ebn-Luddi, embajador del Rey de Tremecen, Muley Abdalláh, quien se declaraba perpetuo vasallo del monarca y le enviaba ricos presentes; alli otorgó el mismo D. Fernando su primer testamento, en 2 de Mayo del citado año, documento de valor inapreciable, que demuestra la alta previsión politica de aquel Rey insigne; allí, «en las casas que el Condestable tiene en esta ciudad» (Burgos), se reunieron las Cortes de Castilla en Junio y Julio de 1515, y ante ellas declaró D. Fernando la incorporación del reino de Navarra á la Corona de Castilla; allí, en Septiembre de 1520, fué sitiado por los Comuneros el Condestable D. Iñigo Fernández de Velasco, hermano y sucesor de D. Bernardino (que había muerto sin hijos varones) y sólo debió la salvación de su vida, y la de su esposa D. María de Tovar, á la fuga y á los disfraces de mujeres del campo que les proporcionaron dos jefes traidores de los populares, Bernal de la Rija, sombrerero, y Antón Juan, cuchillero; allí, por último, residieron el emperador Carlos V, el rey Francisco I de Francia, el rey Felipe II, la reina D. Ana de Austria, el rey Felipe III y sus seis hijos, el rey Felipe IV con su hija la infanta D. María Teresa, el rey D. Carlos II y su esposa D. María Luisa de Orleans, el rey D. Felipe V..... El Palacio de los Condestables de Castilla, teatro de tantos insignes sucesos, morada de Reyes y de ilustres varones desde fines del siglo xv, artístico y á la vez severo modelo de los edificios civiles de la antigua nobleza, no debe caer bajo la piqueta demoledora; y al Ayuntamiento corresponde evitarlo, y puede evitarlo. Burgos, antes que todo, es ciudad histórica y monumental: si se le quita este doble carácter, un día volando el alcázar de Fernán González 6 derribando la espadaña, las naves y las capillas de San Pablo, y otro día arrasando los muros y las portadas de San Francisco y de la Trinidad ó abandonando á la ruina el monasterio de Fresdelval y el arco árabe de San Esteban, entonces se le quita su vida propia y se le arrancan las páginas de piedra donde está escrita la crónica de sus glorias y de sus bellezas artísticas. ¡Ojalá comprenda esta verdad el Ayuntamiento de Burgos, digno sucesor de los Concejos de la gloriosa Caput Castella! Agosto, 1889. EUSEBIO MARTÍNEZ DE VELASCO. VE MARÍH POEMA DEDICADO Á LA DUQUESA DE ALMODÓVAR DEL RÍO I.. ¿Por qué perenne dura En mi el recuerdo de la historia aquella? Porque es eterna ley consoladora Que más que á disfrutar con el dichoso, Se hace fecundo y generoso y bueno. II. Nacieron Clara y Pablo el mismo día En un pueblo ignorado Del inmenso verjel de Andalucía; Donde un clima templado La atmósfera más fúlgidos colores, III. De ambos niños la infancia venturosa Deslizóse ligera Como un ensueño de color de rosa. La primera caricia, el primer beso. Y venturas eternas nos ofrece, Reminiscencia vaga De aquel amor profundo Con que el alma del ángel en su anhelo, Antes que Dios la destinase al mundo Amaba á sus hermanas en el cielo! VI. IV. Clara, la niña hermosa, Era, al cumplir los quince, una morena De negros ojos, grandes y rasgados, Y ve fantasmas al hallarse sola, Y su rostro se enciende con frecuencia V. Menos dichoso Pablo que su amada, Desde el primer instante sorprendía Su manera de hablar arrebatada Por el contraste singular que hacía Con la yerta expresión de su mirada. ¡Fatal designio de la suerte impía! Sus ojos hoy parados y sin fuego, Ayer Clara llenaba de alegría; Mirarla fué su bien hasta que un día Ya no la pudo ver..... ¡Estaba ciego! ¿Mas qué importa no ver al ser amado O para el pecho generoso y bueno ¿Qué importa, pues, que el desgraciado ciego No pueda ver el rostro peregrino Que le robó el sosiego? Busque del sol el fuego Quien no encuentra otra luz en su camino; Haciendo religión de sus amores, Le basta con la lumbre que derrama VII. Pablo, con firme vocación de artista, El pobre niño contemplaba ufano Arrancaba á las cuerdas vibradoras! De ritmo acompasado y cadencioso Donde hierven las aguas cristalinas, El mágico instrumento Que tan pronto lloraba Como cambiando de expresión y acento Su singular maestría En tocar cierta dulce Ave Maria, |