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la indole latina, formábalas tan primorosas y elegantes, que luégo luego se acreditaron, y formaron parte integrante del dialecto poético. Y es de notar que en el más acabado de sus poemas, en aquel que á su muerte no quiso condenar á las llamas, y que los siglos han admirado como un modelo incomparable de poesía, es donde más innovador se ostenta, pues segun el recuento curioso que ha hecho el erudito comentador aleman Ladewig, en las Bucólicas aparece una voz nueva, inventada por el poeta, cada 46 6 47 versos, en la Eneida cada 43 6 44, y en las Geórgicas cada 27 6 28 (1).

Provocaban estas libertades la crítica de una escuela melindrosa, y contra el osado poeta enderezaban censuras aquellos mismos que vivian aferrados á lo existente-al uso. Y defendiendo Horacio, en el Arte Poética, á sus amigos Virgilio y Vario, y en ellos el sistema de elocucion que él mismo en otros lugares de sus obras habia recomendado, pregunta en són de extrañeza y de reconvencion, por qué motivo habia de negarse á aquellos poetas contemporáneos la facultad de modificar el lenguaje enriqueciéndolo, de que otros poetas más antiguos usaron, sin que nadie por tal causa se hubiese atrevido á reprenderlos. Si Horacio concediese al uso, en el sentido en que comunmente se entiende esta palabra, la soberanía que parece atribuirle, los Aristarcos nacionalistas de aquel tiempo podrian haber contestado al autor del Arte Poética, que las voces ó frases introducidas ó resucitadas por Virgilio y Vario, merecian ser tildadas y excluidas, porque actualmente no estaban

en uso.

Observa el mismo Horacio que no sólo han de caer muchas voces en olvido, si lo quiere el uso, sino que otras ya obsoletas renacerán, tambien si lo quiere el uso. ¿Y quién es poderoso á restaurar voces olvidadas? No por cierto el vulgo, conocido depositario del uso, sino los escritores que dirigen ó reforman el uso. Concede, por tanto, Horacio al uso la facultad de recibir y sancionar las voces, no la de inventarlas, que es privilegio de eminentes poetas é insignes prosadores.

(1) Ladewig, Comentar zu Vergil, 1871.

2

Es más clara todavía esta discriminacion en otro pasaje, á que enántes aludí, del gran didáctico romano. Porque escribiendo á Julio Floro, enseña que quien haya de componer un verdadero poema, limpiará el polvo á algunas voces arrumbadas, y pondrá en giro otras nuevas, que el uso se encargará de popularizar:

Addiscet nova quae genitor produxerit usus.

Los escritores proponen; el uso sanciona lo que merezca vivir (1). Con una metáfora confirma el poeta esta distincion. Las palabras son como las monedas: los gobiernos acuñan los metales con sello regio ó nacional; el público recibe la moneda, y la gasta en la circulacion.

Tambien compara Horacio el lenguaje con la renovacion de las hojas de los árboles: poética variante de un símil homérico, que bien examinada, no favorece á la soberanía del uso. Porque las hojas (en que están ahi figuradas las palabras) se mudan y renuevan; pero hojas nuevas y nuevos frutos, repiten la misma. figura y condiciones de las hojas y frutos que caducaron: adhiriéndose al mismo tronco, alimentándose de la misma savia vital, confórmanse con el tipo determinado por los caractéres orgánicos de la planta. Así el lenguaje que está en uso es una renovacion del lenguaje ya desgastado; brota de la misma raiz que éste; anímale el mismo espíritu viviente que á éste animaba, y como él, obedece á las leyes históricas de la lengua. El lenguaje se subordina á la lengua, y ésta á su tipo específico.

Un orador elocuente (2) ha creido descubrir en el rasgo final del pasaje horaciano que ha dado materia á estas observaciones, un desahogo de espíritu democrático, no impropio en un poeta áulico que cortejaba á una especie de "cesarismo plebeyo." Republicano á órdenes de Bruto, derrotado en Filí

(1) Habla aquí Horacio del uso en el mismo sentido que despues dió Cervantes á este término en un lugar ántes citado.

(2) D. Antonio Rios y Rósas. Memorias de la Real Academia Española, III 142.

pos, partidario despues de Augusto, podria decirse que Horacio, acabando por hacer lo que de ordinario hacen gustosas las democracias temprano ó tarde, aceptó un amo.

Pero si en vez de explicar la conducta de nuestro poeta ensayando conjeturas fundadas en una teoría filosófica preconcebida, le juzgamos en lo tocante á opiniones literarias, segun la letra y el espíritu de las obras que nos legó él mismo, hemos de confesar que Horacio en tales materias era eminentemente aristocrático-lo que hoy llamariamos académico.

Criado en la gran Roma, educado en la clásica Aténas, iniciado en los misterios de la filosofía griega, y dueño de los secretos de una literatura extranjera cuasi divina (1), acostumbróse Horacio á mirar el ideal de lo verdadero y de lo bello, como puesto y levantado muy por encima de las opiniones vulgares y de los gustos frívolos de veleidosa plebe. Pudo la pobreza, alejándole de objetos extraños á sus disposiciones naturales, impulsar su genio estimulándole á escribir versos (2). Pero la necesidad no fué para él sino una causa ocasional que despertó su vocacion. Él mismo blasona y se enorgullece de no tener el corazon contaminado de sórdida avaricia, gracias á la educacion liberal que le proporcionó su buen padre (3). Nada habia que juzgase Horacio ser tan nocivo al genio poético y á la perfeccion artística como el espíritu calculador y utilitario; y al afan de lucro que devoraba á la juventud atribuia la inminente ruina de la grandeza romana (4). Las relaciones de Horacio, lo mismo que de Virgilio, con Augusto, eran un género de amistad que enlazaba fortunas bien diversas, y de la cual no se hallará otro ejemplo en la historia de la literatura (5). Tratábanse el poeta y el emperador de soberano á soberano, dándose mutuas muestras de estimacion y de respeto, no incompatibles con el tono amable de familiaridad

(1) II Epíst. II 41 sqq.

(2) Ibid. 50 sqq.

(3) I Sat. VI 55 sqq.

(4) A. P. 323 sqq.

(5) Patin, Etudes sur la poésie latine, lecc. XII.

urbana que reina en las epístolas dirigidas por el príncipe de la lira al señor del orbe.

Como poeta lírico, y sacerdote de las Musas, anunciaba que sus cantos estaban destinados á las vírgenes y á los niños, y mandaba retirarse al vulgo profano:

Odi profanum vulgus et arceo. (1)

Como poeta filosófico profesaba que, á ejemplo de la mímica Arbúscula, debia desdeñarse el voto de la multitud ignorante (2), y declarábase contento y satisfecho con la aprobacion de un selecto y reducidísimo grupo de inteligentes amigos, compuesto de eminentes cultivadores de la poesía, con otros que generosamente la protegian, tal vez cultivándola al mismo tiempo. Así los nombres de Virgilio y Vario y Plocio, con los de los Mecénas, Polion y los Mesalas, aparecen en una misma línea, en aquella lista de pauci optimates.

Los que interpretan el consabido pasaje del Arte Poética con largo alcance y en un sentido absoluta y crudamente democrático, no sé yo de qué trazas se valdrán para conciliarlo con la clara, terminante y cordialísima declaracion contenida en aquella frase memorable, que adoptarán, si no me engaño, cuantos aman el arte por el arte: Contentus paucis lectoribus.

No negaré yo que en el ya tantas veces citado lugar del Arte Poética, cuando compara Horacio graciosamente las voces de una lengua viva con las hojas de los árboles, concede al parecer grandísima preponderancia á la ley de las mudanzas. Es más: como que ya presentia el invierno que en breve despojaria á la lengua latina de sus galas. No son extraños en Horacio aquel juicio extremado y este melancólico augurio, tratándose de una lengua que en pocos años se habia realmente trasformado, y desenvolviéndose, llegado á un alto grado de perfeccion. Él literalmente, y como entre las manos, la habia visto

crecer.

(1) III Carm. I.

(2) II Sat. X 74 sqq.

Por otra parte, los estudios etimológicos de aquel tiempo estaban en mantillas, y la antigua filología greco-romana era á la moderna ciencia del lenguaje, lo mismo que los sueños astrológicos de otros siglos á la astronomía de los nuestros. Las lenguas que marchan sin orígenes conocidos, sin la luz con que lo pasado alumbra el camino de lo porvenir, son á manera de hombres nuevos, que no tienen la guia y el freno de las tradiciones de familia: lánzanse con facilidad por sendas peligrosas, que acaso llevan á trances de muerte. Horacio colocó el lenguaje en el número de las invenciones humanas, juzgándole por lo mismo perecedero. Mortalia facta peribunt. Desconocia que el lenguaje no es invencion de los hombres, sino tradicion inmemorial. Sus formas se renuevan sobre unos mismos elementos radicales; y las modificaciones que experimenta, que jamas son una creacion, indican á veces progreso, y otras decadencia, sin que ésta ni aquél sean indefinidos ni forzosos. La moderna ciencia del lenguaje, estudiando las fuentes y las leyes orgánicas del lenguaje, dispone de medios. eficaces para conocer el estado de fuerza ó de descomposicion en que se halla una lengua, y pronosticar, hasta cierto punto, sus ulteriores destinos. Los antiguos que tenian ideas tan confusas é imperfectas sobre la constitucion del lenguaje, ignorando muchas veces los orígenes inmediatos de las lenguas, y las relaciones de unas con otras, no estaban en capacidad de adivinar el porvenir de un idioma dado, y fácil era que temiesen su deterioro y próxima ruina, sin que se les ocurriese medio alguno de conjurar el estrago.

Pero cosa notable, señores: Horacio, que ponderaba la fragilidad del lenguaje, mirando sus gracias y elegancias, recibidas del uso, como flores de un dia, comparadas con la duracion probable de un puente nuevo, de un muelle, de cualquiera de las obras regias, pero al cabo mortales, que realizaba en su tiempo el genio activo y emprendedor de los romanos (1); Horacio mismo anunciaba que con sus versos se habia erigido un monumento más sólido y vividor que las pirámides de (1) A. P. 1. cit.

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