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el arcó triunfal ̧ ósea la torre llamada Dembarra. en Cataluña, el suntuosísimo puente de Alcántara sobre el Tajo, là grandiosa columna de Zalamea la Serena en Estremadura, la torre de klércules en la Coruña, el monte furado en Galicia, y el circo y acueducto de Tarragona; estos monumentos seculares, repetimos, son el padron que invulnerable á los embates de las estaciones y á la carcoma de los siglos, pone coto á la punible vanagloria de los que hoy creen haber nacido en el apogeo de los conocimientos humanos, y de la valentia en las grandes empresas; pero es preciso confesarlo, ni en génio, mi en poder, ni en riqueza, nos es posible presen→ tarnos superiores; ui aun iguales, á los hombres y á la época á que nos referimos. De este emperador se conservan lindísimas estátuas de su tiempo, tanto en el Museo nacional, como en el palacio de nuestros reyes, erigidas en honra y prez de su grata, memoria; ellas dan una idea del estado de perfeccion á que habia llegado el noble arte de la escultura, El poeta Rioja hablando de las ruinas de Itálica, le dedicó es

tos sentidos versos.

«Aqui nació aquel rayo de la guerra,

"Gran padre de la Patria, honor de España,
Pio felice trionfador Trajano,

«Ante quien muda se postró la tierra.

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Si toda la vida de Trajano fué coronada de uua aureola inmarcesible de gloria, no le quedó en zaga el esclarecido Elio Adriano. Este digno sucesor de tan escelente príncipe, fué hijo de un primo herniano de aquel, llamado Elio Adriano

Afer y de Domicia Paulina, habiendo honrado tambien á Itálica con su nacimiento; y al paso que heredó de su antecesor el mismo espiritu guerrero, le sobrepujó estraordina riamente en otros conocimientos, que le grangearon la pública admiracion. Fué buen filósofo, orader afluente, poeta latino y griego, muy entendido en matemáticas y cosmografia, amante y protector de las artes; y en fin uno de los emperadores que mas lustre dieron al sólio romano: propicio hácia la Bética, su patria, hizo componer á sus espensas las siete leguas de via pública que mediaban desde el rio Singilis hasta Cértima; y en su tiempo fué reedificada Jerusalen, bajo el nombre de ÆLIA CAPITOLINA, después de haber acabado de esterminar por aquel punto, los insignificantes restos que aun quedaban de la nacion Hebrea.

Desde esta época hasta la de Constantino, hubo á la verdad emperadores que llenáran los deberes de su alta misión, desvelandose por el bien y la prosperidad de sus pueblos, como fueron los Severos, los Probos y los Filipos; pero en cambió de estos, alternaban otros varios que causaron la mengua y baldon de la dignidad de que se hallaban revestidos: ábrase sino la historia, y aparecerán las denigrantes páginas de los Heliogabalos, los Dioclecianos, los Carinos, los Galerios; el desenfreno de las mas viles pasiones, su incontinencia brutal, una consumada avaricia, y la mas cruel intolerancia religiosa, hé aqui en epilogo la detestable conducta de estos hombres: asi se esplica la gran decadencia á que muy luego vino el poder de Roma.

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En estos tiempos de ominosa persecucion, y entre los muchos españoles que sucumbieron en el martirio, por resistirse á aceptar la idolatria, se cuentan S Crispin. Obispo de Astigis, S. Magin, S. Fructuoso, S Angurio, S. Eulogio, S. Lorenzo, y otros muchos: apartemos empero de nuestra vista cuadro tan angustioso, y pasemos á hablar de tiempos mas bonancibles.

Tras época tan azarosa, hubo un largo descanso para España, con el advenimiento al poder de Constancio Cloro, marido de Santa Elena, por haber dado la buena suerte de que á su compañero Galerio tocase el imperio de Oriente: á no haber sido asi, mas habria tardado en nuestro país el és· tablecimiento de la moral del cristianismo; pero era llegado el caso de que fuese desapareciendo la idolatria en esta parte priviligiada del imperio; constancio en uno de sus primeros edictos, prohibió espresamente bajo rigorosas penas la perrecucion de los cristianos, y falleció el año trescientos seis de nuestra era.

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Ocupó enseguida el alto puesto que aquel dejaba vacante, su hijo el gran Constantino, marido de Fausta: este emperador, iniciada por su madre en los sagrados misterios dé la religion cristiana, fué su protector directo, babiendo tenido bastante desarrollo en su época, á principios del siglo cuarto. Entonces se erigieron ya en España templos públicos al verdadero Dios, aparecieron los Obispos y pastores, y tuvo lu gar en la Bética ek Coucilio liberitano, años antes del primero de Nicea, celebrado en el de trescientos veinte y cinco.

Yendo Constantino contra Magencio, que se le habia revelado, y en ocasion que trepaba con sus legiones las glaciales montañas de los Alpes, se le apareció en el Cielo una cruz resplandeciente orlada con el lema IN HOC SIGNO VINCES, cuyo contesto fue cumplido con la total derrota de su competidor. Desde aquel momento abrazò sin rebozo el cristinnismo, y el emblema precioso de nuestra redencion, fué en adelante el de su lábaro, precursor de la victoria. Murió este emperador el año trescientos treinta y siete, con el disgusto de que en su tiempo principiaran á propagarse los errores de Arrio, cuyas raices fueron tan profundas. Desde esta época hasta fines del mismo siglo, no encontramos hechos que deban ocupar las páginas de este tratado: solo si diremos que todos ó los mas de los sucesores de Constantino, estuvieron muy distantes de imitar á su ilustre predecesor; mas erà preciso que antes que desapareciese el grande imperio, vistiera la púrpura y ocupase el sólio del mundo otro esclarecido español.

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El Celtivero Honorio Teodosio, uno de los caudillos predilectos de Valentiniano, era marido de Termancia, tambien española, babiendo tenido lugar de acreditar sú valor y pe ricia militar en la guerra contra Firmino; mas sus émulos le acusaron de que trataba de alzarse con el imperio, y es↔ to solo fué causa para que el imbécil emperador mandase aset sinar á tan útil servidor: mezquino y ecsecrable ejemplo de ingratitud, que hasta en nuestros dias, por desgracia, ha te÷ pido miserables imitadores.ob is no chod, but she v

De tan esclarecido capitan fué hijo el gran Teodosio, que á la sazon servia con su padre en la campaña del Asia, donde sobresalió en las acciones mas heróicas, propias de un valor nada comun; mas tan luego como vió el inmerecido fin del que le habia dado el ser, apesar de sus grandes servicios, se retiró á concluir sus dias oscurecido en un pueblecito de Galicia, cuyo propósito no pudo llevarlo á efecto mucho tiempo, por las estraordinarias vicisitudes que sobrevinieron.

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Las órdas de bárbaros septentrionales que ya hacia años no cesaban, de gestionar, con imponentes tentativas, para establecerse por las fecundas y templadas tierras de Occidente, amagaban demasiado cerca á el gran pueblo, cuya ruina solo Teodosio hubiera contrarestado por entonces. Este estado de conflicto é inminente riesgo, esplica suficientemente la causa de la humilaçion de Roma, al mandar sus altos dignatarios á un rincon de Galicia, para pedir al ofendido caudillo admitiese nada menos que el vacilante sólio con que le brindaba el Senado. No salió empero fallida esta eleccion, pues fueron acontecimientos que se dieron la mano, su elevacion al mando supremo, y la total derrota de la plaga de bárbaros, que las órdenes del audaz Alarico, amenazára la república.

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La España entre tanto gozaba de tranquilidad bajo la bondadosa direccion de Petronio; mas antes de concluir de hablar del gran Teodosio, digno es de apuntar el discurso que Latino Pacato dirigió á este emperador, en agradecimiento de haber aceptado el mando.

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