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tas, no tanto por el daño que causan á las abejas, como por el que puede resultarnos si llegan á depositar en sus panales estas mieles. El sabio y valeroso Xenofonte refiere en la historia de la gloriosa retirada de los Diez mil, que habiendo llegado cerca de Trasibonda donde había muchas colmenas, luego que los soldados comieron sus mieles les sobrevinieron vomitos y diarreas y como furiosos y borrachos se tendian en tierra sin poder estar en pie. A las 24 horas cesaron las convulsiones y demas síntomas sin que ninguno pereciese; pero quedaron tan débiles y quebrantados que fué preciso suspender la marcha por algunos dias. El ilustre Tournefort encontró viajando por este lugar una planta muy venenosa, que llaina Chamerodendros, y juzga que su miel estraida por las abejas pudo haber causado aquella catástrofe.

Finalmente, el modo mas seguro de que no se destruyan las abejas, ni por las enfermedades, ni por los insectos, ni por las intemperies es conservarlas muy pobladas reuniendo dos ó mas enjambres. Ejecútase, uniendose por las cabezas que estarán destapadas las cajas que contienen los enjambres, y por la parte opuesta de la que se quiere desocupar se introducirá humo, con el cual las abejas aturdidas se refugiarán en el corcho vecino. Cuando todas estén en él se cerrarà perfectamente hasta el otro dia, en que se examinará si trabajan pacíficas ó están inquietas; si sucediere lo segundo, matando una de las madres cesará la discordia. Así siendo mayor el número de las obreras será mas copiosa la provision; se hará ménos sensible la falta de las que mueran, y el calor que se escitan reuniéndose unas con otras, contribuirá mucho á fecundar los huevos y dilatar su existencia.

¿Y bastará para tantas atenciones un solo hombre que tenga otros ejercicios y cuidados? No es posible. (1)

El haberse mirado el cultivo de las colmenas como un entretenimiento accesorio, ha sido una de las principales causas que impiden sus progresos. Muchos despues de haber cogido los enjambres, que casualmente se les presentan, colocan la caja bajo de un árbol, y no vuelven á verla hasta el tiempo de castrarla. Para cada 100 colmenas me parecen necesarios dos ó tres hombres vigilantes y laboriosos. Deberán examinarlas diariamente con la ma

(1) Tanto es el cuidado que requiere la cria de las abejas, segun Higinio, que debe durar todo el año. Y que es lo que debe observarse en las diferentes estaciones, lo prescribe muy prolijamente en el libro que escribió sobre ellas, cuyo método còpia y adopta Columela en el lib. 9 de Rerust. cap. 14.

Este y otros pasages de los referidos AA. que he leido en el lib. 9 perraf. 9 de la Historia Literaria de España me ha hecho solicitar sus obras con el mayor empeño, persuadido de que habiendo tratado el asunto mas como Labradores que como Fisiólogos, hallaria en ellas noticias muy útiles; pero no he podido encontrarlas.

yor atencion á fin de ver si trabajan ó dejan de hacerlo por enfermedad, persecucion de los insectos ó de ellas mismas. En el pri mer caso les proporcionará los auxilios convenientes; en el segundo ahuyentará y destruirà sus enemigos; y en el tercero contendrá las riñas rociándolas con agua, orines ó tierra, encerrando en su corcho á las invasoras, trasladándolo á otro lugar y poniendoles yaguas untadas con miel, si acaso el hambre las obliga á cometer semejantes hostilidades.

A mas de estas ocupaciones y de las otras que llevo referidas, resta aun la principal á la que todas se dirigen y las compensa profusamente; tal es la separacion de la miel de la cera y beneficio de estas sustancias. Al tiempo de castrar procurará el que lo ejecuta preservarse de los aguijones de las abejas cubriéndose la cara, el cuello y cabeza con una gran máscara ó careta de carton, bramante ó coleta en varios dobleces pegados con engrudos; en el hueco de los ojos se formará un enrejado con alambres de modo que defiendan los ojos sin privar de la vista; en las manos se pondrá unos guantes dejando descubiertas las puntas de los dedos para que maniobre con destreza, Así podrá sin riesgo de ser picado sacar los panales con un cuchillo y echarlos en un barril què conservará tapado para impedir que entren las abejas y se ahoguen en la miel. Transportado á su casa tendrá prevenido un gran jibe, en el cual esprimirá suavemente los panales con la mano, los que probará ántes de ejecutarlo para separar aquellos cuya miel estuviere agria. Bajo del jibe habrá una batea ú otra vasija donde se recibirá la primera miel, llamada vírgen por ser la mas pura, usada constantemente desde la primera época del mundo en todas las naciones como un alimento muy grato y proficuo, y recomendada en la medicina por su virtud detersiva, vulneraria y laxante,

Pasadas seis ó siete horas se pondrán los panales en un saco de bramante, y se meterán en una prensa compuesta de dos tablones, cuyos tornillos se apretarán cuanto posible sea á fin de extraer toda la miel: esta contiene varias impuridades, por tanto no debe mezclarse con la primera. De la prensa se pasarán los panales á una toya de agua muy límpia donde se les quitará la miel que les haya quedado. De aquí se llevarán á una payla con un poco de agua para derretirlos, y despues que hayan hervido se colará la cera por un jibe de heniquen. Antes de enfriarse se harán las marquetas en cajones de hojas de lata ó de tablas, que puedan separarse cuando se quiera sacar la cera. Los cajones que comunmente se forman de yagua y llaman catauros, suelen desbaratarse derramándose en el suelo la cera líquida.

De esta suerte se hace el primer beneficio á toda la cera así de caja como silvestre; mas para purificarlas y darles toda la blancura de que son capaces es necesario proceder con alguna dife

rencia. Derretida segunda vez la cera silvestre en una payla, se pasará á otra colocada á la cabeza de un estanque lleno de agua, en cuyos bordes descansará horizontalmente un cilindro de madera dara cuyo diámetro no escederá de dos tercias. Movido el cilindro con moderada velocidad por un manubrio de hierro que tendrá en un estremo y humedecido con el agua del estanque que deberá tocar, se echa sobre él la cera líquida, la cual cuando llegue al agua formará sobre ella unas láminas muy delgadas, De aquí se sacarán para tenderse en los tableros que regularmente tienen seis varas de largo, dos y media de ancho, una de alto inclinados un poco por uno de sus estremos. La cera silvestre que se pusiere en ellos por octubre deberá permanecer hasta febrero, enrehojandose diariamente, y derritiendose del modo que he dicho cada quince dias. Si las lluvias no fueren contínuas no se llevará á las paylas' hasta que esté enteramente seca. En verano estará en los tableros tres meses y medio ó cuatro, moviéndose todos los dias y rociándose con agua segun lo exigiere el calor del sol; la baticion será mas frecuente y se repetirá hasta que llegue á blanquearse. Las resinas que esta contrae de los arboles donde la abejas la depositan, impiden que nunca quede tan blanca y transparente como la de caja, aun cuando se le agrega el cristal de tártaro. La de caja se purifica en verano en dos meses y medio, y en invierno en tres,' pocos dias mas o ménos, repitiendo la baticion y enrehojándola en los tableros conforme hiciere el tiempo: Antes de volverla á enmarquetar se colará por un lienzo muy ralo, para quitarla cualquier paja que le hubiese caido mientras estuvo en los tableros.

Pero dia vendrá en que toda la cera de la isla de Cuba se beneficie en un mismo término: Cuando se hayan removido los obstáculos que retardan sus progresos; cuando se concedan las gracias que llevo insinuadas, y procedan los cosecheros con mas inteligencia que hasta el presente; entonces no habrá cera silvestre, toda será de caja, se perfeccionará su cultivo, se conocerá la utilidad de las abejas, y de los Cuerpos muy ilustres y benéficos que proponiéndoselas por modelo, trabajan incesantemente en hacer feliz esta Isla, empleando con la mayor generosidad y eficacia su talento, su zelo, sus fondos y autoridad.

DICTAMEN FISCAL,

En la causa que se siguió al Capitan General de la Isla de Cuba D. Juan de Prado, sobre la rendicion de la plaza de la

Habana.

(Conclusion.)

CARGO OCTAVO.

El 80 cargo que verdaderamente es punto peculiar gobernativo, consiste en que á pesar de la estrecha obligacion de Gobernador á salvar del poder de los enemigos el tesoro del Rey y del comercio existente en su plaza, y sin embargo de haber tenido tiempo, proporcion y medios de internarlo en la Isla no lo hizo, y se entregó con la plaza y escuadra á los enemigos haciendo ma yor nuestra pérdida, y mas ventajosa su conquista.

En satisfaccion de este cargo con distincion de los caudales del Rey y del comercio, dice D. Juan de Prado en cuanto á estos: Que su cuidado no tocaba á los mismos interesados ó á los diputados del comercio, y á él solo la obligacion de auxiliarles siempre que para ello fuese requerido. Pero procede en esto con notoria equivocacion ó quiere confundir las cosas. Es cierto que los caudales de particulares, se entiende los que cada uno conservaba en su poder tocaba á ellos mismos cuidar de su custodia y resguardo, y allí entraría bien la obligacion subsidiaria del Gobernador de prestarles auxilio para ponerlos en salvo siempre que se le pidiese, de cuya clase eran los de los vecinos de la Habana, que se llevaron consigo los suyos cuando se retiraron al campo; pero los del comercio que estaban en partida de registro se hallaban bajo la autoridad pública á la que pertenecia cuidar de su conservacion y seguridad: de de donde proviene, que cuando se desembarcan suponen en un parage mas seguro, como se hizo, y se hace regularmente en la Habana, depositándolos en el castillo de la Fuerza, en el que están bajo la mano y autoridad del Gobernador y no de los particulares dueños ó comisionados. Aun cuando estos se hubiesen hallado allí, no les era lícito estraerlos del depósito, ni tampoco lo podian los suyos, y el conde de Superunda dice en su defensa que internó con tiempo en la Isla 1600 $ que habia traido.

Tampoco lo es que los demas lugares de la Isla estuviesen espuestos á una invasion, y que así se debia considerar que el ménos arriesgado era la misma capital, pues se podia internar á parage bastantemente distante en lo interior donde los enemigos no

pudiesen llegar con sus correrias, y aun en caso necesario transportarlos á Santiago de Cuba, donde ciertamente estarian menos espuestos que en una plaza actualmente sitiada y en peligro de perderse.

Tenia tambien el recurso de enviarlos á la bahía de Jagua, donde se hallaba el navio de guerra el Arrogante, detenido por Madariaga á este efecto, en que podian conducirse á dicho puerto de Cuba, al de Cartagena, ó á otras partes sin temor alguno de la escuadra que estaba delante de la Habana, pues es constante que no podia esta destacar navíos en su alcance, porque tendrian que desembocar el canal de Bahama, haciendo un rodeo y viage muy. dilatado. Mas frívola é insustancial es aun la otra razon con que quiere D. Juan de Prado disculpar su omision en esta parte, y se reduce, á que si los enemigos se hubiesen contenido dentro de los límites regulares, se hubieran contentado con la adquisicion del interes público, ó de los derechos de la soberanía, sin alargar las manos al caudal de los particulares, principalmente atendido que en el depósito había intereses de muchas naciones con quienes no tenian guerra, y que este concepto pudo inspirar la confianza (muy mal fundada) de que no se hubiera de entender comprendido en capitulacion. Porque por esta regla no pudieron los enemigos alargar tampoco las manos al caudal de particulares que hallan en embarcaciones mercantes y en naves de guerra que apresen, pues en unas y otras suele haber tambien intereses de muchas naciones con quienes no tienen guerra y aun pertenecientes á los nacionales de los mismos apresadores. Esta confianza hubiera sido buena para con los caudales de los mismos vecinos de la Habana: porque siempre que se entrega alguna plaza, se estipula regularmente en la capitulacion que les hayan de quedar á sus moradores sus bienes y haciendas libres y salvos, como que pasan á ser vasallos del conquistador. Pero esto nunca podía tener lugar para con los caudales de los españoles establecidos en Europa ó en América en los dominios del Rey, ni por consiguiente para con aquellos que se embarcan en su cabeza, aunque en la realidad pertenezcan á otras naciones ó á los mismos enemigos; y si el Gobernador reconoce que estos tenian derecho á apoderarse del interés público. ¿Qué eran estos caudales sino el interes de la Nacion, y por consiguiente del público?

A todo lo referido se añade otra razon de mucha fuerza, y es, que aumentándose el poder del enemigo con la adquisicion de candales, debia el Gobernador solo por esta consideracion aplicar todos los medios posibles para salvarlos por no darles estas armas mas que ofendernos, y así por todos términos era su precisa obligacion atender á este objeto, aun cuando sus mismos dueños ó los diputados del comercio le hubiesen enteramente descuidado.

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