y reparáronse todos viéndole sólo á mirallo, y á donde estaua se acercan y juntos le han saludado, y él con mucha cortesía la suya les ha pagado; preguntáronle quién era y á donde va encaminado; respóndeles D. Rodrigo: soy vn cauallero extraño, natural de Andalucía y á donde he sido criado, soy por el valor que tengo conocido y respetado, y agora vengo á Coymbra donde está el Rey D. Fernando, para hazer, si pudiere, que leuante della el campo, y dar la muerte á Rodrigo de Viuar el afamado, ques el que tiene dicen que rendido el pueblo pagano, porque no ay moro ninguno que ose con él hazer campo, y á mí tan gran cobardía tiéneme marauillado, sabiendo que en esta tierra ay moros muy esforçados, mas lo que tantos no pueden yo sólo pienso acauallo; oyeron, los nueue que esto le riyendo, le han replicado: pocas vezes se vió moro que fuesse muy esforçado que como estás estuuiese de sí mismo confiado; y pues que tanto te precias de valeroso y bizarro, con qualquiera de nosotros podrás probarte en el campo: el Cid callando responde, y rebuelue su cauallo, y de aquel primer enquentro dexó muerto á su contrario; y quando los ocho vieron que la vida le ha quitado, á él arremeten juntos con intencion de matallo; mas el valiente Rodrigo á dos que se han acercado hizo que al muerto primero partiesen acompañando, y buelue sobre los otros como leon desatado, que de sus furiosos golpes estauan amedrentados, y rompiendo el yelmo al vno á sus piés le ha derriuado, y otro se le fué huyendo sin ser posible alcançallo, y de los quatro que quedan al vno mató el cauallo; mas el moro es valeroso, y porque huyendo se le ha escapado, que á la entrada de vn castillo, el buen Cid con él ha entrado, y á grandes bozes el moro fauor está demandando, y salen á socorrelle quatro moros bien armados, con otros treynta de á pié de quien el Cid fué cercado; todos dizen: «muera el moro, que á moros hace tal daño;» el Cid les dize: << traydores, oy morireys á mis manos;» y con la furiosa espada en medio dellos entrando, éste mata, aquél derriba, corta al otro pierna á braço; diez damas moras le miran desde vn corredor muy alto, y de verle tan furioso estauan todas temblando, y entre ellas vna tan triste que da lástima contallo, del valiente Abdalla esposa, auia entrado y hermana del que en el castillo huyendo del inuencible christiano, de tan rara hermosura que del sarraceno vando á la que fué más hermosa y de talle más gallardo la differencia hazia aquel rostro soberano, que á las menudas estrellas suele hazer el sol claro; y recelando la muerte de su esposo tan amado, sacó vn profundo suspiro Ay fuerte Abdalla, dulce esposo mio, deffensa á nuestra ley firme y segura tu valor dónde está, qués de tu brío que assí nos dexa en tanta desventura. No deues de saberla, que yo fio de tu esfuerço y tu fe sencilla y pura, que aunque la vida en condicion pusieras, á valer estas tristes acudieras. Apresura los pasos caro amigo, no te detengas, mira que te espero, líbranos del furor deste enemigo leon hambriento y lobo carnicero. May ay, mi bien, que temo que contigo deue de auerse visto lo primero, y que en llamarte me fatigo en vano, pues deues quedar muerto por su mano. Y siendo esto verdad, como sospecho que sí será, segun soy desdichada, yo con mis manos abriré este pecho porque te siga el alma lastimada, y el coraçon en lágrimas desecho por mis ojos saldrá de su morada en este breue tiempo que me queda para que mi desdicha saber pueda. Y acabando estas razones |