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dicha nao, en 22 dias del mes de Enero de 1614 años. En testimonio de lo cual lo firmé de mi nombre y hice mis rúbricas acostumbradas. -Francisco Gordillo, escribano nombrado (1)

CARTA DEL PRESBÍTERO GOMEZ MARAVER Á S. M. PONDEranDO LOS MALES DE LA NUEVA ESPAÑA Y ABOGANDO PORQUE SE REDUZCAN Á ESCLAVITUD LOS INDIOS EN CIERTOS CASOS (2).

S. C. C. M.

Considerando en mí muy profundamente que en el cuerpo místico de esta Nueva España y república jamás ha habido llaga más dolorosa ni herida más mortal, bañada en sí de más ponzoña secreta, y acatando, serenísimo señor, que cada uno de nosotros sus vasallos es tenido, segun derecho divino y humano, de dar noticia á V. M. de las cosas en que mucho le vá, y vista la ansiedad y fatiga deste reino, los llantos dolorosos de niños y

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<Copia de la relacion que envió Sebastian Vizcaino al Virey de la Nueva España, del viage que hizo al descubrimiento de las islas Ricas de oro y plata, citada en el capítulo II de la carta de guerras de Filipinas y Japon, de 8 de Febrero de. (No se lee la fecha por estar carcomido el papel.)

(2) Coleccion de Muñoz.-Tʊmo LXXXIII.-Este mismo D. Gomez Maraver era, segun Herrera, obispo del Nuevo Reino de Galicia en 1547.

viejos, las lágrimas y clamores de matronas y vírgenes, el ahullido y llanto de chicos y grandes, el intensísimo dolor y desesperacion de ricos y pobres, el desasosiego y temor de sacerdotes y religiosos, la despoblacion de la tierra, los grandes errores que se esperan en la fée, el abatimiento y caida desfa nueva iglesia, y finalmente, la destruicion universal en todo; y como en tan gran afliccion y miseria más es tiempo de buscar remedio que de llorar, sacando fuerzas de flaqueza, yo, el menor de los menores, levanto mi pluma á mi Rey y Señor, con aquella humildad y sincera simplicidad que una tan pequeña hormiga debe á tan alta magestad, á quien sólo, como á ministro de Dios y escogido por divina suerte, se le debe todo dominio, amor y temor, de donde la debida lealtad de súbdito y humillísimo criado no me consiente callar en caso tan importante, y se echa el resto de la perpetuidad desta iglesia y Nueva España; y ansí con el santo Job no perdonaré á mi boca, más hablaré en tribulacion de mi espíritu, pues veo que muchas veces por inadvertencia y siniestra provision de los Príncipes, se pierde lo que se ganó con mucha justicia y trabajo. Porque ¿quién mudó el imperio de los asirios, la fuerza de los macedones, el dominio de los medas, la grandeza de los persas, la fama de Babilonia, el señorío de los romanos, la superba Cartago, la fuerte Numancia, la grande é insigne Constantinopla; sino el tiempo, fuerza y maña de los hombres? Y aunque algunos de los reyes y principes pasados tuvieron poca misericordia y dolor de las calamidades y miserias de sus vasallos, empero á todos habia de espantar y zumbar las orejas, poderoso Señor, la ruina y destruicion de tantos reinos; pues hasta hoy no quedó alguno que muchas veces no se perḍiese y destru

yese. Por cuya causa, Sacra Magestad, estos sus muy leales vasallos, vista la novedad presente destos capítulos y ordenanzas, suplican que de nuevo sean provehidos; algunos de los cuales por ir de directo contra el servicio de Dios nuestro Señor y de V. M. y en total ruina y destruicion de lo espiritual y temporal, convirtieron la medicina en ponzoña en toda esta Nueva España en total destruicion, y nuestra seguridad en muy inminentes peligros, así como la seguridad y contento, si alguno pueden tener los hombres en estas partes, en mil desasosiegos, donde todos estamos desterrados, donde todos estamos vendidos y puestos al cuchillo, donde todos estamos ausentes de toda verdad y seguridad, pues tenemos los enemigos doblados, que de fuera está el cuchillo y en casa la dura muerte; y finalmente, donde todos carescemos de toda la alegria y quietud. Porque en las tierras estrañas y de tan poco asiento como esta, aunque en alguna manera se ceben y deleiten los ojos, en ninguna se satisface ni cabe el corazon; de lo cual cubiertos de inmortal tristeza y dolor los hombres, como locos desatinados, vista tan siniestra provision de padre tan piadoso, creen ser cercano algun mísero fin en aquesto que la dichosa fortuna de V. M. ganó, siendo ministros aquellos bienaventurados varones que Dios escogió por caudillos.

¡Oh, Sacra Magestad, cuánto es de llorar y gemir ver tan cercana la destruicion y tan lejos y apartado el remedio! Porque son sin número los que destruyen y uno solo el que lo puede remediar; y así la certidumbre de lo pasado de otros reinos pone gran temor en lo porvenir á este; porque ninguna seguridad es la nuestra en un imperio tan nuevo como este, tan sin fortalezas y municio-. nes, tan vacío de gente española, tan lleno y sembrado

de contrarios; y lo que es más de lamentar, como dice Jeremías, desde el profeta hasta el sacerdote todos hacen engaño; que por haber tantos amadores de su propio interés, se ha puesto esta tierra en tanta miseria, y en términos, que se ha de perder sino se remedia. Porque unos pretenden capelos y prelacías, y otros tienen en tanto su reputacion y crédito cerca de V. M., que de lo que una vez han dicho, escripto 6 informado no se apartan, aunque se hunda el cielo, se pierda la tierra, la iglesia se destruia, el culto divino se aniquile y abata, y finalmente, en todo se espere el infierno y destruicion. Lo cual es muy gran error, pues en las tierras nuevas y tan sin fundamento como esta, lo que en un tiempo conviene y es provechoso, en otro es la misma destruicion. ¡Oh César invictísimo, defensor de la fée, caudillo de los cristianos, alférez de Christo, refugio de los opresos, tutor de los huérfanos, remedio de los pobres, favor de los buenos, venganza de los malos, Rey de los Reyes, Monarca del orbe, gran Emperador de los Príncipes, y finalmente, padre universal de todos, de cuya dichosa vida canta el texto divino! «En tu mano, señor, es la virtud y la potencia; en tu mano la grandeza y el imperio; tuyas son las riquezas, tuya es la gloria; tú enseñoreas á todos;» y como persona tan preeminente y segunda causa despues de Dios, de quien V. M. tiene la dependencia y el poder de la tierra, razon es se muevan esas clementísimas entrañas á compasion y misericordia de los males que se esperan, incendios, robos, rebeliones, fuerzas, muertes y destruicion universal en todo.

Y si de nosotros, por ser siervos inútiles, V. M. no se compadece, haya á lo menos compasion de sí mesmo, que es nuestra cabeza; pues de ley de natura el un

miembro se conduele y entristece de la enfermedad del otro. Por lo cual, aunque en perdernos todos, Sacra Magestad, perdamos mucho, pero la pérdida entera es de V. M.; pues perdiéndonos á nosotros, se pierde esta iglesía y juntamente un reino de tan gran valor y escelencia. Y mucho debe acatar V. M. qué carga es esta, pues de todo ha de ser juzgado en aquel juicio de Dios. Y verdaderamente el prevaricador del linage humano en estas aflicciones y miserias, en alguna manera executado habria su malicia, si la Divina Providencia en tiempo de tanta necesidad no previniera de la cosa más necesaria, que fue tan buen gobernador como D. Antonio de Mendoza. Pero ¿qué aprovechará su providencia, si el que trae el gobernalle, por no tener la cosa presente ó por siniestra informacion de hecho, zozobra el navío? ¡Oh, Príncipe serenísimo! No plega á Dios que las manos clementísimas de V. M. sean llenas de tanta sangre, sino que pues fue elexido de Dios para que como segunda causa, teniendo sus veces, rija y gobierne por él el mundo, en tal manera seamos rexidos, que remedie los temores presentes y prevenga los males por venir; porque el mesmo error que en casos tan árduos se comete, no rescibe enmienda; y ansí vemos que las cosas grandes, aunque con mucho trabajo y tiempo se suelen adquirir y ganar, en un solo punto se suelen perder y destruir; de donde, bienaventurado es el Príncipe al cual los agenos peligros hacen esperimentado y sábio.

Porque la celsitud y grandeza del supremo y sacro estado de V. M. no sólo ha de resplandecer con autoridad de justas y santas leyes para buena gobernacion de sus reinos, pero aun ha de ser muy poderosa y abundante en armas para en tiempo de guerra ó acaecimientos

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