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tianos y envió gran dinero a España para el rey. Y para venirse acá buscó dineros prestados, aunque tenía más de ocho mil ducados de renta y salario, que fué argumento de su limpieza. Fué comendador de Larez y volvió comendador mayor de Alcántara. Tras él fué por gobernador don Diego Colón, almirante de las Indias, el cual rigió la isla de Santo Domingo y otras, teniendo por su alcalde mayor al bachiller Marcos de Aguilar, seis o siete años; y por quejas que dél al Rey Católico daban fué removido del cargo y llamado a España, donde litigó con el fiscal algunos años sobre los privilegios y preeminencias de su almirantazgo y rentas. El cardenal y arzobispo de Toledo fray Francisco Jiménez de Cisneros, que por muerte del rey don Fernando y ausencia de su nieto don Carlos gobernaba estos reinos, envió a la Española por gobernadores a fray Luis de Figueroa, prior de la Mejorada; a fray Alonso de Santo Domingo, prior de Sant Juan de Ortega, y a Bernardino de Manzanedo, fraile también jerónimo, los cuales tuvieron por asesor al licenciado Alonso Zuazo y tomaron cuenta a los oficiales del rey y residencia a los licenciados Marcelo de Villalobos, Juan Ortiz de Matienzo y Lucas Vázquez de Aillón, jueces de apelaciones. Estos frailes quitaron los indios a cortesanos y ausentes, porque sus criados los maltrataban, y redujeronlos a pueblos para los doctrinar mejor. Mas fuéles dañoso venir a poblado con españoles, porque les dieron viruelas, mal a ellos nuevo,y que mató infinitos. En tiempo destos frailes creció la granjería del azúcar. Después que los frailes jerónimos volvieron a España hubo audiencia y chancillería con sello real en Santo Domingo, y los primeros oidores della fueron Marcelo de Villalobos, Juan Ortiz de Matienzo, Lucas Vázquez de Aillón, Cristóbal Lebrón. Dende a pocos años fué presidente Sebastián Ramírez de Fuenleal, nascido en Villaescusa, y siempre se rige después acá por presidente y oidores.

XXXIII

Que los de la Española tenían prognóstico de la destrucción de su religión y libertad.

Contaban los caciques y bohitis, en quien está la memoria de sus antigüedades, a Cristóbal Colón y españoles que con él pasaron, cómo el padre del cacique Guarionex y otro reyezuelo preguntaron a su zemi e ídolo del diablo lo que tenía de ser después de sus días. Ayunaron cinco días arreo, sin comer ni beber cosa ninguna. Lloraron y disciplináronse terriblemente; y sahumaron mucho sus dioses, como lo requiere la cerimonia de su religión. Finalmente, les fué respondido que, si bien los dioses esconden las cosas venideras a los hombres por su mejoría, las querían manifestar a ellos, por ser buenos religiosos; y que supiesen cómo antes de muchos años vernían a la isla unos hombres de barbas largas y vestidos todo el cuerpo, que hendiesen de un golpe un hombre por medio con las espadas relucientes que traerían ceñidas. Los cuales hollarían los antiguos dioses de la tierra, reprochando sus acostumbrados ritos, y vertirían la sangre de sus hijos, o cativos los llevarían. E que por memoria de tan espantosa respuesta habían compuesto un cantar, que llaman ellos areito, y lo cantaban las fiestas tristes y llorosas, y que acordándose desto, huían de los caribes y dellos cuando los vieron. Eche agora cada uno el juicio que quisiere; que yo digo lo que decían. Todas estas cosas pasaron al pie de la letra como aquellos sacerdoles contaban y cantaban; ca los espa. ñoles abrieron muchos indios a cuchilladas en las guerras, y aun en las minas, y derribaron los ídolos de sus altares, sin dejar ninguno. Vedaron todos los ritos cerimonias que hallaron. Hiciéronlos esclavos en la re

y

partición, por lo cual como trabajaban más de lo que solían, y para otros, se murieron y se mataron todos; que de quince veces cien mil y más personas que había en aquella sola isla, no hay agora quinientos. Unos murieron de hambre, otros de trabajo, y muchos de viruelas. Unos se mataban con zumo de yuca, y otros con malas yerbas; otros se ahorcaban de los árboles. Las mujeres hacían también ellas como los maridos, que se colgaban a par dellos, y lanzaban las criaturas con arte y bebida por no parir a luz hijos que sirviesen a extranjeros. Azote debió ser que Dios les dió por sus pecados. Empero grandísima culpa tuvieron dello los primeros, por tratallos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo.

XXXIV

Milagros de la conversión.

Fray Buil y los doce clérigos que llevó por compañeros comenzaron la conversión de los indios, aunque podríamos decir que los Reyes Católicos, pues sacaron de pila los seis isleños que rescibieron agua del baptismo en Barcelona, los cuales fueron la primicia de la nueva conversión. Continuaronla Pero Juárez de Deza, que fué el primer obispo de la Vega, y Alejandra Geraldino, romano, que fué segundo obispo de Santo Domingo; ca el primero, que fué fray García de Padilla, de la orden franciscana, murió antes de pasar allá. Otros muchos clérigos y frailes mendicantes entendieron también en convertir; y así baptizaron a todos los de la isla que no se murieron al principio. Quitarles por fuerza los ídolos y ritos cerimoniales que tenían fué causa de que escuchasen y creyesen a los predicadores. Escuchados, luego creyeron en Jesucris

to y se cristianaron. Hizo muy gran efecto el santísimo cuerpo sacramental de Cristo que se puso en muchas iglesias, porque con él y con cruces desaparecieron los diablos, y no hablaban como antes a los indios, de que mucho se admiraban ellos. Sanaron muchos enfermos con el palo y devoción de una cruz que puso Cristóbal Colón, la segunda vez que pasó, en la vega, que llamaron por eso de la Veracruz, cuyo palo tomaban por reliquias. Los indios de guerra probaron de arrancarla, y no pudieron, aunque cavaron mucho. El cacique del valle Caonau, queriendo experimentar la fuerza y santidad de la nueva religión de cristianos. durmió con una su mujer, que estaba haciendo oración en la iglesia y que le dijo no ensuciase la casa de Dios, ca mucho se enojaría dello. El no curó de tanta santidad, y respondió, con un menosprecio del Sacramento, que no se le daba nada de que Dios se enojase. Cumplió su apetito, y luego allí de repente enmudeció y se baldó. Arrepintióse, y fué santero de aquella iglesia mientras vivió, sin dejarla barrer ni aderezar a persona. Tuviéronlo a milagro los indios, y visitaban mucho aquella iglesia. Cuatro isleños se metieron en una cueva porque tronaba y llovía; el uno se encomendó a Santa María, con temor de rayo; los otros hicieron burla de tal dios y oración, y los mató un rayo, no haciendo mal al devoto. Hicieron también mucho al caso las letras y cartas que unos españoles a otros se escribían; ca pensaban los indios que tenían espíritu de profecía, pues sin verse ni hablarse se entendían, o que hablaba el papel, y estuvieron en esto abobados y corridos. Acontesció luego a los principios que un español envió a otro una docena de hutias fiambres porque no se corrompiesen con el calor. El indio que los llevaba durmióse o cansóse por el camino, y tardó mucho a llegar a donde iba; y así tuvo hambre o golosina de las hutias, y por no quedar con dentera ni deseo, comióse tres. La carta que trajo en

respuesta decía cómo le tenía en merced las nueve hutias, y la hora del día que llegaron; el amo riñó al indió. El negaba, como dicen, a pie juntillas; mas como entendió que lo hablaba la carta, confesó la verdad. Quedó corrido y escarmentado, y publicó entre los suyos cómo las cartas hablaban, para que se guardasen dellas. A falta de papel y tinta, escribían en hojas de Guiabara y copey con punzones o alfileres. También hacían naipes de hojas del mesmo copey, que sufrían mucho el barajar.

XXXV

Las cosas de nuestra España que hay agora en la Española.

Todos los pueblos que hay en la isla avecindan españoles y negros, que trabajan en minas, azúcar, ganados y semejantes haciendas; que, como dije, no hay sino pocos indios, y aquéllos viven en libertad, y en el descanso que quieren, por merced del emperador, para que no se acabe la gente y lenguaje de aquella isla, que tanto ha rentado y renta al patrimonio real de Castilla. El pueblo más ennoblecido es Santo Domingo, que fundó Bartolomé Colón a la ribera del río Özama. Púsole aquel nombre porque llegó allí un domingo fiesta de Santo Domingo; así que concurrieron tres causas para llamarlo así. En esta ciudad están las audiencias real y arzobispal, y grandísimo trato y escala para todas las Indias, por lo cual toda la isla se llama también Santo Domingo. El primer obispo fué fray García de Padilla, francisco, y el primer arzobispo Alonso de Fuenmayor, natural de Yanguas, año de 1548. No había en esta isla animales de tierra con cuatro pies, sino tres maneras de conejos, o por mejor decir ratas, que llamaban hutias, cori y mohuy; que

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