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ROMANCE TRIGÉSIMO QUINTO.

En seguimiento de Orlando,

Cerbino se partió vn dia,
al tiempo que sus dorados
rayos el sol esparcia,
los mismos pasos siguiendo
por donde el Conde venia,
y siguiendo su jornada
vió léxos que reluzia

vn arnés tendido en tierra,
y que vn cauallo traya
del arçon colgado el freno
y mansamente pacia:
Cerbin luégo reconoce
que Roldan le poseya,
y aquellas vió ser las armas
del mismo que le regia;
quedó de verlo espantado
sin saber lo que seria,
hasta que de vn pastorcillo,
que de vn monte descendia,
se supo que el señor dellas
el seso perdido auia;
Cerbin dexó su cauallo,

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pretendiendo deffendellas
al que lleuarlas querria;
y en la corteza del tronco
este letrero escreuia:

estas son las ricas armas

de que Orlando se vestia, ningun hombre toque á ellas que le costará la vida;

que aunque su dueño las dexa, Cerbino las deffendia; y acabada aquella obra, ya que descansar queria, vió venir á Mandricardo, que quando las armas via, informándose del caso, para la espada acudia,

y

del pino la descuelga,

y estas palabras dezia: Orlando fingió ser loco porque entendió que sabia lo mucho que le he buscado por esta espada ques mia; Cerbin, á muy grandes bozes, déxala, moro, dezia,

y

si la piensas lleuar,

gánala por valentía;

si assí ganaste el arnés

que Héctor vn tiempo traya,

claro está que le hurtaste;

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la rigurosa batalla
en todo el valle se oya;
Cerbino teme la espada
que su contrario tenia,
porque sabe que le importa
no más de saluar la vida,

y aunque á vna y otra parte
los fieros golpes huya,

vno no pudo escusar
que en el arnés recebia,
que aunque no fué peligroso,
le hizo vna gran herida,
por la qual la sangre sale
que todo el campo teñia,

y

á Isabela que miraua, el coraçon le partia;

Cerbin con vn brauo golpe desto se satisfazia,

que á la ceruiz del cauallo la de Mandricardo inclina, mas tambien se venga el moro,

que en poco espacio traya
tan herido á su contrario
que aliento le fallecia.
Isabela que miraua

el estremo en que le via,
á vna dama muy hermosa
que Mandricardo traya,
que estorue aquella batalla
por Dios del cielo pedia:
Doralice, que este nombre
la gentil dama tenia,

hizo á ruego de Isabela lo que demandado auia, dexando tal á Cerbino,

que en su rostro se entendia

lo poco que le faltaua

para acabar con la vida: sentóse par de vna fuente que por el prado corria, con Isabela á su lado, que en verle como le via, diera por darle remedio la salud quella tenia; no sabe sino quexarse con dolor entristecida, que las piedras ablandara las lástimas que dezia, y Cerbino que la tiene dentro del alma imprimida, la començó á consolar de la suerte que podia, y en este oficio dió el alma, que, de su cuerpo salida, quando Isabela lo vió con el ánsia que sentia,

á sí misma se matara si no fuera socorrida

de vn sancto viejo hermitaño,

que de ordinario acudia

por agua de aquella fuente

de la celda en que viuia;

y quando vió tal la dama

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con muy discretos exemplos de su intento la desuia, y prometió de lleuarla haziéndole compañía donde quiera que quisiese,

y que no la dexaria:

acetó la triste dama

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el viejo le offrecia,

y el cuerpo de su Cerbino sobre vn cauallo ponian,

y

á vn monesterio partieron

que el hermitaño sabia,

do pudiessen enterralle del modo que merecia,

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