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manencia de las aguas durante un año sobre las tierras habitables, bastarian para afirmarme en mi teoría, y para atribuir el terreno de transporte de que voy á dar una idea, á una catástrofe menor, pero general, aunque no universal.

El terreno debido á la inundacion de Josué se encuentra sobre las costas occidentales de la Australia, de la América, de África y de Europa. Obsérvase tambien sobre la costa Norte de Europa y del Asia, al que el repentino derretimiento de los hielos polares debió tambien contribuir. Hase notado en la costa Sud del Asia, que el inmenso océano Pacífico debió invadirla con violencia para conducir sus olas hasta á las llanuras de la Siberia, en donde arrojaron los cadáveres sin número de elefantes, de rinocerontes y de mammuts, de que hablaron Pallas y Gmelin. Uno de estos últimos animales, cogido en un enorme témpano, fue rechazado en la avenida de un rio, y tenia la carne tan bien conservada que, en una gran caza tártara, hubo perros que pudieron comerla.

Este terreno de transporte es parecido á los primeros terrenos de transicion, de los que no se diferencia sino por ser menos universal, y en que, habiendo quedado en la superficie, no ha sufrido la accion petrificante ó la modificacion que produce ordinariamente el calor unido á la presion. Compónese de cantos rodados, que por lo mismo no han podido ser transformados en pudingos, de casquijos, y de arenas que no han experimentado ninguna transformacion. Encuéntrase en él muy poca arcilla, mas á menudo limo como en el Norte del Asia y de la América, algunas aglomeraciones de calcárea, y en otro tiempo un cimiento silíceo.

Muchas veces se ve que este terreno llena cavernas, en las cuales ha cubierto, en todo ó en parte, cantidades inmensas de osamentas de animales terrestres que las olas arrastraron de los países sobre los cuales pasaron. El engullimiento de la Atlántida explica el transporte de los animales de los trópicos hasta á cavernas de Inglaterra, mezclados con animales del país; los cráneos humanos de la raza malaya en las cavernas del Mediodía de la Francia, de la Italia occidental, y hasta en Austria, en medio de toda clase de animales, de fragmentos de vidriado, etc... Las brechas huesosas y que contienen conchas las cuales encierra este terreno ordinariamente tienen por cimiento una materia calcárea algu

nas veces fuertemente silicácea. No le faltó una roca de derrame para dar á conocer mejor la analogía de la causa de aquella inundacion con la del gran diluvio, pues las lavas de Auvernia son de este número. Ellas cubren esta última formacion geológica, y sepultaron, debajo de Boutaresse, casquijo que contenia una tabla trabajada á golpes de hacha.

A aquella época pueden atribuirse los lagos salados de la Tartaria y del Tibet, las incrustaciones salinas y los mares de agua У salada del desierto de Saarah; el bosque submarino de la Rochela, los bosques sepultados de Lincoln, de Yorck, de Bruges, de la Frisia; los peñascos aislados de la Rusia y de todos los países del mundo, peñascos que descansan, léjos del lugar de su orígen, sobre todos los terrenos diluvianos, y que pertenecen no solamente á los granitos, sino tambien á las diversas calcáreas diluvianas; aquellos pedruscos errantes que Dolomieu, Deluc de Buch, Brongniart, Hermann, Razoumovski, de Humboldt, estudiaron y describieron. Estos pedruscos, es menester decirlo aquí, desesperan á los geólogos, y subsisten para confundir la ciencia, por la cual permanecerán sin explicar hasta tanto que admita no solamente el diluvio de Moisés, sí que tambien los sacudimientos terrestres y la inundacion acaecidos en tiempo de Josué.

Podemos, pues, en mi concepto, admitir sin temeridad un diluvio parcial, en tiempo de Josué, acompañado de levantamientos, de hundimientos y de convulsiones de la superficie terrestre. La geología encuentra en esta segunda catástrofe un complemento indispensable. Todos los accidentes de terreno, como interrupciones de vetas, diques, ondulaciones, etc..., aquellos que principalmente se observan en los terrenos ullosos, si le son atribuidos, se explican perfectamente, así como la última modificacion de las tierras desecadas, ya en sus formas, ya en sus relaciones.

No basta decir, para rechazar mi aserto, que la catástrofe del globo en tiempo de Josué, cerca de ochocientos años despues del gran cataclismo, no está confirmada por la historia; se ha visto que esto no es enteramente cierto, y las pruebas geológicas subsisten. Pero, si se quiere absolutamente que yo dé este hecho como una hipótesis, ¡bien! consiento en ello, y diré que á lo menos hay una diferencia inmensa entre esta hipótesis y las de la ciencia

moderna. ¡Qué hipóteses, en efecto, son aquellas de las innumerables catástrofes que modificaron la superficie de la tierra millares ó millones de años antes de la aparicion del hombre, antes de nacer la historia! ¡Qué hipóteses aquellas de las formaciones geológicas de la escuela moderna, ó mas bien qué fábula ininteligible y que no puede, á pesar de su audacia, explicar todos los hechos! Hipótesis por hipótesis, creo en el cataclismo parcial de Josué como última causa geológica general, como necesidad de la ciencia, que halla su principio y su sancion en la Biblia, puesto que la detencion del movimiento diurno de la tierra no puede tener lugar sin que haya un desbordamiento parcial de los mares, convulsiones del globo, etc.

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CAPÍTULO VII.

FINAL DEL UNIVERSO.

Todo lo que ha tenido un principio debe tener un fin. He hecho que el lector asistiese al nacimiento del universo; debo ahora decirle una palabra sobre su final. Lo debo con tanta mas razon cuanto los sábios modernos parece han tomado con empeño callar la gran catástrofe final, ó mas bien hacer olvidar su imperecedera tradicion. Una de las mayores desdichas de la humanidad es el tan frecuente y deplorable olvido de las amenazas que Dios, en su misericordia, hace á los hombres que menosprecian su ley y su justicia.

¿Es posible despreciar la idea de Dios en todos los sucesos de este mundo? Arrojados por algunos momentos sobre la movediza costra de un globo como perdido en el espacio, viviendo en medio de las ruinas de un mundo que se usa como un vestido, ¡ deberian ni por un instante olvidar aquella formidable eternidad hácia la cual nos precipita fatalmente cada dia de nuestra vida! Sí, cada dia, cada hora tambien es un paso de hecho en este corto y desgraciado viaje; todo es arrastrado por el torrente de las edades, todo lo destruye el tiempo, todo, en fin, es devorado por la muerte. Lo vemos, lo sentimos, lo experimentamos, y sin embargo lo olvidamos. «Todo pasa con nosotros y como nosotros, dice << Massillon; una rapidez que nada es capaz de detener lo arras<< tra todo á los abismos de la eternidad: ayer nuestros abuelos nos << abrieron el camino, y mañana lo abrirémos á los que vendrán << despues de nosotros. Las edades se renuevan, la figura del mun<< do pasa sin cesar, los muertos y los vivos se reemplazan y se << suceden continuamente; nada es permanente; todo cambia, to«do se gasta, todo se extingue. Solo Dios subsiste siempre el mis«mo; el torrente de los siglos que arrastra á todos los hombres

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