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riadores: hecho lo cual se trató entre los capitanes coligados de si el ejército se dirigiria inmediatamente contra Milan ó contra Roma á sacar al Papa de su prision (1).

Variaban en eso así la opinion como los intereses de unos y otros. Los venecianos y el duque de Milan insistian en que estando aquella ciudad con pocas fuerzaş imperiales y muy falta de otros recursos, se la combat:era y tomára ante todo. Lautrech por lo contrario, recelándose de que si la rendicion de Milan se lograba, el duque y los venecianos le ayudarian con menos fervor, sostenia que lo primero debia ser ir á Roma á dar libertad al Papa. Ese decia que era el mayor deseo de los Reyes de Francia é Inglaterra y lo que principalmente le habia encargado Francisco I; por lo cual, dejando á los venecianos y al duque la conquista de Milan y su ducado, pasó en 18 de octubre el Pó por enfrente de Castel-San-Giovanni con mil y quinientos suizos y otros tantos alemanes y seis mil franceses y gascones (2).

El perspicaz Antonio de Leiva que vió partido el ejér cito francés, tuvo por fácil recuperar lo que por falta de fuerzas no habia podido defender. Teniendo en poco á la gente del duque y veneciana, y sabiendo que la impor tante fortaleza de Biagrassa que guardaban, no estaba bien abastecida, salió de Milan contra ella en 28 de octubre. Acompañábanle cuatro mil hombres y siete piezas de artillería, y al segundo dia de combate y cerco ya habia caido en su poder. Preparábase para pasar el Tesino y reconquistar á Vigevano, Novara y otros puntos; mas entendiendo que Navarro se le acercaba con fuerzas

(1) Guicciardini, Herrera, Daniel, pág. 320.-Jovio, lib. 25. (2) Guicciardini, Herrera y Daniel, ibi., pág. 322.

TOMO XXV.

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muy superiores abandonó su conquista. Lautrech asi que supo la salida de Leiva contra Biagrassa habia ordenado á Navarro que con sus gascones y los italianos retrocediera á socorrerla, y entrando en ella sin dificultad, la entregó al duque Francisco Sforcia encargándole que pu siera, como lo hizo, mayor cuidado en fortificarla y proveerla (1).

Lautrech que, continuando con el designio de libertar al Papa, habia ya entonces llegado á Plasencia, en vez de seguir apresurado á Roma, se mantenia quieto con su ejército en aquella ciudad y la de Parma. Dedujóse de su inaccion que tenia encargo de esperar el resultado de lo que se negociaba entre el Emperador y el Papa, mas bien que de obrar directamente en favor de este. Sin embargo ó lo creyó ó aparentó creerlo Clemente VII, puesto que cuando despues de convenido con los ministros del Emperador en que saldria de su prision en 9 de diciembre, se burló de ellos escapándose la noche antes; su primer cuidado fué al llegar á Orbieto dirigir un breve á Lautrech, mostrándosele tan agradecido como si hubiese sido su libertador. Aceptóle Lautrech dándose aires de tal, y entregando primero Parma y Plasencia á los oficiales del Papa, se fué con el ejército á Bolonia (2).

Veinte dias se mantuvieron Lautrech, Navarro y los suyos en aquella ciudad y sus cercanías, esperando que el invierno se templase, para invadir el reino de Nápoles, segun estaba convenido entre los coligados. Si á Navarro en medio de lo que le dominaba su vigorosa voluntad aun le quedaban alguna memoria y entendimiento, ¡qué re

(1) Guicciardini, Herrera, ibi.

(2) Guicciardini, Herrera, Daniel etc.

flexiones no deberia sugerirle la vista de las murallas de Bolonia y aun la misma ciudad, contra la cual diez y seis años antes se frustraron sus minas, sus proyectos y consejos, y en la que la plebe y chusma pueril le ultrajó cuando le vio prisionero y abatido, despues de la jornada de Ravena (1)! Entonces, y justamente en la misma estacion del año, se le comenzó á torcer la suerte, que en abril siguiente le abandonó en Ravena para no levantarse ya mas. Subordinado ahora al mismo Odetto de Foix, señor de Lautrech, que por casualidad se libertó entonces del soldado español que le habia cogido, en tanto que él nopudo librarse de los franceses en cuyo poder cayó; peleando entonces por el impetuoso Julio II y la liga santisima contra Luis XII y los cismáticos de Pisa, y ahora por Cleinente VII, Francisco I, la liga sagrada ó santa y Enrique VIII de Inglaterra, declarado por Clemente defensor de la fé, para ser luego el mas resuelto apoyo de Lutero; aparece Navarro como un materialista práctico sin fe politica ni religiosa y viviendo sin esperanzas y al dia el dia. ¿Cómo si al cabo de tantas mudanzas derivadas de las que acompañan á las armas, paró mientes, mientras estuvo en Bolonia, en lo que en aquella ciudad le pasó, dejaria alguna vez de pensar que si en 1512 se retiró de sus puertas humillado ahora habia entrado orgulloso por ellas, mas cerca estaba de la adversidad, como sucedió, que no de la ventura de volver á verlas?

Suavizada algun tanto la estacion y descansado el ejército, Lautrech, llevando Navarro la vanguardia, se encaminó en 9 de enero de 1528 á Nápoles por la Romaña y la Marca. Clemente VII y los florentines que aun

(1) Véase la pág. 214.

veian el ejército imperial en Roma y le temian, se empe ñaban el primero en que los franceses pasáran por Sena; y los segundos en que de todos modos se impidiera á los imperiales penetrar en Toscana. Como Lautrech, que tenia bien meditado su plan, no quiso desistir de su propósito, siguiendo derechamente y por el camino mas corto á Nápoles, llegó en 10 de febrero al rio Tranto en el confin de los estados napolitano y pontificio. Apenas continuando su movimiento llegó á Ascoli que ordenó á Pedro Navarro que con su infantería fuese la vuelta de Aquila; bastando solo el anuncio de su ida para que Teramo, Julionova y otros pueblos mas lejanos reconocieran su autoridad. Sometiósele luego Aquila, siguiendo su ejemplo el Abruzzo; y acaso todo el reino hiciera lo mismo, si el ejército imperial no acudiera á su defensa evacuando á Roma en 17 del mismo febrero (1).

Forzó este movimiento á Lautrech á variar de direccion y á tomar la de la Puglia por la marina. Aunque era muy largo aquel camino, era el único tambien para poder transportar la artilleria y no carecer de mantenimientos, que los pueblos sometidos aun ántes de llegar á ellos, facilitaban dócilmente. En tanto que Lautrech teniendo ya cerca á los imperiales se movió con lentitud, Navarro sin dejar por eso de observarlos, corria con su infanteria todo el pais. Segundando con ella á Lautrech que en el último dia de febrero llegó á la Serra y en 4 de marzo á San Severo, entró Navarro en el primero de aquellos dias en Nocera, y en el segundo en Foggia tan á tiempo, que los españoles que en vista de estos combinados movimientos se retiraban á Troya, Barleta y Manfredonia,

(1) Guicciardini, lib. 18.-Ilerrera, Comentarios, pág. 439.

querian entrar por una puerta cuando él tocaba á la otra. Esta circunstancia y los reconocimientos que por sí mismo habia diariamente practicado Navarro le persuadieron de que el ejército imperial se habia situado en Troya y sus fuertes posiciones con ánimo de defenderse en ellas. Necesitábalas en verdad, porque con los vicios y disipacion de Roma, con las enfermedades pestilenciales y con haberse enriquecido muchos con el saco y. retirádose á sus hogares, se habia disminuido tanto como aumentádose el enemigo que sus coligados habian reforzado sucesivamente. Apenas contaba el imperial con cinco mil alemanes, otros tantos españoles y tres mil y quinientos italianos, mandados todos por el Príncipe de Orange, mozo todavía, pero que llevaba por segundo al Señor Hernando de Alarcon, por general de la infantería á D. Alonso Dávalos, marqués del Vasto, primo del difunto marqués de Pescara, de la caballería á D. Fernando de Gonzaga, hijo del marqués de Mantua, por comisario general, habiendo muerto el abad de Nájera, á Gerónimo Moron, y por maestre de campo general al famoso Juan de Urbina, por muchos motivos conocido de Navarro.

Lautrech, á quien Navarro al punto informó del número y situacion de los imperiales en Troya, se propuso provocarlos á batalla, si la ocasion le favorecia. Les era tan superior en fuerzas como que habiendo revistado su ejército en el campo de San Severo le encontró compuesto de unos treinta mil hombres, despues de habersele allí mismo juntado el marqués de Saluzo con su gente y la de los venecianos, y principalmente las bandas negras de Florencia, que pasaban por la mejor infantería que tuviera Italia. La caballería francesa era tan numerosa como bella, habiéndosele unido tambien una banda

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