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de situarse en Cassiopea; nada impide sin duda creer con él que era formada por la reciente aglomeracion de la materia difusa en todo el universo. Kepler pudo tambien creer muy libremente en la aglomeracion del èter para componer la nueva estrella de 1604; y Marcel de Serres no es menos libre de ver universos nacientes en las nebulosas. Pero acaso todos esos conjuntos de materia elementar ¿no forman parte del universo? Nuestra luz ¿tiene alguna relacion con las tinieblas del cáos primitivo? Esta oposicion de la luz á las tinieblas, de la vida á la muerte, de las propiedades del mundo actual á la falta de estas propiedades, es el hecho mas característico de la Cosmogonía de Moisés, y con todo el mas desconocido. Diríase que los descubrimientos de Herschell han cegado á todo el mundo. En la ciencia no hay lugar sino para las nebulosas.

<«<En la relacion de los sábios, dice Godefroy, retrocediendo á <«<lo mas léjos posible, despues de haber recorrido una série de <«<estados siempre de menos á menos luminosos, se llega, en fin, á «una nebulosidad de tal manera difusa, de cuya existencia apenas << puede formarse idea, se llega, en fin, al estado puramente ga«seoso; y, en la narracion de Moisés, retrocediendo al primer <«instante de la creacion, se llega á un estado de materia vacía y << desnuda, invisible é incompuesta, dividida hasta ser impalpa«ble, hasta la aniquilacion.» (Cosmog. de la revelac., 2.a edicion, pág. 34). Es menester saber que las nebulosas las mas difusas y mas ténues, aunque menos luminosas que las otras, no obstante lo son mucho, es decir, que no hay nebulosas tenebrosas despues del primer dia de la creacion : y hé aquí el gran punto que separa á Godefroy de Moisés, quien nos da las tinieblas como características del cáos. Sin embargo, Godefroy cree haber establecido la paridad, y sobre este fundamento levanta su sistema cosmogónico. Todo lo que ha podido hacer es probar, si es que lo ha probado, que en el universo existan conjuntos de materia elementar no reducida á globo ; cuya difusion puede ser causada, ya por la homogeneidad de su composicion, ya por un destino especial, mientras que la variedad de su brillo, al parecer, depende de los diversos grados de condensacion de sus moléculas. Sea como quiera, no seria irracional el pensar que el estado de difusion de

aquella materia puede hallarse en perfecta armonía con la ley de las combinaciones del mundo actual. Los elementos del agua, por ejemplo, pueden estar inmediatos sin combinarse, si no sobreviene alguna circunstancia que favorezca la combinacion. En fin, es muy lícito afirmar à priori, que no todos los cuerpos celestes tienen la misma composicion que nuestro planeta, y jamás ningun astrónomo ha pensado en decir lo contrario.

En el sistema que estamos examinando se establece la paridad de la materia caótica con la de las nebulosas, hasta querer que la creacion referida por Moisés pasase de la misma manera que lo que se supone haber tenido lugar con las nebulosas de hoy dia. Y, como ellas emplean siglos en los menores cambios de forma, ha sido preciso dar á los dias genesíacos millones de años de duracion. MM. Ampère, Becqueret, Marcel de Serres, Godefroy y Chaubard, tambien admiten las épocas indeterminadas del mismo modo que el estado gaseoso de la materia: es la consecuencia del primer error contra el cual el Sr. Arago pareció querer prevenir al mundo sábio indicando «el peligro que resultaria de sacar «< consecuencias demasiado absolutas de las evoluciones de la ma«<teria difusa, de las diversas formas que puede adquirir aglome«rándose» (Ann. de Bur. de las longit., 1842, pág. 441), diciendo que todo nos autoriza á pensar que las moléculas lácteas están << sometidas, en las vastas regiones del espacio, á ciertas formas << de que no podemos formarnos idea alguna.» (Ibid., pág. 442). Otro error que deriva del primero, es que se ha debido admitir un principio animativo cualquiera de la materia difusa anterior á la ley, al agente universal de la vida, es decir, la luz-fuerza. Para Mr. Godefroy, en la segunda edicion de su obra (1847), aquel principio es el calórico: no se sabe de dónde lo saca; para él establece expresamente un modo de accion particular, sin tomarse el trabajo de suministrar pruebas; y en fin, lo hace subir poco á poco á la superficie del abismo, en donde produce la luz, porque los astrónomos han creido observar que la fotosfera solar solo es luminosa en la superficie, y que las mismas nebulosas ofrecen una película luminosa. Es verdaderamente increible como autores, apreciables por otra parte, han construido sistemas cosmogónicos con ideas las mas inciertas, y muchas veces las mas disparatadas,

como si las frases y las palabras pudiesen constituir una ciencia cualquiera.

Pero citemos un pasaje de Mr. Godefroy sobre el principio calorífico: forma cuestion del cáos de la Biblia. «Sin duda en el prin«cipio el calor indispensable para la existencia en estado de ne<«<bulosidad difusa de todas las partes de la materia, no admitió << la posibilidad de ninguna combinacion química entre las molé«culas... Un primer desprendimiento de calórico en la masa cons<«titutiva determinó la condensacion de los vapores pertenecien«tes á los cuerpos mas refractarios, á aquellos que exigen la ma<< yor cantidad de calórico para quedar en estado simple, etc...» (Cosmog. de la revel., pág. 134). De modo que era el calor quien vaporizaba, quien sublimaba aquella inmensa cantidad de materia; era tambien él quien se oponia á toda combinacion: sin duda quiere decirse condensacion.

Segun esto, se comprende como este autor, con todos aquellos que participan de sus ideas, tiene necesidad de un gran desprendimiento de calórico cuando los vapores se condensan para formar los globos, y como se ven obligados á sostener la incandescencia original de la tierra; opinion que en su lugar examinarémos. Con todo diré aquí que Godefroy no admite sino implícitamente la incandescencia primitiva. Bien conoce todo el inconveniente cuando dice (ob. cit., pág. 168) que, por lo que debe resultar, poco le importa saberlo. En hora buena; pero, entre tanto, hé aquí su principio terriblemente expuesto.

En todos tiempos la ciencia ha estado en posesion de explicar la Biblia, ó mas bien de explotarla en favor de los sistemas. Los Valentinianos, Burnet y otros dijeron ya, que la creacion expresada en el primer versículo del Génesis comprendia la de la luz; pero no hallaron, para hacerse absolver de heterodoxia, que el famoso apologista de todos los errores, Beausobre, es quien les defiende en su Historia del maniqueismo (lib. 6). Burnet, por otra parte, no se adheria con firmeza á los amigos de la verdad. Pretendia, por ejemplo, que Moisés se portó mal con los sábios estableciendo la creacion de la luz en el primer dia; que mintió para no dar á entender que Dios habia trabajado en las tinieblas; pero que, en el fondo, la causa productriz de la luz fue creada

con la materia. De suerte, que cogido Moisés en fragante error, hállase que Dios nada hizo el primer dia. (Archaelogia filos., lib. 2). Concibo que pueden darse mejores razones en el dia, despues que se han descubierto las nebulosas; y concibo sobre todo que pueden producirse en mejor lenguaje.

Un autor anónimo, ardiente newtoniano, creyó tambien que el principio organizador habia sido creado con la materia, ó que á lo menos le era inherente. Publicó en 1748, en Berlin, un opúsculo intitulado: Origen del universo explicado por un principio de la materia. Para él, este principio es la atraccion: la atraccion habia aglomerado la materia, con ella habia formado globos; y, no contento con aquella obra, habia adornado la tierra con vegetales y animales, sin necesitar ayuda de nadie.

No quiero decir que Mr. Godefroy se aparte hasta tal punto de la relacion de Moisés; lo que quiero decir es, que dado un primer paso en falso, á que le arrastró la consideracion demasiado exclusiva de los datos científicos de la época, su sistema se ha hallado falto de unidad, y que á pesar suyo se ha visto enredado en mal camino. Tambien, cuando quiere explicar lo que debe entenderse por el Spiritus Dei del segundo versículo, halla en él su principio calorífico que se desprende de la nebulosa para salir á la superficie por su violencia misma ; porque esta era muy grande, puesto que las materias menos fundibles quedaban reducidas á vapor. Desde entonces, el Spiritus Dei para él no es mas que el alma del mundo de Platon, el Cneph ó genio del fuego de los egipcios, el principio generador de los Estóicos. (Ob. cit., pág. 22 y sig.). Ve tambien en él, no sé bien el por qué, la vitalis creatura de san Agustin, que es bien conocido para dar en todas partes al Spiritus Dei la significacion verdadera y natural de Espíritu de Dios.

Por su parte, Marcel de Serres traduce las palabras Spiritus Dei por viento violento. (De la Cosmog. de Moisés, 2.a edic., tomo 1, pág. 35 y sig.). Este autor no tuvo los mismos cuidados, ni acumuló tantas citas para probar su opinion: hubiera quizás podido apoyarse en la de Bossuet (Elevac. sobre los mist., 2.a parte); pero ¿ acaso quiso Bossuet hablar científicamente en un tratado de piedad? De este modo el viento es el que agita la superficie del abismo del cáos, segun el sábio profesor de Montpeller. Pero, ya que

compara la tierra en vapor á un cometa (Ibid., pág. 39), hubiese tambien podido decidir sobre los cambios rápidos que se operan á menudo en las nebulosidades de las asteróides: obsérvanse en ellas, en efecto, regueros de materia luminosa de muchos millones de leguas, que desaparecen ó cambian de direccion en pocos dias. No faltan astrónomos que han atribuido estos cambios rápidos á la accion de un viento violento.

Hagamos tambien mencion de la opinion de Chaubard, quien traduce el Spiritus Dei por inmensidad del espacio. No puedo aceptar esta interpretacion. Godefroy, que tambien criticó Chaubard, habria debido citar el correctivo adoptado por este autor; voy á suplirle: «< Á los ojos de la ciencia profana, dice Chaubard, el es«pacio no es un ser corpóreo, ni ser espiritual, es nada, ó bien « es la nada que precedió á la creacion. No es lo mismo á los ojos « de la filosofía bíblica. La esencia divina es infinita: existe en to<< das partes; todo está en ella y por ella, como dice el apóstol fi«<lósofo san Pablo. Dios llena el universo con su presencia. Él so«<bresale tambien á eso que llamamos el espacio, porque solo él «es infinito... En estas palabras la inmensidad del espacio... (Spi«ritus Dei) la filosofía religiosa ve á Dios llenando el universo. >> (El univ. explicado por la revelac., pág. 112. — Véase tambien su Geologia, pág. 56).

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No ignoro que cuando los términos de la Biblia presentan verdaderas dificultades, pueden interpretarse de un modo que hagan encontrar un sentido exacto, pero esto nunca debe ser en detrimento de las reglas de la hermenéutica sagrada, que no tenemos que desenvolver aquí: ahora, pues, la expresion Spiritus Dei ¿es acaso tan oscura que sea menester forzar su sentido para traducirla?

Concluyo este capítulo recordando el primer estado por el cual pasaron las cosas de este universo visible. Dios quiere, y la materià existe; pero, muy probablemente, sin otra propiedad que la de la existencia pura y simple, tenebrosa y sin cohesion: abismo inmenso, del que vamos á ver que el Omnipotente saca todo el universo y sus maravillosos ornatos, produciendo primero la vida mineral, despues la vida vegetal, y en fin la vida animal. No, dice santo Tomás, que Dios se viese obligado á obrar así por im

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