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DE MADRID.

SEGUNDA ÉPOCA.

TOMO III.

MADRID.

IMPRENTA DE LA SOCIEDAD LITERARIA Y TIPOGRAFICA,
CALLE DE LA MANZANA, NUM. 14.

1844.

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SOLIAN

POLIAN hace poco tiempo los que con conocimientos vulgares hablaban de gobiernos y leyes asegurar que no cuadraban las repúblicas, sino á pueblos virtuosos, y que para estos sin duda era el republicano el mejor gobierno posible; doctrina nacida de entender mal una máxima de Montesquieu acerca del espíri tu que á las diversas clases de gobiernos anima, y que equivocaba las virtudes cívicas con las ordinarias. Aun de gobiernos not republicanos (si de tales únicamente merecen el nombre aqueHos donde no hay rey), pero en los cuales el poder popular tiene influjo y peso visibles, y por las leyes reconocidos y asegurados, ha sido cosa corriente decir lo mismo; y el que este artículo escribe ha oido mas de una vez á personas semi-instruidas decir con tono doctoral y como por via de blanda censura' de nuestra Constitucion de 1812, qu que no era nuestro pueblo bastante bueno para unas leyes acomodadas sólo á gente de puras costumbres. Sin duda aun en este yerro hay algo de verdad; pues siendo los gobiernos llamados libres de mas soltura que otros para los individuos particulares, claro está que menos mal probarán cuanto mejores sean quienes viven haciendo uso con ensanche suficiente de sus facultades todas. Pero ningun gobierno' supone virtud completa en los hombres, pues si entre ellos existiese cabal respeto á lo tuyo y lo mio, y dominio entero sobre sus pasiones, no tendrian necesidad de ser gobernados.

Que lo llamado virtud por Montesquieu quiere decir el amor á la patria, el cual de la persona propia se olvida, ó únicamente la considera como parte del gran todo del Estado; y que este pensamiento dominaba y este afecto movia á los republicanos de la antigüedad, es cosa sabida; como tambien que entre hombres modernos, si bien el patriotismo antiguo vive con no corto influ

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jo, la idea de la propia honra, ó la de lo que se debe el hombre á sí mismo impera y gobierna con fuerza mas poderosa.

Mucho habría que decir sobre las semejanzas y diferencias entre las virtudes patrióticas ó del hombre público, y las ordinarias ó dígase del hombre privado. Mirabeau las declaró opuestas una á otra, ó poco menos, cuando soltó la expresion: «< la petite morale tue la grande»; queriendo suponer que el rigor, los escrúpulos, los melindres si á tanto llegan de los individuos profundamente virtuosos, perjudican al desahogo y á la moral un tanto laxa con que los negocios de Estado deben tratarse. Mirabeau era vicioso y de gran talento; y si como político era menos corrompido que como particular, tampoco fué un modelo de virtud, pues hasta en venderse paró; y si en sus máximas era acertado aunque con arrojo, y en sus intentos se encaminó al bien aunque por mala senda, daba sin poderlo remediar muestras de su conciencia nada timorata, aun predicando medianamente sanas doctrinas. Ciertamente hay casos en que las obligaciones del particular contradicen á las del repúblico; pero el hombre de bien lo es en todo, y si siéndolo peca de ignorancia hasta ser de gravedad y suma trascendencia su culpa, esto no acredita de faltar la honradez en quien se ocupa en los negocios del Estado; ú bien prueba que para gobernar ó intervenir en la causa pública con propia gloria y provecho comun, el hombre ha menester, sobre las prendas de recto é íntegro, estar dotado de agudo ó claro entendimiento, y haber llegado á adquirir una dosis de instruccion razonable.

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De las costumbres políticas, para que estas sean buenas, han de formar parte las virtudes particulares, lo cual es necesario á los hombres bajo todas las clases de gobierno hasta ahora conocidas. Pero la parte no es el todo, y así las cualidades del hombre político, si ha de desempeñar con gloria su papel, han de ser mas en número que las de quien vive en su retiro, ú ocupado únicamente en el gobierno de su familia y hacienda. Cierto encogimiento que en este último si es falta lo es leve, y sino parece del todo bien tampoco le afea en alto grado, en aquel sería un impedimento á que cumpliese bien y cabalmente con su obligacion, y una sombra que, aun cuando no manchase, empañaría el cristal terso de su fama.

Pero cuando se habla de política la voz costumbres tiene

una acepcion harto mas lata que cuando se trata meramente de negocios privados, entendiéndose por costumbres no solo aquello que á la moral toca, sino en gran manera lo que corresponde al modo de usar del entendimiento. En suma, pueblo de bue→ nas costumbres políticas quiere decir uno que maneja no solo. con probidad sino con tino los negocios que caen bajo su jurisdiccion.

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Si bien es falso que en los estados donde no hay lo que se llama sistema representativo, sea siempre el gobierno absoluto; si bien es cierto que hay constituciones en muchos pueblos regidos por gobiernos que no llevan el nombre de constitucionales, y si bien aun en estos, con el principio del honor personal que á los hombres mueve, anda mezclado otro de virtud patriótica, todavía no carece de verdad la doctrina que enseña que los súbditos de una monarquía pura necesitan poco de lo llamado con propiedad costumbres políticas. No así en los estados donde aun habiendo rey, está mucha parte de la direccion del gobierno en manos de los gobernados..

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Lo que influye sobremanera en las costumbres políticas, y no cierto para mejorarlas, es lo que tiene el nombre de revolucion. Cuando una de estas lo es verdadera, toma el carácter de guerra cruda y al fin rencorosa, y los hombres contraen hábitos de odio y ferocidad indispensables en quienes para guerrear con fé y 7 brios han menester estar impelidos y dominados por pasiones intensas y asimismo vehementes. Y cuando las mismas épocas: van ya adelantadas y próximas á su terminacion, llegándoles un período de desengaños, dudas y predominio del interés,conservan las costumbres un tanto de la ferocidad pasada, hija ya mas que de la pasion furiosa del rencor concebido en la lid, yo con ella del cálculo que mira amenazado el propio provecho, yh vá á volver por él á todo trance.

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Saliendo ya de estas generalidades, necesarias sin embargosi al propósito que en estos renglones se lleva, como principios á los cuales han de aplicarse las reflexiones que sigan, bien será meditar un poco en nuestras costumbres políticas en los recien pasados y presentes períodos de nuestra historia; tarea desabrida!. en que ha de parecer severo quien quiera ser justo; y tarea imposible de desempeñar bien en breve espacio, por lo cual ha de servir de disculpa de tratarla de paso y por encima la consideracion

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