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CXXXVII

Dos batallas con indios, que Alonso de Alvarado dió y venció.

A la hora en que Alonso de Alvarado rescibió las cartas de Pizarro, en que lo llamaba para socorro, dejó la empresa de los cachapoyas, que muy adelante iba, y se fué a Trujillo, que camino era para Los Reyes. Hizo quedar los vecinos, que ya tenían fuera su hato y mujeres y se querían ir a Pizarro, desamparando la ciudad; llegó a Los Reyes con alegría de todos, por ser el primero que al socorro venía, y Pizarro lo hizo su capitán general, quitando el cargo a Pedro de Lerma, el cual lo tuvo a deshonra, y como valiente, y que lo había hecho bien, desmandóse de lengua; era de Burgos, y conoscía al Alvarado. Descansó Alvarado, y aderezó trecientos españoles a pie y a caballo para echar de allí los indios, y no parar hasta los deshacer y destruir y descercar el Cuzco, no sabiendo lo que allá pasaba entre los españoles; hubo una batalla cerca de Cachacama con Tizoyo, capitán general de Mango, y aun dicen que se halló en ella el mesmo Mango, inga, la cual fue muy recia y sangrienta, ca los indios pelearon como vencedores, y los españoles por vencer; en Jauja lo alcanzó Gómez de Tordoya, de Barcarrota, con docientos españoles que Pizarro le enviaba para engrosar el campo. Alvarado caminó sin embarazo hasta Lumichaca, puente de piedra, con todos quinientos. españoles; allí cargaron muchísimos indios, pensando matar los cristianos al paso, a lo menos desbaratallos; mas Alvarado y sus compañeros, aunque rodeados por todas partes de los enemigos, pelearon de tal manera, que los vencieron, haciendo en ellos muy gran matanza. Costaron estas batallas hartos españoles y muchos indios amigos que los servían y ayudaban; de Lumi

chaca a la puente de Abancay, que habrá veinte leguas, hubo muchas escaramuzas, mas no que de contar sean; supo Alvarado allí las revueltas y mudanzas del Cuzco y la prisión de Fernando y Gonzalo Pizarro, y paró a esperar lo que Pizarro mandaba sobre aquello, pues ya los indios eran idos del Cuzco; fortificó su real entre tanto que la respuesta e instrucción venía, por amor de muchos indios que bullían por allí con Tizoyo y Mango, y por si viniese Almagro.

CXXXVIII

Almagro prende al capitán Alvarado, y rehusa los partidos de Pizarro.

Como Almagro entendió que Alvarado estaba con tanta gente y pujanza en Abancay, pensó que iba contra él, y apercibióse; envióle a requerir con las provisiones no estuviese con ejército en su gobernación, o le obedeciese. Alvarado prendió a Diego de Alvarado con otros ocho españoles, que fué al requerimiento, y respondió que las habían de notificar a Francisco Pizarro, y no a él; Almagro se volvió del camino, que también salió con gente, no tornando sus mensajeros, a guardar el Cuzco, ca podía ir Alvarado allá por otro cabo. Mas luego tuvo aviso y cartas que Pedro de Lerma se le quería pasar con más de sesenta compañeros, por enojo que tenía de Pizarro por haberle quitado el cargo de capitán general y haberlo dado al Alonso de Alvarado, y tornó con ejército sobre Alvarado, y prendió a Perálvarez Holguín, que andaba corriendo el campo, en una celada. Alvarado, desque lo supo, quiso prender a Pedro de Lerma; empero él se huyó del real aquel mesmo punto de la noche, con las firmas de sus amigos, que a ellos no pudo llevar por la prisa; llegó

Almagro con la escuridad a la puente, sabiendo que le aguardaban Gómez de Tordoya y Villalva y otros, y echó buena parte de los suyos por el vado, a do estaban los que se le habían de pasar. Cuando Alvarado sintió los enemigos en el real, comenzó a pelear tocando al arma; pero como tenía muchos guardando los pasos fuera del fuerte y muchos sin picas, que se las habían echado al río los amigos de Lerma, no pudo resistir la carga del contrario, y fué roto y preso sin sangre ninguna, aunque de una pedrada quebraron los dientes a Rodrigo de Orgoños. Recogió Almagro el campo y tornóse al Cuzco, tan ufanos los suyos, que decían que no dejarían pizarra ninguna en todo el Perú en que tropezar, y que se fuese Francisco Pizarro a gobernar los manglares de la costa. Usó Almagro de la victoria piadosamente, aunque dicen que trataba mal los prisioneros. Pizarro, que iba con seiscientos españoles a descercar el Cuzco, supo en Nasca cuanto atrás dicho habemos, e hizo gran sentimiento dello, y volvióse a Los Reyes para aderezarse mejor, si guerra hubiese de haber, ca el competidor era recio y tenía muchos españoles. Entre tanto que se apercebía quiso concertarse de bien a bien, pues era mejor mala concordia que próspera guerra, y envió al licenciado Gaspar de Espinosa a lo negociar; el cual se declaró, porque otros no gozasen sus trabajos las manos enjutas, a que fuesen amigos y que Almagro soltase a Fernando y Gonzalo Pizarro y a Alfonso de Alvarado y se estuviese en el Cuzco gobernando, sin bajar a los llanos, hasta tener declaración por el emperador de lo que cada uno hubiese de gobernar. Murió el licenciado entendiendo en esto, y aun pronosticando la destrución y muertes de ambos gobernadores. Almagro, con la pujanza y consejeros que tenía, rehusó aquel partido, diciendo que había de dar y no tomar leyes en su juridición y prosperidad. Dejó a Grabiel de Rojas en guarda del Cuzco y de los presos, y lle

vando consigo a Fernando Pizarro, bajó con ejército y quinto del rey a la marina. Hizo un pueblo en término de Los Reyes, como en posesión, y asentó el real en Chincha.

CXXXIX

Vistas de Almagro y Pizarro en Mala sobre concierto.

Sabiendo esto Pizarro, sonó atambor en Los Reyes, dió grandes pagas y ventajas y juntó más de sietecientos españoles con muchos caballos y arcabuces, que daban reputación al ejército; y casi toda esta gente era venida y llamada contra indios en socorro del Cuzco y de Los Reyes. Hizo capitanes de arcabucería a Nuño de Castro y a Pedro de Vergara, que la trajera de Flandes, donde casado estaba; hizo capitán de piqueros a Diego de Urbina, y de caballos a Diego de Rojas y a Peranzures y a Alonso de Mercadillo. Puso por maestre de campo a Pedro de Valdivia, y por sargento mayor a Antonio de Villalva; estando en esto, llegaron Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado, e hízolos generales, a su hermano de la infantería y al otro de la caballería. Estaban presos en el Cuzco, sobornaron hasta cincuenta soldados, y con su ayuda salieron de la prisión, quitaron las sogas de las campanas, porque no repicasen tras ellos, y huyeron a caballo con aquellos cincuenta y con Grabiel de Rojas, que prendieron; publicaba Pizarro que hacía esta gente para su defensa como hombre acometido, y habló en concierto a consejo de muchos. Almagro vino luego también en ello, y envió con poder para tratar del negocio a don Alonso Enríquez, Diego de Mercado, fator, y Juan de Guzmán, contador. Hablaron con Pizarro, y él lo comprometió en Francisco de Bobadilla, provincial de la Merced, y ellos en fray Francisco Hu

sando; los cuales sentenciaron que Almagro soltase a Fernando Pizarro y restituyese al Cuzco; que deshiciesen entrambos los ejércitos, enviasen la gente a conquistas, escribiesen al emperador y se viesen y hablasen en Mala, pueblo entre Los Reyes y Chincha, con cada doce caballeros, y que los frailes se hallasen a las pláticas. Almagro dijo que holgaba de verse con Pizarro, aunque tenía por muy grave la sentencia, y cuando se partió a las vistas con doce amigos, encomendó a Rodrigo Orgoños, su general, que con el ejército estuviese a punto, por si algo Pizarro hiciese, y matase a Fernando Pizarro, que le dejaba en poder, si a él fuerza le hiciesen. Pizarro fué al puesto con otros doce, y tras él Gonzalo Pizarro con todo el campo; si lo hizo con voluntad de su hermano, o sin ella, nadie creo que lo supo. Es empero cierto que se puso junto a Mala, y que mandó al capitán Nuño de Castro se emboscase con sus cuarenta arcabuceros en un cañaveral junto al camino por donde Almagro tenía de pasar; llegó primero a Mala Pizarro, y en llegando Almagro se abrazaron alegremente y hablaron en cosas de placer. Acercóse uno de Pizarro, antes que comenzasen negocios, a Diego de Almagro y díjole al oído que se fuese luego de allí, ca le iba en ello la vida; él cabalgó presto y volvióse sin hablar palabra en aquello ni en el negocio a que viniera. Vió la emboscada de arcabuceros, y creyó; quejóse mucho de Francisco Pizarro y de los frailes, y todos los suyos decían que de Pilatos acá no se había dado sentencia tan injusta. Pizarro, aunque le consejaban que lo prendiese, lo dejó ir, diciendo que había venido sobre su palabra, y se disculpó mucho en que ni mandó venir a su hermano ni sobornó los frailes.

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