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trataba de asaltarla, tuvieron los capitanes sitiadores por mas acertado tomarla por arte que por fuerza y perdiendo gente; en lo cual siguieron sin duda el consejo de Navarro, que muy confiado en su industria se encargó de ejecutarlo.

Entoldó al intento una barca, cubriéndola con fuertes maderos que á los que fuesen dentro resguardára de los tiros de los franceses puestos en lo alto de la torre. Metióse á su tiempo en ella con veinte ballesteros y otros tantos escopeteros, y con otros cuarenta bien armados dispuso que el capitan Martin Gomez, que ya se señaló en Cefalonia, entrase en una barca descubierta. Un dia, cuando todo estuvo ordenado, salieron del puerto las dos barcas una hora antes de anochecer, y con gran disimulo y al remo navegaron en direccion opuesta á la torre. Cambiando de rumbo tan luego como obscureció, acercóse á ella Navarro con su barca y gran silencio, por donde la artillería habia derribado un buen pedazo del muro. A la cabeza de su gente comenzó á salir por allí en tanto que Martin Gomez con la suya y no menor arrojo vencia por el lado opuesto los obstáculos que se le presentaban: y tan buena mano se dieron los dos, pero especialmente Navarro, que al llegar Martin Gomez al patio de la torre, ya estaba aquel preparando reparos no solo contra los que desde lo alto de ella les tiraban, sino contra los que desde el Castel-nuovo que dominaba el patio les ofendian á des cubierto.

La trinchera que al intento hicieron, les puso muy luego en estado de poder ellos tirar á los que para ofenderles se asomasen á la torre: lo mejor sin embargo fué que como los que la guarnecian, oyeron distintamente el golpeo de los picos y azadones de los que trabajaban en

la trinchera, se amedrentaron creyendo que los minaban y que iban á ser volados. Prevenido Navarro de que querian rendirse, convinieron en que si en aquella noche y hasta el medio dia siguiente no los socorrian del Castelnuovo, entregarian la torre sin otra condicion que la de salvar sus personas; cuyo término pasado sin recibir socorro alguno, salieron los defensores y se retiraron al castillo dejando á Navarro dueño de la torre en el dia 28 de mayo (1).

Terminada con tanto arrojo esta empresa, siguió Navarro con mayor fervor la de Castel-nuovo. A la mucha artillería con que antes la combatia por varias partes, agregó las cuatro piezas que acababa de tomar á los franceses, colocándolas en lo alto de la torre. En seguida y para que el combate fuera mas terrible y decisivo, comenzó á cavar las minas que tanto espanto ponian en sus enemigos, poco diestros todavia, por no ser vieja la invencion, en el arte de las contraminas (2). Una de ellas parece fué órden expresa del Gran Capitan que se abriera debajo del almacen ó Casa de la municion del mismo castillo: lo cual obedecido Ꭹ concluidas las otras minas, Navarro siguiendo su sistema, las hinchió de muchos barriles de pólvora, y junto con eso las hizo cerrar de un fuerte muro y pared espesa (3)

Cuando ya todo estuvo á punto para el asalto, le señaló el Gran Capitan para el 12 de junio. Reunida en aquel dia la infantería española con mucho aparato de es

(4) El Cura de los Palacios, cap. 180.-Crónica, cap. 84.-Zurita, lib. 5, cap. 34.

(2) Guicciardini, lib. 6, pág. 150: i modi nuovi dell'offese perche non sono ancora iscogitati i modi delle difese.

(3) Crónica, cap. 86.-Zurita, ibi.

calas y gran ruido de trompetas, se encaminó resuelta al castillo. Sus defensores que lo observaban y no sabian que era un ataque fingido, se adelantaron animosos á rechazarle. Era eso lo que Navarro buscaba. Dada la señal convenida y retirada con gran concierto su gente, se dió fuego á la mina de la Casa de municion, con tal efecto que no solo voló un lienzo del adarve de la ciudadela, sino la misma casa con los reparos dentro dispuestos para su defensa. Entonces el animoso Navarro que aquel momento espiaba, poniéndose á la cabeza de dos compañías de infantería, y presenciándolo desde sus torres y azoteas las damas y caballeros, todos los curiosos en fin de Nápoles, arremetió el primero por el adarve arriba con tanta furia que lanzó de él á los que le defendian. Acometió en seguida á los que estaban en la ciudadela. Resistiéronse con grandisimo esfuerzo, pero no pudiendo soportar el de Navarro y los suyos se retiraron con precipitacion al castillo por el puente levadizo de la Puerta Real. Tal fué sin embargo el impetu de Navarro y de la gente que le seguia, que entrando por el puente mezclados con los franceses, rompieron sus cuerdas y cadenas para que no le alzasen, y quedaron con eso dueños de la ciudadela y de cuantos muros y torres se acababan de labrar para su defensa.

Los sitiados que en aquel lance no murieron se refugiaron como pudieron al castillo: su diligencia sin embargo en cerrar las puertas, de nada les aprovechó ; porque Navarro y sus soldados los embistieron como lo habian hecho en el puente. Ganaron al instante el rebellin, y por otro puente que desde él y la ciudadela daba paso á la torre llamada del Oro, se dirigieron contra esta nuestros atrevidos soldados. Guiábalos como siempre Na

varro, que arrimándose á la torre, empleó para acabar con sus valientes defensores la pólvora y otros artificios de fuego, dándose tan buena maña que una parte de los suyos la entró por fuerza de armas, otra por las estancias que servian de escribanía y tesorería, y otra ayudándose de las picas, por una ventana que quedó abierta, y la artilleria acabó de arruinar.

Ya no faltaba mas que apoderarse del castillo. Para lograrlo Navarro, tomada que fué la torre, se situó á sus puertas con algunos capitanes y bastante gente. Todos entónces con él y como á porfia con hachas, picas y otros ingenios se esforzaban en romper las puertas en tanto que la guarnicion con piedras, pólvora, cal y aceite hirviendo se defendian vigorosamente. Una hora se combatió allí con el mayor denuedo, hasta que los defensores acosados á un tiempo desde la torre del Oro, y sus ventanas y escribanía ó sea contaduría, desde las mismas puertas del castillo y de todas partes en fin, con la artillería y todo género de ofensas, decayéndoles el ánimo, hubieron de pedir partido. Estando cerca el Gran Capitan, cesó de una y otra parte el combate y se comenzó á tratar de las condiciones de la rendicion; mas mientras que se discutian los españoles que estaban en la torre del Oro y sus estancias, obstinados en abrir las puertas del castillo volvieron á combatirle con la artillería, y algunos lograron penetrar en él por la Puerta Real. No se estuvieron quietos los defensores, sino que con su pólvora y artificios de fuego abrasaron á mas de cincuenta, cuya mitad casi murió, quedando los otros muy lisiados Y estropeados: lo cual visto por los demás españoles se embravecieron de tal modo que entrando con grande impetu en el castillo se rindieron los franceses á discrecion. En se

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guida quitadas las defensas entraron tambien Pedro Navarro, Nuño de Ocampo y otros capitanes con la infantería en ordenada formacion, y saquearon á su salvo el castillo, obtenida para ello la mas completa autorizacion del Gran Capitan (1).

En tan famosa jornada que duró dos horas y en la que no solo toda Nápoles que lo vió, sino los mismos españoles se admiraron de haber ganado en tan breve espacio una ciudadela y castillo guardados por ochocientos hombres; el primer papel despues del General, le representó Pedro Navarro. Siguióle Nuño de Ocampo, á quien el Gran Capitan entendiendo que el que por ganar á Castel-nuovo se expuso á tanto peligro, se expondria al mismo ó á mayor por defenderle, le confirió su tenencia, mandando para dar á Navarro una muestra de aprecio, que en el castillo quedára de guarnicion su compañía, que pasaba por la de mas escogidos y valientes soldados del ejército (2). Entre los soldados y tantos otros valientes que en aquella ocasion se distinguieron, merece una especial mencion de los historiadores Juan Pelaez de Berrio, natural de Jaen, y uno de los pajes ó gentiles-hombres del Gran Capitan. Fué el primero segun unos, que entró en el castillo seguido de solos tres soldados, y peleó con tanto ánimo que, aunque recibió siete heridas y le llevaron un dedo de la mano, perseveró haciendo rostro á los enemigos hasta que llegando mas gente los hizo retroceder (3). Cuentan otros que, llegando al tiempo que los franceses

(1) Zurita, lib. 5, cap. 34, cuya narracion aunque algo confusa hemos seguido por parecernos mas metódica que la de la Crónica del Gran Capitan.

(2) Zurita, ibi.

(3) Ibid.

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