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capa (1) señoreó. Saliéronle allí muchos indios como de guerra, mas luego desaparescieron. Estando en aquel lugar tembló la tierra terriblemente y se hundieron más de sesenta casas y se abrió la tierra por muchas partes. Hubo tantos truenos y relámpagos, y cayó tanta agua y rayos, que se maravillaron. Pasó luego unas sierras, donde muchos de sus indios se quedaron helados, y aun, allende del frío, tuvieron hambre. Apresuró el paso hasta Cumaco, lugar puesto a las faldas de un volcán, y bien proveído. Allí estuvo dos meses, que un solo día no dejó de llover, y ansí se les pudrieron los vestidos. En Cumaco y su comarca, que cae bajo o cerca de la Equinocial, hay la canela que buscaban. El árbol es grande y tiene la hoja como de laurel, y unos capullos como de bellotas de alcornoque. Las hojas, tallos, corteza, raíces y fruta son de sabor de canela, mas los capullos es lo mejor. Hay montes de aquestos árboles, y crían muchos en heredades para vender la especería, que muy gran trato es por allí. Andan los hombres en carnes, y atan lo suyo con cuerdas que ciñen al cuerpo; las mujeres traen solamente pañicos. De Cumaco fueron a Coca, donde reposaron cincuenta días y tuvieron amistad con el señor. Siguieron la corriente del río que por allí pasa y que muy caudaloso es. Anduvieron cincuenta leguas sin hallar puente ni paso; mas vieron cómo el río hacía un salto de docientos estados con tanto ruido, que ensordecía, cosa de admiración para los nuestros. Hallaron una canal de peña tajada, no más ancha que veinte pies, por do entraba el río, la cual, a su parescer, era honda otros docientos estados. Los españoles hicieron una puente sobre aquella canal y pasaron a la otra parte, que les decían ser mejor tierra, aunque algo se lo defendieron los de allí; fueron a

(1) O sea el Inca Huayna Ccapac, que en 1480 sucedió a su padre Tupac Yupanqui. (Ñota D.)

Guema, tierra pobre y hambrienta, comiendo frutas, yerbas y unos como sarmientos, que sabían a ajos. Llegaron, en fin, a tierra de gente de razón, que comían pan y vestían algodón; mas tan lloviosa, que no tenían lugar de enjugar la ropa. Por lo cual, y por las ciénagas y mal camino, hicieron un bergantín, que la necesidad los hizo maestros. La brea fué resina; la estopa, camisas viejas y algodón, y de las herraduras de los caballos muertos y comidos labraron la clavazón, y a tanto llegaron, que comieron los perros. Metió Gonzalo Pizarro en el bergantín el oro, joyas, vestidos y otras cosillas de rescate, y diólo a Francisco de Orellana en cargo, con ciertas canoas en que llevase los enfermos y algunos sanos para buscar provisión. Caminaron docientas leguas, según les paresció, Orellana por agua y Pizarro por la ribera, abriendo camino en muchas partes a fuerza de manos y fierro. Pasaba de una ribera a otra por mejorar camino; mas siempre paraba el bergantín do él hacia su rancho. Como en tanta tierra no hallase comida ni riqueza ninguna de aquellas del Cuzco, Collado, Jauja y Pachacama, renegaban los suyos. Preguntó si había el río abajo algún pueblo abastado, donde reposar y comer pudiesen. Dijéronle que a diez soles había una buena tierra, y dieron por señal que se juntaba en ella otro gran río con aquél. Con esto envió a Orellana que le trajese comida de allí, o le esperase a la junta de los ríos; mas ni volvió ni esperó, sino fuese, como en otra parte se dijo, el río abajo, y él caminó sin parar y con gran trabajo, hambre y peligro de ahogarse en ríos que topó. Cuando llegó al puesto y no halló el bergantín en que llevaba su esperanza y hacienda, cuidaron él y todos perder el seso, ca no tenían pies ni salud para ir adelante, y temían el camino y montañas pasadas, donde habían muerto cincuenta españoles y muchos indios. Dieron finalmente la vuelta para Quito, tomando a la ventura otro camino, el cual, aunque be

llaco, no fué tan malo como el que llevaron. Tardaron en ir y volver año y medio. Caminaron cuatrocientas leguas. Tuvieron gran trabajo con las continuas lluvias. No hallaron sal en las más tierras que anduvieron. No volvieron cien españoles, de docientos y más que fueron. No volvió indio ninguno de cuantos llevaron, ni caballo, que todos se los comieron, y aun estuvieron por comerse los españoles que se morían, ca se usa en aquel río. Cuando llegaron donde había españoles, besaban la tierra. Entraron en Quito desnudos y llagadas las espaldas y pies, por que viesen cuáles venían, aunque los más traían cueras, caperuzas y abarcas de venado. Venían tan flacos y desfigurados, que no se conoscían; y tan estragados los estómagos del poco comer, que les hacía mal lo mucho y aun lo

razonable.

que

CXLIV

La muerte de Francisco Pizarro

Vuelto fué Francisco Pizarro a Los Reyes, procuró hacer su amigo a don Diego de Almagro; mas él no quería, ni aun mostró serlo, porque de suyo y por consejo de Juan de Rada, a quien el padre le encomendara cuando murió, estaba puesto en tomar venganza dél, matándole. Pizarro le quitó los indios, por que no tuviese qué dar de comer a los de Chile que se llegaban, pensando necesitarlo por allí a que viniese a su casa y estorbar la junta y monipodio que contra él podían hacer. El y ellos se indignaron mucho más por esto, y traían, aunque a escondidas, cuantas armas podían a casa de don Diego. Avisaron dello a Pizarro; mas él no hizo caso, diciendo que harta mala ventura tenía sin buscar más. Ataron una noche tres sogas de la picota, y pusiéronlas una en derecho de

casa de Pizarro, otra del teniente y doctor Juan Velázquez y otra del secretario Antonio Picado; mas ningún castigo ni pesquisa por ello se hizo, que dió mucha osadía a los almagristas, y así vinieron de docientas y más leguas muchos a tratar con don Diego la muerte de Pizarro; que a río vuelto, ganancia de pescadores. No querían matarle, aunque determinados estaban, hasta ver primero respuesta de Diego de Almagro, que, como dije, había ido a España a acusar a los Pizarros; mas apresuráronse a ello con la nueva que iba el licenciado Vaca de Castro, y con que les decían que Pizarro los quería matar; lo cual, si verdad no era, fué malicia de algunos que, deseando la muerte de Pizarro, tiraban la piedra y escondían la mano. Tornaron a decir a Pizarro cómo sin duda ninguna le querían matar, que se guardase. El respondió que las cabezas de aquellos guardarían la suya, y que no quería traer guarda, porque no dijese Vaca de Castro que se armaba contra él. Fué Juan de Rada con cuatro compañeros a casa de Pizarro a descobrir lo que allá pasaba. Preguntóle por qué quería matar a don Diego y a sus criados. Juró Pizarro que tal no quería ni pensaba; mas antes ellos lo querían matar a él, según muchos le certificaban, y para eso compraban armas. Rada respondió que no era mucho que comprasen ellos corazas, pues él compraba lanzas. Atrevida y determinada respuesta y gran descuido y desprecio del Pizarro, que oyendo aquello y sabiendo lo otro no lo prendía. Pidióle Rada licencia para irse don Diego de aquella tierra con sus criados y amigos. Pizarro, que no entendía la disimulación, cogió unas naranjas, ca se paseaba en el jardín, y dióselas, diciendo que eran de las primeras de aquella tierra, y si tenía necesidad, que la remediaría. Con tanto Rada se despidió y se fué a contar esta plática a los conjurados, que juntos estaban, los cuales determinaron de matar a Pizarro estando en misa el día de Sant Juan. Uno de los

determinados descubrió la conjuración al cura de la iglesia Mayor, el cual habló luego aquella noche a Pizarro, y al mesmo Pizarro, dándole noticia de la traición. Pizarro, que cenando estaba con sus hijos, se demudó algo; mas de ahí a un poco dijo que no lo creía, porque no había mucho que Juan de Rada le habló, y que el descubridor decía aquello por echarle cargo. Envió con todo por Juan Velázquez, su teniente; y como no vino, por estar en la cama malo, fué luego allá con solo Antonio Picado y unos pajes con hachas, y dijo al doctor que remediase aquel monipodio. El respondió que podía estar seguro, teniendo él la vara en la mano. De Picado me maravillo, que no avivó la tibieza del gobernador ni del teniente en remediar tan notorio peligro. Pizarro descuidó con su teniente, y no fué a la iglesia, siendo día de Sant Juan, por los conjurados, que propuesto tenían de matarlo en misa; mas oyóla en casa. El teniente Francisco de Chaves y otros caballeros se fueron, saliendo de misa mayor, a comer con Pizarro, y cada vecino a su casa. Viendo los conjurados que Pizarro no salió a misa, entendieron cómo eran descubiertos y aun perdidos si no hacían presto. Eran muchos los de Chile que favorescían a don Diego, y pocos los escogidos y ofrecidos al hecho, ca no querían mostrarse hasta ver cómo salía el trato que traía Juan de Rada. El, que mañoso era y esforzado, tomó luego once compañeros muy bien armados, que fueron Martín de Bilbao, Diego Méndez, Cristóbal de Sosa, Martín Carrillo, Arbolancha, Hinojeros, Narváez, San Millán, Porras, Velázquez, Francisco Núñez; y como todos estaban comiendo, fué adonde Pizarro comía, las espadas sacadas, y voceando por medio de a plaza: «Muera el tirano, muera el traidor, que ha hecho matar a Vaca de Castro. Esto decían por indignar la gente. Pizarro, sintiendo las voces y ruido, conosció lo que era, cerró la puerta de la sala. Dijo a Francisco de Chaves que la guardase con hasta veinte hombres

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