Van los cautivos zahareños, En rebaño miserable, Regueros de llanto y sangre. La guardia negra africana Se amotina el pueblo, ahuyenta A la soldadesca infame, Y á los cautivos restaura Muley, mientras, jactancioso En la sala de Comares Cuando echado en alcatifas De la lámpara chinesca Que¡Ay de Granada!-exclamando, -¡Ay de Granada-repite- De la lucha en que hoy te empeñas Todos temblando se apartan Del anciano venerable Que prorrumpe lastimero Y éste, los ojos fijando Y de la Alhambra se sale. El concurso se dispersa, Y Hacem, en vez de entregarse Con sus mujeres y esclavos Á los festines y bailes, Manda echar los alamudes, Redoblar los vigilantes, Encerrar á las mujeres Y prevenir los alfanjes. En tanto el profeta moro Va con gritos espantables La pérdida de Granada Pregonando por las calles. A su voz, que espanto infunde, La muchedumbre cobarde Cierra mezquitas y lonjas, III. Al declinar de la tarde Llegando van á Marchena Los caudillos andaluces Con sus bizarras banderas. Revistalas Don Rodrigo, Y encargándoles cautela, A su frente, ya de noche, Toma el rumbo de Antequera. Todo al soldado hostiliza: El viento, la sombra densa, El rocío congelado En las resbalosas sendas, El zarzal en que se punza, El peñasco en que tropieza, El arenal en que se hunde Y la arcilla en que se atuella. Y rendir se dejaría Fatigado á su flaqueza, Si de constancia y arrojo Ejemplo el Marqués no diera. De éste á la voz soberana Cobra aliento el que flaquea, El lenguaraz enmudece Y el díscolo se atempera, Que la condición torcida De la más vil soldadesca Bajo el dominio de Ponce Á la virtul se endereza. Se ocultan durante el día En los barrancos y selvas, Y de noche van salvando Las agriuras de la sierra. No encienden lumbre si acampan Porque el humo no se vea, Cuatro mil son los infantes, Entre Loja y Alfarnate Á la jornada tercera. De Ponce á la voz de La hueste parada queda, Sin saber por qué se para Alto!» Ni el lugar donde se encuentra ; -Para los bravos se hicieron En Zahara perdió Castilla La de Alhama, que es más bella. Allí aguardan al valiente «¡Á Alhama, á Alhama!» rugiendo La hueste al Marqués contesta, El corazón palpitante, Trastornada la cabeza, Acelerado el aliento, Y cual de nocturna fiera Y los cansados bridones Que oyeron gritos de guerra, Su marasmo sacudiendo, Relinchan y manotean. Reprimiendo Don Rodrigo La densidad de las sombras Impide que se les vea, Y el ronco zumbar del viento Bordeando precipicios, En que el fuerte se cimenta; Al vigía sin cautela, Y se encumbra á las almenas. Y otros bravos hasta treinta. Y yendo al cuerpo de guardia Corre á las armas el moro Y los trescientos de Ponce Á ayudar suben á Ortega. Entáblase cuerpo á cuerpo Y no hay tiro que se yerre, Aquí el muerto corta el paso Y el herido se lamenta, Allá-¡Santiago!-ɛe grita, El estrepito aumentando, Burlas, ayes, rezos, quejas, Alaridos, maldiciones, Juramentos y blasfemias. Halla la luz de la aurora Indecisa la pelea; Los entradores se acaban Y los sitiados aumentan; Y ante tanta muchedumbre, Ya los de adentro flaquean, Cuando el Marqués en su amparo Se lanza con los de afuera. Embisten como leones, Aportillan la poterna, Y entrándolo á fuego y sangre, Del alcázar se apoderan. Mas hay que ganar al punto La ciudad de moros llena, ό correr, volado el fuerte, En busca de la frontera; Que pronto, hiriendo caballos, Y aspillerando los muros, Ponce ataca; todo el día Su ardiente codicia ceba Aquí joyas, oro, plata, Que en más que el oro se aprecian. Mi honor y mi fe cristiana ¡Me escribió al partirse á Alhama «Me parto á tierra de moros Á vengar á los zahareños, Sólo dejando en mis tierras Mujeres, niños y viejos. »Despojadlas si queréis, Que hallaré el despojo bueno, Con tal que Dios me conceda Desbaratar á esos perros. El no haber con vos contado No fué olvido ni desprecio, Sino temor que la empresa Malograsen nuestros celos. >> Paz no cabe entre nosotros, Lo sé bien, porque recuerdo La algarada de Sevilla, De Jimena el escarceo, >> De Jerez el alboroto, De Carmona el desafuero, Y el choque naval del Puerto. >>Mi deber único es este: Lo he jurado, y cumplirélo. La hidalguía castellana En los llanos de Caulina Esta noche acamparemos. ¡Hola! ¡mi arnés más templado Y mi potro más ligero!— ¡Qué algazara, qué bullicio, Y de trompas y clarines Del castillo en la esplanada Los niños los ven con susto, Siguen tocando á llamada Alzándose á las alturas Clamor de entusiasmo inmenso, Cuando el Duque se presenta Todo vestido de acero. El caballo en que se yergue, Orgulloso de su dueño, Alza á la cincha las manos Y desempiedra los suelos. Alta el Duque la visera Del empenachado yelmo, Saluda con la sonrisa Á los soldados y al pueblo; Y la hueste revistada, El caballo revolviendo, Sale á galope tendido Al frente de sus guerreros. Á los justicias y alcaides |