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de Herrera con mejor carácter, pero tan interrumpido y ofuscad con la mezcla de otros acaecimientos, que se disminuye en las di gresiones lo heróico del asunto, ó no se conoce su grandeza com se mira de muchas veces.

Salió despues una historia particular de Nueva España, obra pós tuma de Bernal Diaz del Castillo, que sacó á luz un religioso de l órden de nuestra Señora de la Merced, habiéndola hallado manus crita en la librería de un ministro grande y erudito, donde estuv muchos años retirada, quizá por los inconvenientes que al tiempo que se imprimió se perdonaron ó no se conocieron. Pasa hoy por historia verdadera ayudándose del mismo desaliño y poco adorno de su estilo para parecerse á la verdad y acreditar con algunos la sinceridad del escritor : pero aunque le asiste la circunstancia de haber visto lo que escribió, se conoce de su misma obra que no tuvo la vista libre de pasiones, para que fuese bien gobernada la pluma : muéstrase tan satisfecho de su ingenuidad, como quejoso de su fortuna andan entre sus renglones muy descubiertas la envidia y la ambicion; y paran muchas veces estos afectos destemplados en quejas contra Hernan Cortés, principal héroe de esta historia, procurando penetrar sus designios para deslucir y enmendar sus consejos, y diciendo muchas veces como infalible no lo que ordenaba y disponia su capitan, sino lo que murmuraban los soldados; en cuya república hay tanto vulgo como en las demas; siendo en todas de igual peligro, que se permita el discurrir á los que nacieron para obedecer.

Por cuyos motivos nos hallamos obligados á entrar en este argumento, procurando desagraviarle de los embarazos que se encuentran en su contesto, y de las ofensas que ha padecido su verdad. Valdrémonos de los mismos autores que dejamos referidos en todo aquello que no hubiere fundamento para desviarnos de lo que escribieron; y nos serviremos de otras relaciones y papeles particulares que hemos juntado para ir formando, con eleccion desapasionada,

Refiérense las calamidades que se padecian en España cuando se puso la m en la conquista de Nueva España.

Corria el año de mil y quinientos y diez y siete, digno de particu memoria en esta monarquía, no menos por sus turbaciones, que sus felicidades. Hallábase á la sazon España combatida por to partes de tumultos, discordias y parcialidades, congojada su qu tud con los males internos que amenazaban su ruina; y durando sú fidelidad, mas como reprimida de su propia obligacion, como enfrenada y obediente á las riendas del gobierno; y al mis tiempo se andaba disponiendo en las Indias occidentales su ma prosperidad con el descubrimiento de otra Nueva España, en no solo se dilatasen sus términos, sino se renovase y duplicase nombre: asi juegan con el mundo la fortuna y el tiempo; y as suceden ó se mezclan con perpétua alteracion los bienes y los ma Murió en los principios del año antecedente el rey don Ferna el Católico; y desvaneciendo con la falta de su artífice las líneas tenia tiradas para la conservacion y acrecentamiento de sus estad se fue conociendo poco a poco en la turbacion, y desconcierto de cosas públicas la gran pérdida que hicieron estos reinos; al modo suele rastrearse por el tamaño de los efectos la grandeza de las caus

Quedó la suma del gobierno á cargo del cardenal arzobispo Toledo, don fray Francisco Jimenez de Cisneros, varon de espí resuelto, de superior capacidad, de corazon magnánimo, y e mismo grado religioso, prudente y sufrido juntándose en él embarazarse con su diversidad, estas virtudes morales y aque atributos heróicos; pero tan amigo de los aciertos, y tan activo la justificacion de sus dictámenes, que perdia muchas veces lo c veniente por esforzar lo mejor; y no bastaba su celo á corregir ánimos inquietos tanto como á irritarlos su integridad.

La reina dona Juana, hija de los reyes don Fernando y d Isabel, á quien tocaba legitimamente la sucesion del reino, hallaba en Tordesillas, retirada de la comunicacion humana,

aquel accidente lastimoso que destempló la armonía de su entendimiento; y del sobrado aprender, la trujo á no discurrir, ó á discurrir desconcertadamente en lo que aprendia.

El príncipe don Cárlos, primero de este nombre en España, y quinto en el imperio de Alemania, á quien anticipó la corona el impedimento de su madre, residia en Flandes; y su poca edad, que no llegaba á los diez y siete años, el no haberse criado en estos reinos, y las noticias que en ellos habia de cuán apoderados estaban los ministros flamencos de la primera inclinacion de su adolescencia, eran unas circunstancias melancólicas que le hacian poco deseado aun de los que le esperaban como necesario.

El infante don Fernando, su hermano, se hallaba, aunque de menos años, no sin alguna madurez, desabrido de que el rey 'don Fernando su abuelo no le dejase en su último testamento nombrado por principal gobernador de estos reinos, como lo estuvo en el antecedente que se otorgó en Burgos; y aunque se esforzaba á contenerse dentro de su propia obligacion, ponderaba muchas veces y oia ponderar lo mismo á los que le asistian, que el no nombrarle pudiera pasar por disfavor hecho á su poca edad, pero que el escluirle despues de nombrado, era otro género de inconfidencial que tocaba en ofensa de su persona y dignidad. con que se vino á declarar por mal satisfecho del nuevo gobierno; siendo sumamente peligroso para descontento, porque andaban los ánimos inquietos, y por su afabilidad, y ser nacido y criado en Castilla, tenia de su parte la inclinacion del pueblo, que, dado el caso de la turbacion, como se recelaba, le habia de seguir, sirviéndose para sus violencias del movimiento natural.

Sobrevino á este embarazo otro de no menor cuerpo en la estimacion del cardenal; porque el dean de Lobaina Adriano Florencio, que fue despues sumo Pontífice, sesto de este nombre, habia venido desde Flandes con título y apariencias de embajador al rey don Fernando; y luego que sucedió su muerte, manifestó los poderes que tenia ocultos del príncipe don Cárlcs, para que en llegando este caso tomase posesion del reino en su nombre, y se encargase de su gobierno; de que resultó una controversia muy reñida, sobre si este poder habia de prevalecer y ser de mejor calidad que el que tenia el cardenal. En cuyo punto discurrian los políticos de aquel tiempo con poco recato, y no sin alguna irreverencia, vistiéndose en todos el discurso de el color de la intencion. Decian los apasionados de la novedad que el cardenal era gobernador nombrado por otro gobernador; pues el rey don Fernando solo tenia este título en Castilla despues que murió la reina doña Isabel. Replicaban otros de no menor atrevimiento, porque caminaban á la esclusion de entrambos, que el nombramiento de Adriano padecia el mismo defecto; porque el príncipe don Cárlos, aunque estaba asistido de la prerogativa de heredero del reino, solo podia viviendo la reina dona Juana su madre, usar de la facultad de goberna

blica lo que obrarian en la nave dos timones, que aun en tiempo de bonanza formarian de su propio movimiento la tempestad.

Conociéronse muy presto los efectos de esta mala constitucion, destemplándose enteramente los humores mal corregidos de que abundaba la república. Mandó el cardenal (y necesitó de poca persuasion para que viniese en ello su compañero) que se armasen las ciudades y villas del reino, y que cada una tuviese alistada su milicia, ejercitando la gente en el manejo de las armas y en la obediencia de sus cabos; para cuyo fin señaló sueldos á los capitanes, y concedió exenciones á los soldados. Dicen unos que miró á su propia seguridad, y otros que á tener un nervio de gente con que reprimir el orgullo de los grandes : pero la esperiencia mostró brevemente que en aquella sazon no era conveniente este movimiento, porque los grandes y señores heredados (brazo dificultoso de moderar en tiempos tan revueltos) se dieron por ofendidos de que se armasen los pueblos, creyendo que no carecia de algun fundamento la voz que habia corrido de que los gobernadores querian examinar con esta fuerza reservada el orígen de sus señoríos y el fundamento de sus alcabalas. Y en los mismos pueblos se experimentaron diferentes efectos, porque algunas ciudades alistaron su gente, hicieron sus alardes, y formaron su escuela militar: pero en otras se miraron estos remedos de la guerra como pension de la libertad y como peligros de la paz, siendo en unas y otras igual el inconveniente de la novedad; porque las ciudades que se dispusieron á obedecer, supieron la fuerza que tenian para resistir; y las que resistieron se hallaron con la que habian menester, para llevarse tras sí á las obedientes y ponerlo todo en confusion.

CAPITULO IV.

Estado en que se hallaban los reinos distantes y las islas de la América
que ya se llamaban Indias occidentales.

No padecian á este tiempo menos que Castilla los demas dominios de la corona de España, donde apenas hubo piedra que no se moviese, ni parte donde no se temiese con alguna razon el desconcierto de todo el edificio.

Andalucía se hallaba oprimida y asustada con la guerra civil que ocasionó don Pedro Giron, hijo del conde de Ureña, para ocupar los estados del duque de Medina Sidonia, cuya sucesion pretendia por doña Mencía de Guzman su muger; poniendo en el juicio de las armas la interpretacion de su derecho, y autorizando la violencia con el nombre de la justicia.

En Navarra se volvieron á encender impetuosamente aquellas dos parcialidades beamontesa y agramontesa, que hicieron insigne su nombre á costa de su patria. Los beamonteses, que seguian la voz del rey de Castilla, trataban como defensa de la razon la ofensa de sus enemigos. Y los agramonteses, que, muerto Juan de Labrit y la reina dona Catalina, aclamaban al príncipe de Bearne su hijo, fundaban su atrevimiento en las amenazas de Francia; siendo unos y otros dificultosos de reducir, porque andaba en ambos partidos el odio envuelto en apariencias de fidelidad; y mal colocado el nombre servia de pretextó á la venganza y á la sedicion.

del rey,

En Aragon se movieron cuestiones poco seguras sobre el gobierno de la corona, que por el testamento del rey don Fernando quedó encargado al arzobispo de Zaragoza don Alfonso de Aragon su hijo, á quien se opuso, no sin alguna tenacidad, el justicia don Juan de Lanuza, con dictámen, ó verdadero ó afectado, de que nó convenia para la quietud de aquel reino que residiese la potestad absoluta, en persona de tan altos pensamientos: de cuyo principio resultaron otras disputas, que corrian entre los nobles como sutilezas de la fidelidad, y pasando á la rudeza del pueblo, se convirtieron en peligros de la obediencia y de la sujecion.

Cataluña y Valencia se abrasaban en la natural inclemencia de sus bandos; que no contentos con la jurisdiccion de la campaña, se apoderaban de los pueblos menores, y se hacian temer de las ciudades, con tal insolencia y seguridad, que turbado el órden de la república se escondian los magistrados, y se celebraba la atrocidad tratándose como hazañas los delitos, y como fama la miserable posteridad de los delincuentes.

En Nápoles se oyeron con aplauso las primeras aclamaciones de la reina dona Juana y el príncipe don Cárlos; pero entre ellas mismas se esparció una voz sediciosa de incierto orígen, aunque de conocida malignidad.

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