Échalo al punto de la cuadra afuera Y dale de beber. Mas y el soldado? ¡El mocito es ligero! Duerme como un lirón en el sobrado. ¡Vamos! Es cosa de tomarlo á risa. A voces despertad á ese guerrero. ¡Dijérase que vais, según la prisa, A la horca en lugar de al holgadero! ¡Tienen los mozos de mi tiempo un cuajo! ¡Qué sangre de tortuga! Pésales un quintal cada zancajo; Y si de hablar se trata, se ataruga La carne al diablo y á Jesús los huesos; Es capaz de embrollar al mundo entero, Taconeando y pronto cual un brinco, De aquellos que juzgando cosas viles Mas no toda la gente convidada Las cualidades óptimas tenía De la elegante turba enumerada. Allí el labriego honrado Que no ha visto otro mundo que la tierra Que surca desde niño con su arado, Y el leñador de la vecina sierra, Cuyo brazo de hierro Los árboles durísimos atierra. El rabadán que va de cerro en cerro, Que más que en su pericia y su coraje Y el rudo carpintero Curtido por la sal y por la brea, Un enjambre, por último, hechicero Y arrastra salerosa por la calle Y la que hace corona su peineta Al sonar la campana, Para darles alcance, los seguía, Toda la turba en pos se atropellaba; Y una y mil veces el camino andando Asómanse á la puerta Los vecinos curiosos, renegando Del bullicio infernal que los despierta; Más no hay quien deje de sentir antojos De juntarse á la alegre cabalgada V. -«Cógeme aquella flor.—¿Cuál?-La encarnada. -Aquí está. -¡Qué preciosa! -Junto á tí, la mejor no vale nada. -Sólo sabes decir la misma cosa. -Si como yo te quiero me quisieras, Lo que me pasa á mí te pasaría. ¡Ay! Perico. ¿Me quieres tan de veras? -Como un loco, Alegría. -Déjate de arrebatos y procura Que tu cariño se parezca al mío En no ser pasajera calentura. -En mí confía como en ti confío. -Siempre he de ser mejor que tú lo fueres. -¿No te quiero así ya? -¿Tanto me quieres? Y encontrándolo siempre interesante, Repite la pareja á cada instante; Para expresar su ardor ó su embeleso, Que el ¿me quieres? que estalla en un suspiro Y el te quiero! que suena como un beso. Al pasar la pareja enamorada, El grillo en su agujero enmudecía Y el pájaro cantor en la enramada. Pararse, por copiarla en su corriente, El delgado arroyuelo pretendía, Y á modo de barrena reluciente, No pudiendo parar, se retorcia. Doblándose, la flor la saludaba, Y el follaje del álamo frondoso De placer al cubrirla palpitaba. Los brillantes albures que en reposo Se hallaban á la orilla de banquete, |