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Señor mío: El más propio y severo castigo para su atre. vido y licencioso papel de Vm., era el dejarle yo sin respuesta; pero para no darle lugar á que me ofenda ni aun con la duda de pensar si el callar podría ser parte de conceder, he tomado la pluma (sin reparar en que es gastar el papel en lo menos digno) para hacerle ver á Vm. el desengaño y la novedad que me ha hecho el que la mal pensada proposición de Vm. haya podido caber, ni aun como ente de razón, en su pensamiento. Guarde Dios, etc.

PAPEL DE UNA DAMA Á UN GALÁN COBARDE.

Afición es solamente la que me obliga á escribiros. Así no amor, que no estoy tan ciega. Si queréis ser venturoso, no seáis cobarde; que yo que intento ser entendida, os doy de esta suerte la mano para levantaros. No perdáis la ocasión, pues en ella consiste vuestra ventura. Quien pretende ser vuestra igual.

Creo que á las damas y galanes de nuestros tiempos les produciría desamor la lectura de semejantes papeles, que habían de sospechar hijos de pluma burlona y maleante ó de gente falta de razón y de juicio.

En la actualidad se reimprimen y tienen gran despacho las fórmulas de cartas redactadas á la moderna, que el vulgo alto y bajo usa como norte y guía para sus escritos. El formulario viene á ser el ropaje de la idea, y nada más cómodo que hallar un vestido á la moda ya listo y arreglado. La sociedad se halla bajo la presión de una atmósfera de formularios, de la cual le es imposible separarse. Á formularios se sujetan las ceremonias, oraciones y certificados de la Iglesia en bautismos, matrimonios y entierros. Copia de la fórmula usada en los antiguos tiempos son las cartas llamadas de ruego y encargo que en nuestros días dirigen los Reyes de España á los Reverendos en Cristo Padres Arzobispos y Obispos en ciertas y determinadas ocasiones. Á fórmulas se arreglan las misivas que unos á otros se escriben los soberanos. Con fórmula se redactaban los antiguos privilegios rodados, cartas plomadas, cédulas, albalaes y pragmáticas, lo mismo que hoy se extienden las leyes, decretos y reales órdenes. Las bulas de carne, de cruzada y de difuntos, y los títulos y diplomas de cargos civiles y militares, cruces y honores, se copian de formulario. Los pleitos, sentencias, escrituras y otros productos de golillas y curiales, modelos en su mayor número de la minerva más ridícula, mazorral y ly grotesca que puede exhibir el habla castellana, nacen de

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plantillas y formularios. De fórmula son muchos discursos del parlamento, muchos artículos de fondo y muchas reseñas de bodas, saraos, bailes, fiestas y banquetes, que imprimen los periódicos. Las participaciones de casamiento y defunción; los carteles de toros, teatros y novenas; los billetes de lotería ó de banco; las letras, recibos, pagarés y otros infinitos documentos, obedecen también á fórmulas ciertas, fijas y determinadas.

Y hasta las Academias científicas ó literarias, que representan el non plus ultra del saber humano, toleran, admiten, usan y sancionan la aplicación de un formulario que convierte al individuo en juez de su propia causa. Y el pobre electo todo conmovido, y vergonzoso, y turulato, y abochornado, según nos explica, al verse tan sin merecerlo en aquel augusto recinto, se cubre un poco con la garnacha de la modestia y declara paladinamente su insuficiencia, rudo ingenio, pobreza de fama, exiguo valer, propia pequeñez, cortos trabajos, escasos merecimientos, falta de ciencia, humildad de doctrina, y otras mil lindezas por el estilo, que parecen indicar á la corporación que anduvo desacertada y torpe en elegir, ó que abre para el ingreso las puertas de la misericordia y no las de la justicia.

Aplauso y loa merecen aquellos sabios y literatos (pocos en verdad) que en semejante ocasión no han levantado la bandera de la modestia ni se han acogido á la sombra del formulario. Y vitores merece también el insigne poeta dramático que en el preámbulo de su discurso de recepción espetó á la Academia Española las siguientes palabras: «Comprendo que deberán hallarse fatigados ya vuestros oídos de escuchar el poco variable tema con que los académicos electos se esfuerzan en obscurecer sus propios merecimientos, impulsados por el laudable propósito, sin duda, de que brille en toda su plenitud la benevolencia del voto con que los habéis favorecido, y conozco lo mucho que de estéril tiene una fórmula tan admitida como exhausta de originalidad.....» (1).

Bien sé que el autor de estos renglones no tuvo la intención que he querido atribuirle; pero, en fin, si semejante indirecta hubiese anulado la costumbre académica, claro es que en el discurso de contestación no leeríamos (porque muerto el perro, acabada la rabia) lo de que en el brillante, luminoso, bello, filosófico, útil ó elocuente discurso que acabáis de oir, se contiene la prueba del mérito del nuevo compañero, cuyo ingreso es motivo de júbilo para la corporación. Existen, pues, dos fórmulas recíprocas á las cuales, si no podemos aplicar el igualmente ciertas de los matemáticos, no se les negarán dotes de finura, educación y buena crianza. ¡Que vivan mil años para bien de las letras y galardón de la modestia!

§ III.

Creo que el resumen de cuanto queda manifestado se halla en los corolarios siguientes:

(1) La persona que dudase si este párrafo es ó no de D. Tomás Rodriguez Rubí, puede consultar el tomo II, página 417, de la obra intitulada Discursos leidos en las recepciones públicas que ha celebrado desde 1847 la Real Academia Española. Madrid, Imprenta Nacional, 1860.- En este libro se falta á la buena costumbre de apuntar el día, mes y año en que se leyó cada discurso, novedad que hallamos indigna de imitación y de aplauso.

PRIMERO. Que conviene conservar las fórmulas, por mentirosas que sean, pues sabiéndose de antemano que carecen de verdad, nadie puede llamarse á engaño con lo que ellas digan.

SEGUNDO. Que la mentira puede y debe expresarse sin faltar á las leyes de la gramática y del bien decir, según prueban, entre otras, las fórmulas usadas en los discursos de recepciones académicas.

TERCERO. Que en tal supuesto parecen más correctas las frases de Señor mio, Querido señor, Muy querido señor, ú otra equivalente á las usadas hoy en varias naciones de Eurora, que la española de Muy señor mio, la cual casi (y sin casi) puede calificarse de ridícula, porque según el Diccionario significa ó es igual á..... Señorón mio.

CUARTO. Que las damas nada arriesgaban en trocar el engaño del-beso á Vm. la mano-con la falsedad de bese Vm. la mano, por ser ésta más lógica y galante, y hallarse fundada en las antiguas costumbres españolas. QUINTO. Que juzgamos preferible, por lo claro y clásico,

escribir al final de las cartas mensajeras que le besa la mano, en vez de que besa su mano.

SEXTO. Que es tan corta la substancia del presente articulo, y tan fútiles, insignificantes y de escaso interés los temas que en él se apuntan, que bien pudiera ofrecerse un premio de diez mil pesetas á quien presentase otro más baladí, más trivial y peor hilado.

Y como unos lectores tendrán esto último por mera fórmula académica, y otros por expresión de la verdad, me conviene decir, con el célebre mono adivino de Maese Pedro, que parte de las cosas son falsas y parte verisimiles, Y que si quieren saber más, el viernes venidero responderá ú todo lo que se le preguntare, pues por ahora se le ha acabado la virtud al

DOCTOR THEBUSSEM,

Cartero honorario de España y de sus Indias.

Huerta de Cigarra (Medina Sidonia) y Julio á 27 de 1886 años.

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EL INSIGNE ACTOR ESPAÑOL JOAQUIN ARJONA.

I.

ESDE que en el siglo XVII dijo Boileau que la critica es fácil y el arte dificil (y á fuer de preceptista y de crítico debía saberlo, máxime siendo también elegante cultivador de la poesia) han repetido ese aforismo cien y cien veces, sin que hasta ahora se haya tomado nadie, que yo sepa, el trabajo de comprobar su completa exactitud. Dicho sea con perdón de aquel esclarecido maestro considerado largo tiempo como un oráculo y mirado actualmente con injusto desdén, de los dos términos de su antedicha proposición sólo el segundo me parece incontestable. Pero no proponiéndome dilucidar hoy este punto ni enumerar aquí las dificultades de la crítica, tan grandes, á mi juicio, como las del arte, aunque de naturaleza muy diferente, habré de concretarme á reconocer que en efecto el arte es difícil, sean cualesquiera el objeto á que se dirija y los medios que emplee para hablar al alma.

Dando por sentado que realizar obras de arte es ardua cosa, en lo cual no hay divergencia de pareceres, cumple á mi actual propósito añadir que en el ancho círculo de las manifestaciones artísticas hay unas más difíciles que otras, que acaso ninguna excede en dificultades á la representación teatral, como encargada de mostrar la realidad de la vida en apariencia que ilusione y cause interés, poniendo en relieve á los ojos del espectador, con tinte poético, pero esencialmente verdadero, y á veces en todo su desarrollo, pasiones y caracteres humanos.

Si se atiende bien á los peculiares medios de expresión de las distintas bellas artes, y muy en particular á los que son ineludible instrumento de las figurativas ó plásticas, nadie juzgará exagerado este parecer. Lo mismo el pintor que el escultor cuyas obras de mérito viven y se perpetúan (teniendo además la ventaja de poder ser quilatadas exacta-. mente en todas partes y en todas épocas), aunque la llama del genio los ilumine y posean las facultades imaginativa y sensitiva más extraordinarias y vigorosas, no les será dado representar en ninguna de sus creaciones donde figure como principal elemento el ser humano sino un momento de la vida. En cambio el actor encargado de interpretar cualquier personaje importante del poema escénico ha menester representarlo en muchos momentos, y hasta en los varios accidentes de una vida entera, no sólo manteniendo sin alteración la unidad é identidad del carácter que lo determine, sino modificándola según los casos en armonía con los afectos que le muevan ó con las diversas circunstancias en que se encuentre durante el curso de la acción. Esta variedad de matices y de pormenores adecuados á la índole de cada cual de las situaciones por que el interlocutor vaya pasando, no menos indispensable que la unidad fundamental

del carácter que haya el artista de animar é individualizar en las tablas, sobre exigir estudio constante de la sociedad, de las costumbres, de los sentimientos, de cuanto es propio del hombre ó puede influir de algún modo en sus acciones y suscitar lógicamente su manera de proceder, requiere en el actor dramático dotes y facultades personales que para nada necesitan los que profesan artes como la pintura ó la escultura.

Si á esas dificultades inherentes á las peculiares condiciones de la representación teatral se une la triste idea de que la inspiración del actor, aun la más sublime y más felizmente expresada, además de nacer y morir en un mismo punto, ha de reproducirse cada vez que se ejecute el poema que le sirva de fundamento; si se tiene en consideración que, por lo fugaz de su naturaleza, el mérito de inspiración tan costosa no puede ser bien conocido ni apreciado sino de aquellas personas que hayan asistido á las representaciones de la comedia ó del drama que el actor interprete, ¿cómo no admirar la abnegación y entusiasmo del que sigue tan espinosa carrera? ¿Cómo no aplaudir un amor al arte condenado por ley fatal á no legar á los futuros ningún testimonio permanente que dé razón de sus calidades y que justifique su gloria? Tal es, no obstante, la inevitable condición á que se reduce el hombre de superior talento que consagra la actividad de su espíritu á la representación escénica, y que logra conmover ó encantar á sabios é indoctos en la esfera del teatro. Al número de los heroicos é inspirados artistas dedicados desde la primera juventud con incansable avidez y con sediento amor de gloria á las fatigas de la escena, tan fecundas en grandes placeres y en grandisimos sinsabores, perteneció el egregio actor JOAQUÍN ARJONA, honra del arte, dramático español del presente siglo.

Cuando Arjona comenzó á brillar en nuestros mejores teatros, la situación de los de España era menos deplorable que hoy día, sobre todo en lo concerniente á los tres principales factores de la representación dramática: el poeta, el actor y el público. Entonces los poetas cómicos se llamaban Bretón de los Herreros y Ventura de la Vega; los dramáticos Martínez de la Rosa, Larra, el Duque de Rivas, García Gutiérrez, Hartzenbusch, y algo después Tamayo y Adelardo Ayala, sucesores unos de nuestra gran pléyada de ingenios de los siglos de oro, soles otros del drama contemporáneo, llevado por ellos á un grado de perfección no igualado, ni mucho menos excedido, posteriormente. Entonces contaba la escena española entre sus astros de primera magnitud actrices como Joaquina y Teresa Baus; como Pepa Palma, Pepa Valero y Matilde Diez; como Bárbara y Teodora Lamadrid ; y actores como Latorre, Caprara, García Luna, Mate, Valero, Cubas, Guzmán, Julián Romea, Lombia, Montaño, y varios más que no han tenido (salvo rarisimas excepciones) quien dignamente los reemplace, Entonces también era el público.

muy distinto de lo que es ahora, porque todavía no lo habian civilizado los aires de la libertad sin freno hasta el punto de hacerle posponer obras de verdadera belleza artistica, eficaces para interesar á espíritus bien cultivados, á producciones sin sustancia, cuando no á las estupideces ó vilezas de caricaturas políticas groseramente personales.

Y no se crea que al hacer esta observación pago tributo al común sentir de los que opinan que para los viejos

cualquiera tiempo pasado fué mejor.

Aunque me encuentro ya muy distante de la juventud, no soy de los que reniegan del tiempo en que viven, ni de los desconocen ó afectan desconocer sus inconvenientes que y sus ventajas. Seguro estoy de que cuantas personas hayan visto representar á los actores y actrices mencionados anteriormente convendrán con este dictamen, no lo estimarán consecuencia de sistemática preocupación en favor del tiempo pasado. Porque bien mirado, si prescindimos del anciano Valero, raro ejemplar de la eterna juventud del alma, que se ha sobrevivido á sí propio, y en quien las facultades fisicas tan indispensables para el actor no pueden ahora menos de resentirse al peso de la edad que abruma al laureadɔ octogenario; si hacemos caso omiso de Vico, de Mario, de Rafael Calvo, de Victorino Tamayo, y de algunos otros como Cepillo y Mata, ¿dónde están hoy los aventajados sucesores, no ya de aquellos preclaros maestros, sino de artistas como Manuel y Fernando Ossorio; como José Calvo, tan notable en Virginia y en La Ricahembra; como Esteban del Río, chistoso continuador de la castiza tradición de Cubas; como el padre de los Tamayos, tan bien inspirado en Teresa, en Doña Mencía, y en mil otras producciones; como Pizarroso, acertadísimo en Dalila y en Crisálida y mariposa; como Caltañazor; como Enrique Arjona, á quien dejó en sombra la gran fama de su hermano Joaquín, y que en papeles de característico rayó tan alto como el que más? Y tratándose de actrices, desde que en la flor de su juventud y en la plenitud de su gloria se retiró voluntariamente del teatro Elisa Boldún, ¿cuál, sino Elisa Mendoza Tenorio, ha logrado alguna vez elevarse á la altura en que alcanzaron tantos y tan legítimos triunfos Joaquina Baus, Teodora Lamadrid y Matilde Diez? Cierto que Maria Tubau es actriz de dotes muy recomendables, y que á Pepita Hijosa, que al principio de su carrera dió muestras de superior talento en Lances de honor (soberana creación de nuestro admirable Tamayo), le ha perjudicado mucho haber vivido largo tiempo alejada de la escena; pero aunque así no fuese, una golondrina no hace verano, según dice el adagio vulgar. El hecho es que son pocas, muy pocas las actrices que entre nosotros pueden hoy satisfacer, en ninguno de los diversos géneros dramáticos, á las personas ilustradas y de buen gusto.

Hay más aún, y eso es quizá lo que principalmente me ha decidido á escribir estos renglones. Por lo mismo que el actor dramático no lega á la posteridad monumento alguno donde pueda apreciarse con entero conocimiento de causa el valor de sus facultades y de su talento; por lo mismo que su fama póstuma depende de la opinión ó de la buena voluntad de sus contemporáneos, es en éstos casi un deber, que puede considerarse cual obra meritoria y plausible, poner las cosas en su punto y hacer justicia al mérito verdadero. El de Ar

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jona, estimado en vida cumplidamente por críticos juiciosos é imparciales, no ha tenido después de su muerte la resonancia que el de otros actores célebres coetáneos suyos á quienes el arte no debió tanto como á él, y que no han dejado á su paso por el teatro nacional estela tan luminosa y fecunda. ¿ No es esta razón bastante para consagrar un recuerdo á la memoria del actor insigne?

II.

D. Joaquín Arjona y Ferrer nació el año de 1817 en la hermosa reina del Guadalquivir, donde vió también por primera vez la luz del día el eminente decano de nuestros actores, D. José Valero, digno rival de cuantos han sobresalido en nuestra época, ya en la tragedia y en el drama, ya en la comedia de costumbres ó en piececillas meramente divertidas. Fueron padres del héroe de esta narración el coronel D. Manuel de Arjona, hermano del celebérrimo Asistente de Sevilla D. José Manuel de Arjona (que tanto procuró hermosear la ciudad del Betis, y á quien su extraordinario poder é incontrastable autoridad hicieron que los sevillanos le apellidasen hiperbolicamente Rey de las Andalucias), y la actriz D. Josefa de Nicolás Ferrer, que á su natural donosura, claro ingenio y finos modales unía en el teatro singular espontaneidad para expresar y dar valor á los chistes, prendas que le valieron gran fama en el género cómico y le conquistaron alta posición entre las actrices que por entonces se denominaban graciosas.

De distinto carácter, aunque ambos de noble indole y ánimo despierto, Joaquín Arjona y su hermano mayor Enrique recibieron desde un principio esmerada educación, merced á la cuidadosa solicitud del cariño maternal. En los días de la niñez, y aun en los primeros de la juventud, mostrábase Enrique de genio alborotado é impetuoso, tenaz en sus voluntariedades, aficionadísimo á divertirse, y no muy apegado al estudio; viéndose obligada su madre á ser con él en ocasiones muy rigurosa, para enfrenarle un tanto y poner coto á sus muchachadas ó travesuras. Joaquin, al contrario, manifestó desde luego profundo amor al saber, espiritu juicioso y reflexivo, y un empeño tal en no dar disgustos á su madre, que le granjeó lugar preferente en el corazón de aquella señora, amantísima de todos los suycs.

Como los recuerdos de la niñez se graban en el alma de un modo que no se borra jamás, paréceme estar viendo aún á Joaquín Arjona según le ví por vez primera en los ya remotos días en que tuve el gusto de conocerle. Tendría yo entonces unos ocho años: acababa de entrar con mi muy querido amigo Carlos Solano (que heredó después el título de Marqués de Monsalud y hasta su reciente y doloroso fallecimiento me ha conservado fraternal cariño) en el Colegio que dirigia en Sevilla D. Andrés del Pino Aurioles, contiguo á la iglesia parroquial de San Martin. Entre los muchachos á quienes, por su constante aplicación y felicísima aptitud, estimaba con particular predilección aquel hábil y bondadoso maestro, se llevaba la palma Joaquín Arjona. El que andando el tiempo había de ser gloria de la escena, era de todos los chicos que se denominaban alli mayores quien más sobresalia en cuantas materias se estudiaban, distinguiéndose principalmente en los ejercicios de lectura, lo mismo en prosa que en verso.

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