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Ilas prosperidades de Mérida, llaba. Recurrió el ciego Prin

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y las prendas tan sobresalientes del Santo Metropolitano, no podian estár ocultas, ni reducidas à los límites de su jurisdiccion. Y como el liberal, el humilde, el caritativo es amable para Dios y para los hombres, todos preconizaban aquel feliz estado :resonaban en todas partes las excelencias, y aplausos de Masona. Llegaron à oídos del Rey Godo Leovgildo, è instigado éste por sugestion de la Serpiente que le tenia inficionado con la peste de la heregia Ariana, envió Ministros que le mandasen dejar la Religion Catholica, y abrazar la perfidia detestable. El venerable Padre bien fundado sobre la incontrastable piedra de la Fé, los rebatió una y otra vez, echando al Rey en cara su heregia, y aseguran do que jamás se apartaria de la verdad una vez conocida. Entonces enconado mas el Rey, se valió de alágos, pro mesas, y regalos; à vér si por este medio podia atraher à su secta tan gran Varon. Pero inflexible ; no solo despreció sus donies, mas inculcó con efica cia la necesidad de la Fé Cas tholica, porque no falseasen a su favor el silencio, sicca

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cipe al regular conato de la amenaza con terrores y opresiones viendo que era superior al amor de los premios temporales: pero aquella fuerza era tirar mas del lazo que apretaba la fé del buen Prelado.

104 Y como ni con el agrado, ni con la amenaza le pudiese torcer, dió en otro depravado empeño, de enviar à Mérida por Obispo à un Ariano, llamado Sunna, para que turbase al Pastor y rebaño de los Catholicos como lobo contra las ovejas. El perverso Ministro al punto que entró en la Ciudad se apoderó de algunas Iglesias por autoridad del Rey, y empezó a contradecir al Santo. Obispo: pero éste se opuso como muro firmisimo contra las baterias del enemigo en defensa de la Fé y de la casa de Dios. Propasóse el intruso à querer des dicar à là setta Ariana la Iglesia de la ilustre Virgen y Mar tyr Santa Eulalia y como Masona y todo el pueblo se opusiesen firmemente; escribió Sunna al Rey, calumniando al Obispo, y pidiendole auxilio para apoderarse de la Iglesia. El Rey creyendo que la astucia y verbosidad de su Minis

tro

tro bastaria para lograr el fin sin recurso à la fuerza ; mandó que ambos Obispos disputasen públicamente delante de sus Jueces sobre la Religion, y que fuese la Iglesia de Santa Eulalia del que prevaleciese.

S105 Al punto que llegó à los oídos de Masona la noticia, se fue à la Iglesia de la Santa, donde por tres dias y tres noches se encomendó à Dios por medio de la gloriosa Martyr, postrado ante el Altar donde estaba su cuerpo, en oracion, y ayuno: y arma do con tan eficaces armas se fue al theatro de la palestra, tan seguro de la victoria, que sobre publicarla la singular alegria de su rostro, anunció à los Catholicos el triumpho. Esperó por mucho tiempo al competidor, que en fin vino muy pomposo, acompañado de los Jueces, y de gran comitiva. Sentados todos, empezó el Heregé la disputa con voces orgullosas y blasphemas, à que el Catholico respondió con blandura y suavidad, penetrando con cada palabras, como con una flecha, la ostentación y vanidad del Contrario, que en fin, como no podia prevalecer contra Dios que tiene ofrecidas à

sus siervos palabras irresistibles, quando por su fé se vean delante de los Jueces), tuvo que emmudecer con ignominia, sin que el empeño de los Ministros de su secta pudiese coadyuvar (aunque, lo procuraban), pues unos y otros se vieron convencidos sin teper que responder à lo que la celestial Sabiduria ponia en la boca de su Siervo y los que poco antes venian à contradecirle, quedaron espantados, admirando, aplaudiendo , y ensalzando la eloquencia, la eficacia, y la energia de sus voces, que aunque en lo regular eran claras, dulces, y persuasivas; aquel dia derramó Dios tanta gracia en sus labios, que deleitaban, convencian, arrebataban. Y si aun los enemigos quedaron atónitos, y admirados, quál sería el gozo de los Catholicos? Estos sobre el júbilo del triumpho, tenian el particular inductivo de conocer los quilates con que Dios realzó en aquel lance su facundia, pues nunca le havian visto con estylo tan eloquente, tan escolastico, tan limpio, tan sublime. Quedaron como fuera de sí absortos en el pasmo. Prorrumpieron en alabanzas de Dios. Caminaron à la Iglesia de Santa Eulalia,

lle

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Hevando en triumpho al glorioso Vencedor, y con el regocijo que se pude imaginar, mas no decir, dieron gracias à su invicta Patrona, por cu yos meritos les hizo Dios tan oportuno y distinguido favor. 106 Avergonzado el herege Sunna, pero no convertido, intentó vengarse de Masona, maquinando contra él quanto pudo en los oídos del Rev, à fin que le removiese del Obispado: y como Leovigildo es taba tan mil afecto à uno, y propenso à otro, no huvo mucho que vencer para inclinar, se al mal. Envió Ministros que intimasen al Metropolita no compareciese en la Corte (que era Toledo) sin dilacion la mas minima, como se egecutó y viendo el pueblo la violencia con que le quitaban el consuelo del Padre, y que al inocente le trataban como reo, fueron indecibles los clamores, gemidos, y dolor con que se condolian de la ausencia del Pastor, quedando expuestas al lobo las ovejas que antes gozaban en seguridad los pastos mas pingues y de, leitables. Commovieronse las entrañas del Prelado por el amor tierno del rebaño, que se le salió por los ojos, pues dicen que lloró. Consolólos con

razones muy vivas: despidióse de todos: armóse con el divino auxilio: salió con tranquilidad de animo, mente serena, rostro alegre, corazon immutable.

107 Llegó en fin à Toledo: y puesto en la presencia del Rey, le habló éste con palabras muy asperas, pretendiendo persuadirle con rigor, à que siguiese la heregia Ariana. El Obispo desatendiendo quanto miraba à las contumelas proprias, sacó la cara por lo que tocaba à las injurias de nuestra sagrada Religion: con lo que el Rey saltó à otro intento de pedirle la túnica de la Virgen y Martyr Santa Eulalia, diciendo que la queria colocar en la Iglesia que tenia de su secta en Toledo. El Prelądo respondió lądo respondió, que jamás mancharia, su corazon en cooperar à cosa que se mezclase con la perfidia Ariana; y la túnica (dijo) de mi Señora Eulalia nunca la entregaré, ni aun para ser tocada de las sacrilegas manos de los here. ges. El Rey pretendiendo vengarse, envió à Mérida Ministros que la buscasen con exquisitas diligencias en la Cathedral, y en la Iglesia de Santa Eulalia: y aunque lo hicieron asi, se volvieron va

cíos

cíos. Enfurecido mas con el desaire, le intimó, que si no descubria la túnica, le maltrataria con mayores injurias, y le desterraria à Region distante, donde lleno de miserias, y destituido de todo alivio, acabasé con una muerte cruel. No temo (dijo Masona) tus amenazas. Si sabes de alguna Region, donde Dios no esté, ese será destierro. Leovigildo le instó: Pues dime, mentecato, en qué lugar no está Dios? A que respondió el Obispo : Si sabes que está Dios C en todas partes, à qué fin mé amenazas con destierro? A qualquiera parte que me envies, me seguirá la misericordia del Señor. Y sabete, que mientras mas cruel fueres contra mí, tanto mas me consolará su clemencia.

103 Esta constancia Sacerdotal irritó nuevamente la ira del enconado Principe. O dame (dija) lo que engañosamente has ocultado, ò si no atormentaré tu cuerpo con diversos suplicios. Ya te he dicho (respondió el intrépido Prelado) que no temo tus amenazas. Inventa contra mí quanto tu animo pervertido te sugiera. Ni te temo, ni te daré jamás lo que pretendes: pues te hago saber, que reTom. XIII.

ducida à polvos la túnica, la bebí, y la tengo aqui dentro (lo que decia tocando con la mano su pecho, donde sin que nadie lo supiese la tenia ceñida por debajo de todas sus vestiduras).

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Á este tiempo, en que el Cielo estaba muy sereno, de repente sonaron unos truenos tan grandes, que ató. nito y pavoroso el Rey cayó del Throno al suelo y Maso na le dijo: Si eres Rey, mira al Rey à quien se debe temer, que no es tal como tú. Leovigildo despreciando la voz del Cielo, dictó al punto la sentencia de que Misona fuese apartado de su vista, y desterrado, como enemigo de sus costumbres, y contrario à su religion. Para el cumpli miento del Decreto dispuso el perverso Principe, que le diesen un caballo, en que nadie se atrevia à montar, à causa de que à muchos les havia ya costado la vida precipitandolos con rara ferocidad, sin querer consentir à ninguno. En este bruto indómito mandó el Rey (ya homicida) que montase Masona: y el vengativo Principe se fue à la ventana del Palacio, que caía à aquel lado, para divertirse en el espectáculo que esperaAa

,

ba

ba con la ruina del Confesor de la Fé. El Siervo de Dios militando como buen Soldado en la expedicion que por la Fé se le intimaba, se persignó, al montar, con la señal de la Cruz que gustoso abrazaba: y el bruto que antes parecia fiera, se convirtió en cordero, caminando con mansedumbre, y como con cautela de no causar fatiga al que havia doma do su soberbia. Quedaron to, dos pasmados con tan inopinada maravilla: el Rey sobre burlado, aturdido: pero endurecido como otro Pharaon, ni se ablandaba con prodigios del Cielo, ni la luz aprovechaba, porque ya estaba ciego.

Salió en fin à su destierro Masona acompañado de solas tres personas de su familia; y al punto envió el Rey à ocupar la Sede à uno de sus perversos Ministros, que tenia nombre de Obispo en otra Ciudad, y se llamaba Nepopis (Sunna se mantuvo ocupando las Iglesias que te nia usurpadas, como luego diremos). Neropis tanto mas se manchaba en su empleo, quanto Masona se purificaba en su destierro. Este le pasaba el venerable Padre en un Monasterio, cuyo nombre no declara Pablo Diacono pero

se sabe que le era como un Paraíso, por la vida feliz que alli tenia, apartado del bullicio profano, y dedicado todo al egercicio de virtudes, sin olvidarse de la que tan genial le era, la limosna: pues aun quando no gozaba de las ren→ tas del Obispado, repartia à los pobres lo que tenia para su manutencion: de suerte, que llevando ya mas de tres años de destierro, se halló sin tener que dar, por haverlo dado todo.

A esta sazon llegó una pobre Viuda à pedirle limosna, y como no hallase con qué socorrerla, dijo à sus familia res, que si alguno tenia algo, lo tragese para aquella pobre. El principal (que se llamaba Sagato) dijo, que tenia un sueldo; pero que le necesitaba para traher de comer, pues no havia otra cosa para su alimento, y el de la caballeria que tenian. El Obispo le mandó dar à la pobre todo el sueldo, seguro de que Dios los socorreria. Y aunque Sagato lo hizo asi; desairó luego la accion con poca fé, siguiendo à la pobre, y pidiendola un Tremisse (esto es, la tercera parte del sueldo que la acababa de dar): y la Viuda se le franqueó, oyendo que no

les

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