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había en su casa de armas y vitualla, con diez o doce amigos y criados, para si menestcr le fuese. Tejada, que tuvo miedo, pidió diez arcabuceros al virrey. En la mañana se juntaron los oidores a casa de Cepeda; y como parecía casa de munición más que de audiencia, fué corriendo un arcabucero de aquellos de Tejada a decir al virrey que se armaban los oidores contra él. Levantóse luego el virrey a tales nuevas y mandó tocar arma por la ciudad. Acudieron a su casa Vela Núñez, Meneses y Serna con sus compañías de infantes, y Francisco Luis de Alcántara con la caballería. De suerte que se juntaron en breve cuatrocientos españoles de los más principales y bien armados de Lima; algunos de los cuales, que les pesaba con la estada del virrey en el Perú, le rogaron que se metiese dentro en casa y no se pusiese a peligro. El se metió, que no debiera, con obra de cincuenta caballeros, de lo cual unos se holgaron y otros desmayaron; y cierto si él no se metiera en casa, que pareció cobardía, no le prendieran, ca su presencia los animara y detuviera. Quedó Vela Núñez con el escuadrón, esperando lo que sería, ca se hundía la ciudad a gritos de las mujeres. Los oidores, que no tenían treinta hombres, se vieron perdidos, y pregonaron la provisión que dije. Francisco de Escobar, natural de Sahagún (que llamaban el Tío), les dijo: «Salgamos, cuerpo de Dios, señores, a la calle, y muramos peleando como hombres, y no encerrados como gallinas. Salieron, pues, los oidores fuera, y caminaron para la plaza. Martín de Robles y Pedro de Vergara acudieron a los oidores, o por no ser con el virrey, o por cumplir la provisión real, o porque, como dicen, estaban de acuerdo con ellos; acudieron asimismo muchos otros a pie y a caballo, y aun apellidando libertad, a lo que oí decir, para levantar el pueblo. Tiráronse algunos arcabuzazos de la boca de la calle que sale a la plaza, y si Vela Núñez acometiera, los rompiera y

GÓMARA: HIStoria de las InDIAS.-T. II.

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prendiera. Estando así, salió Ramírez el Galán, alférez de Martín de Robles, y campeó la bandera en la plaza; arremetió delante el capitán Vergara con su espada y adarga; salieron luego todos muy determinadamente. Los capitanes del virrey huyeron a su casa, y los más soldados se pasaron con los oidores, que estaban asentados en un escaño, a la puerta de la iglesia; no hubo sangre, como se temía. Unos ponen la culpa de huir a los capitanes, que tuvieron poca gana de pelear; otros a los soldados y vecinos, que volvían las picas y arcabuces hacia atrás. Combatieron la casa del virrey, que se defendía bien, y algunos con ánimo de hacerle mal y afrenta, según la pasión que sobre esto se hizo después, donde dicen: «Su sangre sobre nos y sobre nuestros hijos», y otras cosas tan verdaderas como graciosas. Ventura Beltrán y otros decían: <¡Al combate!» que se guardaban para aquel día. Antonio de Robles entró solo dentro de la casa, y hizo que abriesen las puertas, diciendo al virrey que se diese. Blasco Núñez, que al no podía hacer, se entregó a Martín de Robles, Pedro de Vergara, Lorenzo de Aldana y Jerónimo de Aliaga, rogando que lo llevasen a Cepeda. Algunos dicen cómo el virrey quería morir antes de rendirse; mas que se dió a ruegos de frailes y caballeros, que lo aseguraron si se iba del Perú. Algunos de los que llevaban a Blasco Núñez iban diciendo: <Viva el Rey». «Pues, ¿quién me mata?», preguntaba él; y Pardave, criado del fator Guillén Juárez, encaró el arcabuz para matarle, y le matara, sino que no soltó ni prendió, aunque ardió el polvorín: otras befas y escarnios hicieron de él por la calle. El virrey, como fué delante los oidores, que muy acompañados estaban, se demudó y dijo: «Mirad por mí, señor Cepeda, no me maten»; él respondió no tuviese miedo, porque no le tocarían mas que a su vida; y así, lo llevaron a casa de Cepeda, aunque dicen que no le quitaron las armas.

CLXI

La manera cómo los oidores repartieron los negocios.

Grande arrepentimiento mostraron al virrey los oidores de su prisión, y le decían palabras de tristeza, si ya no eran fingidas, jurando que no habían sido en prendelle ni lo habían mandado, y que a qué árbol se arrimarían faltándoles él, y otras cosas tales; mas no que le soltarían; antes le dijo Cepeda delante Alonso Riquelme, Martín de Robles y otros: «Señor, juro por Dios que mi pensamiento nunca fué de prender a vuestra señoria; pero ya que está preso, entienda que lo tengo de enviar al emperador con la información de lo que se ha hecho; y si tentare de amotinar la gente o revolverla más, sepa que le daré de puñaladas, aunque yo me pierda; y si estuviere paciente, servirle y darle su hacienda.» Blasco Núñez respondió: <Por nuestro Señor, que es vuestra merced hombre, y que siempre le tuve por tal, y no esos otros, que, habiéndolo ellos urdido, han llorado conmigo»; y rogóle que vendiese su ropa entre los vecinos, que valía muchos dineros, para gastar por el camino. Diego de Agüero y el licenciado Niño, de Toledo, y otros le dijeron muchas cosas; mas dejando esto, por cosa larga y enojosa, digo que los oidores, para despachar negocios con más brevedad y atender a todo, partieron los oficios desta manera: que Cepeda, como más entendido y animoso, atendiese a las cosas de la gobernación y de la guerra, por donde algunos dijeron que se llamaba presidente, gobernador y capitán; Tejada y Zárate, que entendiesen en las cosas de justicia; y que Juan Alvarez ordenase los despachos para España y la información contra el virrey. Tras esto, luego aquel mismo día que fué preso llevó Juan Alvarez al virrey

a la mar para meterlo en las naos, y tomarlas y tenerlas a su mandado, por que nadie escribiese a España primero que ellos y por que no las hubiese Pizarro. Llevaron también a Vela Núñez, que, como no pudo entrar en casa de su hermano, con la priesa o con el miedo, se acogiera a Santo Domingo, el cual fué a las naves y se quedó dentro sin volver con respuesta. Blasco Núñez dió al licenciado Alvarez por el camino, sabiendo que lo había de llevar a España, una esmeralda de quinientos castellanos, que pidió y no pagó, a Nicolás de Ribera. Cueto y Zurbano soltaron a los hijos del marqués Francisco Pizarro con todos los otros presos, sino a Vaca de Castro, que no quiso salir; mas no quisieron recebir al virrey ni entregar las naos, por concierto que había entre ellos. Voceaban de tierra que diese los navíos; si no, que matarían al virrey; y hacían tantas cosas, que vino Zurbano con el batel bien esquifado de hombres y tiros a preguntar qué querían. Y como le respondieron que las naos o la muerte del virrey, dijo que no se las daría, mas que tomaría al virrey. Reprehendiólos mucho, y soltó un tiro y algunos arcabuces, dando vuelta para los navíos. Ellos entonces le deshonraron tirándole de arcabuzazos, y aun maltrataron al virrey, diciendo: <Hombre que tales leyes trujo, tal gualardón merece. Si viniera sin ellas, adorado fuera. Ya la patria es libertada, pues está preso el tirano. E con estos villancicos lo volvieron a Cepeda, que posaba en casa de María de Escobar, donde le tuvieron sin armas y con guarda, que le hacía el licenciado Niño; empero comía con Cepeda y dormía en su mesma cama. Blasco Núñez, temiéndose de yerbas, dijo a Cepeda la primera vez que comieron juntos, y estando presentes Cristóbal de Barrientos, Martín de Robles, el licenciado Niño y otros hombres principales: «¿Puedo comer seguramente, señor Cepeda? Mirad que sois caballero.> Respondió él: «¡Cómo, señor! ¿tan ruin soy yo que si

le quisiese matar no lo haría sin engaño? Vuestra señoría puede comer como con mi señora doña Brianda de Acuña (que era su mujer); y para que lo crea, yo haré la salva de todo.» Y así la hizo todo el tiempo que lo tuvo en su casa. Entró un día fray Gaspar de Caravajal a Blasco Núñez y díjole que se confesase, que así lo mandaban los oidores. Preguntóle el virrey si estaba allí Cepeda cuando se lo dijeron, y respondió que no, mas de los otros tres señores. Hizo llamar a Cepeda, y se le quejó. Cepeda lo conhortó y aseguró, diciendo que ninguno tenía poder para tal cosa sino él; lo cual decía por la partición que habían hecho de los negocios. Blasco Núñez entonces lo abrazó y besó en el carrillo delante el mesmo fraile.

CLXII

De cómo los oidores embarcaron al virrey para España.

Estaban presos muchos españoles de cuando el virrey. Don Alonso de Montemayor, Pablo de Meneses, Jerónimo de la Serna y otros de aquellos presos ordenaron un motín por salir de la cárcel y librar al virrey. Mas sintiéronlo los oidores y remediáronlo. También hubo muchos de los de Chili que importunaron a los oidores que matasen al virrey. Cepeda prendió los más culpados para mostrar cómo no quería matarlo; empero luego los soltó porque Pizarro no los matase cuando viniese, que eran grandes enemigos suyos; y aun ayudó para el camino a Juan de Guzmán, Saavedra y a otros. Andaban las cosas revueltas en Los Reyes con la prisión de Blasco Núñez y venida de Gonzalo Pizarro, ca unos querían que llegase Pizarro, otros no querían. Muchos querían matar o echar de allí al virrey, y muchos soltalle. Quién holga

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