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Agosto.

aquella noche, que no durmieron, sino haciendo danzas é bailes.

Allegados los navíos al puerto de Nápoles mártes, que se contaron 12 de agosto, luego otro dia miércoles desembarcaron todos los caballos, y dieron sus aposentos á los hom bres de armas y ginetes dentro de la cibdad, donde eran muy bien proveidos de todo lo necesario por sus dineros, é ansi era tanto el tráfago y multitud de la gente que habia en la cibdad, que era cosa maravillosa. En este tiempo vino nueva de muy cierto quel Papa

era muerto, ó que estaba para ello, y
ello, y dende
á pocos dias se supo que habia estado en con
clave con los cardenales y con el embajador
de España, y como aquellos dias el Papa no
paresció, pensaron y echaron fama en Roma
que estaba enfermo, y junto con esto se sonó
que eran paces entre el Rey de Francia y el
Papa, porque el Rey nuestro señor habia en-
tendido de los concertar; de las cuales nue-
vas fué sin comparacion el alegría que la gen-
te tomó, y mas el conde Pedro Navarro, y
con estas nuevas jámas sosegaba, sino de la
isla á Nápoles al visorey, y de la isla de Ca-
pri á la isla de Próxita, donde estaba la in-
fantería que habia ido de España con Carva-
jal, y de esta manera nunca sosegaba.

Como á la sazon, que vino nueva de paz, el conde se hallase en Nápoles con mas gozo que se puede decir, se va para la isla de Capri, y sábado que se contaron 23 de agosto,

mandó juntar todos los coroneles y capitanes y toda la mas de la gente en un monesterio que está en la misma isla, de órden de San Francisco, y dijoles: Señores y hermanos mios, quiéroos hacer saber unas nuevas de las cuales holgareis todos, y son que el Rey nuestro señor ha concertado al Papa y al Rey de Francia, ansí que ha placido á nuestro Señor de me oir, porque no es otro mi deseo ni pensamiento, sino de hacer guerra á los enemigos de nuestra fé, y no ir contra cristianos, de manera que como yo haya suplicado muchas veces al Rey mi señor, que no habiendo nescesidad acá de mi, me dejase ir en Berbería, y por mucha importunidad me ha dado licencia que en estos tres meses primeros yo haga lo que me parezca; ansimismo me manda proveer de vituallas, y no como hasta aquí, sino muy abundosamen te, y mándame dar hombres de armas y ginetes los que hubiese menester: por tanto os ruego que todos os esforceis y esteis muy alegres y aparejados para cuando os llamáre, que yo os doy mi palabra de os poner en parte donde todos inchamos las manos si fuéredes para ello. Oido esto, algunos respondieron al conde: Señor no hay ninguno que no tenga gana y esté muy aparejado para servir á V. S.; mas tememos que nos sean quitados los esclavos y ropa, como nos lo tomaron en Trípol. El conde respondió: Desde aquí os digo y mando que si coronel ó capitan se quisiese poner en tomaros lo vuestro, que lo mateis y os vengais á mí, que yo os doy la fé de caballero de os defender; y si por empacho ó por no poder no lo matáredes, venios á mi, que yo le daré tal castigo que cualquiera quede satisfecho. Entónces dijeron todos, que estaban aparejados para morir con él; verdad es que siem pre tuvieron sospecha, que aquello que les decia de las

paces, y de ir á Berbería, era fingido, porque no se amotinasen, y porque estuviesen allí quedos.

No me paresce mucho inconveniente contar lo que en esta sazon acaesció en la isla de Cecilia, en la cibdad de Palermo, y fué que estando Diego de Vera, capitan general de la artillería del Rey nuestro señor, en la misma ciudad con nuevecientos hombres de infantería, los cuales habia traido de Tripol por no ser allá menester, los cuales ansí como llegaron al puerto desembarcaron en la misma cibdad, donde acaesció que miércoles 19 de agosto estando la gente de Spaña reposando, que algo venia fatigada de la mar, fué movida una gran cuestion entre los naturales de la ciudad y la gente española, y luego todos los de la cibdad se ponen en armas, y ansimismo la gente española, y no porque su intencion fuese ofender á los de la ciudad, salvo para defenderse; pero los cecilianos con gran crueldad, ansi como perros regañando, con muchas escopetas y ballestas y lanzas comienzan á dar en los pocos de los nuestros, diciendo: muera, muera la canalla perra española; y como esto fuese en la plaza de la cibdad cerca del palacio del visorey, porque todos ó los mas españoles posaban hácia allí, y como fué oido y visto por el visorey y Diego de Vera salen cabalgando diciendo paz, paz señores, no haya mas; y metiéndose entre ellos hace requerimiento de parte del Rey que cada uno que se fuese á su posada; mas aquella gente canina no lo teniendo en nada, cuanto mas el visorey les decia, mas se encendian contra los españoles; é como esto vió Diego de Vera y el visorey, hacen retraer toda la gente hácia palacio, é viendo los cecilianos que no podian empecer á los que se habian retraido, repártense por las calles y otros por las huertas y viñas y por fuera de la ciu

dad, y cuantos españoles hallaban, todos los mataban y hacian pedazos, y se lavaban las caras y manos en la sangre, y á los que estaban en las huertas sin sospecha, y por los mesones, mujeres y niños y hombres, cuantos topaban, los mataban y echaban por las ventanas, y no solo á los españoles que entónces vinieron, mas aun á los que habia veinte años que eran moradores en la ciudad: otros se iban por los hospitales, y á los españoles que estaban enfermos en las camas los mataban, hasta las criaturas que mataban con sus madres, diciendo: muera la canalla de España. Y estando un capitan gallego con treinta hombres retraido en una casa de Audiencia, que está junto á los palacios del visorey, y allí se defendian tan bravamente que nunca les podian entrar, sale un caballero ceciliano y llama al capitan y dícele que él le da palabra de caballero que no haya miedo sino que salga él y los suyos, que no haya miedo, y como ya el capitan quisiese salir, dicenle que no haya miedo, que él y los suyos dejen las armas, y ellos las dejaron pensando que los cecilianos lo hacian por asegurar sus personas, y por tomalle las armas solamente; y como los cecilianos los vieron dejadas. las armas, comienzan á matar en ellos y hacelles tajadas los miembros, lavándose las manos en su sangre, inovando mill maneras de crueldad que nunca fué visto ni oido entre bárbaros, ni judíos, ni moros, ni turcos; y como esto hiciesen junto al palacio del visorey donde estaba Diego de Vera con toda la otra gente, vida (1) tan gran crueldad, llorando á grandes voces decia Diego de Vera: Señor visorey, porque nos teneis aquí encerrados y consentis que

(1) Por vista.

Nota de Navarrete.

TOMO XXV.

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tanta crueldad se haga por no nos dejar salir? que de otra manera, ó todos habiamos de morir, ó no se haria en aquellos pecadores. Y llorando decia: ¡0 hijos mios! como os veo morir y no os puedo valer! Y estando ansi llorando arma una escopeta, aunque ya estaba herido de una pedrada en las narices que le habian dado cuando metia paz, y encara con la escopeta, tira, y ansimismo los soldados como estaban en lo alto de la casa, comienzan à quitar siliares y piedras de las paredes y echar abajo; los cecilianos viendo esto, van à la casa de la municion y traen una pieza de artilleria armada con su pólvora, aunque algunos quisieron decir que no llevaba pólvora, y ansi la tiran à la casa dende estaba la gente, y como esto vió, sale el visorey à caballo, y con requerimientos y ruegos, quiso nuestro Señor de no dar mas lugar à su crueldad, y ausi de poco en poco se mitigó la gente. Entonces mande el visorey, a los suyos, de quien mas el se fila, que fæesen armados por todos las calles, y en las casas, o igle sias, o monesterios docde supiesen que habla españORS, los sacasen y llevasen à una fortaleza que hay en la me ma cibdad junto a la marina, ó los levasen accmpadodolos al palacio, y de esta manera se recogieron agos gae les tome la vez en algunas casas de hombres de bueLa conciencia que errn aûtivnados a nuestra Lackke, vins esovodan 2liendose de ellos, y estos como les tamba la voz en alguna casa, no teman otro remeda so: bradır las paredes, por los techos, y de tejado en legado irse a las monesterios, y no porque en todos los monesterios ins çuisiesen rescibir, çue monesteric Lube donde los mismos frales regocaban las campanas para que la gente de la cålad sullese toda al rebado; y as recogida agum gene te de hombres y mujeres, y puestos en segurt, Jaegi, e.

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