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Van los cautivos zahareños,

En rebaño miserable,
Dejando por donde pisan

Regueros de llanto y sangre.

La guardia negra africana
Pisotea á los que caen,
A los humildes insulta
Y veja á los arrogantes;
Á cuya vista, encendido
En compasión y coraje,

Se amotina el pueblo, ahuyenta

A la soldadesca infame,

Y á los cautivos restaura
Con los sabrosos manjares
Al regalo apercibidos
Del ejército triunfante.

Muley, mientras, jactancioso

En la sala de Comares
Recibe los parabienes
De sus deudos y parciales.
Alamines y santones,
Ulemas, xeques y alcaides,
Lisonjeros, le comparan
Con Muzas y Abderramanes.
Los alfaquís danle incienso
Como si fuera un arcángel,
Y con zumbas le recrean
Bufonescos albardanes.

Cuando echado en alcatifas
Y turquescos almadraques,
Por la lisonja aturdido,
La mirada lleva errante

De la lámpara chinesca
Á los vivos alizares,
Del mote del ataurique
Al casetón del alfarje,
Despiértale de repente
Un acento formidable,

Que¡Ay de Granada!-exclamando,
En todos hiela la sangre.

-¡Ay de Granada-repite-
Para el Muslim acabaste;

De la lucha en que hoy te empeñas
Tu muerte será el remate! -

Todos temblando se apartan

Del anciano venerable

Que prorrumpe lastimero
En augurios tan fatales;

Y éste, los ojos fijando
De Muley en el semblante,
Maldicele, y del recinto

Y de la Alhambra se sale.

El concurso se dispersa, Y Hacem, en vez de entregarse Con sus mujeres y esclavos Á los festines y bailes,

Manda echar los alamudes, Redoblar los vigilantes, Encerrar á las mujeres Y prevenir los alfanjes.

En tanto el profeta moro Va con gritos espantables La pérdida de Granada Pregonando por las calles.

A su voz, que espanto infunde,

La muchedumbre cobarde
Que poblaba los caminos,
Plazoletas y alminares,

Cierra mezquitas y lonjas,
Arría los estandartes,
Descuelga los miradores
Y los estrados deshace.
Y cual si el cielo quisiera
Hacer el terror más grande,
Sobre el pueblo echa una nube
De obscuro color de sangre,
Que se desata en granizos
Y furiosos huracanes,
En truenos retembladores
Y centellas fulgurantes.

III.

Al declinar de la tarde Llegando van á Marchena Los caudillos andaluces Con sus bizarras banderas.

Revistalas Don Rodrigo, Y encargándoles cautela, A su frente, ya de noche, Toma el rumbo de Antequera. Todo al soldado hostiliza: El viento, la sombra densa, El rocío congelado

En las resbalosas sendas,

El zarzal en que se punza, El peñasco en que tropieza, El arenal en que se hunde Y la arcilla en que se atuella. Y rendir se dejaría Fatigado á su flaqueza, Si de constancia y arrojo Ejemplo el Marqués no diera. De éste á la voz soberana Cobra aliento el que flaquea, El lenguaraz enmudece Y el díscolo se atempera, Que la condición torcida De la más vil soldadesca Bajo el dominio de Ponce Á la virtul se endereza.

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Se ocultan durante el día En los barrancos y selvas, Y de noche van salvando Las agriuras de la sierra.

No encienden lumbre si acampan

Porque el humo no se vea,
Y porque no se les oiga
Ata el silencio sus lenguas.
El cuerpo acardenalado
Y los pies heridos llevan,
Embarrados los arneses,
Las vestiduras deshechas.

Cuatro mil son los infantes,
Y tres mil los que ijadean
Buscando paso del diestro
Á sus caballos de guerra.
Ocupan el primer día
Del Cantaril la dehesa,
Y el bagaje abandonando
Á las orillas del Yeguas,

Entre Loja y Alfarnate
Al agrio Arrecife trepan,
Dando en el valle de Dona

Á la jornada tercera.

De Ponce á la voz de La hueste parada queda, Sin saber por qué se para

Alto!»

Ni el lugar donde se encuentra ;
Y cuando, ya recelosa,
Refunfuña de impaciencia,
El noble Marqués de Cádiz
De aqueste modo la arenga :

-Para los bravos se hicieron
Las atrevidas empresas.
Estamos al pie de Alhama;
Es preciso entrar en ella.

En Zahara perdió Castilla
De su corona una perla,
En su lugar engastemos

La de Alhama, que es más bella.
Llave del reino moruno
Que el paso á Granada cierra,
A vuestro empuje esta noche
Quedará por siempre abierta,

Allí aguardan al valiente
Oro y plata, vino y sedas,
Y la muerte por mi mano
Á quien fiero no acometa.
Dios y patria, honor y gloria,
Cifranse en esta bandera;
¡Con ella á vencer corramos
Ó á morir todos con ella.-

«¡Á Alhama, á Alhama!» rugiendo La hueste al Marqués contesta, El corazón palpitante, Trastornada la cabeza,

Acelerado el aliento,

Y cual de nocturna fiera
La electrizada pupila
Fulgurando en las tinieblas.
Y éste la espada desnuda,
Aquél la malla se aprieta,
Uno la espada requiere,
Otro enristra la ballesta;

Y los cansados bridones Que oyeron gritos de guerra, Su marasmo sacudiendo, Relinchan y manotean.

Reprimiendo Don Rodrigo
De los suyos la impaciencia
(Que todos en el ataque
Ser los primeros anhelan),
Trescientos bravos elige
Para que sigan á Ortega,
Que con treinta escaladores
Va á asaltar la fortaleza.

La densidad de las sombras Impide que se les vea,

Y el ronco zumbar del viento
Que sus pisadas se sientan.

Bordeando precipicios,
Á rastras como las fieras,
Ganan el tajo riscoso

En que el fuerte se cimenta;
Tocan los muros, y hallando

Al vigía sin cautela,
Arroja Ortega su escala

Y se encumbra á las almenas.
Le siguen Martín Galindo
Con Toledo y Estremera,
Y el alcaide de Archidona

Y otros bravos hasta treinta.
En la garita sorprenden
Y matan al centinela,

Y yendo al cuerpo de guardia
Á los soldados degüellan.

Corre á las armas el moro
Repuesto de la sorpresa,

Y los trescientos de Ponce

Á ayudar suben á Ortega.

Entáblase cuerpo á cuerpo
Entonces tenaz contienda;
Que no ceden los que embisten,
Ni los embestidos cejan.
Rompe aquí el alfanje corvo
Por la cota milanesa,
Allí el almete traspasa
El aguijón de una flecha;

Y no hay tiro que se yerre,
Ni mandoble que se pierda,
Y la sangre por el suelo
En arroyos culebrea.

Aquí el muerto corta el paso Y el herido se lamenta,

Allá-¡Santiago!-ɛe grita,
Alli-Alá-se vocifera;
Y crujen las armaduras,
Los arcabuces atruenan,
Los atambores redoblan,
Y ensordecen las trompetas,

El estrepito aumentando, Burlas, ayes, rezos, quejas, Alaridos, maldiciones, Juramentos y blasfemias.

Halla la luz de la aurora Indecisa la pelea;

Los entradores se acaban

Y los sitiados aumentan;

Y ante tanta muchedumbre,

Ya los de adentro flaquean,

Cuando el Marqués en su amparo Se lanza con los de afuera.

Embisten como leones, Aportillan la poterna,

Y entrándolo á fuego y sangre, Del alcázar se apoderan.

Mas hay que ganar al punto La ciudad de moros llena,

ό

correr, volado el fuerte, En busca de la frontera;

Que pronto, hiriendo caballos,
Vendrán de Granada fuerzas
Que los rinda y los acabe
En el fuerte sin defensas.
Entretanto la morisma
En el pueblo se atrinchera,
Ocupa torres y adarves,
Las bocacalles barrea,

Y aspillerando los muros,
Con espingardas y flechas
Da la muerte á los que asoman
Del Alcázar á las puertas.

Ponce ataca; todo el día
Dura la lucha sangrienta;
Se conquistan palmo á palmo
Muros, calles y azoteas.
Acorralados los moros,
En un templo se concentran,
De donde salir los hacen
Los soldados, que lo incendian.
Mueren los más peleando,
Los menos cautivos quedan,
Y se ocultan los que escapan
En las minas y las cuevas.
Libre el pueblo de enemigos,

Su ardiente codicia ceba
En lonjas y en almacenes
La triunfante soldadesca.

Aquí joyas, oro, plata,
Brocados, púrpura y sedas;
Allá miel, y pan y vino,

Que en más que el oro se aprecian.

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Mi honor y mi fe cristiana
Me impulsan á socorrerlos;
Mi paz, mi hacienda, mi vida,
Á que los deje en el riesgo.

¡Me escribió al partirse á Alhama
Don Rodrigo tan severo!-
Y sacando un pergamino
De este modo va leyendo:

«Me parto á tierra de moros Á vengar á los zahareños, Sólo dejando en mis tierras Mujeres, niños y viejos.

»Despojadlas si queréis, Que hallaré el despojo bueno, Con tal que Dios me conceda Desbaratar á esos perros.

El no haber con vos contado No fué olvido ni desprecio, Sino temor que la empresa Malograsen nuestros celos.

>> Paz no cabe entre nosotros,

Lo sé bien, porque recuerdo

La algarada de Sevilla,

De Jimena el escarceo,

>> De Jerez el alboroto,

De Carmona el desafuero,
El rebato de Medina

Y el choque naval del Puerto.
>>Mas visto que tales luchas
Dan vida á los agarenos,
Heme jurado olvidarlas
Hasta arrojarlos del reino.

>>Mi deber único es este: Lo he jurado, y cumplirélo. La hidalguía castellana

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En los llanos de Caulina Esta noche acamparemos. ¡Hola! ¡mi arnés más templado Y mi potro más ligero!—

¡Qué algazara, qué bullicio,
Qué confusión y qué estruendo
En las casas y las calles
Y alrededores del pueblo!
Aquí se ensilla el caballo,
Allá se pavona el hierro,
Acá el bagaje se embarga,
Se apresta allí el bastimento.
Aquí, de la soldadesca
Risas, gritos y reniegos;
Más allá, de las mujeres
Suspiros, llantos y rezos.

Y de trompas y clarines
Y tambores á los ecos
Se unen tocando á rebato
Las campanas de los templos.

Del castillo en la esplanada
Por haces se van reuniendo
Escaladores, infantes,
Jinetes y arcabuceros.

Los niños los ven con susto,
Con envidia los mancebos,
Con lágrimas las mujeres
Y con orgullo los viejos.

Siguen tocando á llamada
Los marciales instrumentos,
Las campanas repicando
Y la multitud bullendo,

Alzándose á las alturas Clamor de entusiasmo inmenso, Cuando el Duque se presenta Todo vestido de acero.

El caballo en que se yergue, Orgulloso de su dueño, Alza á la cincha las manos Y desempiedra los suelos. Alta el Duque la visera Del empenachado yelmo, Saluda con la sonrisa Á los soldados y al pueblo; Y la hueste revistada, El caballo revolviendo,

Sale á galope tendido

Al frente de sus guerreros.

Á los justicias y alcaides

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