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Échalo al punto de la cuadra afuera Y dale de beber. Mas y el soldado? ¡El mocito es ligero!

Duerme como un lirón en el sobrado. ¡Vamos! Es cosa de tomarlo á risa. A voces despertad á ese guerrero. ¡Dijérase que vais, según la prisa, A la horca en lugar de al holgadero! ¡Tienen los mozos de mi tiempo un cuajo! ¡Qué sangre de tortuga!

Pésales un quintal cada zancajo;

Y si de hablar se trata, se ataruga
El que más presumió de desparpajo.

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La carne al diablo y á Jesús los huesos;
Y el señor juez de paz, viejo cazurro,
Ancho de vientre y de narices romo,
Que no habiendo estudiado más que el burro
Del que fatiga con su peso el lomo,

Es capaz de embrollar al mundo entero,
Y alarga un pleito con el mismo ahinco
Que estira el cordobán el zapatero.

Taconeando y pronto cual un brinco,
Con su guitarra apareció el barbero,
Joven de ensortijada cabellera,
Político profundo, noble artista
Que se pasa la vida toda entera
Moviendo con sus coplas algazaras,
Predicando doctrina progresista,
Bebiendo vino y desollando caras;
Y á remolque de tal propagandista,
Dos mozos remolones

De aquellos que juzgando cosas viles
Llevar chaqueta y destripar terrones,
Se visten con andrajos señoriles
Y saben sólo, en su vagancia eterna,
Blasfemar en la infaine barbería,
Embriagarse y jugar en la taberna
Y podrirse en la inmunda mancebía.

Mas no toda la gente convidada Las cualidades óptimas tenía

De la elegante turba enumerada.

Allí el labriego honrado

Que no ha visto otro mundo que la tierra

Que surca desde niño con su arado,

Y el leñador de la vecina sierra,

Cuyo brazo de hierro

Los árboles durísimos atierra.

El rabadán que va de cerro en cerro,
Sin tener otro amparo en el estio
Que el breñal donde, helado, se guarece
Las largas noches del invierno frío,
Y el arriero cuya recia abarca
Abate y troncha cuanta hierba crece
En las sendas de toda la comarca.
El bravo marinero

Que más que en su pericia y su coraje
Confía, cuando al mar echa su barca,
En la Vírgen que doma el oleaje,

Y el rudo carpintero

Curtido por la sal y por la brea,
Que alborota las aves del estero
Cuando á orillas del mar calafatea.

Un enjambre, por último, hechicero
Vino allí de las mozas de la aldea.
La que se empeña en que le bese el talle
El moño que le cuelga por la espalda,

Y arrastra salerosa por la calle
El faralá de la crujiente falda,

Y la que hace corona su peineta
Porque reina quizás se la presuma,

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Al sonar la campana,
Pusiéronse las gentes en camino
Más alegres aún que la mañana.
De batidor el militar hacía,
Tirando del cabestro del pollino
Que llevaba en sus lomos á Alegría;
Arreando sin tino,

Para darles alcance, los seguía,
Encendiendo cigarro tras cigarro,
El tétrico Manuel, que conducía
Vituallas y trebejos en el carro;
El hijo del alcalde ensangrentaba,
Haciendo ante las mozas piruetas,
Los ijares del potro que montaba;
Diciendo chanzonetas

Toda la turba en pos se atropellaba;
Zaguero, con la suegra del alcalde,
El juez de paz quedábase acallando
A su rijoso garañón en balde,

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Y una y mil veces el camino andando
Y devolviendo pulla por matraca,
Iba con una moza galleando
Señó Jeromo en su valiente jaca.

Asómanse á la puerta

Los vecinos curiosos, renegando

Del bullicio infernal que los despierta;

Más no hay quien deje de sentir antojos

De juntarse á la alegre cabalgada
Que se lleva las almas tras los ojos,
Y que al salir del pueblo es saludada
Por el martillo del forzudo albéitar,
Que anuncia del verano la llegada,
En el yunque batiendo con fatiga
La redonda herradura dentellada
Con que la cobra romperá la espiga.

V.

-«Cógeme aquella flor.—¿Cuál?-La encarnada. -Aquí está. -¡Qué preciosa!

-Junto á tí, la mejor no vale nada.

-Sólo sabes decir la misma cosa.

-Si como yo te quiero me quisieras,

Lo que me pasa á mí te pasaría.

¡Ay! Perico. ¿Me quieres tan de veras? -Como un loco, Alegría.

-Déjate de arrebatos y procura

Que tu cariño se parezca al mío

En no ser pasajera calentura.

-En mí confía como en ti confío.

-Siempre he de ser mejor que tú lo fueres.
-Pues me querrás entonces sin medida.

-¿No te quiero así ya? -¿Tanto me quieres?
—Más que á mi alma; ¿y tú?- Más que á mi vida.» —

Y encontrándolo siempre interesante,
Nuevo y encantador, este coloquio

Repite la pareja á cada instante;
Que enemigo el amor del circunloquio,
Jamás halla otro giro

Para expresar su ardor ó su embeleso,

Que el ¿me quieres? que estalla en un suspiro

Y el te quiero! que suena como un beso.

Al pasar la pareja enamorada, El grillo en su agujero enmudecía Y el pájaro cantor en la enramada. Pararse, por copiarla en su corriente, El delgado arroyuelo pretendía, Y á modo de barrena reluciente, No pudiendo parar, se retorcia. Doblándose, la flor la saludaba, Y el follaje del álamo frondoso De placer al cubrirla palpitaba. Los brillantes albures que en reposo Se hallaban á la orilla de banquete,

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