no hay razón por qué culparme, pues si se me ausento de ti, sabes que te llevo en mí y á mí no puedo olvidarme. No negaré que te adoro, y si quieres, yo lo niego, y aquí verás si estoy ciego, pues confieso lo que ignoro; guardo á tu amor el decoro, y como es fuerza partir, donde sin ti, no hay vivir, es cual la vela mi amor, que da claridad mayor cuando ya se va á morir. Dicen algunos amantes que de ausencia nace olvido, y yo digo que ha nacido el olvidar de ignorantes; que el ser ó no ser constantes consiste sólo en razón; que no es la ausencia ocasión y así donde hay necedad que ruego á Dios no sea así, sólo te suplico aquí que te acuerdes de quien eres, llanas, fáciles, posibles, y otras fuertes, invencibles, que mujer hay que en un mes, que de aquí á un mes ó de aquí á un año, verás claro el desengaño y me dirás que acerté; mi mudanza ó tu afición, Y acabando de escribir estos tristes y últimos versos y poniéndome en camino todo fué uno, porque como los mandados de los reyes son imperio y las obligaciones de la honra mayores que las de la vida, dejo el cuidado de vivir y de mi propia voluntad sigo el de la amarga, triste y desastrada muerte. Aquí acabé de contar mi historia á mi noble amigo Montano, acompañando el último y postrimero fin della con mil suspiros, sollozos y lágrimas, que la fuente del corazón, como arroyos, despedía. El cual me consoló lo que pudo, prometiéndome, como fidelísimo amigo, de ocupar siempre el tiempo en mi amistad y servicio de la noble Camila sin apartarse della un solo punto, pues no estaba su tierra del Miño más que distancia de cinco ó seis leguas. Y al fin, aquel mismo día me partí y llegué á la antigua ciudad de la Coruña, honra de la noble y leal Galicia, donde vi sus fuertes muros, sus gruesas piezas de artillería, los fuertes de San Antón, de Santa Marta y todas las demás cosas que hay que ver, que son hartas. Y habiendo visi tado al gobernador y gente principal de la ciudad, que eran mis deudos, me despedí de mi fidelísimo y nobilísimo amigo Montano, que casi me faltó el corazón en esta despedida, dejándole encargadas las prendas de mi alma, todo lo cual él prometió de hacer, después de haber acabado los negocios á que había ido á la Coruña. Cual quedaron la bella y hermosísima Camila y sus ancianos padres, tú, amigo Rojas, pues eres discreto, lo podrás considerar, y así tengo por indiscreción exagerarlo. Yo tomé luego mi camino, y saliendo de los muros de la Coruña, contemplando su soledad, comencé á decir: Adiós, hercúleos muros, que á los cielos de mis contentos, glorias y consuelos. adiós, mar, que hoy os vence el de mis ojos, Esto acabé de decir, y luego, por la posta, tomé mi camino para la corte, do en llegando me mandó su majestad levantase esta compañía que ahora tengo en Bretaña, y apenas salí con la conduta y levanté mi bandera, cuando de improviso recibí una carta de mi querido y fiel amigo Montano, en que me avisaba estaba enferma mi Camila. Y di ciendo esto, quedó tan fuera de sentido el sin ventura Leonardo, que le tuve más de dos horas por muerto. El cual, vuelto en su acuerdo, empezó á despedir un arroyo de lágrimas que me enternecieron, de manera que en lugar de consolalle en su pena le ayudé á llorar su desgracia, con lo cual dió fin á su amorosa historia, y dentro de ocho días mi capitán (que se llamaba Rostubaldo) á su miserable vida. Porque llegando una tarde al campo de la verdad en busca del enemigo, le hallamos atrincherado entre unos castillos donde el triste Rostubaldo, que era un capitán valentísimo, con cincuenta arcabuceros llegó á reconocer el puesto y á ganalle dos trincheras al enemigo, y al retirarse le dieron un mosquetazo. De cuya muerte todo el campo hizo no pequeño sentimiento, porque era de todos los soldados generalmente muy querido. Y esta misma noche (que fué domingo), le sacó un cabo de escuadra suyo al hombro de donde había caído, y se le hizo en una ermita un lastimoso entierro. Por cuya muerte le encargó su majestad al capitán Leonardo una de las más principales fuerzas y gobiernos del reino de Bretaña, donde asiste ahora, con los cuidados que es razón, de su hermosa Camila, cuyo casamiento pienso se cumplirá en la cercana primavera, en la cual sin falta irá por su querida esposa, y se acabarán los deseos destos dos ilustres apasionados, que en el modo de tenerlos enseñan á los príncipes á guiar los suyos y á guardar el decoro á las nobles doncellas, refrenando ellos su apetito y midiéndole con la honra y razón. Lo que sucediere adelante en el discurso de la vida destos dos espejos de honra y amor, se cantará en nuevos libros, en los cuales se proseguirá esta dulce, apacible y agradable historia. |