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no hay razón por qué culparme, pues si se me ausento de ti, sabes que te llevo en mí y á mí no puedo olvidarme. No negaré que te adoro, y si quieres, yo lo niego, y aquí verás si estoy ciego, pues confieso lo que ignoro; guardo á tu amor el decoro, y como es fuerza partir, donde sin ti, no hay vivir, es cual la vela mi amor, que da claridad mayor cuando ya se va á morir. Dicen algunos amantes que de ausencia nace olvido, y yo digo que ha nacido el olvidar de ignorantes; que el ser ó no ser constantes consiste sólo en razón;

que no es la ausencia ocasión
á vencer la voluntad,

y así donde hay necedad
jamás hay firme afición.
Si te dijeren de mí,
señora, que no te amé;
si dudares de mi fe,

que ruego á Dios no sea así,

sólo te suplico aquí

que te acuerdes de quien eres,
que me quieras si me quieres
aunque tenga por simpleza
pedir que tengan firmeza
en ausencia las mujeres.
Confieso que algunas son

llanas, fáciles, posibles,

y otras fuertes, invencibles,
más que el monte de Sión;
pero llegado á razón

que mujer hay que en un mes,
por gusto ó por interés,
ó cosas más importantes,
no olvide lo que fué antes
por lo que vino después.
El tiempo doy por testigo
y en él, Camila, verás,

que
si de mí ausente vas,
te lleva mi alma consigo;
dénme los cielos castigo,
si en lo que digo no acierto,
que puedo jurarte cierto,
y esto solo te apercibo,
que en tus ojos estoy vivo
y en tu ausencia parto muerto.
Pues cuando tú consideres
que eres mujer, y yo ausente,
tú discreta, yo imprudente,
yo quien soy y tú quien eres;
si por ventura me vieres

de aquí á un mes ó de aquí á un año, verás claro el desengaño

y me dirás que acerté;
yo en guardarte amor y fe
y tú en conocer tu engaño.
No hay decir no lo sabrán
como presentes no se hallen,
pues cuando todos lo callen
mis ojos te lo dirán;
porque en ellos se verán
las quejas de tu razón,

mi mudanza ó tu afición,
que si bien lo consideras,
son los ojos vidrieras
del alma y del corazón.
Cuando tu amor sea ninguno,
yo con tu gusto concuerdo;
que jamás un hombre cuerdo
ha sido amante importuno;
mas si te dijere alguno
que no tengas confianza,
viendo ausente tu esperanza,
no lo creas, que es error,
porque siempre un nuevo amor
requiere nueva mudanza.

Y acabando de escribir estos tristes y últimos versos y poniéndome en camino todo fué uno, porque como los mandados de los reyes son imperio y las obligaciones de la honra mayores que las de la vida, dejo el cuidado de vivir y de mi propia voluntad sigo el de la amarga, triste y desastrada muerte. Aquí acabé de contar mi historia á mi noble amigo Montano, acompañando el último y postrimero fin della con mil suspiros, sollozos y lágrimas, que la fuente del corazón, como arroyos, despedía. El cual me consoló lo que pudo, prometiéndome, como fidelísimo amigo, de ocupar siempre el tiempo en mi amistad y servicio de la noble Camila sin apartarse della un solo punto, pues no estaba su tierra del Miño más que distancia de cinco ó seis leguas. Y al fin, aquel mismo día me partí y llegué á la antigua ciudad de la Coruña, honra de la noble y leal Galicia, donde vi sus fuertes muros, sus gruesas piezas de artillería, los fuertes de San Antón, de Santa Marta y todas las demás cosas que hay que ver, que son hartas. Y habiendo visi

tado al gobernador y gente principal de la ciudad, que eran mis deudos, me despedí de mi fidelísimo y nobilísimo amigo Montano, que casi me faltó el corazón en esta despedida, dejándole encargadas las prendas de mi alma, todo lo cual él prometió de hacer, después de haber acabado los negocios á que había ido á la Coruña. Cual quedaron la bella y hermosísima Camila y sus ancianos padres, tú, amigo Rojas, pues eres discreto, lo podrás considerar, y así tengo por indiscreción exagerarlo. Yo tomé luego mi camino, y saliendo de los muros de la Coruña, contemplando su soledad, comencé á decir:

Adiós, hercúleos muros, que á los cielos
amenazáis con la soberbia altura.
Adiós, tierra dichosa, sepultura

de mis contentos, glorias y consuelos.
Adiós, árboles verdes, que mil hielos,
mil blancos pechos, más que nieve pura,
encubrís con quien tiene la hermosura
tanto lugar como hay en mis recelos.
Adiós, sabrosas fuentes apacibles;

adiós, mar, que hoy os vence el de mis ojos,
quedáos adiós, y adiós también yo mismo.
Hoy muero, hoy son mis penas insufribles,
hoy me voy y me quedo, y mis enojos
hallan en mi destierro el propio abismo.

Esto acabé de decir, y luego, por la posta, tomé mi camino para la corte, do en llegando me mandó su majestad levantase esta compañía que ahora tengo en Bretaña, y apenas salí con la conduta y levanté mi bandera, cuando de improviso recibí una carta de mi querido y fiel amigo Montano, en que me avisaba estaba enferma mi Camila. Y di

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ciendo esto, quedó tan fuera de sentido el sin ventura Leonardo, que le tuve más de dos horas por muerto. El cual, vuelto en su acuerdo, empezó á despedir un arroyo de lágrimas que me enternecieron, de manera que en lugar de consolalle en su pena le ayudé á llorar su desgracia, con lo cual dió fin á su amorosa historia, y dentro de ocho días mi capitán (que se llamaba Rostubaldo) á su miserable vida. Porque llegando una tarde al campo de la verdad en busca del enemigo, le hallamos atrincherado entre unos castillos donde el triste Rostubaldo, que era un capitán valentísimo, con cincuenta arcabuceros llegó á reconocer el puesto y á ganalle dos trincheras al enemigo, y al retirarse le dieron un mosquetazo. De cuya muerte todo el campo hizo no pequeño sentimiento, porque era de todos los soldados generalmente muy querido. Y esta misma noche (que fué domingo), le sacó un cabo de escuadra suyo al hombro de donde había caído, y se le hizo en una ermita un lastimoso entierro. Por cuya muerte le encargó su majestad al capitán Leonardo una de las más principales fuerzas y gobiernos del reino de Bretaña, donde asiste ahora, con los cuidados que es razón, de su hermosa Camila, cuyo casamiento pienso se cumplirá en la cercana primavera, en la cual sin falta irá por su querida esposa, y se acabarán los deseos destos dos ilustres apasionados, que en el modo de tenerlos enseñan á los príncipes á guiar los suyos y á guardar el decoro á las nobles doncellas, refrenando ellos su apetito y midiéndole con la honra y razón. Lo que sucediere adelante en el discurso de la vida destos dos espejos de honra y amor, se cantará en nuevos libros, en los cuales se proseguirá esta dulce, apacible y agradable historia.

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