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nobleza y el pueblo, que constituían en aquel entonces la naciente unidad de la nación española, tarea que sería por extremo ardua y prolija; y sin embargo, sólo mediante este trabajo preliminar podría aquilatarse el mérito eminente del gran político de quien con razón se dice en un soneto de don Enrique Funes, publicado en LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA:

En su mano el poder hunde y humilla

De la grandeza el valimiento falso,
Y en su sepulcro, tumba de Castilla,

El César alemán planta el cadalso
De Sorolla, de Acuña y de Padilla.

Renunciando con disgusto á convenientes amplificaciones, recordaremos tan sólo la muy conocida verdad de que España al comenzar el siglo XVI encerraba en su constitución intima todos los gérmenes del poderoso feudalismo anárquico que aparece en el reinado de Enrique IV; feudalismo anárquico reprimido por la energía en el mando de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón; pero que muertos los Reyes Católicos, enferma su infortunada hija D.a Juana, y viniendo á ocupar el trono de Castilla un inexperto mozo nacido en tierra extranjera, podía reaparecer con nuevos brios y poner en grave peligro la recién formada y aun no firme unidad de la nación española. Y sin más comentarios, pues la ocasión no los consiente, seguiremos nuestro relato biográfico.

Al morir en Madrigalejo el Regente de Castilla y Rey de Aragón D. Fernando V (Enero de 1516), nombró para el gobierno de Castilla al cardenal Cisneros, y para el de Aragón á su hijo natural D. Alonso, arzobispo de Zaragoza. El Dcán de Lovaina, Adriano de Utrecht, tenía también otro nombramiento de Regente de Castilla que le había dado el heredero de la monarquía de los Reyes Católicos, Carlos I de España, en la previsión de la muerte de su abuelo, muerte que estaba anunciada con anticipación por la larga enfermedad que llegó á producirla. Los dos nombramientos carecian de validez legal; que mal podía nombrar Regente de Castilla quien, como D. Fernando, no era Rey de esta tierra, y en el mismo caso se hallaba el joven Carlos, que sólo era el heredero de la Corona, en tanto que viviera su madre la Reina D. Juana y no fuese declarada por las Cortes como definitivamente incapacitada para ejercer el gobierno de la nación. Los dos Prelados, con buen acuerdo, resolvieron consultar el caso con el futuro Rey de Castilla, y la respuesta fué una carta en que se confirmaban los poderes dados á Cisneros por el Rey de Aragón y se confería al Deán de Lovaina el cargo de Embajador ó representante de D. Carlos de Austria, aunque sin privarle explícitamente de los poderes que con anterioridad tenía concedidos. En esta carta D. Carlos al dirigirse á Cisneros le apeliidaba « Reverendisimo en Cristo Padre, Cardenal de España, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, Canciller mayor de Castilla, nuestro muy caro y muy amado amigo»; y le decía «que aun cuando el Rey su abuelo no le hubiera nombrado, él mismo no pidiera, ni rogara, ni exigiera otra persona para la Regencia; sabiendo que asi cumplía al servicio de Dios y al suyo, y al bien y pro de los reinos.»

El Cardenal de España no extremó sus exigencias, y aceptó desde luego la participación en el gobierno del Deán

de Lovaina, que por la docilidad de su carácter no le había de oponer ningún obstáculo á su poderosa iniciativa.

Corrían los primeros meses del año 1516 cuando Cisneros, autorizado ya por el príncipe D. Carlos, tomó el gobierno de Castilla, y seguramente que ante su perspicaz mirada aparecieron todos los gravísimos peligros que amenazaban destruir la obra de la unidad de la patria española, tan hábilmente conseguida por el esfuerzo de los Reyes Católicos. Lo hemos dicho ya: el mayor peligro se hallaba en el poderío de la nobleza, que aun recordaba con pena los tiempos de la Edad Media, en que el poder Real se hallaba á merced de sus ambiciones, ora nobles y gloriosas como las que simboliza el Cid Campeador, ora bastardas é indignas como las que conmueven el trono de D. Juan II, y como las que después de muerto el Cardenal de España habían de malograr el generoso anhelo de Castilla en la guerra de las Comunidades. La idea de organizar una fuerza pública encargada de hacer respetar la autoridad del poder monárquico, idea entrevista por D. Alvaro de Luna; la idea de organizar lo que hoy se llama ejército permanente cruza por la imaginación del Cardenal, y queriendo asesorarse con el parecer de personas competentes en el asunto, pide su opinión al coronel Rengifo, que gozaba fama de entendido; y evacuada esta consulta, que le confirma en la bondad de su idea, expide con fecha 27 de Mayo de 1516 lo que hoy llamaríamos ́una Real orden, que puede y debe considerarse como la base de toda la legislación de España durante siglos en lo relativo al reclutamiento de la fuerza pública.

Entre las dos clases de fuerza armada que existen, las instituciones de seguridad pública, destinadas á reprimir los atentados contra el derecho de carácter individual, y lo que hoy se llama ejércitos nacionales, la nación en armas, como los nombran en Alemania, el armamento nacional, como en español debemos decir; ejércitos nacionales cuya misión es reprimir los atentados contra el derecho de carácter colectivo, esto es, el atentado que puede cometer una nación tratando de privar á otra de su independencia ó de mancillar su honra, ó un partido político ó una provincia alzándose en armas contra el poder del Estado; entre las instituciones de seguridad pública y los ejércitos nacionales, se halla el ejército permanente, que es algo más que las instituciones de seguridad pública y que es algo menos que los ejércitos nacionales. Y esta clase de fuerza armada era precisamente la que debía crearse para reprimir las turbulencias de los poderosos nobles, porque también estas turbulencias eran algo más que atentados al derecho de carácter individual, sin llegar á ser atentados de carácter colectivo, como los que producen las ambiciones de un pueblo conquistador, de un partido político ó de una provincia levantisca. Así Cisneros organizó la fuerza pública, no con arreglo al ideal abstracto de los sabios de gabinete, sino conforme à las necesidades políticas de su tiempo; que siempre será regla de conducta en legisladores y estadistas tener muy presente aquel famoso dicho de Solón: «No doy á los atenienses las leyes que yo juzgo mejores, sino las que entiendo que pueden recibir, según el estado en que actualmente se hallan.»

La consulta hecha por el cardenal Cisneros al coronel Rengifo animó al capitán Hernando Pérez á dirigirle una Memoria que se conserva aún en el Archivo de Simancas, y comenzaba en esta forma: «Muy ilustre y reverendísimo

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selor: Porque he visto que V. S. se inclinaba á cosas de artes de guerra, parescióme que servía á V. S. Ria, en que viese este memorial, é daré razón cuando V. S. Rma. fuere servido, de todo lo que aquí digo. Como vea la desorden é poca in lustria é mucho descuido que en este arte militar de guerra, parésceme que los que han de vivir de este oficio é arte que deben ser astrutos (instruidos)..... parésceme que los hombres de guerra han de ser examinados é saber la razón de su oficio, porque de otra manera non se pueden decir hombres de guerra..... porque veo que en todos los oficios para usar de ellos como oficiales son examinados, non sé qué es la causa de que en este non lo sean, siendo oficio de tanta hoara é gran peligro, que claramente se puede decir oficio Real, porque con él se sostienen é crescen los estados de los gran les Principes.» Y después de esta introducción ponía un programa de estudios, como ahora diríamos, en forma de preguntas, que abrazaba desde los conocimientos de lo que podría llamarse filosofía de la guerra, hasta los pormenores de la organización y táctica de las tropas, y del ataque y defensa de las plazas fortificadas. En esta Memoria del capitán Hernán-Pérez se ve el influjo de la iniciativa reformadora del Cardenal Cisneros, y el acierto de los militares que comprendieron desde los comienzos de la organización del ejército permanente la necesidad de que conociesen el arte de la guerra los que habían de ejercer el mando en calidad de oficiales; teoría que, después de tanto tiempo como ha transcurrido desde su iniciación hasta ahora, aun no se ha llevado á la práctica con todas sus lógicas consecuencias.

Las disposiciones respecto á la organización de la fuerza armada, que antes mencionamos, lucharon con la tenaz oposición de la nobleza, y hasta con la de las clases populares, que desconocían en esta ocasión sus verdaderos intereses; pero de todo truiunfó la enérgica voluntad del CardenalRegente, puesto que, segun dice el Conde de Clonard, el alistamiento de los soldados se llevó á cabo en todas las poblaciones de Castilla, produciendo un total de 31,800 hombres sujetos á la disciplina militar.

Si Cisneros merece grandes elogios por su acierto en la organización de la fuerza armada, por la rapidez con que desbarató los planes de los franceses que querían reconstituir el antiguo reino de Navarra, y por su actividad en oponerse á las rapiñas del corsario Barbarroja, aunque el resultado de esta empresa no correspondiese á sus esfuerzos, no los merece menores por la energía con que sujetó á los más poderosos magnates (1), aun cuando en este punto la razón legal-valga la frase-no siempre estuvo de parte del Regente, que, obedeciendo á las órdenes del príncipe D. Carles, le hizo proclamar Rey de Castilla sin previa declaración de la incapacidad para regir el reino de su madre D.a Juana.

El príncipe D. (arlos no auguraba, con la conducta que siguió en los primeros años de su reinado, las calidades de carácter resuelto y superior inteligencia que andando el tiempo habían de ilustrar su nombre, puesto que se dejaba dominar por sus consejeros, y principalmente por su antiguo

(1) La muy conocida anécdota en que se refiere que Cisneros, dirigiéndose á los grandes de Castilla, les manifestó que el mejor fundamento de su poder eran las piezas de artillería y las picas de los infantes que desde el balcón de sa palacio se velan; esta anécdota podrá no ser verdadera, pero es verosimil; y se puede aplicar á ella el refrán italiano que dice traducido al idioma de Castilla: a Si no es verdad, está bien inventad).

ayo Guillermo de Croy, señor de Chievres, á quien los castellanos llamaban Xevrés, como se prueba por aquellos dichos populares, sátira y escarnio de su inmoral codicia, que hasta nosotros han llegado con más ó menos exactitud: «Sálveos Dios, ducado de á dos, pues Mr. de Xevrés no topó con vos»; ó de otro modo: « Doblón de ȧ dos, norabuena estés, pues con vos no topó Xevrés.»

Las peticiones de dinero que D. Carlos hacía á los castellanos fueron tan grandes y tan repetidas, que Cisneros y el Consejo le dijeron en una representación encaminada á p›ner coto á estos despilfarros: « En los meses que V. A. se sienta en el trono lleva gastado más que los Reyes Católicos, sus abuelos, durante los cuarenta años de su reinado.» Claro es que tales frases no podían sonar bien en la corte del nuevo Rey de Castilla, y quizá, y sin quizá, al mismo Rey habían de parecerle poco respetuosas; y así se explica la causa que produjo aquella carta, modelo de fría ingratitud, que D. Carlos dirigió á Cisneros poco tiempo después de su llegada á España. En esta famosa carta se daban gracias al Regente por todos sus servicios, se le señalaba el pueblo de Mojados como sitio donde se le recibiría y se oirían sus consejos, después de lo cual se le decía que podría retirarse á su diócesis á esperar de Dios la recompensa que verdaderamente merecía. En Roa se hallaba el cardenal Cisneros cuando llegó á sus manos la despedida epistolar del Rey, tan cortés en la forma como indigna en la realidad de sus conceptos, y hay algunos historiadores que suponen que aquella evidente prueba de la regia desestimación fué la causa de su muerte, acaecida el 8 de Noviembre de 1517; pero otros historiadores más avisados han comprendido que la varonil entereza del conquistador de Orán no consiente tal suposición, y que la circunstancia de que el fallecimiento del Cardenal se verificase pocos días después de haber recibido la carta del inexperto D. Carlos no es razón suficiente para que exista entre ambos hechos una relación de causalidad, porque es viciosa la conclusión lógica de que todo hecho sea causa de los hechos que inmediatamente le suceden. No siempre se debe decir: después de.... luego, á causa de....

También se ha escrito que Cisneros murió envenenado por orden de alguno ó algunos de los magnates flamencos que rodeaban al joven Rey, para evitar que su autorizada palabra pudiese ejercer influencia en la regia voluntad, y ésta se inclinase á cortar los abusos que á su sombra se estaban realizando. Cuando murió el ilustre cardenal D. Fray Francisco Ximénez de Cisneros contaba más de ochenta años de edad, y su salud hacía muchos meses que se hallaba quebrantada por el asiduo trabajo del gobierno de Castilla. Para explicar la muerte de un octogenario que está enfermo no es necesario poner en duda la fortaleza de su espíritu, ni manchar la memoria de sus enemigos con la sospe

cha de un asesinato.

V.

La justicia en los juicios de la Historia-Grandeza moral de la política del cardenal Cisneros.—Juiciɔ acerca de Cisneros, que se halla en la Historia del reinado de los Reyes Católicos, por William H. Prescott.

La Historia es el más justo de los tribunales humanos. La verdad rompe las nieblas de las preocupaciones sociales en plazo más o menos corto, porque así en lo moral como en lo

físico, no hay nublado eterno, ni tempestad sin bonanza. Sejuicios sobre un fraile revestido con las altas dignidades de ha dicho: la razón concluye siempre por tener razón; y la Historia es la palabra de la razón eterna rectificando sin cesar los extravíos que pueden cometer y que de hecho cometen los seres racionales en su existencia temporal. Así ante la Historia es baldón la apoteosis del César romano, gloria inmarcesible el suplicio de Sócrates, y símbolo de honor la afrentosa cruz en que espiró Jesucristo.

Y el fallo inapelable de la Historia ensalza á Cisneros sobre todo encarecimiento, considerándole grande por sus talentos, aun más grande por la energía inquebrantable de su espíritu, y aun mucho más grande por la virtud de la sinceridad que brilla en todos sus procedimientos gubernamentales, en época donde la vil mentira se consideraba como lícito ardid de los políticos hábiles.

Recientemente un crítico extranjero ha puesto en tela de juicio el verdadero estado mental de la infortunada doña Juana, indicando la vehemente sospecha que puede existir de que su locura fuese más bien la criminal invención de bastardas ambiciones que el funesto resultado de sus desventuras conyugales; y nosotros, para destruir la serie de razonamientos y datos en que funda sus conjeturas aquel sagaz crítico, sólo encontrábamos una razón valedera, el testimonio de Cisneros en el período que medió desde la muerte de D. Felipe el Hermoso, Septiembre de 1506, hasta que el Rey Católico se encargó del gobierno de Castilla, Agosto de 1507; puesto que el Arzobispo de Toledo, que ocupó entonces la presidencia de un Consejo de gobierno provisional, compuesto de los Duques del Infantado y de Nájera, del Almirante de Castilla y de dos magnates flamencos, era incapaz de prestarse á la infame superchería de suponer loca á la reina D. Juana si en realidad no lo fuera.

La misma convicción que nosotros tenemos acerca de la veracidad de Cisneros tenía también el ilustre Fr. Benito Jerónimo Feyjoó, que en su notable discurso La politica más fina, esto es, la política que emplea como su habitual procedimiento la verdad en las palabras y la justicia en sus propósitos, ponía al Regente de Castilla en 1516 como ejemplo de esa noble y levantada política, que, con mayor fundamento que la música de Wagner, puede aspirar á florecer en lo porvenir, porque hoy por hoy, en este último tercio del siglo XIX, los políticos al uso aun consideran como cándida utopía el generoso pensamiento del autor del Teatro Critico. Y sin embargo, lo cierto es que la fuerza moral que hace tan fecunda la acción del cardenal Ximénez de Cisneros consiste en la unidad de su pensamiento y la rectitud de sus miras. Cisneros como gobernante se inspira siempre en la idea del bien general, y para realizar esta idea cree necesario el empleo de la fuerza, y peca alguna vez por abuso de los medios coercitivos, que, después de todo, son la necesaria garantía del derecho; pero jamás recurre al dolo ni á la mentira, medios tan frecuentemente usados por los políticos de su tiempo.

Nos sería fácil amontonar citas de los elogios tributados al fundador de la Universidad de Alcalá por sus biógrafos y panegiristas; pero estos elogios, si estaban autorizados con los nombres del elocuente obispo de Nímes, Monseñor Flechier; del P. Fr. Pedro de Quintanilla, que estuvo encargado de conseguir la canonización de Cisneros; del canónigo francés Mr. Marsolier, ó de otros escritores católicos, ya eclesiásticos ó seglares, podrían ser tachados de parcialidad en sus

Cardenal de la Iglesia, Inquisidor general y Primado de las Españas. No podrá suscitarse tal objeción si citamos aquí las palabras de nuestro amigo el ex ministro D. Carlos Navarro y Rodrigo, esto es, de un hijo del siglo XIX, afiliado siempre en los partidos liberales, y por lo tanto, irreconciliable enemigo de la Inquisición y del absolutismo teocrático. Y sin embargo, el Sr. Navarro y Rodrigo ha escrito: «El nombre de Cisneros pasa de un siglo á otro como la más pura, como la más bella, como la más santa de nuestras glorias.» La alabanza no puede ser ni mayor ni más completa (1).

Si se dijera que el patriotismo ha podido perturbar el criterio de los historiadores nacionales, salgamos de España y hallaremos en la república democrática de los Estados Unidos al ilustre William H. Prescott, que en su Historia del reinado de los Reyes Católicos D. Fernando y D.a Isabel se ocupa con gran detenimiento del cardenal Cisneros, censurando razonadamente algunas de sus determinaciones gubernamentales, no aceptando el espíritu autoritario que informa su política, pero siempre poniendo de relieve la grandeza de su entendimiento y la pureza de sus virtudes.

Nosotros no hallamos mejor remate para este bosquejo biográfico que copiar aquí algunos de los párrafos de los que consagra Prescott á examinar sintéticamente la vida y costumbres de Cisneros, cuando después de relatar los pormenores de su fallecimiento dice:

«Tal fué el fin de este hombre extraordinario y el más notable de su tiempo bajo muchos aspectos. Su carácter fué de aquel temple vigoroso y altivo que se eleva sobre las flaquezas y debilidades ordinarias de la humanidad; su genio, que era del orden más elevado, cual el de Dante ó el de Miguel Angel en las regiones de la fantasía, nos llena de ideas de su poder, que excita una admiración aproximada al terror. Sus empresas fueron, según hemos visto, las más atrevidas, y la ejecución de ellas no menos resuelta. Desdeñábase de ganar la fortuna por aquellos medios suaves y flexibles que frecuentemente son los más fáciles; iba á sus fines por el camino más derecho; en esto hallaba frecuentemente multitud de dificultades, pero parecía que las dificultades tenían cierto atractivo para él, por la ocasión que le presentaban de desplegar toda la energía de su alma. A estas cualidades juntaba una variedad de talentos que sólo suelen encontrarse en caracteres más blandos y flexibles. Aunque educado para el claustro, se distinguió tanto en el gabinete como en las campañas. Tenía, en efecto, para las últimas, sin embargo

(1) El escritor británico Robertson, en su Historia del reinado del emperador Carlos V, traducida al castellano por D. Félix Ramón Alvarado, también elogia mucho al Cardenal Cisneros. Las obras del Obispo Flechier, del Canónigo Marsolier, del P. Quintanilla y del Dr. Pulgar, citadas en varios lugares de este escrito, pueden considerarse más como apologias que como historias de la vida de Cisneros. A esta misma clase pertenece el Compendio de la rida y hazañas del Cardenal Cisneros, por el maestro Eugenio de Robles, capellán de muzárabes en la santa iglesia de Toledo, y aun también la obra biográfica del Dr. Hefele, catedrático en la Universidad de Tubinga. El antiguo biografo Alvar Núñez de Castro y los modernos D. Basilio Sebastián Castellanos, D. Carlos Navarro y Rodrigo, D. José Quevedo y D. Hemeterio Suaña, son los más imparciales; y sin embargo, no consiguen salvarse del poderoso influjo que ejercen en el ánimo de todos los historiadores las virtudes del prelado, los talentos del gobernante y la energía del político; virtudes, talentos y energia que forman los rasgos caracteristicos de la ya casi legendaria figura del regente de Castilla D. Fr. Francisco Ximénez de Cisneros.

de ser tan contrarias á su profesión ordinaria, verdadero genio natural, y manifestó el gusto que tenía en ellas declarando, según testimonio de un biógrafo, « que el olor de la pólvora le agradaba mucho más que los suaves perfumes » de la Arabia.»

Al llegar aquí el historiador norte-americano, que es demócrata y librepensador, censura á Cisneros por su política marcadamente absolutista y por su intolerancia religiosa; y al terminar estas censuras se apresura á decir:

caracteres, si bien sus rasgos principales no fueron absolutamente diferentes..... Uno y otro alcanzaron sus grandes fines por la rara combinación de eminentes dotes mentales y de grande actividad en la ejecución, cosas que reunidas son siempre irresistibles..... El fondo moral de sus respectivos caracteres era totalmente diverso. El del Cardenal francés le constituía el egoísmo puro y sin mezcla: su religión, su política, sus principios, todo estaba subordinado á aquella cualidad fundamental: podía olvidar las ofensas hechas al Estado, pero no las que se le hacían á él, las cuales perseguía con rencor implacable; su autoridad estaba materialmente fundada en sangre; sus inmensos medios y favor se emplearon en el engrandecimiento de su familia; aunque violento é impetuoso, era capaz de disimular y fingir; y bien que arrogante hasta el extremo, buscaba el suave incienso de la lisonja..... Richelieu murió como había vivido, tan execrado por todos, que el pueblo enfurecido casi no dejó que sus restos se enterrasen pacíficamente. Cisneros, por el contrario, fué sepultado en medio de las lágrimas y lamentos del pueblo, honrando su memoria aun sus enemigos, y siendo reverenciado su nombre por sus compatriotas hasta el día de hoy como el de un santo.>> Así termina su juicio acerca del cardenal Cisneros el autor de la Historia del reinado de los Reyes Católicos. El traductor castellano de esta historia, D. Pedro Sabau, añade una nota que dice: No tanto, aludiendo á la última palabra que dejamos copiada. Tiene razón el Sr. Sabau: la canonización de Fr. Francisco Ximénez de Cisneros, pedida por Felipe IV á los Papas Inocencio X y Alejandro VII, hasta ahora no ha sido concedida; pero sin duda el demócrata y librepensador William H. Prescott puso en los españoles el reflejo de la admiración que en su ánimo causaban las excelsas virtudes del Inquisidor castellano. Lo hemos dicho anteriormente, y ahora lo repetiremos: la Historia es el más justo de los tribunales humanos.

Pero al mismo tiempo que debemos condenar la política del hombre de Estado, no podemos menos de respetar sus principios. Por más errada que fuese su conducta, según nuestro modo de ver, se fundaba siempre en un deseo poderoso de cumplir con sus deberes. Esto, y el hallarse convencidos de ello los demás, era lo que constituia el secreto de su gran poder, esto es lo que le hacia no temer las dificultades ni los peligros personales..... Sus miras eran muy superiores á las consideraciones del interés particular como politico, identificaba su propia persona con el Estado; como eclesiástico, con los intereses de su religión: castigaba con severidad toda ofensa hecha á estos objetos; pero olvidaba fácilmente cualquiera injuria personal, y se le presentaron muchos casos en que acreditarlo. Por sus medidas de gobierno se publicaron numerosos libelos contra él; los despreció como vanos desahogos del disgusto ó mal humor, y nunca persiguió á sus autores.

>>Su generosidad se manifestó bien en el modo con que gastó sus grandes rentas : dábalas á los pobres y para grandes objetos de utilidad pública: no levantó la fortuna de su familia; tenia hermanos y sobrinos, pero se contentó con proporcionarles un decente mantenimiento, sin emplear en su favor las grandes rentas y cargos que se le habían confiado para el servicio público; y la mayor parte de los bienes que dejó al tiempo de su muerte, quedaron para la Uuiversidad de Alcalá.

>> Fué irreprensible en su conducta moral..... Era sobrio, parco, casto. En este último particular era tan escrupuloso, que procuró no pudiese recaer sobre él ni la menor sospecha..... En cierta ocasión, yendo de viaje, le invitaron á que pasara la noche en casa de la Duquesa de Maqueda, diciéndole que esta señora se hallaba ausente; pero la Duquesa estaba en casa y entró en su aposento antes que el Cardenal se retirara: «Me habéis engañado, señora-dijo Cisneros levantándose incomodado;-si tenéis algo que tratar conmigo, mañana me hallaréis en el confesonario; y dicho esto se marchó bruscamente del palacio.

» Llevó á tal punto su austeridad y penitencia, que puso en peligro su salud..... Rara vez dormía más de cuatro horas, ó á lo sumo cuatro y media; los ratos que empleaba en afeitarse, así como en la mesa, se hacía leer trozos edificantes, ó bien variaba y oía las discusiones de algunos de sus hermanos teólogos, que generalmente versaban sobre una cuestión sutil de teología escolástica. Este era su único recreo.»>

a Ya he indicado la semejanza que Cisneros tenía con el el gran Ministro francés, Cardenal de Richelieu. En último análisis ésta más bien consistió en las circunstancias de la posición que ambos tuvieron, que en sus

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