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establecida su nueva colonia, concede la vida por 6 semanas á 800 ó 1000 zanganos que la respetan, afirma Virgilio, mas que los egipcios y parthos á sus Reyes, disfrutándola solamente el que merece sus halagos.

Antes que llegue el tiempo de salir los enjambres debe el cosechero prevenir suficiente número de cajas en que recibirlos. La próxima salida se anuncia, lo primero, por la aparicion de los machos. Habiéndolos destinado naturaleza tan solo para la procreacion, los matan las abejas luego que fecundan á la reina; y miéntras viven, como carecen de instrumentos con que recoger la cera y la miel, permanecen dentro de la caja alimentándose con la que hay en ella. Así, pues, cuando se vieren muchos fuera de ella se esperará un nuevo pueblo. Lo segundo; cuando son tantas las abejas que gran parte de ellas no entran en el corcho. Lo tercero; cuando se percibe de noche un zumbido estraordinario. Ultimainente, se conocerá que el enjambre ha de salir aquel mismo dia, cuando estando éste muy sereno, no se ven fuera de la caja tantas abejas obreras como acostumbran ir al campo; ó cuando éstas permanecen cargadas en contorno de ella sin querer entrar.

Si despues de haber estado nublada la atmósfera y descendido alguna lluvia se despeja y aparece el sol ardiente, causará tal calor en la colmena, que precipitará la salida. Regularmente la ejecutan entre las diez del dia y las tres de la tarde. Un profundo silencio sucede al fuerte zumbido que hacen toda la noche. En un minuto desfilan todas las abejas que componen el enjambre : en él las hay de todas especies y edades instruidas en sus diferentes funciones. Si hubiere viento, se elevan mucho, sino vuelan mas bajo. Entonces el colmenero las arrojará arena, tierra ó agua con una gran jeringa de hoja de lata, que tenga varios agujeros en la punta á modo de regadera, y elias descenderán á preservarse en la caja que ya tendrá prevenida, untándola interiormente con miel, frotándola con verbas olorosas, ó azahumándola con incienso ó gálbano. Muchos las atraen sonando los calderos y sartenes ú otras piezas de hierro y cobre: Aristóteles no se atreve á decidir si es temor, ó la complacencia que les causa este ruido quien las obliga á cautivarse. Nada facilita tanto la captura del enjambre como coger la reina, quitarla una ala y ponerla dentro del corcho; al instante todos la siguen y al tercer dia empiezan sus trabajos, dice. este filósofo.

Si no lo ejecutaren pasado este tiempo, y se observare que están inquietas y se persiguen, es señal de que hay várias reinas en aquel enjambre. En este caso, si la mas fuerte no venciere á las otras y las matase, deberá hacerlo el cosechero, reservando solamente la que le parezca mas robusta y fecunda. Cuando no sea muy numeroso el enjambre juntará dos ó mas, usando de la misma

precaución. Esto deberá observar principalmente con los que se cogieren en el mes de octubre; los que salen desde marzo hasta junio son mucho mayores.

Los que así fueren, podrán castrarse en diciembre y febrero. Esta operacion se ejecutará siempre despues de puesto el sol, una vez por la parte anterior y otra por la posterior, ahuyentando las abejas con humo de paja ó de boñiga de reses. Tres colmenas de tablas de cedro con las dimensiones que he referido producen regularmente poco mas de una arroba de cera al año, y cinco ó seis botijas de miel. Pero deberá repetirse la castracion en agosto y octubre, no tanto para aprovechar la cera y miel, que es muy poca en estos meses, como para quitar los panales secos, que no cubren las abejas, limpiar el corcho y destruir los insectos que hubiere. La escases ó abundancia de flores causa esta diferencia. Cuando en Europa no se vé una sola en el valle mas espacioso, y cuando las abejas amortecidas y encerradas se alimentan con su antigua provision, entónces las nuestras hacen la mas copiosa cosecha. La hermosa variedad y multitud de aguinaldos que adornan estos campos en el invierno, las presenta la cera y la miel mas blanca y sabrosa. En las otras estaciones están menos floridos, por eso no son tan abundantes las recolecciones; pero jamas nos vemos precisados á conducir las cajas de un lugar á otro para proporcionarlas mejores pastos, como las llevaban los egipcios por el Nilo, y aun suelen ejecutarlo los italianos vecinos al Pó.

Al tiempo de castrarlas es preciso que el cosechero no atienda solamente á la utilidad presente; debe tambien cuidar de la futura. No por aprovechar toda la cera arruine los ovarios y mate las ninfas; ni le quite aquella miel que necesita el enjambre para alimentarse. Así lo espondrá á morirse de hambre ó á destruirse unas á otras, buscando el alimento en las agenas cajas. Ni tome solamente la cera blanca y útil dejando la vieja y obscura y los polvos en que se desmorona. Quite toda la que no les haga falta ni perjudique. La generosa abeja trabaja para él, no la prive de lo necesario ni consienta lo nocivo. En la cera vieja y seca estan los huevos del mas cruel de sus enemigos, aquellos polvos son sus escrementos. Una mariposa nocturna pequeña, de color gris oscuro, que vuela con las alas caidas paralelas al horizonte, entra en la caja burlándose de las centinelas, y atravesando indefensa por una armada formidable pone sus huevos donde mejor le parece. De aquí sale un gusano ó polilla que introduciéndose en la cera se nutre con ella y á proporcion que se aumenta dilata su habitacion. De este modo va penetrando los panales, desmoronándolos y haciendo impunemente los mayores estragos, hasta que propagando su raza estraordinariamente, aumenta sus hostilidades y obliga á

las abejas á dejar su morada. Como el aguijon de estas no es capaz de penetrar la cera donde se oculta, á el hombre pertenece redimirlas de este contrario, cuando no impidiendo la entrada de la mariposa, al menos destruyendo su feto y prole. Fácilmente lo conseguirá, sacando toda la cera vieja y roida, y limpiando prolijamente la colmena al tiempo de castrarla con un hierro ancho á modo de escoplo para que no quede cera alguna, y con una esponja mojada quitará toda la miel que se hubiere derramado.

Las abejas, principalmente las antiguas, suelen criar dentro de sus escamas un piojo bermejo del tamaño de la cabeza de un alfiler; pero este les incomoda muy poco, escribe Valmont de Bomare; no obstante sahúmese la colmena tres ó cuatro veces con hojas de romero, naranjo ó salvia, y rocíese interiormente con aguardiente de vino.

En Europa las persiguen fuera del corcho otros varios enemigos, de los cuales unos son desconocidos en este pais, y otros no las ofenden mucho. En una noche de invierno cuando las abejas están entorpecidas por el frio, un raton campestre basta para asolar la colmena mejor poblada. El lagarto, la calandria, la golondrina, el gorrion, el tábano, las abispas, el abejarruco, el abejorro y abejon destruyen una gran parte. Algunos viageros refieren que este último insecto no consiente se propaguen las abejas en varias islas de las Antillas; mas en esta no es rival muy formidable. En otros paises hay una especie de araña que se introduce en la colmena y consume las mieles; aquí solo cazan algunas abejas tendiendo sus redes por donde suelen transitar. La inmunda cucaracha venciendo la resistencia de las centinelas tambien suele penetrar en la caja; pero el grueso del enjambre cae sobre ella con sus aguijones emponzoñados, y despues de matarla la cubre toda con el própolis para preservarse del mal olor que exhalaría el cadáver, y tambien para evitar que percibiéndolo las moscas, entrasen á poner sus huevos en él, y se propaguen los gusanos; así discurren Réaumur y Pluche.

El arriero, el pitirre, el totí en su rápido vuelo pillan muchas abejas. Si es difícil impedirlo cuando andan por el aire, se podrá al ménos ahuyentarlos de las inmediaciones del colmenar, matándolos con escopeta, y registrando los árboles coposos donde puedan anidarse. Mayores daños harian los pavos, las gallinas y otras aves domésticas si pudieran aproximarse á las cajas; pero fácilmente se precaveráu cercando el parage donde se situaren, segun he insinuado.

Mas árduo parece preservarlas de las hormigas. Estas, aunque no persiguen á las abejas, devoran sus panales y sus ninfas, consumen sus mieles, y llegan á ser tan tenaces y numerosas que las hacen dejar su habitacion: el vigilante abejero puede evitarlo

no consintiendo inmundicias ni yerbas junto á la casa; introduciendo en sus agujeros agua hirviendo, cal ó ceniza, ó apretando con pisones el suelo, para que no les sea tan fácil penetrarlo. Si á pesar de todo esto la intrépida hormiga subiere á las cajas, será preciso ocurrir á otro arbitrio, que aunque mas costoso es muy eficaz. Fórmese una zanja de tercia de ancho y media de hondo, en cuyo centro queden los pies que sostienen él tendal, enladríllese, ó cúbrase con una torta de mezcla fina del grueso necesario para que pueda conservarse llena de agua. Esta se renovará cada tres ó cuatro dias, y á los veinte se fregará la zanja para quitar la babilla y evitar los insectos. Conservándose aseada podrán las avejas usar de ella poniendo unas piedrecillas que sobresalgan. Para cada línea de pies del tendal será preciso una zanja, ó hágase una sola que circunvale todos los pies, y entonces bastará un solo desaguadero hecho en la parte por donde hubiere algun declive, para preservar los pies de una pronta corrupcion convendrá hacerlos de mangle negro ó quiebra-hacha.

El zapo no se engulle solamente las abejas al tiempo que ellas beben en los arroyos y lagunas, tambien se oculta de dia bajo de las cajas y de noche se introduce en ellas y las desola. Lo propio ejecutan los grillos, murciélagos y otras sabandijas nocturnas. El colmenero frustrará sus astucias, haciendo los agugeros de la caja por donde han de entrar las abejas tan pequeños que ellas unicamente puedan introducirse, y no dejando abierta la parte opuesta como algunos observan, sino cerrándola enteramente con una tabla conforme he dicho ya; ahuyentará las aves y demas animales que las persiguen; quitará las telas de las arañas; arrasará los panales de las abispas, y no permitirá cerca de las colmenas la menor inmundicia donde puedan ocultarse las cucarachas y otros in

sectos.

No son necesarios tantos rivales para destruir todos los años un gran número de abejas. El abate Ferriere afirma que de muerte natural perecen en el Otoño mas de un tercio de cada caja y casi otro tanto en la Primavera. De aquí infiero que ellas no viven siete años y aun mas, como juzgaron Virgilio, Plinio y otros autores. Valmont de Bomare y Réaumur creen con mas probabilidad, que solo duran uno o dos; y aunque las esperiencias que hicieron no son bastante ciertas para decidirse, sin embargo, yo me adhiero á ellos inducido, entre otras razones, por esta sublime reflexion del Plinio de la Francia: la naturaleza dice, gira sobre dos ejes inalterables, la destruccion sin número y la multiplicacion sin número: si es escesiva la produccion anual de estos insectos, la mortandad ha de ser igualmente considerable.

Cáusanla varias enfermedades. La primera que refieren Aristóteles y Plinio, es el clerus ó blapsigonía, esto es aborto; consis

te en que se esteriliza tanto la madre abeja que no resulta de sus huevos un perfecto enjambre, sino un insecto de otra especie. Aunque es muy respetable la autoridad de estos escritores, no creo pueda suceder semejante fenómeno.

No obstante, si se observare que dejan de salir enjambres en el tiempo natural pudiendo faltarle la virtud prolífica á la reina por la edad ú otro accidente, se matará ésta y se pondrá en su lugar otra mas jóven y robusta.

En el invierno cuando el frio es muy escesivo se enervan los músculos de todos estos insectos, quedan inmobles, insensibles, casi exánimes. El calor del verano vuelve á restituirles la sensibililidad y movimiento, les cura esta paralisis universal, ó los resucita, como se esplicaban los antiguos. Ellos mismos procuran preservarse reuniéndose unos con otros para conservar algun calor. El cosechero deberá tambien resguardarlos cubriendo los corchos con mantas, y tapando las rendijas con mezcla fina y estiercol de reses.

La disentería es la mas cruel de todas sus enfermedades. Antes que Réaumur, Plinio comprendió que provenía de alimentarse únicamente con miel, faltándoles la cera bruta, ó la materia con que forman la cera. Cuando la padecen, se ponen estenuadas, débiles, torpes, mudan el color y abandonan el trabajo: óyese dentro de la caja un zumbido estraordinario y arrojan fuera muchos cadáveres. La debilidad no permitiéndoles escrementar donde acostumbran cuando están sanas, ni ponerse en una actitud que no se ofendan, obliga á las que están arriba á que arrojen sobre las de abajo una materia glutinosa, que les cierra los órganos de la respiracion.

Aunque nuestros campos mas fértiles que los de Europa, jamás carezcan de flores de donde saquen miel y la materia de la cera, si acaso no fueren suficientes para alimentarlas, y se advirtiese en ellas las señales que he referido, se les pondrá en platos un licor hecho con media azumbre de vino tinto, media libra de azúcar y otro tanto de miel; sahumándose interiormente los corchos con incienso ó gálbano.

Yo me persuado que esta es la misma enfermedad que refiere Virgilio sin nombrarla. Los síntomas son los propios, y tambien recomienda el gálbano, la miel mezclada con agallas y rosas secas, y el vino que se haya espesado hirviendo en él las uvas pasa. das, el tomillo y la centaura.

En los meses de mayo y junio suelen verse algunas abejas como frenéticas volando precipitadamente, embistiéndose unas con otras, arrojarse en el suelo y morir agitadas de convulsiones, Atribúyese este accidente á la miel que chupan en los cálices de algunas flores venenosas como el rebienta-caballo, curamaguey y rompe-saraguey. Esterminense, si posible fuere, semejantes plan.

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