como poderosa, que nada deja al azar, que ejecuta un plan preconcebido, que mide el volúmen, altura y situacion de cada montaña: Libravit in pondere montes, et colles in statera3; que ordena el número de los rios y sus diversas direcciones, la figura y extension de los continentes, el curso de las estaciones, y por fin los mismos límites de la habitacion de cada pueblo: Definiens statuta tempora, et terminos habitationis eorum. ¿Es para apartar de sí el consolador pensamiento de una Providencia que tanto cuida del hombre, y que todo lo diri

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ge con tan exacta escrupulosidad, porque los geólogos hacen depender del azar, volcanes, y catástrofes de toda especie, la formacion y coordinacion de nuestra morada?

La ciencia moderna hace estudio de no remontar mas arriba de la materia, y guardarse pura de todo milagro. Á esta grande pureza es á lo que aspira sobre todo con ardor. Pero, haga lo que quiera, siempre hallará al cabo de sus investigaciones algun obstáculo que la detiene, y que le hace ver la impotencia de los agentes naturales para explicarle los últimos secretos del universo. Querria persuadirse que no existen ahora las fuerzas que obraban en otro tiempo sobre la naturaleza; que esta se ha agotado, que sus leyes han cambiado: ¡ vanas imaginaciones! La naturaleza es siempre la misma, y en todos los tiempos ha sido preciso recurrir á una intervencion sobrenatural, ora para la organizacion del mundo y su conservacion, ora para estas grandes catástrofes que han sido enviadas para su castigo. En todos los tiempos ha sido necesario reconocer que los seres contingentes no hallaban en sí mismos la causa de su existencia; que el movimiento no habia nacido sin un primer motor; que la tendencia de este movimiento hácia un objeto determinado revelaba la existencia de un regulador inteligente. «Un punto en reposo, dice Laplace, ningun movi«miento puede darse, pues no incluye en sí mismo razon para mo<«< verse en un sentido mas bien que en otro 1;» y no obstante este punto se ha movido, y ha tomado una direccion determinada, aunque no pudiese moverse por sí mismo. ¿De qué parte le ha venido el poder de moverse? Hé aquí un fenómeno seguramente muy vulgar. ¿Lo explicarémos sin el auxilio de una causa diferente de todas las causas de la naturaleza? ¿sin un principio inmaterial, activo, inteligente, sobrenatural, criador de todas las causas segundas del universo, que da la vida, el movimiento y el ser á todas las cosas? Pero hénos aquí con un milagro; nos era posible sustraernos? El movimiento de un punto es quien nos ha conducido á él.

1 Sistema del mundo.

CAPÍTULO VI.

CONTINUACION DEL DIA TERCERO.

LOS VEGETALES.

Reino vegetal. — Admirable organizacion de las semillas y de las plantas. — Perfeccion primitiva y degeneracion de los vegetales. - Errores de Buffon sobre esta materia. - Sus singulares ideas tocante al trigo primitivo. — Investigaciones de los sábios no menos singulares respecto de la anterioridad de los vegetales. Inutilidad de las teorías químicas para explicarla.- El simple buen sentido preferible á estas teorías. Estado de la tierra al fin del tercer dia.

Continuemos examinando la obra del tercer dia. Esta tierra árida va á revestirse de risueños adornos; cubriráse de toda especie de árboles, plantas y flores; y este desierto, tan triste por un instante, presentará de repente el aspecto de un delicioso jardin. Un nuevo mandamiento obrará ese prodigio: «Produzca la tierra << yerba con semilla, y árboles frutales.» Estos son los elementos existentes que suministran actualmente al Criador la materia de los cuerpos organizados. De la tierra y el agua salen, por órden divina, las producciones del reino vegetal y animal. Y si, en estos dos reinos, el Criador cesa de ejercer el mas grande acto de su omnipotencia, haciendo salir al ser de la nada; nos hace mas sensible esta omnipotencia acercándonosla mas, y poniéndola en alguna manera á nuestra consideracion en la maravilla de la organizacion de los cuerpos.

La tierra, pues, produjo yerba, plantas y árboles que contenian su semilla en sí mismos; ¡ qué prodigio! ¡Un solo grano tiene la virtud de propagar indefinidamente su especie; puede llenar de frutos al mundo entero! Estos no son nuevas creaciones, sino desarrollos sucesivos. Esta encina que nacerá de aquí á mil

⚫ Germinet terra. (Gen.).

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