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sóle de hallar allí tantos españoles con aquel caballero, enviados por el almirante y Audiencia, y de ver la tierra de otra manera que pensara ni dijera en corte. Presentó sus provisiones, y requirió que le dejasen la tierra libre y desembargada para poblar y gobernar. Gonzalo de Ocampo dijo que las obedecía, pero que no cumplía cumplirlas, ni lo podía hacer sin mandamiento del gobernador e oidores de Santo Domingo, que lo enviaran. Burlaba mucho del clérigo, que lo conocía de allá de la vega por ciertas cosas pasadas, y sabía quién era; burlaba eso mesmo de los nuevos caballeros y de sus cruces, como de Sant Benitos. Corríase mucho desto el licenciado, y pesábale de las verdades que le dijo. No pudo entrar en Toledo, e hizo una casa de barro y palo, junto a do fué el monesterio de franciscos, y metió en ella sus labradores, las armas, rescate y bastimento que llevaba, y fuese a querellar a Santo Domingo. El Gonzalo de Ocampo se fué también, no sé si por esto o por enojo que tenía de algunos de sus compañeros, y tras él se fueron todos; y así quedó Toledo desierto y los labradores solos. Los indios, que holgaban de aquellas pasiones y discordia de españoles, combatieron la casa y mataron casi todos los caballeros dorados. Los que huir pudieron acogiéronse a una carabela, y no quedó español vivo en toda aquella costa de perlas. Bartolomé de las Casas, como supo la muerte de sus amigos y pérdida de la hacienda del rey, metióse fraile dominico en Santo Domingo; y así, no acrecentó nada las rentas reales, ni ennobleció los labradores, ni envió perlas a los flamencos (1).

(1) Fué Bartolomé de las Casas uno de los pocos espíritus evangélicos que hubo en la conquista. Se le ha llamado el Apóstol de las Indias por defender la libertad de los indios frente a los desmanes de los conquistadores.

LXXVIII

Conquista de Cumaná y población de Cubagua.

Perdía mucho el rey en perderse Cumaná, porque cesaba la pesca, trato de las perlas de Cubagua; y para ganarla enviaron allá el almirante y Audiencia a Jácome Castellón con muchos españoles, armas y artillería. Este capitán emendó las faltas de Gonzalo de Ocampo, Bartolomé de las Casas y otros que habían ido con cargo y gente a Cumaná. Guerreó los indios, recobró la tierra, rehizo la pesquería, hinchó de esclavos a Cubagua y aun a Santo Domingo, edificó un castillo a la boca del río, que aseguró la tierra y la agua. Desde allí, que fué año de 23, anda la pesca del aljófar en Cubagua, donde también comenzó la Nueva Cáliz para morar los españoles. A Cubagua llamó Colón isla de Perlas; boja tres leguas; está en casi diez grados y medio de la Equinocial acá; tiene a una legua por hacia el norte la isla Margarita, y a cuatro hacia el sur la punta de Araya, tierra de mucha sal; es muy estéril y seca, aunque llana; solitaria, sin árboles, sin agua; no había sino conejos y aves marinas; los naturales andaban muy pintados, comían ostias de perlas, traían agua de Tierra-Firme por aljófar. No se sabe que isla tan chica como ésta rente tanto y enriquezca sus vecinos. Han valido las perlas que se han pescado en ella, después acá que se descubrió, dos millones; mas cuestan muchos españoles, muchos negros y muchísimos indios. Traen agora leña de la Margarita y agua de Cumaná, que hay siete leguas. Los puercos que llevaron se han diferenciado, ca les crecen un jeme las uñas hacia arriba, que los afea. Hay una fuente de licor oloroso y medicinal, que corre sobre la agua del mar tres y más leguas. En cierto tiempo del año está la mar allí

bermeja, y aun en muy gran trecho de la Tierra Firme, a causa que desovan las ostias o que les viene su purgación, como a mujer, según afirman. Andan asimesmo, por que no falten fábulas, cerca de Cubagua peces que de medio arriba parecen hombres en las barbas cabello y brazos.

y

LXXIX

Costumbres de Cumaná.

Los desta tierra son de su color; van desnudos, si no es el miembro, que atan para dentro o que cubren con cuellos de calabazas, caracoles, cañas, listas de algodón y cañutillos de oro. En tiempo de guerra se ponen mantas y penachos; en las fiestas y bailes se pintan o tiznan o se untan con cierta goma e ungüento pegajoso como liga, y después se empluman de muchas colores, y no parecen mal los tales emplumados. Córtanse los cabellos por empar del oído; si en la barba les nace algún pelo, arráncanselo con espinzas, que no quieren allí ni en medio del cuerpo pelos, aunque de suyo son esbarbados y lampiños. Précianse de tener muy negros los dientes, y llaman mujer al que los tiene blancos, como en Curiana, y al que sufre barba, como español, animal. Hacen negros los dientes con zumo o polvo de hojas de árbol, que llaman ahí, las cuales son blandas como de terebinto y hechura de arrayán. A los quince años, cuando comienzan a levantar la cresta, toman estas yerbas en la boca, y tráenlas hasta ennegrecer los dientes como el carbón; dura después la negrura toda la vida, y ni se pudren con ella ni duelen. Mezclan este polvo con otro de cierto palo y con caracoles quemados, que parece cal, y así

abrasa la lengua y labrios al principio (1). Guárdanlo en espuertas y cestas de caña y verga, para vender y contratar en los mercados, que de muy lejos vienen por ello con oro, esclavos, algodón y otras mercaderías. Las doncellas van de todo punto desnudas; traen senogiles muy apretados por debajo y encima de las rodillas, para que los muslos y pantorrillas engorden mucho, que lo tienen por hermosura; no se les da nada por la virginidad. Las casadas traen zaragüelles o delantales; viven honestamente; si cometen adulterio, llevan repudio; el cornudo castiga a quien lo hizo. Los señores y ricoshombres toman cuantas mujeres quieren; dan al huésped que a su casa viene la más hermosa; los otros toman una o pocas. Los caballeros encierran sus hijas dos años antes que las casen, y ni salen fuera, ni se cortan el cabello durante aquel encerramiento. Convidan a las bodas sus deudos, vecinos y amigos. De los convidados, ellas traen la comida, y ellos, la casa. Digo que presentan ellas tantas aves, pescado, frutas, vino y pan a la novia, que basta y sobra para la fiesta; y ellos traen tanta madera y paja, que hacen una casa donde meter los novios. Bailan y cantan a la novia mujeres, y al novio hombres; corta uno los cabellos a él, y una a ella, por delante solamente, que por detrás no les tocan. Atavíanlos muy bien, según su traje; comen y beben hasta emborrachar. En siendo noche dan al novio su esposa por la mano, y así quedan velados; éstas deben ser las mujeres legítimas, pues las demás que su marido tiene las acatan y reconocen. Con éstas no duermen los sacerdotes, que llaman piaches, hombres santos y religiosos, como después diré, a quien dan las novias a

(1) Se advierte la semejanza de estos ingredientes con el betel indostánico (léase BERNIER, Viaje al gran Mogol, Indostán y Cachemira, vol. 5 y 6 de la colección de Viajes clásicos, editada por CALPE.)

desvirgar, que lo tienen por honrosa costumbre. Los reverendos padres toman aquel trabajo por no perder su preminencia y devoción, y los novios se quitan de sospecha, queja y pena. Hombres y mujeres traen ajorcas, collares, arracadas de oro y perlas si las tienen, y si no, de caracoles, huesos y tierra, y muchos se ponen coronas de oro o guirlandas de flores y conchas. Ellos traen unos anillos en las narices, y ellas bronchas en los pechos, con que a prima vista se diferencian. Corren, saltan, nadan y tiran un arco las mu jeres tan bien como los hombres, que son en todo diestros e sueltos. Al parir no hacen aquellos extremos que otras, ni se quejan tanto; aprietan a los niños la cabeza muy blando, pero mucho, entre dos almohadillas de algodón para ensancharles la cara, que lo tienen por hermosura. Ellas labran la tierra y tienen cuidado de la casa; ellos cazan o pescan cuando no hay guerra, aunque a la verdad son muy holgazanes, vanagloriosos, vengativos y traidores; su principal arma es flecha enherbolada. Aprenden de niños, hombres y mujeres a tirar al blanco con bodoques de tierra, madera y cera. Comen erizos, comadrejas, morciélagos, langostas, arañas, gusanos, orugas, abejas y piojos crudos, cocidos y fritos. No perdonan a cosa viva por satisfacer a la gula, y tanto más es de maravillar que coman semejantes sabandijas y animales sucios cuanto tienen buen pan y vino, frutas, peces y carne. El agua del río Cumaná engendra nubes en los ojos; y así ven poco los de aquella ribera, o que lo haga lo que comen. Cierran los huertos y heredades con un solo hilo de algodón, o bejuco que llaman, no en mas alto que a la cintura. Es grandísimo pecado entrar en tal cercado por encima o por debajo de aquella pared, y tienen creído que muere presto quien la quebranta.

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