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alterado la sinificacion; y así, de fábula decimos habla, de donde viene hablar; y de indurare decimos endurar, que sinifica guardar como escaso; y así lo usa el refran que dice Ni al gastador que gastar, ni al endurador que endurar. Tambien de finis decimos finado por muerto, y de forum decimos fuero, del cual vocablo usamos de la manera que veis en el refran que dice No por el huevo, sino por el fuero. Decimos tambien de mora, morar, que quiere decir habitare; de donde viene el refran que dice Quien cabe mal vecino mora, horas canta y horas llora. De la mesma manera de tangere decimos tañer; y así decimos Quien las sabe, las tañe. Usamos tambien de civil en contraria sinificacion que lo usa el latin, diciendo el refran Caséme con la civil por florin; adonde civil está por vil y baja. Lo mesmo hacen unos de regular, del cual, como sabeis, en latin usan por gloria, y ellos en castellano úsanlo por vituperio; pero, al fin en una sinificacion ó en otra, para mi intento basta esto, que claramente se conocen todos estos vocablos ser latinos. Agora si en la lengua toscana se pueden hacer las dos diferencias de los vocablos que yo he hecho en la castellana, y si se puede mostrar la corrupcion de vocablos que yo os he mostrado, déjolo considerar á vosotros, que sabeis más que yo della. A mí tanto paréceme que no lo haréis de ninguna manera.

el

MARCIO. Cuanto que á mí no me bastaría el ánimo. CORIOLANO. A mí tampoco; bien es verdad que pensando un poco podria ser en ello hiciese algo.

VALDÉS. Pues yo os dejo pensar hasta de hoy en ocho dias, que, placiendo á Dios Nuestro Señor, nos tornarémos á juntar aquí y concluirémos esta contienda. Ahora ya es hora de ir á Nápoles; haced que nos den nuestras cabalgaduras, y vámonos con Dios, que á mí tanto cara me ha costado la comida; podré decir que ha sido pan con dolor.

MARCIO. No consiento que digais eso, pues veis que aun

que lo que aquí habemos platicado ha sido desabrido para vos, ha sido provechoso para nosotros; y áun si yo pensára no enojaros, yo os prometo que hubiera puesto un escribano en secreto que notára los puntos que aquí habeis dicho; porque no fio tanto en mi memoria, que pienso me tengo de acordar de todos.

VALDÉS. Vuestro daño; si no lo hicísteis ¿qué culpa os tengo yo?

MARCIO. Sí teneis, y muy grande; que os hicísteis al principio tanto de rogar, que temiendo lo terníades por mal, no osé hacer lo que querría.

VALDÉS. Ésa es muy grande cortedad, ¿por qué lo habia de tener por mal?

MARCIO. Porque os tengo por tan delicado, que de cada mosquito que os pasa por delante la cara, si no va á vuestra voluntad, os ofendeis.

VALDÉS. En eso tanto teneis razon, que demasiadamente soy amigo de que las cosas se hagan como yo quiero, y demasiadamente me ofendo cuando una persona que yo quiero bien hace ó dice alguna cosa que no me contente; y soy tan libre, que luego digo á la clara mi parecer. Esta tacha me han de sufrir mis amigos.

MARCIO. Mejor sería, pues conoceis ser tacha, la dejásedes.

VALDÉS. Mejor; ¿pero vos no sabeis que mudar costumbres es á par de muerte?

MARCIO. Sélo muy bien; pero diferencia ha de haber de hombres à hombres.

TORRES. Donosa cosa es que querais vos que vuestros amigos os sufran una cosa, que vos mesmo teneis por tacha, no queriendo vos sufrilles á ellos las que no tienen por tachas.

VALDÉS. En decir que ha de haber diferencia de hombres á hombres, vos decís muy bien; pero esotro habeis conside

rado mal, porque por eso es mi tacha más sufridera que la de los otros, porque la conozco; y por tanto, hay esperanza que me corregiré un dia ú otro, y por eso son las de los ,otros ménos sufrideras que la mia, porque no las conocen, y por tanto no se pueden enmendar, y así yo no haría oficio de amigo si no les dijese lo que me parece mal. Pero esto importa poco; vámonos, que es tarde.

MARCIO. Asperaos un poco, que áun os queda la cola por desollar.

VALDÉS. ¿Qué quereis decir en eso?

MARCIO. Que os habemos tomado á manos, haciendo por buen estilo que tengais por bien que hayamos hecho lo que temíamos os diera enojo.

VALDÉS. ¿Qué cosa?

MARCIO. Ahora lo veréis. Aurelio, daca lo que has escrito. Veis aquí anotado todo lo que habeis dicho; y yo tengo por tal al escribano, que ha sabido bien lo que ha escrito.

VALDÉS. Con la bendicion de Dios yo huelgo dello; pero con tanto que lo tengais para vosotros, y no lo traigais de mano en mano, porque ya veis el inconveniente.

MARCIO. Antes porque veo el provecho, y no el inconveniente, pienso darlo á todos los que lo querrán, y áun si me paresciere lo haré imprimir.

VALDÉS. Ésa sería una gentil cosa; no creo que vos caeréis en esa indiscrecion.

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TORRES. Dejémonos de andar por las ramas: mejor será decirlo claro yo conozco al señor Valdés, y sé dél que se huelga que se le demande á la clara lo que sus amigos quieren dél. Habeis de saber que lo que todos os pedimos por merced es que, tomando esto que está anotado de lo que aquí habemos hablado, lo pongais todo por buen órden y buen estilo castellano, que estos señores os dan licencia que les hagais hablar en castellano, aunque ellos hayan hablado en italiano.

MARCIO. Antes se lo rogamos cuan encarecidamente podemos; y si os parecerá, podréis hacer la primera parte de la obra de lo que platicamos esta mañana, y la segunda de la desta tarde.

VALDÉS. ¿Esto me teniais guardado por fruta de postre? Idos con Dios.

MARCIO. No nos irémos, ni vos os iréis de aquí si primero no nos prometeis esto que os rogamos.

TORRES. No os hagais de rogar por vuestra vida, pues sabemos que no son otras vuestras misas sino ocuparos en cosas semejantes; y sabemos tambien que, si de buena tinta os quereis poner en ello, lo haréis de manera que os hagais honra á vos y á nosotros, y al lugar donde habemos estado.

VALDÉS. Esta cosa, como veis, es de mucha consideracion; dejadme pensar bien en ella, y si me pareciere cosa hacedera, y viere que puedo salir con ella razonablemente, yo os prometo de hacerla.

MARCIO. Con esto nos contentamos, y yo, en nombre de los tres, acepto la promesa y os convido desde agora para de hoy en ocho dias, porque el señor Coriolano pueda decir lo que despues de bien pensado hallará acerca de la conformidad de la lengua toscana con la latina. Una cosa me queda que demandar : prometedme todos de otorgármela, ó á quien tocáre.

VALDÉS. Yo, por mi parte, lo prometo, pues ya no puede ser el cuervo más negro que las alas.

TORRES. Tambien yo lo prometo por la mia.

CORIOLANO. Pues de mí ya sabeis que tanto teneis como quereis.

MARCIO. Mi demanda es ésta: que el señor Torres nos prometa aquí de hacer en los refranes españoles lo que dice ha estado muchas veces por hacer.

TORRES. Por no estar á contender, soy contento de pro

meterlo; pero para cuando tuviere el aparejo y lugar que conviene.

VALDÉS. Que sea nunca; pero sea cuando fuere, ¿qué se me da á mí? Más me importa esto. ¿Oyes? Dame el caballo. Camine quien más pudiere, que yo ni estorbaré al que me fuere adelante, ni esperaré al que se quede atras (1).

(1) Aquí termina el DIÁLOGO DE LAS LENGUAS, escrito indudablemente sin grandes pretensiones, puesto que basta su simple lectura para comprender que el autor, aficionado á las letras, diligente y cuidadoso, instruido y de sano juicio, se propuso tan sólo apuntar las observaciones que habia recogido en sus estudios, dándoles la forma de diálogo, ya imitando á Ciceron, ya á Luciano de Samosata, al cual parece particularmente inclinado. Pertenece, y esto es decir mucho en loor suyo, á esa época brillante de nuestra historia, en que la actividad de los españoles, excitada durante siglos por sus luchas contra los moros, y estimulados por la conciencia de su propio valor, buscaba nuevos campos en donde ejercitarse, llevando á todos la grandeza que los llenaba. En la política, en las letras y en las armas descollaban á porfía hombres distinguidos, siempre á la altura de su nacion, entónces quizá la primera de Europa, y trabajando de consuno, cada cual en su esfera, en la dulce tarea de añadir nuevos laureles á la corona de sus glorias patrias. Tiempo venturoso éste, sin duda, en que veian detras de sí una historia llena de altísimos hechos, á su derredor la estimacion y la envidia de todos los pueblos, y delante un porvenir seductor, sin abrojos que retardasen su carrera ni tristes presentimientos que amargáran su dicha. No es extraño, por tanto, que nos detengamos gozosos en estos monumentos de nuestra edad de oro pasada, para reposarnos de las inquietudes y zozobras, que no sabemos si en bien, si en mal nuestro, nos cercan por todas partes en nuestros dias.

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