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las penitenciarias de América, donde la disciplina es rigorosa, y no se les concede en todo el dia una hora de reposo, solo muere 1 sobre 49 por término medio; y aquí encontramos confirmada por los hechos la máxima de que el hábito del mal no es ménos dañoso al cuerpo que al alma.

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Tales son pues los abusos enormes que perpetuan entre nosotros la multiplicacion del crímen; tal es el régimen inmoral que hace ineficaz á la represion y que parece coadyuvar á la espansion al desarrollo del mal. Pero, gracias al cielo, ya no encuentran un defensor en Francia, y todo el mundo comprende que no se trata solo de reprimir esas faltas aisladas é individuales, desgraciadamente inseparables de la debilidad humana, sino tambien estinguir y confundir un populacho de malvados que crece y pulula en nuestras grandes ciudades, engrozado de dia en dia por la miseria y las pasiones estraviadas. Pero en esto, como en todas las cosas, los espíritus que están acordes para designar el mal, se dividen sobre la naturaleza de las reformas que deben realizarse.

Hay mucho tiempo que la opinion ha sido favorable en Francia sobre las Colonias penales; y puede serlo aun; hábiles escritores han ensalzado los efectos, y no podian menos que escitar vivamente la atencion pública en un pais, en que la corrupcion de las grandes ciudades, la miseria y las revoluciones han desarrollado todos los gérmenes de la inmoralidad, en cuyo centro se eleva ya todo un pueblo de malhechores. El sistema de la deportacion, que sin inflijir al culpable una pena cruel, le separa de la sociedad, seduce por su sencillez. Pero reflexionando, se percibe muy pronto que esta medida que parece tan fácil, se presenta en la práctica con grandes dificultades. La poblacion de nuestras prisiones y de nuestras mazmorras ó galeras, se compone de individuos sentenciados á penas perpetuas y á prision temporal. Los criminales, cuyo destierro interesa verdaderamente á la sociedad son de la segunda categoría; porque los condenados á perpetuidad son siempre en corto número, y la naturaleza de la pena que sufren, quitándoles el poder de hacer daño, pone al pais al abrigo de sus crímenes. Pero no hay mas que dos medios de aplicar el sistema de la deportacion: es preciso, ó enviar á todos los sentenciados sin distincion á que vivan y mueran lejos de su familia y de su pais, ó conceder á los condenados por limitado tiempo la facultad de volver despues del cumplimiento de su castigo. Lo primero sería injusto y confundir la penalidad: lo segundo, una imprudencia. Nuestras costumbres repugnarán siempre colocar en la misma línea al hombre que la sociedad aborrece y arroja de su seno para toda la vida, y al simple delincuente. Pero entonces las Colonias penales que no infunden la moral en el culpable y no hacen sino mudar en él, creándose otros intereses distintos, no ofrecen muchas garan

tías y vienen á quedar sin eficacia. El detenido alimenta mas allá de los mares aquel vivo amor de la patria que conserva el hombre en el destierro. El deportado de Botany-Bay muere de hambre en los bosques para trillar un camino hácia Inglaterra, desvariando en su deseo. En tanto que guarda en el fondo de su corazon este ardiente anhelo de volver, él no se corrige. Este es un hecho sin contradiccion y la Inglaterra ha adquirido tantas veces esta certidumbre por la esperiencia, que reusa en la práctica á los cumplidos de sus establecimientos de Australia, la facultad de volver á su pais.

Como teoría legal, el sistema de la deportacion es un problema dificil de resolver; y cuando se trata de aplicarlo se ofrecen otras dificultades. La historia del estab'ecimiento de los europeos en las dos Indias demuestra bastante las crísis porque debe pasar una colonia naciente, y cuanta actividad tísica y energía moral necesitan los colonos. Colocad ahora sobre un suelo inculto una reunion de criminales, indolentes y perezosos, enervados por el hábito del vicio y de la inaccion y la morada en las prisiones, sin aqueHa ávida voluntad, aquel estímulo de los sucesos que anima y trasporta al hombre en el desierto entregado á sus propias fuerzas, como en los dias de la creacion, y los vereis al punto mudos y resignados, como para engañar las esperanzas de la sociedad que los castiga. No faltan ejemplos de esto. Tres veces las enfermedades y el hambre han amenazado de destruccion á la naciente colonia Botany-Bay, pues solo poniendo á racion á sus habitantes, como los marinos de un bajel en naufragio, pudo esperarse de Inglaterra el socorro, que habia hecho tan necesario la pereza obstinada de los deportados. Si la tierra en que se situe el establecimiento presenta recursos fáciles al hombre aislado, si el clima es dulce, fácil la caza y los frutos abundantes, vereis al contrario un gran número de criminales aprovecharse de la libertad que se les deja para huir al desierto; trocar la vida civilizada por los gozes de la vida errante, ó bien unirse á los naturales, como en la isla de Van-Diemen; mezclar las torpezas y las incomodidades de la sociedad europea, á la degradacion de las costumbres salvages, y crear al lado de los establecimientos, una raza enemiga, que tarde o temprano será preciso esterminar.

Pero que se allanasen todas estas dificultades, que consintiese la Francia en gastar como la Inglaterra cerca de 134.000,000 para crear colonias penales, la cuestion con todo esto no habría dado un paso; porque seria preciso saber si el sistema de deportacion disminuye el número de criminales. Pero el ejemplo de la In-' glaterra, que posee en Nueva-Holanda un establecimiento adonde remite el contingente anual de su poblacion culpable, prueba que la pena de la deportacion no intimida, y que es ménos una repre

sion que un estímulo. "Segun los testimonios recibidos, decia en su informe la comision nombrada por el Parlamento ingles en 1832 con el objeto de examinar cuales eran los medios mas adecuados para hacer eficaces los castigos, la comision tiene fundamentos para creer que existe con harta frecuencia en el espíritu de los individuos pertenecientes á las últimas clases del pueblo, la idea de que es muy ventajoso ser deportado á Botany-Bay..... Todos los informes que llegan de la Nueva Gales del Sur y de la tierra de Van-Diemen representan la situacion de los sentenciados á Australia como muy feliz, y los lances de fortuna como ciertos, por poca que sea la prudencia con que se conduzcan. Es pues natural que la deportacion sea considerada por muchos individuos mas bien como una ventaja que como un castigo." Por esto el número de los sentenciados á deportacion, que era de 662 en 1812, ha ascendido sucesivamente á 4,500 hasta 1829. El guarismo de los sentenciados en general era en 1810 de 35,259; en 1824 llegó á 85,257 y desde esta época mas bien ha aumentado que disminuido.

Por tanto, las colonias penales ni aun para la Inglaterra son garantias de seguridad. Pero si se reflexiona al mismo tiempo que estas colonias modelos estan divididas en diversas castas que forman como otras tantas naciones enemigas; que no tienen ni honradez ni costumbres; que el matrimonio necesita ser estimulado en ellas; que los bastardos constituyen la cuarta parte de los nacimientos; que se cuentan anualmente veinte ejecuciones de la pena de muerte en una poblacion de 40,000 habitantes, se obtendrá un convencimiento, como lo tenemos nosotros, que ellas no alcanzan el fin de un sistema penitenciario, tal como lo requiere la civilizacion; y que sustrayendo así los vicios de la Europa, no hace mas que trasportarlos y legar al Nuevo-Mundo las miserias del antiguo.

Los sistemas americanos han sido concebidos bajo la influencia de mejores ideas y de una mas facil aplicacion. Dos culpables reunidos en un mismo lugar deben corromperse mutuamente: se les separa. Las pasiones los han descarriado y perdido, se les aisla y retrae por el silencio y la reflexion. La ociocidad ha desarrollado y alimentado malas inclinaciones en sus almas, se les condena al trabajo: ellos kan violado las leyes; se les castíga; su vida es protegida, su cuerpo se conserva sano y salvo; pero su sufrimiento moral es estremado. Cuando se enmienden cesarán de ser desgraciados, y respetarán las leyes de la sociedad: ved aquí las penitenciarias americanas. Si la Europa puede reclamar una invencion que ha dejado estéril, el Nuevo-Mundo conservará la gloria de haber sido el primero en aplicarla; porque no pueden compararse á los establecimientos tan bien disciplinados de Auburn y de Filadelfia, las imperfectas penitenciarias que existian á fin de siglo XVIII en Gand y en el condado de Glocester.

La primera idea de reforma en las prisiones de América fué un pensamiento religioso. La legislacion sufrió su influencia desde 1786; pero de 1823 á 1829 fué solamente cuando la reforma propiamente dicha se estableció en pleno vigor, despues de esperiencias y de tropiezos inseparables de toda institucion naciente. Dos sistemas idénticos en su objeto, pero diferentes en los medios, dividieron desde esta época la opinion en aquella porcion de los Estados-Unidos donde penetró la reforma: uno ha tomado el nombre de Auburn, y el otro el de Filadelfia. Los Sres. Boumont y Tocqueville, y mas recientemente Mr. Demetz, han hecho populares en Francia los documentos adquiridos sobre estas penitenciarias.,

El principio de la separacion de los detenidos es aplicado en Filadelfia con toda su rectitud. El preso llega á la prision con los ojos vendados, el médico le visita, y se le acomoda el vestido comun; dos guardianes le conducen silenciosamente á su celda. Luego que pisa este umbral, el culpable ha muerto para el mundo; pierde hasta su nombre y no se le distingue sino por el número colocado en la parte superior de la puerta de su celda. Gruesos muros le separan de sus compañeros y nunca vé à otro que no sea el ministro de la religion, el médico, el inspector y los empleados del establecimiento; su vida trascurre en el silencio y la uniformidad.. Al principio se habia prohibido el trabajo á los criminales, pero la, soledad absoluta, cuando nada la distrae ni interrumpe, está mas allá de las fuerzas del hombre, el disgusto le consume incesantemente y sin piedad, ó se apodera de él la demencia, ó muere. Hoy, se permite al preso la ocupacion; y este trabajo llena su celda de, un interés; fatiga su cuerpo, pero descansa el alma y se apacigua la imaginacion.

En Estío se levantan los prisioneros á las 5 de la mañana y se recogen á las 9 ó á las 10 de la noche. En Invierno dejan la, cama al despuntar el dia, Las comidas se arreglan á lo necesario y, no para el placer, Su alimento es abundante y sano, pero no delicado; no beben mas que agua. La disciplina es uniforme, y no se, concede gracia ni mitigacion. La privacion del trabajo y de los libros, una disminucion en los alimentos, la prision en una celda te-; nebrosa; son los castigos ordinarios, á las raras infracciones del reglamento. Hay celdas especiales, pero solitarias destinadas á los enfermos. Tal es la penitenciaria de Filadelfia. Se cuentan hoy 582, celdas, provistas de buenas camas y muebles al propósito. El agua, fresca es conducida por conductos, y los ventiladores mantien allí un aire saludable y una estremada pureza.

En el sistema de Auburn, que han adoptado los Estados de. New York, Connecticut, Massachusetts y Maryland se reconocia tambien la necesidad de impedir la comunicacion entre los presos, pero se sigue un órden diferente para conseguirlo. A su entrada

en la prision, el criminal es reducido á la soledad como en Filadelfia, pero es solamente por algunos dias. Despues de este tiempo de prueba empleado en la reflexion, se le saca de la celda para que se ocupe en los talleres. Al despuntar la aurora despiertan los presos al sonido de una campana. Un cuarto de hora despues los guardianes abren las puertas: los detenidos se forman en línea; todos tienen la cabeza vuelta hácia el vigilante que dirige el movimiento de la marcha. L'egan despues al patio conducidos por sus guardianes, donde hacen alto para lavarse las manos y la cara, y de allí pasan al taller donde inmediatamente se entregan al trabajo; el que no se interrumpe hasta la hora de la comida. En la penitenciaria de Auburn comen reunidos en un largo refectorio. En Sigsing y en las demas, los detenidos vuelven á sus celdas y en ellas comen separadamente. No tienen un solo instante del dia dedicado á a recreacion. Los trabajos cesan por la tarde á puestas del sol y los presos dejan los talleres para volver á sus celdas. Se acuestan, se levantan y comen en el silencio mas profundo, y durante el dia no se oye en la prision mas que el ruido de los que caminan y el movimiento de los obreros que trabajan. Para mantener este silencio se colocan los guardianes en asientos elevados que dominan á los trabajadores; unas galerias oscuras que rodean los talleres y de donde pueden ver todo sin ser vistos, hacen á la vez, mas fácil la vigilancia y mas temible para los presos. Los castigos á foete constituyen las penas inmediatas de que pueden usar los guardianes á discrecion para los que infringen los reglamentos. El domingo se encierran los presos en sus celdas excepto el tiempo destinado á las prácticas religiosas: despues del mediodia reciben la visita del capellan. Así transcurren todas las horas del sentenciado desde su entrada en el establecimiento hasta la espiacion de su delito. Todo el dia está destinado al trabajo y como este trabajo es penoso y rudo necesitan el descanso, lo que obtienen desde que se acuestan hasta la hora de levantarse. Por la mañana y por la noche les queda todavía tiempo para pensar en su crímen y su miseria.

En esta penitenciaria como en la de Filadelfia, no hay en efecto el solo designio, de reprimir al culpable sino tambien el de corregirlo; y la instruccion moral y religiosa forma bajo este aspecto la base de los dos sistemas. En la de Auburn se enseña á leer á los que no saben: la escuela se reune los domingos despues de los oficios religiosos de la mañana. El ministro que celebra este oficio agrega ordinariamente un sermon. Un rezo precede siempre á la comida, y cada prisionero tiene en su celda una Biblia, que le suministra el Estado, y la que puede leer todo el tiempo que le deja libre el trabajo. En Filadelfia, nada distrae al preso de sus meditaciones, y para sostener los buenos efectos que producen en su espíritu, el Superintendente visita á cada uno, por lo menos una vez

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