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No llegue en mi postrera negligencia
La primera señal de tu desvío.

Tú me diste tu imágen : mi pecado

La borró. Mas, ¡ay triste! no perezca
Tu retrato en mi ciega destemplanza.

Vuelva á imprimir tu sangre lo borrado :
Y para que la imágen permanezca,
Defiéndame de mí tu semejanza.

En semejantes afectos empleaba su talento; y para no distraerse con el dulce encanto de la poesía, la abandonó del todo; dedicando á Dios hasta su genio mismo, que fue el sacrificio mas fino que supo y pudo hacer de sí. Estuvo en este propósito tan firmemente constante, que habiendo muerto en el año mil seiscientos ochenta y uno don Pedro Calderon de la Barca, cómico célebre, no hubo instancias que pudiesen recabar con él que continuase la composicion de los autos sacraméntales: aun decentemente no quiso autorizar el teatro. ¿Qué mucho? si hubiera querido borrar con sus lágrimas todas sus representaciones cómicas y poesías profanas, aunque decorosas y honestas. Por esta misma causa dejó por acabar la artificiosa comedia de Amor es arte de amar, que no habiendo llegado á concluirse, aspira á ser la primera de las suyas por mas ajustada al arte.

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Habiendo corrido don Antonio tan lucida carrera, llegó por último al necesario ocaso en que llegando al horizonte de la vida humana, tramonte el alma al descanso de mas dichosa vida para conseguir esta se preparó como debia: purgó su alma de las heces mundanas con la saludabilísima y necesaria medicina de una verdadera penitencia recibió el Viático divino y estrema uncion : dejó dispuestas sus cosas, nombrando á don Alonso Carnero por testamentario suyo, en quien dignamente depositó toda su confianza, como quien habia sido el archivo de sus secretos más íntimos. Asistióle muy puntual su director doctísimo el padre Diego Jacinto de Tebar, de la Compañía de Jesus, aquel que asistió á la muerte de don Francisco de Quevedo, de don Nicolás Antonio, de don José de Pellicer, y otros varones grandes. Alternaba don Antonio el dulce lamentar de sus pasadas culpas con los coloquios tiernos de la esperanza en Dios. Entonces con mayores afectos repetiria devoto aquellas fervorosísimas súplicas que no se pueden leer sin gran ternura.

Vuestra sangre, Señor, por mi pecado,
Tan repetidas veces malograda,
Clamando está por mí, por mí aplicada.
Precio infinito, y precio derramado.

Vuestra Madre, aunque, al veros injuriado,

Me mire con desvíos de irritada,
Se queda en el oficio de abogada,
Y abogada mayor del mas culpado.

Mi alma en vuestro juicio riguroso
No hallará otra razon, pues hoy la ignora,
Con que aplacar á vuestro Eterno Padre.
Y así confuso, humilde y temeroso,
Os digo para entonces desde agora:
Vuestra sangre, Señor, y vuestra Madre.

Entre tan dulces coloquios envió su espíritu al Señor, como piadosamente se cree, dia diez y nueve de abril del año mil seiscientos ochenta y seis, despues de haber vivido setenta y ocho años, ocho meses y un dia. Fue enterrado en la capilla de la congregacion de nuestra Señora del Destierro, procurando en su muerte la proteccion, á que habia siempre anhelado. Supo morir, porque supo vivir; y tuvo por sucesor en el empleo de cronista real de las Indias á don Pedro Fernandez del Pulgar, varon doctísimo; y la futura se dió á don Félix Lucio de Espinosa, de inferior doctrina y afectado estilo.

Cuál haya sido la disposicion y aire de su cuerpo, lo declara muy bien el mismo don Antonio en un romance que anda entre sus poesías varias, y empieza así:

Mi retrato me ha pedido

La Academia mantuana, etc.

De las escelentes dotes de su gallardo entendimiento, mejor que todos informarán sus escritos; pero me es preciso decir con libertad ingénua que fuera del Amor al uso, que se tradujo en francés, escribió comedias, que si se hubieran trabajado segun los preceptos rigurosos del arte cómica, hubieran logrado entera aprobacion de los juicios mas críticos; con todo eso merecen estimacion, pues resplandece en ellas una invencion ingeniosa, facilidad corriente, elegantísima pureza, indecible gracia, no afectada discrecion y singular destreza en el jugar de los vocablos con ingeniosos equívocos, segun las costumbres de su tiempo.

Otro libro hay impreso de Poesias varias, que en mi juicio merece mucha mayor estimacion. Es en ellas vivísimo y muy discreto, en las burlas dulce, en las veras grave; y lo que es mas de admirar, siempre claro como el agua mas pura, manifestando así que no era uno de aquellos que mezclando su lengua con todas, vienen á hablar ninguna.

Pero lo que grangeó á don Antonio los mayores aplausos fue la Historia de la conquista de Mėjico. Es tan dulce su estilo, que tiene hidrópicos á muchos discretos. Frecuentemente es poética, y siempre brillante. Remedó á Quinto Curcio sin procurarlo, especialmente en las oraciones, haciendo á los bárbaros menos bárbaros. Toda la contestura de esta preciosa obra es una tela finísima de oro puro, ricamente adornada de cristianas y políticas sentencias, que

lucen como diamantes finísimos. Tuvo por aprobadores de su historia á dos insignes varones, el marqués de Mondejar, y don Nicolás Antonio á aquel en una carta respondiendo al autor que solicitó su censura; á este en la que hizo por órden del real consejo de Castilla, de la cual quedó mucho mas satisfecho. Tan cierto es aquel dicho de Temistocles, que el cantor que mas agrada es el que mejor alaba. Se tradujo esta historia en francés, en inglés y en italiano.

Otro de los escritos en prosa que confirman la discrecion del juicio de Solís, y la gracia y dulzura de su pluma, son sus Cartas familiares, que se han recogido y publicado con las de otros sábios escritores de nuestra nacion. Estas cartas escritas casi todas á su amigo don Alonso Carnero, veedor general en Flandes: ademas de ofrecernos curiosas noticias de la vida de entrambos, y algunas anécdotas políticas del tiempo, nos retratan el genio de Solís severo y festivo juntamente, y pueden ser dechado de correspondencia familiar entre dos amigos cortesanos, por la gracia, ligereza y urbanidad de la espresion con que las viste, sin afectar aquel ornato y pulidez de las que se escriben para dar á la luz pública. Su estilo es claro, breve y agradable, avivado con algunas pinceladas ligeras; pero de grande espíritu y libertad en medio de cierta llaneza y sencillez. En algo se habia de echar de ver que no era solo un amigo comun el que hablaba, sino un escritor, un sábio que habia estudiado los negocios y los hombres, y los pintaba de un rasgo por donde los deben ver los ojos perspicaces.

DON CARLOS SEGUNDO.

SEÑOR:

Llamó la venerable antigüedad libros de Reyes á las historias, ó porque se componen de sus acciones y sucesos, ó porque su principal enseñanza mira derechamente á las artes del reinar; pues se colige de la variedad de sus ejemplos lo que puede recelar la prudencia, y lo que debe abrazar la imitacion. De cuyo principio nace, que la noble osadía de los escritores que dedican sus obras á los grandes reyes, sea menos culpable ó mas generosa en los historiadores, que sin disputar su estimacion á las demas facultades, tienen por suyo el magisterio de los mayores oyentes.

Estas congruencias, señor, me han sido necesarias para vencer el miedo reverente con que pongo á los reales pies de V. M. esta primera conquista de la Nueva España, que andaba obscurecida ó maltratada en diferentes autores: siendo una empresa de inauditas circunstancias, que admiró entonces al mundo, y dura sin perder la novedad en la memoria de los hombres: hallándose tan aplaudida ó tan satisfecha de su fama, que se atreve hoy á no desmerecer la real proteccion de V. M. como no desmereció entonces los favores del cielo, que alguna vez dispensó en su defensa los fueros del poder ordinario, mitigando al parecer lo imposible con lo milagroso.

Los sucesos de que se compone su narracion dan motivo á diferentes reflexiones políticas y militares: una conquista que importó á V. M. no menos que un imperio, y se consiguió, dejando á la posteridad varios ejemplos de lo que pueden contra las dificultades el valor y el entendimiento: una monarquía de príncipes bárbaros, que se dilató sin otro derecho que el de la guerra, y se perdió á fuerza de tiranías, cuya desolacion, mirada como castigo de atrocidades, inclina la voluntad á las virtudes contrarias, pues habla tambien con los reyes justos la ruina de los tiranos. Y no faltan motivos que inducen á la imitacion para mayor ejercicio de la prudencia; pues hallará V. M. en la historia de Nueva España un campo muy dilatado en que seguir las huellas de sus gloriosos progenitores, que miraron siempre la conservacion de aquellos Indios, y la conversion de aquella gentilidad, como la principal riqueza que se pudo esperar de las Indias.

Pero no es mi ánimo que V. M. se digne de conceder el oido á las advertencias de una leccion, que habrá perdido parte de su grandeza en las negligencias de mi pluma solo aspiro á que V. M. me permita su nombre para ilustrar la frente de mi libro; y no sin algun título que da bastante razon á mi disculpa, pues se debe á V. M. cuanto escriben sus cronistas; y yo pago con este corto caudal de mis estudios la deuda de mi profesion: deuda en cuyo reconocimiento desea manifestarse mi humildad, y puede mal encubrirse mi ambicion, pues busco para mi desempeño la gloria de tan alto patrocinio, y hallo en la sombra de V. M. todo el esplendor que falta en mis escritos. Guarde Dios la real católica persona de V. M. como la cristiandad ha menester.

DON ANTONIO DE SOLÍS.

CONDE DE OROPESA, ETC.

MI SEÑOR;

GENTIL-HOMBRE DE LA CÁMARA DE S. M., De su consejo DE ESTADO,
Y PRESIDENTE DE CASTILLA.

EXCMO. SEÑOR:

Ni V. E. debe negar la benignidad de sus oidos á un criado antiguo de su casa, ni yo, que reconozco á esta dicha el carácter de mi primera estimacion, puedo colocar mejor la humildad de mi ruego que donde puse la obligacion de mi obediencia.

Este libro, que mereció tal vez algunos reparos de V. E. quedando con la vanidad de que se aprobaba lo que no se corregia (1) ita enim magis credam cætera tibi placere, si quædam displicuisse cognovero : este libro pues tan favorecido entonces, necesita hoy de V. E. para llegar con algun decoro á los reales pies de su Magestad, enmendada tambien á la sombra de V. E. la corta suposicion de su dueño.

No dejo de conocer que busco á V. E, desde mas lejos que solia: porque los negocios de mayor peso á que V. E. rindió el hombro, me han puesto su atencion de V. E. en otra region, donde apenas quedará perceptible mi cortedad; pero los grandes cuidados nunca llegan á estrechar los términos de la providencia, y en ella tienen su lugar determinado las cosas menores.

Dijera lo que siento de sus méritos de V. E., y dijera lo que dicen todos; pero solo esta verdad es intolerable á sus oidos de V. E. Callaré pues contra la razon y contra el voto comun, por no contradecir á una modestia, que amenaza con su indignacion, y se defiende con mi respeto (2) nec minus considerabo, quid aures ejus pati possint, quàm quid virtutibus debeatur. Débame V. E. en obsequio suyo esta violencia ó mortificacion de mi silencio; y séame lícito decir al origen de nuestra felicidad, cuya suma prudencia supo mandar lo que pedia la causa pública, y lo que deseaban todos (3).

Felix arbitrii Princeps, qui congrua mundo
Judicat, et primus sentit, quod cernimus omnes.

Guarde Dios á V. E. muchos años, como deseamos y hemos menester sus criados.

(1) Plinio lib. 3, epist. 13.
(2) Idem in Paneg. Trajani.
(3) Claudian. lib. 1, Stilicon.

DON ANTONIO DE SOLÍS.

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