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con mucha instancia licencia para ir á Bugía en lugar de su padre, y alcanzada, porque el Rey le hizo proveer una armada en Málaga para pasar en Africa, siguió su cami, no, dejando preñada su muger y con dos hijos, aunque él no tenia mas que veinte é tres años, y con él partieron á la ciudad de Málaga muchos caballeros. En tanto que él salia de la corte, vino nueva que habia peste en Bugía, y por cartas de su padre é del Rey le fué mandado que no pasase á ella y se volviese, diciendo que guardase aquel generoso deseo de gloria á mejor ocasion. Pero él rehusando volver, navegó á Bugia. Ya en este tiempo habia entrado por fuerza el conde á Trípol, y don Garcia, que con siete mil hombres de guerra habia ido á Bugía, viendo que crecia la peste de aquella ciudad se salió della, y le dejó tres mil hombres con parte del armada, y se fué en seguimiento del conde. Llegando al puerto de Trípol con quince ó diez y seis naos gruesas, donde lo halló embarcado con su gente para ir sobre la isla de los Gelves, distante de Tripol 35 leguas, fué recebido del conde con mucha alegría él y otro hermano suyo, y Diego de Vera capitan del artillería. Tomando la 'vuelta de los Gelves, despues de haber reconocido la costa y los bajos della, á 30 de agosto del año de 1510, ό segun Alvar Gomez, á 28 dia de San Agustin, saltó la gente toda en la isla, donde nació discordia entre el conde y don García; porque queria el conde esperar la declinacion del sol, y don García sin dilatar algun espacio asaltar los moros; é junto con esto pedia la avanguardia. Rehusaba esto, cuanto podia, aquel hombre de militar industria y de prontisimo vigor, diciéndole, que aquel Jugar tocaba á los soldados viejos; que hiciese experiencia de la milicia en la diciplina de los capitanes antiguos,

antes que viniese á ponerse en tanto peligro. Pero replicó don García con tanta importunacion, que, vencido de sus ruegos, no pudiendo resistir mas á aquel ardiente jóven, que tanto deseaba mostrar la fortaleza de su corazon, permitió contra su voluntad que llevase la delantera. Y en siete escuadrones comienzan á marchar, yendo en el pri mero don Diego (1) con un coselete dorado con brazales y celada y en un caballo rucio, apresurándose, por hallarse en la ocasion casi presente, para dar prueba de su valor. Iban con él casi sesenta caballeros y hombres nobles, que habia traido de España; y trás ellos seguian las otras escuadras en ordenanza. Y el conde encima de su caballo visitándolos, y animando y dando órden en todo. Habia caminado el ejército, que eran quince mil hombres, legua y media casi á medio dia por aquella tierra seca, estéril, cálida y arenosa: ardia el calor pestilencial con el aire de Africa; faltaba la agua y casi todos perecian de sed, y con aquel encendido vapor y trabajos se caian muchos como muertos y otros ahogados en el camino. Entónces sin guardar órden comenzaron á deshacerse los escuadrones; y el primero fué el del coronel Vianelo veneciano, que llevaba la avanguardia. Solo el de don Diego Pacheco, que aquel dia traia la retaguardia, conservó su órden. Don García animaba á todos, prometiéndoles cierta vitoria y despojos si sufrian aquel pequeño trabajo; que se acordasen de las grandes hazañas que habian acabado. en Africa y no quisiesen oscurecer el resplandor de su gloria afrentosamente, la mayor virtud y ecelencia de la milicia española era la tolerancia de los trabajos, y esta perdian de todo punto y la reputacion de su nombre, si no

(1) Parece que debe decir don García.

se alentaban y sobrepujando aquellas dificultades no sujetaban aquella isla habitada de unos pocos y desarmados moros. Pasando con estas amonestaciones á unos espesos y grandes palmares sin descubrirse un moro de paz ó de guerra; que á los capitanes prácticos puso en mucha sospecha; y habiendo ido un cuarto de legua por los palmares, entraron por unos olivares muy grandes, donde á la parte austral hácia do caminaban entre unas paredes de antiguo edificio habia unos pozos de agua, que estaban seis millas dentro de la isla. Alli los moros considerando la sed que llevarian los españoles cuando llegasen á los pozos, habian emboscado á un tiro de ballesta mas de 3,000 caballos y mucha gente de pie. Mas los soldados, con mas codicia de beber que de pelear, corrieron á los pozos cayéndose muchos en el camino, sin poder sufrir la intolerable sed que habian padecido; y llegando desordenados, trabajaban con grande tumulto por sacar agua, de suerte que peleaban unos con otros por beber primero. Los moros, detrás de las paredes de las heredades cercanas á los pozos, escondidos entre los palmares, miraban la confusion y desórden de los cristianos; y conociendo la ocasion, no la perdieron, ántes arremetieron á ellos con espantoso impetu y estruendo à rienda suelta. Y primero acometen á aquella derramada gente, que estaba sin fuerzas y desalentada con la mortal sed y ardor del sol, 80 caballos moros con grandes alaridos. Aunque tocaron luego al arma, y procuraron los capitanes recogellos á las banderas, no pudieron con los soldados que dejasen la agua, aunque vian que los alcanzaban, comenzando á retirarse los que venian junto á ellos desórdenadamente don García, que no tenia experiencia de ordenar y regir los soldados, en aquel súbito caso lleno

de confusion y temor hizo entónces oficio de fortisimo soldado y capitan magnánimo; porque peleando primero á caballo se apeó y con una pica en las manos se puso delante los soldados, exhortándolos á combatir con valeroso ánimo y á cobrar fuerza y osadía de la necesidad presente; y aunque vió que no lo seguian mas de aquellos 60 caballeros y algunos otros pocos, en quien pudo mas la vergüenza que la sed y el miedo, no desmayó, ántes dió con ellos tal carga á los moros, que los hizo retirar cuanto una carrera de caballo; pero acrecentados de nueva caballería, revuelven sobre ellos con tanto impetu, que los hacen huir y muchos medio muertos de lasitud y cansancio se dejaban matar. Don Garcia quedó casi solo peleando, hasta que sin sangre y sin aliento, desamparado del espíritu, cayó sin vida entre los moros, que él habia muerto; haciendo siempre famosa y memorable aquella isla con su muerte. Viéndolo caido el escuadron, se puso todo en huida, y lo mesmo hicieron los otros escuadrones, que venian atrás; con tanta admiracion de los caballos moros, que temiendo alguna emboscada, no osaban seguir libremente. El conde que andaba entonces mas desviado, deteniendo Ꭹ animando la gente, que ya iba desbaratada del todo, comenzó á recogellos, procurando que volviesen; y puesto delante les dice, que lo sigan á romper aquellos cobardes moros, que han vencido tantas veces; y aunque volvieron, fué con tan poca fuerza, que se retiraron luego. El, no pudiendo hacer otra cosa, se retiró á una torre que estaba en el puerto, y la retaguardia se puso tambien en huida. Pudieran los moros que seguian el alcance hacer mucho mas daño, si no temieran, que se retiraban por sacallos de los palmares y revolver sobre ellos en el llano. Fué

tanto el miedo que concibieron los que huian, que ninguno volvió el rostro á los enemigos, y en la huida caian muchos desfallecidos de la sed, y muchos pensando que eran prados las hoyas y aberturas arenosas cubiertas de yerba, no sabiendo el camino, se sepultaban en ellas, Ꭹ otros se ahogaban en aquellos remolinos escondidos debajo la arena; porque la naturaleza de aquella tierra es llena de roturas y cuevas. Alli pereció la flor de la gente. española, aquellos que con pequeño número no solo habian resistido á grandes ejércitos enemigos, pero los habian roto, destruido y muerto; los que á Oran, Bugía y Trípol, ciudades inaccesibles y poderosas en mar y tierra, fortísimas por naturaleza y arte, habian entrada por fuerza, y despojado y destruido; aquellos valentisimos. soldados, esclarecidos con tan grandes trofeos, cuyas armas eran espantosas á toda Africa, rendidos á aquellos desarmados y rústicos moros, les ofrecieron el cuello, para que ejercitasen en ellos lo que quisiese la ira, y crueldad soberbia del vencedor bárbaro. Murieron casi 4,000 escogidos soldados con sus capitanes y oficiales, pocos á hierro, muchos con sed y ahogados en aquellas cuevas y bocas cubiertas de la tierra y en aquellos tragaderos escondidos.

y

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