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ca, hacer agradable la estancia de sus augustos huéspedes.

Mas al tiempo que tan alegremente celebraba la reina del Guadalaviar la honra y la satisfaccion de hospedar á sus soberanos, escenas de muy diferente índole se estaban representando en Tarragona, y llenando de estupor aquellos habitantes. En la mañana del 7 de noviembre (1827) retumbaron dos cañonazos en el castillo; inmediatamente se vió enarbolada una bandera negra: á poco rato aparecieron á la vista horrorizada del público dos cadáveres suspendidos de la horca..... Eran los del coronel don Juan Rafi Vidal, y del capitan graduado de teniente coronel don Alberto Olives, los que habian promovido la insurreccion en el corregimiento de Tarragona, pero que habian depuesto las armas y entregádose á la indulgencia y á la generosidad del rey ("). A los pocos dias

(4) Conocen ya nuestros lectores cómo preparó y realizó Rafi Vidal el levantamiento de Reus y del corregimiento de Tarragona, cuando era ayudante de la subinspeccion de voluntarios realistas. Siguióle, á escitacion suya y como su segundo, don Alberto Olives, hombre de buenos sentimientos, enemigo de los escesos, y aun de las exacciones, y no tuvo poco mérito de su parte el haber levantado alguna de las que habia impuesto el mismo Vidal. Era Rafi Vidal un realista exaltado, que anaba de corazon á su rey, al cual creia extraviado por malos consejos. Valiente y enérgico en la guerra, cuando

TOMO XXVIII.

el rey fué á Cataluña se le presentó en Vinaroz, y le espuso con ruda franqueza las quejas de los sublevados y sus propios sentimientos. No debió serle satisfactoria la contestacion del rey, cuando Vidal le replicó con arrogancia: «Señor, aun tengo tropas y puedo mucho.-Pues marcha, le dijo el monarca, á ponerte á la cabeza de tus sublevados.. Y volvió la espalda á Vidal, negandose absolutamento á oir mas observaciones.

Rafi Vidal volvió á incorporarse á sus tropas y continuó la guerra, mas luego fué, como hemos visto, de los que depusieron las armas acogiéndose al indulto.

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(18 de noviembre, 1827), tres cañonazos y una bandera negra anunciaron á la primera hora de la mañana otras ejecuciones; y no tardaron en aparecer tres cadáveres colgados de la horca. Eran éstos los del teniente coronel don Joaquin Laguardia, don Miguel Bericart, de Tortosa, y don Magin Pallás, de Manresa. Siguieron á estos suplicios, con el mismo misterioso y lúgubre aparato, los de Rafael Bosch y Ballester, teniente coronel sin calificacion, jefe de los sublevados de Mataró y Gerona, de Jacinto Abrés, el Carnicer (a) Píxola, uno de los mas decididos y valientes caudillos de la insurreccion, y de Jaime Vives José Rebusté (1).

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Fueron aquellos suplicios mirados con general repugnancia y horror, no porque se estrañára ver empleado todo el rigor de la justicia contra los jefes de

Libre y pacíficamente andaba por Tarragona, cuando un dia se vió arrestado en ocasion de estar jugando al billar. Asombró á todos su prision. El conde de Mirasol instruyó su proceso por mandato y con arreglo á instrucciones dadas por el conde de España, el cual a su vez decia obrar en cumplimiento de las órdenes del rey. Atribuyeronlo otros á empeño del ministro de Gracia y Justicia, por suponer que poseia el procesado importantes secretos. Es lo cierto que Vidal fué ejecutado con el mayor sigilo, y que al tiempo de morir, despues de haber arreglado con calma sus negocios, hizo importantes revelaciones en el seno de la confianza, que no

quiso se escribieran, prefiriendo morir á dejar consignado lo que acaso le habria salvado la vida. Ya tenia cubierto el rostro para recibir la muerte, cuando una persona le dijo: Vidal, aun es tiempo. - Hasta la eternidad,» contestó. Y una descarga puso fin á sus dias. Sentido fue de todos, y de nadie esperado el suplicio de Rafi Vidal.

(4) Salvó la vida, ocultándose en un convento de Monjas, el célebre Padre Puñal, franciscano, que armado de piés á cabeza, con un crucifijo pendiente entre dos pistolas, proclamando la Inquisicion, era de los que más habian figurado en las bandas de Jep dels Estanys.

los insurrectos, aunque á algunos parecia garantirlos el haberse acogido voluntariamente á la munificencia del rey, sino principalmente por la forma con que se los revestia. Por desgracia más adelante habrémos de ver cuán de la aficion del conde de España se hicieron estas ejecuciones sangrientas, estas escenas horribles, estas formas inquisitoriales y bárbaras, practicadas, no ya con los que se habian rebelado y empleado las armas contra su rey, sino con los mismos que le habian ayudado á vencer la rebelion.

Arrestada fué tambien por el conde de Mirasol (18 de noviembre, 1827) la célebre Josefina Comerford, á quien se halló en la casa de don Guillermo de Roquebruna, dignidad de hospitalero en la catedral de Tarragona. Sabida y evidente era la parte que habia tomado en el levantamiento; halláronse en su poder documentos que lo acreditaban, apuntes de la correspondencia que seguia en Francia, Italia y Alemania, y en las provincias españolas; libros de guerra; una lista de mujeres célebres, y recetas para objetos, propios unos de guerrero, propios otros de mujer, y de mujer no virtuosa. Sus respuestas á las declaraciones que se le tomaron y cargos que se le hicieron, cuya relacion hemos visto, fueron, acaso muy estudiadamente, incoherentes y vagas. Gracias pudo dar á que, atendidos su sexo y su clase, se la sentenciára á ser trasladada y recluida en un convento de

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Sevilla, para que con la soledad y el silencio del cláustro pudiera la revolucionaria de Cervera y la amiga del padre Marañon meditar sobre su vida pasada y llorar sus estravíos (").

El 19 de noviembre (1827) partieron los reyes de Valencia para Tarragona, donde llegaron el 24, siendo recibidos por un gentío inmenso con entusiastas vivas y aclamaciones. El conde de España pasó con sus tropas á Barcelona, de cuya ciudad y fuertes tomó posesion como capitan general del Principado, evacuándolos en el mismo dia (28 de noviembre) las tropas francesas, con arreglo á lo convenido entre los dos monarcas, español y francés, y recibiendo el comandante y jefes de aquella division auxiliar condecoraciones y otros testimonios de aprecio y gratitud de manos de Fernando. Sintieron, y con razon, los liberales barceloneses la salida de la guarnicion francesa, porque ella habia sido su escudo contra las proscripciones de que eran víctimas los constitucionales en el resto de España, donde no los amparaban las armas estranjeras. Los de Barcelona vaticinaron bien,

(1) Parece que en los primeros años su genio turbulento hizo necesario mandaria de uno á otro convento. En 1853 decia el autor de la Historia de la Guerra civil: «No hace mucho que en un apartado barrio de Sevilla buscabamos la calle del Corral del Conde, y en una humilde casa hacia el medio de la calle preguntábamos por Josefina Comerford. Estaba á

la sazon ausente de Sevilla; no regresaria en algun tiempo. Nos entristeció esta noticia, y hubimos de partir de la ciudad sin haber podido ver más que la habitacion de esta mujer extraordinaria, que odia hasta el recuerdo de lo pasado, pero que conserva el genio, la fortaleza de alma y el varonil aliento de sus primeros años, á pesar de sus achaques.»>

y comenzaron luego á esperimentar lo mismo que habian recelado.

Los dias que los augustos huéspedes permanecieron en Tarragona pasáronlos recibiendo los plácemes y felicitaciones con que los abrumaban, no solo las corporaciones todas de la ciudad, sino tambien las comisiones que en número considerable acudian diariamente de los pueblos, dando á los reyes y dándose á sí mismos el parabien por la pronta y feliz terminacion de la guerra; siendo tál algunos dias la afluencia de forasteros, que les era difícil encontrar albergue. Con iguales demostraciones fueron acogidos los régios viajeros en Barcelona, donde entraron el 4 de diciembre (1827), agradecida además la ciudad por haber sido declarada en aquellos dias puerto de depósito. Habia el rey ordenado que en todos los templos de España se cantára el Te-Deum en accion de gracias al Todopoderoso por el restablecimiento de la paz,

y

él mismo asistió al que se cantó en la catedral de Barcelona, despues de lo cuál, acompañado del clero y cabildo, pasó á la sala capitular, donde, prestado el correspondiente juramento, tomó posesion de la canongía que en aquella santa iglesia tienen los reyes de España, retirándose luego á su palacio en medio de un gran concurso que se agolpaba á victorearlos.

Así siguieron el resto de aquel mes y año, ya visitando ellos los establecimientos religiosos y de caridad, ya asistiendo á los espectáculos, ya destinando

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