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furia de la fortuna que viene sobre ellos, los guardó » en aquel dia como hasta alli lo habia hecho;" porque el soldado que con tanto cuidado esperaba, habiendo visto desde su observatorio andar dentro de la mina á algunos y entre ellos á uno vestido de gentil ropa de seda, á quien todos guardaban respeto por ser el maestro de la mina, pensando que eran Trivulcio y Navarro los que por alli andaban, y haciéndosele cada punto un año, sin mas esperar dió fuego á los barriles con tan buen suceso, que mató al maestro y á los franceses que le acompañaban; pero descubrió antes de tiempo el trabajo de los sitiados. y su designio (1).

Pedro Navarro y Trivulcio, aunque de resultas de ese suceso conocieron que el trabajo de muchos dias se les habia en un instanse inutilizado, no dejaron por eso de continuar otras obras. Sus esperanzas con todo eran ya muy distintas, y las fundaban no en la industria de Navarro, que del todo quedó frustrada, sino principalmente en los apuros de los sitiados. Constábales con efecto que habian gastado mucha parte de lo mas necesario: que ya empezaban á carecer de pagas y á perder las esperanzas de tenerlas que se fiaban poco en la diligencia del Emperador Maximiliano para socorrerlos, pareciéndoles que miraba con desden lo concerniente á la guerra de Italia; de modo que, y así era verdad, acalorados con esas voces los soldados de la guarnicion y seducidos por algunos capitanes y alfereces tan cansados de lo largo del sitio como ansiosos del dinero que les ofrecian los venecianos, acabaron por amotinarse pidiendo su paga con mas arrogancia y desvergüenza de lo que en tiempo de cerco era de

(1) Jovio y Baeza, lib 16, cap. 3.-Argensola, lib. 1, cap. 15.

cente. Su desordenada osadia

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llegó á términos de sa» quear á los miserables ciudadanos contra la cortesía que » se debe á los huéspedes (patrones) y á injuriar con todo género de palabras al Emperador; cuyo comisario el » cardenal de Gursa, como para sustentar sus esperan »zas, les hubiese con repeticion anunciado que el so» corro iba á llegar y no llegase, pusieron encima de un » asno á un simple adornado con las águilas é insignias imperiales y con muchos frascos y botellas colgadas del » cuello y le pasearon por la ciudad saludándole con afren» tosa grita y la mayor osadía como si fuese el verdadero Emperador que venia en persona á socorrerlos: ultraje escándalo que los capitanes que con gran riesgo de » su vida estaban escondidos, no se atrevieron á repren » der ni castigar, temerosos de que el motin pasase mas » adelante (1)."

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Mientras tanto sin embargo el Emperador deseoso de socorrerla, juntaba en Baviera (Vindelicia) cuanta gente, dinero y vituallas podia. Desembarazado al fin de otros negocios llegó á donde habia reunidas quince compañias de alemanes é inmediatamente las mandó salir con otras, tambien preparadas con aquel objeto. Mas faltó poco para que no llegasen tarde; porque agregándose á la desconfianza que del Emperador era cada dia mayor en los sitiados, lo duro de la estacion y las dificultades que el hielo los malos caminos les sugerian para y el paso del socorro por los Alpes; aun aquellos mas baladrones que poco ántes blasonaban de que ni por imaginacion pensa

(1) Jovius, lib. 16, pág. 186... morionem assello impositum imperatoriis insignibus atque aquilis exornatum, lagenas collo suspensas deferentem, per urbem deduxerunt etc.

ban en rendirse hasta no apurar cuantos trabajos se pueden sufrir en una plaza cercada, trataron en junta pública de rendirla. Enviaron al intento mensajeros á Trivulcio, poniéndole por primera condicion una tregua de veinte dias, y que si dentro de ellos no los socorria el Emperador rendirian la ciudad á los venecianos; que estos en ese caso habian de pagar á todos los soldados de la guarnicion el sueldo de tres meses, y que la salida entónces habia de ser con banderas desplegadas, tocando sus tambores y trompetas segun costumbre, y llevándose consigo todo su aparejo y las municiones de guerra (1).

A pesar de ser estas condiciones más arrogantes de lo que parecia convenir á gentes encerradas en una plaza y con dos ejércitos encima, las admitieron los venecianos. Sabia Trivulcio su general por los espías que el socorro se acercaba; y al ver que el asedio aun iba largo y que Navarro con sus minas nada habia logrado, creia haber ganado harta honra con decirse entre las gentes que habia forzado á los españoles á rendirse ántes de tiempo, siendo como eran hombres que por no menoscabar su honra y gloria sufrian en la guerra las mayores penas y trabajos. Envió pues á Mr. de Bonaval, capitan de caballos franceses, á concertar las condiciones de la rendicion con D. Luis de Icart; mas apenas habia regresado al campo que por repetidos correos se supo haber ya bajado gente del Emperador por los Alpes Grisones, y que estaria alli dentro de dos dias con gran socorro (2).

Temeroso entonces Trivulcio de que si venian de re

(1) Jovio y Baeza, ibi.-Guicciardini dice que la tregua era de treinta dias etc.

(2) Jovio, ibi-Argensola, cap. 18.

TOMO XXV.

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pente los alemanes sobre él y salian de improviso al mismo tiempo los sitiados, no le obligasen á dividir su gente.

le derrotasen, estrechó su campo y mandó retirar al arrabal de Santa Eufemia la artillería que estaba al frente de la plaza. Hizólo sosegadamente y sin aparato, creyendo que si los españoles que atentos le observaban llegaban á entenderlo, sospecharian que tenia miedo ó inventarian otra cosa. Advirtieronlo con efecto, y aunque se maravillaron de que la artilleria se retirase cuando por razon, de la tregua ni un solo dardo se tiraba de parte á otra, se contentaron con preguntar á los venecianos y franceses cual era la causa de aquella novedad. Respondiéronles que, dando por acabada su empresa, así por lo largo de la tregua como porque estando cerrados los Alpes ningun socorro les podia venir por ellos, recogian todos los instrumentos y máquinas de guerra á mejor lugar; mas en tanto que Trivulcio, Navarro y toda su gente así mentian, y ahorcaban sin piedad y como espías á cuantos iban de Brescia a Verona y Alemania ó al revés para que no dieran á los sitiados noticia de la llegada de los imperiales,. atravesaban estos los Alpes por veredas ásperas y cubiertas de nieve.

Gobernábalos Guillermo Rocandolf ó Roquendolf, militar entónces de gran reputacion en Alemania. Presentándose con su gente y banderas sin esperársele en los collados cercanos á Brescia, se le recibió en ella con grande alegría por el mucho ganado, algun dinero, gran cantidad de pólvora y sobre siete mil infantes que traia. Tratóse de sus resultas en consejo ó junta de capitanes, de si como proponian los mas viejos y á su cabeza Don Luis de Icart, así que los que acababan de llegar hubiesen dormido y descansado, no convendria en aquella mis

ma noche caer sobre el campo enemigo y sorprenderle. Siendo esta la opinion que prevalecia en la junta, y la que atendida la situacion del enemigo mayores ventajas prometia, quedaron todos suspensos oyendo á Rocandolf y mostrando al mismo tiempo sus instrucciones de no emprender nada sin licencia del Emperador, limitándose únicamente á librar la ciudad del riesgo y peligro en que estaba (1).

Observando Rocandolf el mal efecto que en los alemanes y españoles de la guarnicion habia producido su respuesta, y recelándose de que la indignacion que mostraban no parase en motin contra él, dejando en la plaza dos compañías, se salió fuera con el resto de su gente y se fué á Alemania, aparentando que iba á buscar dinero para pagar á todos lo que se les debia. Con su salida lejos de serenarse los ánimos, aquellos soldados tan sufridos y resueltos en los lances mas peligrosos, se desenfrenaron en términos de pedir con las armas en la mano las pagas que se les debian. Con el benemérito Icart su gobernador que los habia juntado para apaciguarlos con su autoridad y promesas, se insolentaron de modo que le pusieron las picas al pecho y le maláran malvadamente, si los alfereces que le rodeaban no le hubiesen cubierto con sus banderas; insignias entónces santisimas y acatadas con suma reverencia. Golpeáronle sin embargo con las picas, rompiéronle el hombro del sayo, y para mayor afrenta le llevaron preso á casa de una dama á quien mucho amaba, aunque el obispo é italiano Jovio dice que no le correspondia; hasta que pasado algun tiempo los soldados mas comunes fueron los primeros en buscar á sus

(1) Jovic, ibi.

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