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Retirada de la Cabaña nuestra gente, é informados los ingleses, pasó á ocuparla alguna parte de su tropa bajo el mando del coronel Charletown, mientras que el general conde de Albemarle con el cuerpo de las tropas, se acampaba cerca de las inmediaciones de Cojimar. En este tiempo recibió de Jamaica nuevo refuerzo para sostituir el lugar de aquella gente, que por el clima, interperie de los tiempos y escesivos calores habian muerto. La amplia posesion en que se hallaban les dió márgen á varios piquetes para que se divirtieran en los campos inmediatos: llegaron á las estancias arruinándolas, y á los ingenios destrozando cuanto encontraban en todo aquel distrito: el padre Antonio Muñoz fué de los primeros que conocieron la cara del enemigo. Hallábase el Padre en nuestro ingenio de Recabárren, é improvisamente se le presentaron algunos amenazándole con las bayonetas caladas para que entregase todo lo que habia en la casa: no tuvieron resistencia, y apo. sesionándose de la capilla, hicieron pedazos el frontal de plata, desnudaron la Sma. Sra. de Monserrat, leváronse los ornamentos sagrados, y aun á vista del mismo Padre se pusieron á profanar el cáliz bebiendo en él lo que se les ofrecia. Cuanto penetró el dolor el corazon del padre Antonio, solo lo sabrá el que á fondo conociere su virtud y religion. Permitieronle que se retirara y dejando en su poder el ajuar de casa y toda la azúcar que habia encajonada, se partió para el condado de Quiebrahacha; pero en breve volvió en este parage á dar segunda vez en manos de los enemigos: ellos saquearon todo aquel lugar y permitieron al Padre retirarse.

Entre tanto el almirante Pocok para asegurar al ejército de la Cabaña y de Cojímar del agua necesaria, de que habia mucha escasez en todo aquel contorno, hacia esfuerzos poderosos para desembarcar la gente destinada á ocupar el río caudaloso que desagua en la Chorrera; pero considerando que era necesario demoler primero el pequeño fuerte que está en su boca rompiendo contra él el fuego de tres de sus navíos, que, comenzando á disparar desde la tarde del 9 duró, casi sin cesar, hasta las 12 puntuales del siguiente dia 10. Todas las tropas veteranas que se habian mantenido desde el lúnes á guarnecer este castillo y las playas de S. Lázaro con el coronet D. Alejandro Arroyo, se habian retirado ya á la plaza desde el mártes 8 por la tarde con todas sus municiones y pertrechos que se habian conducido à estos parages, y dejando á D. Tomas Aguirre (creado entonces coronel de milicias) para que mandase las tropas de blancos, pardos y morenos que se dejaron allí, se les dió tambien la órden de que clavasen los cañones y se retirase con aquella gente para la tierra adentro, luego que se viese acometido de los enemigos: esto hubiera tenido su efecto muy en breve, si resistiéndose la gente á marchar con Aguirre para la Tri

nidad no hubiese dado tiempo para que llegando de la plaza el regidor D. Luis de Aguiar (creado tambien entónces coronel de milicias) desclavára nuevamente los cañones de S. Lázaro, pidiese pertrechos á la plaza y se encargase de defender aquellos puestos. Como se hallaba revocada la órden, no se ha podido penetrar; pero finalmente, despues de haber resistido el fuego que hacian á la Chorrera cuando ya el castillo se hallaba sin defensa, esperó Aguiar la órden de retirarse, y la ejecutó ordenadamente con sus milicias.

Cedidos ya á los ingleses todos los puestos que quisieron y encerrados, digámosle así, dentro de la plaza, se puso toda la atencion en fortificarla todo lo posible: en efecto á los 8 dias de avistado el enemigo se hallaba en diferente estado. Todos sus baluartes, cubiertos antes de yerba, se coronaron de gruesa artillería habilitada de esplanadas y cuanto necesitaba su defensa.

En la Chorrera desembarcaron los ingleses cerca de 4000 hombres fuera de la gente de mar que continuamente estaba haciendo aguada para transportar en pequeños barcos á la Cabaña y Cojimar. Formaron su Real sobre la loma de Aróstegui, y desde aquí se esparcian en diferentes piquetes á ocupar las Puentes-Grandes, el Husillo ó rio de la Prensa y otros que se repartian por los Molinos y estancias de todo este contorno, arruinando cuanto se hallaba en ellas: algunos de estos piquetes se internaron hasta el Jubajay, saquearon la plaza, los Quemados, y el lugar de Jesus de Monte; sin embargo, habiéndose puesto el coronel de Edimburgo con toda la caballería arreglada y mucha miliciana en las inmediaciones de su iglesia; y el coronel Aguiar con otros piquetes de milicias en el camino del Horcon. Estos, que no cesaban de inquietar al enemigo, lo mantuvieron á raya y conservaron libres los caminos para la conduccion víveres por todo el tiempo del sitio: bien que ya á los fines, habiéndonos cerrado el de Jesus del Monte por dos dias fué preciso construir prontamente una trinchera con su artille ría sobre la loma del Horcon á cuyos primeros tiros siguió el reti rarlos. Entre tanto el coronel Charlestown que ocupaba pacíficamente la Cabaña desde el jueves 10 de junio, acercándose á favor de la espesura del monte con tropas é ingenieros á reconocer el Morro no hallaron la mayor dificultad en atacarle; hizo conducir los morteros para entretener con algunas bombas á su guarnicion mientras que no le permitia abrir trinchera por la dificultad con que la artillería era conducida por ellos á hacer fuego por entre las peñas; pero logró poner 5 piezas á corta distancia del castillo y empezaron con ellas á dar tiros desde el dia 27 de junio por la tarde: fué aumentando su número hasta el 28, que no cesando de tirar de dia y noche mientras estuvo el Morro sin rendirse, causaron horribles estragos en las vidas de sus valerosos defensores.

El invencible comandante D. Luis Vicente de Velasco, héroe

gloriosísimo y honra de la nacion española, no dejó de conocer en medio de la adelantada confianza con que se juzgaba invencible su valeroso pecho, todas las ventajas con que apoderado una vez el enemigo de la Cabaña podia ir adquiriendo á pesar de toda su actividad sobre aquel castillo: ya empezaba á ver que habian tenido la industria de poner en la concavidad de una cantera abierta por los nuestros algunos años ántes los morteros con que á cubierto de todos los fuegos del castillo le maltrataban su guarnicion, por esto aunque sin desmayar jamas, instaba al Sr. Gobernador secretamente por alguna salida competente á la Cabaña para desalojarlos, si faese posible enteramente, ó embarazar á lo ménos sus trabajos. Dia 29 de junio por la madrugada se envió para este efecto un cuerpo como de 800 hombres marineros y milicianos arreglados para que acometiesen por diversas partes: muchos lo hicieron por ninguna y entre ellos nuestro amigo el coronel D. Alejandro Arroyo quien notoriamente sabemos que ocupado del miedo no se atrevió á dar un paso adelante por mas que Velasco lleno de indignacion le gritaba y decia trescientos desatinos; pero por fin, los que subieron lograron acometer con ventajas un escuadron de 500 enemigos que hicieron retirar confusamente hasta su gran guardia á quien cedieron por su escesivo número abandonando el campo con una fuga precipitada: murieron muchos de los nuestros y entre los heridos que vinieron se contó nuestro apasionado el capitan de granaderes D. Ignacio Moreno que perdió la vida, y el oficial de marina D. Francisco del Corral.

Inmediatamente al otro dia abrió el enemigo su primera trinchera con 4 cañones de batir, los que para hacer fuego, descubriendo la trama con que se ocultaban, hubieron de sufrir tambien el furor de nuestras baterías; muchas veces les desmontaba el Morro sus cañones y otras abrasó sus faginas; pero los enemigos á costa de los muchos hombres que perdieron, mantuvieron el puesto con constancia, trabajaban á la vista del castillo en reparar sus pérdidas, y aprovechaban principalmente las horas de la noche en construir nuevas trincheras que sostituyesen las arruinadas. Al día siguiente, juéves 1o de julio, se acercaron como á las 9 del dia á combatir el castillo un navío de tres puentes de 90 y dos de 70, vinieron desde Cojimar costeando aquella playa, hasta que, puesto el primero debajo de la artiliería del castillo que toda era alta, dió fondo casi junto á su muralla y comenzó á batirla: de este modo es cierto que le era al Morro dificil jugar su artillería sino con el trabajo de inclinarla; pero no le era mas fácil al navío levantar la suya, cuyas balas vinieron por elevacion á la ciudad. El proyecto enemigo era abrir brecha en la muralla para que asaltasen por ella cerca de 4000 hombres que se acercaron á tiro de fusil: á este mismo tiempo era continuo el fuego de las trincheras y morteres que ya subian al

número 15. Despues de todo, el gran Velasco, hecho el blanco de tantos tiros, acudia tan pronto á todas partes, que matándole al navío mas de 200 hombres lo desmanteló aun sin palanquetas y le hizo picar los cables y salir á remolque de las lanchas que acudieron á sacarlo casi casi yéndose á pique: hizo tambien retirar los otros dos. de los cuales uno solo tuvo el atentado de disparar el costado correspondiente á su retirada: lo mismo consiguió de las columnas de la parte de tierra con mucha pérdida de gente.

Aunque no fué considerable el daño que recibió el Morro de los navíos este dia, dentro de pocos se hallaba ya sin cortinas y por consiguiente sin artillería todo aquel frente que mira á la Cabaña y que estaba espuesto á las trincheras, siendo por esto mayores los destrozos que hacía la muerte en la vida de sus defensores; al mismo tiempo que el enemigo se mejoraba de sitio y se acercaba con nuevas baterias al castillo; sin embargo el comandante Velasco reparaba estas quiebras cuanto se podia con su acertada conducta, él vela ba de noche sobre los carpinteros y trabajadores formando parapetos de tozas y arenas para poder montar alguna artillería que amaneciese haciendo fuego, y aunque esto regularmente duraba hasta las 10 del dia en que ya todo habia caido al foso, él volvia incansable á sus trabajos con que lograba tener á raya al enemigo y embarazar sus progresos; bien que á costa de muchas vidas de Jos nuestros y eminente peligro de la suya. Luego que los enemigos reconocian los trabajos que se hacian para reparar las ruinas, y esperimentando la cortina, dirigian á ella todo su furor: allí era donde disparaban sus tiros con tal teson, que solo la fortaleza de Velasco los hubiera hecho inútiles para su intento, pues no omitia diligencia para precaver aquellos destrozos lamentables, procurando conservar la vida de los suyos, sin perder de vista el fin mas importante de reparar su muro.

No era aqui solo donde resplandecia el valor de este famoso capitan, las bombas que incesantemente estaban cayendo dentro del castillo ofrecian á cada paso espectáculos los mas horribles con que se cortaba el brio del ánimo mas osado: el número de estas segun el mejor cómputo pasó de veinte mil, comprendiendo las granadas reales: y el de los muertos dentro del castillo paso de 4,000, y de mas de cinco mil los que bajaron heridos á la plaza, de quienes murieron casi todos, ó de las heridas ó del pasmo que les sobrevino. El monasterio de las monjas Claras, que se hizo hospital de Marina, el convento de San Agustin que se dedicó para los pardos y morenos, el de San Francisco adonde se pasaron los de S. Juan de Dios á quienes las muchas bombas hicieron desamparar apresuradamente, y en fin el de los padres de Belen cuya caridad fué siempre, si puede ser escesiva en los muchos gastos de los alojamientos, comida y enfermos, que aunque por papeles fijados con

ducian á su convento, jamas se desaguaron mientras que el Morro les suministraba heridos. El autor del Mercurio de diciembre de aquel año hará creer que los muertos del Morro fueron sole 265 á escepcion de los que murieron el dia de su toma y que los heridos fueron poco mas de mil, á quien no vió por sus propios ojos lo contrario; y mas cuando entraron en el Morro como hasta 500 bombas y granadas reales en un dia solo con su noche; y siendo pocas de estas las que no hicieron daño; pues hubo algunas que mataron hasta 15 negros; y á la verdad V. R. puede inferir que harian 15 morteros en 24 horas disparando sucesivamente casi cada cuarto. Entre tantas muertes y desgracias el invicto Velasco redoblaba su constancia, su natural viveza sin dejarle sosegar un rato le traia siempre por los puestos mas peligrosos, recorriendo las artillería, observando contínuamente al enemigo, mandando disparar, y aun haciéndolo el mismo, cuando conocia ser útil en sus tiros, todo lo animaba sin que se observase estraño movimiento sino volver la vista hacia donde caian las bombas que muchas veces reventaban en sus propios pies en donde se conoció la singular providencia Divina que le guardaba, pues conservaba la vida de aquel héroe, cuando los cascos de aquella misma destrozaban 4 ó 5 que en mayor distancia se arrojaban contra el suelo para evadir su furia. No intento formar aquí el elogio de este hombre incomparable, sino que la misma relacion de los sucesos que he tomado por asunto está unida con sus glorias.

Con tan vigilante caudillo jamas hubiera llegado el Morro al estado infeliz, de enarbolar los enemigos la bandera sobre sus almenas, á no haber permitido la Providencia que saliese herido VeJasco de una bomba, y aunque no queria dejar su puesto, instado del Gobernador bajó á tierra, suplicándole con esfuerzo que pasase á ocupar su lugar en el castillo D. Francisco Garganta, capitan de navío de cuya conducta tenia la mayor satisfaccion: no accedió á la súplica el Sr. Gobernador, mandó á suceder á Velasco al capitan de navío D. Francisco Medina, quien mientras tuvo el mando del Morro siguió el sistema de una inaccion perpétua, pararon todos los trabajos, no se oyó disparar un tiro, resguardaba su gente y su persona esperando el asalto: de este niodo sin artilleria y sin gente en las baterías, tuvo lugar á su salvo el enemigo para acercarse hasta el foso, y abriendo cerca una zanja no permitia con los fusiles asomar alguno sin que prontamente no le disparase, así pudo formar en el muro un hornillo, que abriendo despues al reven→ tar muy poca brecha, fué el conducto fatal por donde se tomó el castillo. Cuando Velasco se retiró del Morro determinó no volver á entrar en él, sentido de que el Sr. Gobernador no accediese á lo que el aconsejaba y advertia desde allá; mas por último aquella salamandra que no podia hallarse gustoso sino entre el fuego, co

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