hipótesis quedará refutada por lo que diré de la del abate Glaire. En cuanto á su opinion sobre el diluvio, se discutirá en el capítulo siguiente. Todos los sistemas geológicos pueden reducirse á los de algunos autores principales; porque, aunque sean muchas las obras de geología, no se diferencian unas de otras sino por matices que en nada alteran su fondo. Voy á examinar brevemente algunos de los mas notables. Cuvier. «Durante mucho tiempo, dice Cuvier, no se admitieron mas «que dos sucesos, dos épocas de mutaciones en el globo : la crea«cion y el diluvio; y todos los esfuerzos de los geólogos tendie«ron á explicar el estado actual, forjando un cierto estado pri«<mitivo, modificado en seguida por el diluvio del que cada uno «imaginaba tambien, á su manera, las causas, la accion y los «<efectos.» (Discur. sobre las revol. de la super. del globo, 8.* edicion, pág. 48). No apruebo mas que Cuvier las falsas explicaciones que se quisieron dar de aquellas dos grandes épocas; pero el engaño de sus predecesores ¿podia autorizarle para excederse á ellas? Y en efecto, en vez de buscar la explicacion de la creacion y el diluvio mosaicos, ¿por qué se afana en inventar una creacion y un diluvio á su modo, y lanzar su sistema híbrido como un ceho al clero? Me explicaré. Cuvier, despues de haber expuesto las hipótesis de sus antecesores (Ibid., pág. 40 á 60) de tal manera y bajo un punto de vista que quitará á todos los modernos el deseo de abrazarlas, con mucha finura hace de ellas tabla rasa, sustituyéndolas desde luego su sistema favorito, es decir, la clasificacion de los terrenos por medio de los fósiles; y en esto no tiene tampoco los honores de la invencion. Lemanon aprendió antes que él á distinguir las capas, segun el género de fósiles que contienen, las capas marinas, de las capas de agua dulce, es decir, bancos depositados en el mar y bancos depositados en los lagos. Pero, gracias á la autoridad de su gran nombre y sus interesantes trabajos sobre la historia natural, Cuvier se apoderó de este sistema; llegó á hacerlo clásico. «¿Cómo es que no se veia (Cuvier es quien habla) que solo es <« debido á los fósiles el principio de la teoría de la tierra?» (Ibid., pág. 61). Concédole que la vista de los fósiles, excitando la curiosidad del hombre, le movió á buscar su orígen. Pero hé aquí lo que no le concedo: «Que las capas que los cubren fueron de«positadas sosegadamente en un líquido; que sus variaciones han «correspondido á la de este; que el quedar descubiertas fue oca«sionado por haberse apartado el líquido; y que esto último tuvo «lugar mas de una vez.» (Ibid.). Hé ahí tres principios falsos: el primero quiere que las capas se precipitasen lentamente en una agua tranquila; procura decirlo mas de una vez. No hay sino ver la confusion que reina en los fósiles de la mayor parte de las capas que los contienen para convencerse de lo contrario; los extensos bancos de margas de los terrenos secundarios lo llevan escrito en cada una de las líneas que separan los estratos componentes á menudo confundidos; pero ¿de qué sirven ejemplos? Él no pudo desconocerlo. Hé aquí lo que dice en efecto: «Las conchas por lo comun se pre<«<sentan enteras... En los cuadrúpedos, al contrario, es infinita«mente raro hallar un esqueleto fósil algo completo.» (Ibid., página 96). El segundo es, que las capas varian en su textura y en sus fósiles, segun la naturaleza del líquido, porque para él la presencia de una concha marina en una capa atestigua su formacion en los mares; y la presencia de un fósil cuadrúpedo ó de una concha lacustre, atestigua que la capa que los contiene fue depositada en agua dulce. Esto, preciso es decirlo, es una conclusion que me parece á lo menos muy extraña; y un sistema, que descansa sobre tal base, no es propio ciertamente para sostener un exámen por poco severo que sea. Hé aquí, entre otras, una objecion que saco de los propios estudios de Cuvier sobre el suelo de París. El yeso de este suelo descansa en estratificacion perfectamente concordante sobre un banco de calcárea. En su sistema, esta calcárea fue depositada en un mar, y lo que es mas, en un mar tranquilo; pruébalo por las conchas marinas y los huesos de los pescados que contiene en abundancia; la capa de yeso, al contrario, estuvo depositada en agua dulce tambien muy tranquilamente, porque contiene huesos de cuadrúpedos y de aves. Sin embargo estas capas no están separadas por nada intermedio; á mas de que, los fósiles de la capa de yeso penetran en la de calcárea, y la parte superior los contiene en estado perfecto de integridad. No hay, pues, medio de separar, por un intervalo de tiempo cualquiera, el depósito de aquellas dos capas. Su tercer principio es, que las capas terrestres quedaron en seco á causa de la separacion de las aguas, no una, sino muchas veces. A esto opondré la Biblia, que no da otras causas de aquelos trastornos sino el diluvio de Noé. Diré que Cuvier quiso complicar la ciencia muy inútilmente; diré, en una palabra, que su sistema es antibíblico, porque necesita una série de catástrofes, en las cuales los mares habrian mudado de lugar muchas veces, y habrian destruido los seres vivientes en cada una de ellas, de suerte que cada vez los nuevos continentes habrian sido poblados por habitantes nuevamente llegados. Todo esto es insostenible, contrario tanto á la narracion mosáica como á la sana geología. A la verdad, no sé explicarme la aceptacion que entre los Católicos mereció la obra de Cuvier . ¿Fue acaso porque se digna admitir el diluvio de Moisés, autorizándose para ello todavía con el ejemplo de algunos sábios? Pero él pretende que el mar cambió de lugar, de suerte que los continentes modernos serian su antiguo fondo, lo que es tambien contrario á la narracion de Moisés. El escritor sagrado supone evidentemente que la tierra que cubrieron las aguas era la misma que quedó en seco despues del diluvio. Por otra parte, temiendo que su sistema fuese demasiado bíblico, tuvo cuidado, ya que le costaban tan poco las catástrofes Ꭹ los cataclismos, de no admitir el de Moisés sino con restriccion. Para él no solo no fue universal, pero ni tampoco perecieron todos los hombres que se hallaron fuera del arca. Él ve al través de cuarenta siglos en la raza negra «caractéres que demues«tran claramente que escapó de la gran catástrofe sobre otro punto 1 Observemos, sin embargo, que aquí no se trata sino de su Sistema geológico, y no de sus interesantes Investigaciones sobre la historia natural, que son un monumento de su gloria, aunque se la haya rebajado algun poco. «que las razas caucasiana y altaica, de las cuales hacia tal vez mu«cho tiempo que se hallaba separada.» (Disc., etc..., pág. 221). Y hoy en dia las ruinas del sistema de Cuvier cubren el suelo de la ciencia; cada cual ha tomado un pedazo para fabricarse otro, hasta que venga Moisés con su inflexible narracion á arrancársela de las manos. No obstante, es menester, entre tanto, concederles una última mirada. MM. Lyell y Deshayes, desesperando de poder aplicar el método de Cuvier á todos los terrenos fosiliferos, se contentaron, por el momento, con hacer de él la base de su clasificacion de los terrenos terciarios. Para esto, pulverizaron el método de clasificacion de las rocas segun su textura, y esto fue su golpe de gracia; despues clasificaron las capas terciarias segun el número relativo de conchas todavía vivientes que contenian; porque segun ellos, los seres se van modificando poco a poco, y los terrenos mas antiá guos son aquellos que contienen menos especies de vivientes. Con esta idea crearon los grupos Eoceno, Mioceno y Plioceno, cuya etimología indica las relaciones de sus fósiles con las especies que todavía viven, ó mas bien con las que ellos no pudieron descubrir. Pero esta clasificacion, criticada ya por sus mas fieles partidarios, se halla en el dia cási enteramente abandonada. Hay que observar que la escuela de Cuvier, ó la escuela zoogeológica, en vez de limitarse como él á cuatro ó cinco catástrofes, ha llegado hasta admitir diez y siete cataclismos separados por épocas tan largas cuanto se quiere; hasta tal punto, que monsieur Boucheporn ha creido deber admitir entre cada uno de ellos un intervalo de dos millones de años. Ha sido necesario para aquella escuela un número igual de creaciones sucesivas ó de reproducciones espontáneas; porque no se sabe aun si muchos de sus miembros reconocian á un Dios creador. Este sistema impío cubrióse, en algunos escritos, con el manto de la Religion; y ha habido escritores católicos que han chupado el veneno que no quisieron ver en él, ó que se disimularon. Mr. Elias de Beaumont. Mr. Elías de Beaumont quien, desde su cátedra en el colegio de Francia, ha hecho tantos prosélitos como su predecesor Cuvier, pareceria haber convertido la cosa á chanza por sus cartas del mar antiguo para las diversas épocas en que se depositaron las capas terrestres. Recórrense sobre la delineacion de su lápiz creador todos los cambios que ha experimentado la Europa, desde los terrenos inferiores hasta los terrenos terciarios: en tal época, sobre tal capa y sobre cierta extension vivian los saurios, los terodáctilos, monstruos formidables, que una catástrofe hizo desaparecer para siempre debajo las aguas con el terreno que los sostenia; mientras que en otra parte se levantaba otro suelo, que traia seres algo menos indignos de vivir. Mientras existian estos últimos, los primeros estaban envueltos con la materia que se depositaba. Formábase así otra capa que se levantaba á su turno, etc... Los vegetales seguian la misma progresion. Pero, ¡ay! hechos numerosos prueban que muchas veces vegetales y animales se hubieran así encontrado en ciertas capas millares de años antes de haber existido, es decir, que la sucesion de los seres, admitida por Mr. Elías de Beaumont, es completamente falsa. ¿Y no lo es de derecho, puesto que tiene contra ella á Moisés? Segun esto, es inútil decir que el sábio profesor tiene necesidad de épocas mas dilatadas aun que las de Buffon; como él no retrocedió ante las dificultades de un cálculo, y, bien establecido todo, ha creido que el período de los vegetales debió ser de 72,000 años. Mr. Marcel de Serres. Este sábio profesor de Montpeller es el último ó uno de los últimos representantes del sistema de la incandescencia primitiva del globo: no quisiera dar lugar aquí á esta hipótesis gastada; pero, una vez que Mr. Marcel de Serres prodiga grandes elogios á Moisés, y ya que su obra se halla entre manos de muchos eclesiásticos, no puedo prescindir de decir sobre ella á lo menos una palabra. |