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y yo solo, triste, peno,

por

medio de una ancha calle
vi venir un bulto negro,
y entre un susurrar confuso
algunos suspiros tiernos.
Detuve el paso, paréme
harto temeroso el pecho,
inquieto el corazón,
erizados los cabellos.

Ya que estuvieron más cerca,
vi cuatro enlutados cuerpos
con grillos y con cadenas
todos cargados de hierro.
Llevaban cuatro mordazas
y al mísero son funesto,
mil tristezas, mil gemidos,
ansias, congoja y lamentos.
Sustentaban en los hombros
una ancha tabla 6 madero
traída del sacro Gargano,
sin duda para este efecto.
Iba de diez mil heridas
un hombre pasado el pecho,
y en cada herida una lengua
y á un lado aqueste letrero:
Estas me dieron la vida

y aquestas lenguas me han muerto. Era la noche tan clara,

cual si la aurora en el cielo

con su lámpara febea

luz diera á nuestro hemisferio.

De suerte que pude ver todo lo que iré diciendo; iba al otro lado escrito aqueste epitafio en verso:

Bueno me ha dejado el tiempo; y para mejor decir, con tiempo para morir y para vivir sin tiempo. Llevaba un purpúreo lustre y un hermoso rostro bello, que le juzgara por vivo á no saber que iba muerto. No pude saber quién era, y deseando saberlo lleguéme más, y en la boca llevaba escritos dos versos: Aquí yace mi ventura y aquí dió fin el silencio. De una novedad tan grande quedé admirado y suspenso, y por saber lo que fuere quise ver el fin postrero. Fueron saliendo hacia el campo, y al fin me salí tras ellos,

y entre unos sombrosos árboles, de hojosas ramas cubiertos, cuyas levantadas cimas competían con los cielos, á donde nace una fuente y despeña un arroyuelo, que con raudo remolino hace un sonoroso estruendo, sobre una nativa piedra pusieron el triste cuerpo. Y encima del muchos ramos, colocasia y nardo bello, sagrado mirto y laurel, y acanto florido en medio. Y con yesca y pedernal,

otros encendiendo fuegos,
donde aplicaban olores
quemando incienso sabeo.
Al fin le dieron sepulcro,
y después de todo esto,
ocho funerales hachas
sobre el sepulcro pusieron.
No pude esperar á más,
porque ya iba amaneciendo,
y el ánimo no era tanto
que no le venciera el miedo.
Yéndome, pues, á mi casa,
vi llegar algunos presos
por indicios desta muerte
condenados á tormento.
Vi que la justicia andaba
grande información haciendo,
por saber quién le mató
y nunca se ha descubierto.
Esto está en aqueste estado;
todos me tengan silencio,
porque al primero que hablare
he de decir que le ha muerto.
RAMÍREZ

Qué breve aplicación y qué buena.

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Cierto que me ha contentado con grande extremo el discurso deila.

RAMÍREZ

Ahora venid acá, Solano; decidme qué es cosa y cosa que no es juez y juzga, no es letrado y arma

pleitos, no es verdugo y afrenta, no es sastre y corta de vestir, y es todo esto y no es nada desto, y si no hace nada goza del cielo y si todo lo hace le lleva el diablo.

¿Qué es, en efecto?

SOLANO

RAMÍREZ

La mala lengua. Porque sin ser juez juzga las vidas ajenas; sin ser letrado arma pleitos con todos sus vecinos; sin ser inquisidor quema aquél y al otro, y sin ser verdugo afrenta á todos, llamando bellacos á unos y cornudos á otros, y sin ser sastre corta de vestir á todo un lugar; y ya se ve que es todo esto y que no es nada desto, y que si no lo hace gana el cielo, y si todo lo hace se le lleva el diablo.

RÍOS

No es malo este enigma para una loa.

RAMÍREZ

No sabéis lo que me espanta que haya remedios y defensivos para el rejalgar, de triaca y unicornio y que el veneno del maldiciente sea sin remedio y mate sin que se le halle defensivo.

ROJAS

Dice Salomón que el callado tiene la lengua en el corazón y el maldiciente el corazón en la len

gua.

SOLÁNO

El que á semejantes descubriese su secreto, paréceme que en esa hora se vendía por su esclavo.

RAMÍREZ

El hombre callado (que es lo mismo que decir discreto) por muchos casos de fortuna siempre está en pie; pero el hablador (que es decir necio), en el menor que tropiece da de ojos.

ROJAS

Jenofonte, filósofo, decía que tenía lástima al hablador encumbrado y envidia al caballero abatido.

RÍOS

Rigidio, Sanocracio, Ovidio y otros escribieron muchos libros del remedio del saber querer pero no de saber callar.

ROJAS

Esotro día (por lo que decís de querer) estaban en Toledo no sé cuántos galanes tratando en la comedia quién sería el amor, y uno decía que debía ser como el avestruz, otro como galápago; cada uno, al fin, lo que con su juicio alcanzaba y lo que cerca desto sabía. Y yo, con aquel pensamiento, estuve algún rato variando, y en efecto, hice aquesta loa cerca deste propósito, que entiendo que es de mucho gusto.

Debajo de una ventan i que mira al sagrado Betis, cuyas cristalinas aguas besan sus murallas fuertes,

estaban ciertos amigos

destos de manteo y bonete,

tratando ayer del amor

anochece que anochece.

Llegué, y aunque iba de prisa,

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