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particular del inglés Guerlindano, que Enrique VIII de Inglaterra habia enviado con ella al ejército (1.

Salió pues Lautrech de San Severo con el fin que se había propuesto, y se fué en 8 de marzo á Lucera. Allí, segun Jovio, se juntó con Pedro Navarro, y adelantándose tres millas mas en el día 12 se situaron á cinco de Troya. Los imperiales que aun no la habian abandonado, si bien al día siguiente aparecieron en batalla y sin artillería en la fuerte colina en que está la ciudad, no se movieron de ella. Aunque lo deseaban, nada tampoco intentaron Lautrech y los suyos en aquel dia y en los siguientes. Contentáronse con alojarse del otro lado de Troya hacia la montaña, manteniéndose los imperiales de la parte de acá bácia la playa que habian fortificado muy bien. Por inas que Lautrech en ese estado los provocára á batalla, no hubo medio de que se precipitasen á ella y abandonáran la firmeza de su posicion; pasándose mientras tanto los dias en escaramuzas de una y otra parte, y en darse alarmas de noche.

En el campo imperial sin embargo no faltaban muchos oficiales y soldados pundonorosos que soportaban indigna. dos las provocaciones de un general y de unos enemigos, que blasonaban de haber vencido en otras ocasiones. El mismo Principe de Orange, cabeza del ejército, era por ventura de los que mas afrentados se mostraban y mas propendían á que se pelease; y sin la prudencia de Juan de Urbina y principalmente de Hernando de Alarcon probablemente se habria empeñado algun 'combate desgraciado. Esos dos insignes capitanes tan prácticos y experimentados en la guerra probaron al Principe y á los que le

(4) Jovio, lib. 25, cap. 15 de la traduccion.-Guicciardini, ibi.

seguian, que su triunfo era seguro manteniéndose firmes en la defensiva que nada les convenia tanto como aguardar los refuerzos que con García Manrique les venian de Nápoles; y que exponerse con ceguedad á la suerte y for tuna de una batalla no teniendo apenas artillería, era cosa peligrosísima con lo cual calmados y convenidos todos, viendo sobre todo el daño que les hacia la enemiga, y aprovechando la densidad de la niebla, se retiraron de Troya sin ser sentidos en la madrugada del 19 de marzo, y llegando el 21 á Ariano, se fueron en seguida á Nápoles (1).

Lautrech, así que llegó á entender la retirada de los imperiales, llamó sus capitanes á consejo. Propúsoles si seria mejor seguirlos ya que parecia que huian sin querer venir á batalla, ó bien si no convendria mas, para estar provistos de vituallas y sin riesgos á retaguardia, no dejar atrás lugares de que no estuviesen seguros. Los capitanes de caballería casi todos opinaron por que con ella y sin descanso se persiguiese á los que caminaban amedrentados y divididos en varios escuadrones: que aun cuando con su caballería revolviesen é hiciesen cara para proteger la retaguardia, la rechazarian fácilmente sus arcabuceros, especialmente los de las bandas negras que eran muy diestros y ligeros; y que por último se considerára que lo que además de suma gloria les daria infinita ganancia, seria alcanzar á los imperiales y tomarles el bagaje en que todavía llevaban cuanto habian saqueado en Roma.

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Contra ese parecer cuentan que dijo Navarro que "si. guiendo con empeño á los que se retiraban, se perde

(1) Jovio y Baeza, ibi., cap. 17, 18 y 19.-Guicciardini, ibi. -Herrera, pág. 352 etc.

rian desde luego cuantas ventajas tenian para haber con facilidad vituallas: que no esperasen encontrarlas de » modo alguno en los lugares por donde hubiesen pasado ■ los imperiales que iban robándolo todo: que se acordasen • de que dejaban atrás Melphi, ciudad rica y fortificada y • con buena guarnicion; de la que no se podia dudar que » con sus frecuentes salidas les tomaria las vituallas y les » obstruiria el camino para llevarlas : que lo primero por ■ lo tanto debia ser asaltar y ganar aquella ciudad y sujetar los pueblos de alrededor para no dejar atrás enemi • gos, y que de ese modo y acrecentados con la fama de que los pueblos de aquella tierra se les habian dado y rebeládose contra el Emperador, pasarian con toda se⚫ guridad á Nápoles (1).

1528.-Adoptado por Lautrech este consejo, que atendido el suceso que tuvo, fué mortal para el mismo Navarro, Lautrech y todo su ejército; despues de haberle alojado en 22 de marzo en Leonessa sobre el rio de Ofanto, ordenó á Navarro que con dos cañones, otros dicen cuatro, los gascones y las bandas negras fuera sin dilacion à combatir á Melphi. Los imperiales, conociendo su importancia habian dejado para defenderla á Sergiano Caracciolo su Principe, con su banda de hombres de armas, dos compañías de españoles y cuatro de italianos. Tan pronto como Navarro llegó á ella, plantó su artilleria é hizo una brecha en la muralla; por la cual á pesar de no ser de anchura suficiente, llenos de emulacion los florentines y gascones se apresuraron á entrar en la plaza. Aunque la arremetida correspondió á la rivalidad que los movia, no fué menor la resistencia que encontraron. Combatieron

(1) Jovio, ibr.

los de flanco los arcabuceros de la plaza y los rechazaron con gran pérdida de los gascones y cerca de sesenta de las bandas negras. Tambien fueron rechazados en otro asalto que dieron por la tarde, hasta que reforzados por la noche con artillería que les envió Lautrech, y abiertas dos grandes brechas por la mañana, entraron por ellas violentamente, y muertos casi todos los españoles é italianos de la guarnicion y muchos de los habitantes, quedó Navarro dueño de la ciudad, perdidos quinientos de los suyos (1).

Tomada Melphi en 23 ó en 24 de marzo se fué Navar ro con cuatro mil infantes á combatir Rocca de Venosa. A pesar de su gallarda defensa, la rindieron finalmente á discrecion los doscientos y cincuenta españoles que la defendian, dando Navarro libertad á todos excepto á los ca. pitanes. Tambien se le rindieron muchos lugares de la Basilicata y la Puglia aficionados de atrás á los franceses; concluido lo cual, juntándose de nuevo Navarro con Lau. trech, se encaminaron á Nápoles, á donde los imperiales, saqueadas Nola, Capua, Ariano y sus territorios. y llevándose todos sus víveres, llegaron felizmente en número de diez mil infantes entre españoles y alemanes por haber licenciado á casi todos los italianos (2).

Lautrech, que con su ejército los seguia de cerca, se presentó á nueve de abril ante los muros de aquella gran ciudad. Alojóse personalmente en el magnífico palacio de Poggio Real, edificado por Alonso II de Aragon y situado á la salida de la ciudad y derecha del camino de Capua.

(1) Jovio y Baeza, lib. 25, cap. 19.-Guicciardini, ibi.-Historia del marqués de Pescara, lib. 9, cap. 3.

(2) Jovio y Baeza, ibi., cap. 20.-Guicciardini, lib. 18.-Suarez de Alarcon etc.

Su campo le colocó en unos altos collados cubriéndole con trincheras que se extendian hasta el mar y rodeando su cuartel de reparos y fuertes tan altos como admirables. Todo fué obra de la inteligencia de Pedro Navarro, que por su parte se situó en unos collados á la izquierda, delante del monte de San Martin y arriba de la puerta de San Génaro, en la quinta de Juan Roso que fortificó grandemente (1).

Lo primero que, despues de alojado el ejército, consultó Lautrech con sus capitanes fué si deberia ó no combatir desde luego la ciudad con la artillería y tomarla por fuerza. Propendian algunos y aun incitaban á eso. Decian que teniendo ellos poca infantería y los cercados mucha caballería lijera con que hacer largas y continuas correrías que les interceptasen las provisiones, creian que no podrian mantenerse largo tiempo en el cerco. Parecíales tambien en vista de eso ser muy largo y tanto mas dificil rendir la ciudad por hambre, cuanto que para impedir que le entraran alimentos, eran pocas las ocho galeras de Andrea Doria con que Filipin su sobrino bloqueaba el puerto, y tardaban en llegar las venecianas que anticipadamente habia solicitado Lautrech. Esa dificultad todavia decian que se aumentaba con haberse visto entrar cuatro galeras cargadas de harina de Gaeta, y que cada dia entraban otros navios con comestibles; mas esa misma reflexion unida á la de que ni las galeras ni el dinero de los venecianos les llegaban; que carecian igualmente del de Francia; que el ejército ya comenzaba á enfermar no tanto por efecto del aire que solo al fin del estio solia ser dañoso como por haber llovido mucho y haber acampado á

(4) Jovio, ibi.

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