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cho precio, y que nunca ellos las habían visto tales. Respondieron que bien podía ser que fuesen hombres de paz, pero que no traían tal aire; que se fuesen luego de su tierra, ca ellos no sufrían cosquillas, ni las demasías que los extranjeros con armas suelen hacer en tierras ajenas. Replicóles entonces él que no se podía ir sin les decir primero a lo que venía. Hízoles un largo sermón, que tocaba su conversión a la fe y baptismo, muy fundado en un solo Dios, criador del cielo y de la tierra y de los hombres, y al cabo dijo cómo el Santo Padre de Roma, vicario de Jesucristo en toda la redondez de la tierra, que tenía mando absoluto sobre las almas y la religión, había dado aquellas tierras al muy poderoso rey de Castilla, su señor, y que iba él a tomar la posesión dellas; pero que no les echaría de allí si querían ser cristianos y vasallos de tan soberano príncipe, con algún tributo de oro que cada un año le diesen. Ellos dijeron a esto, sonriéndose, que les parecía bien lo de un Dios, mas que no querían disputar ni dejar su religión; que debía ser muy franco de lo ajeno el Padre Santo, o revoltoso, pues daba lo que no era suyo; y el rey, que era algún pobre, pues pidía, y algún atrevido, que amenazaba a quien no conocía, y que llegase a tomarles su tierra, y porníanle la cabeza en un palo a par de otros muchos enemigos suyos, que le mostraron con el dedo junto al lugar. Requirióles otra y muchas veces que lo recibiesen con las condiciones sobredichas, si no, que los mataría o prendería por esclavos para vender. Pelearon, por abreviar, y aunque murieron dos españoles con flechas enherboladas, mataron muchos, saquearon el lugar y captivaron muchas personas. Hallaron por las casas muchas canastas y espuertas de palma llenas de cangrejos, caracoles sin cáscara, cigarras, grillos, langostas de las que destruyen los panes, secas y saladas, para llevar mercaderes la tierra adentro, y traer oro, esclavos y cosas de que carecen.

LXX

Cartagena.

Juan de la Cosa, vecino de Santa María del Puerto, piloto de Rodrigo de Bastidas, armó el año de 4 cuatro carabelas con ayuda de Juan de Ledesma, de Sevilla, y de otros, y con licencia del rey, porque se ofreció a domar los caribes de aquella tierra. Fué, pues, a desembarcar a Cartagena, y creo que halló allí al capitán Luis Guerra, y entrambos hicieron la guerra y mal que pudieron; saltearon la isla de Codego, que cae a la boca del puerto. Tomaron seiscientas personas, discurrieron por la costa, pensando rescatar oro; entraron en el golfo de Urabá, y en un arenal halló Juan de la Cosa oro, que fué lo primero que de allí se presentó al rey. Llevaban muy llenos de gente los navíos; dieron vuelta a Santo Domingo, que ni hallaban rescate ni mantenimiento. Alonso de Hojeda fué allá dos veces, y la postrera le mataron setenta españoles; y él, como ya estaban dados los caribes por esclavos, cogió la gente, oro y ropa que pudo. Pedro de Heredia, natural de Madrid, pasó a Cartagena por gobernador, el año de 32, con cien españoles y cuarenta caballos, en tres carabelas bien artilladas y bastecidas. Pobló y conquistó, mató indios y matáronle españoles en el tiempo que gobernó. Tuvo émulos y pecados, por donde vinieron a España él y un su hermano presos; y anduvieron fatigados muchos años tras el Consejo de Indias en Valladolid, Madrid y Aranda de Duero. Nombraronla así los primeros descobridores, porque tienen una isla en el puerto como nuestra Cartagena, aunque mayor, y que se dice Codego. Es larga dos leguas, y ancha media. Estaba muy poblada de pescadores cuando los capitanes Cristóbal y Luis Guerra y

Juan de la Cosa la saltearon. Los hombres y mujeres desta tierra son más altos y hermosos que isleños. Andan desnudos como nacen, aunque se cubren ellas la natura con una tira de algodón, y usan cabellos largos. Traen cercillos de oro, y en las muñecas y tobillos cuentas, y un palillo de oro atravesado por las narices, y sobre las tetas, bronchas. Ellos se cortan el cabello encima de las orejas; no crían barbas, aunque hay hombres barbados en algunas partes. Son valientes y belicosos. Précianse mucho del arco; tiran siempre con yerba al enemigo y a la caza. Pelea también la mujer como el hombre. Una tomó presa el bachiller Enciso que, siendo de veinte años, había muerto ocho cristianos. En Chimitao van las mujeres a la guerra con huso y rueca; comen los enemigos que matan, y aun hay muchos que compran esclavos para comérselos. Entiérranse con mucho oro, pluma y cosas ricas; sepultura se halló en tiempo de Pedro de Heredia que tuvo veinte y cinco mil pesos de oro. Hay mucho cobre; oro, no tanto, ca lo traen de otras partes por rescate y trueco de cosas. Los indios que hay son cristianos; tienen su obispo.

LXXI

Santa Marta.

Rodrigo de Bastidas, que descubrió a Santa Marta, la gobernó también; fué a eso el año de 24; pobló y conquistó buenamente, que le costó la vida, ca se enojaron dél los soldados en Tarbo, pueblo rico, porque no se lo dejó robar. Enojados, pues, y descontentos, murmuraban dél terriblemente, diciendo que quería más para los indios que para ellos; entró ambición en Pedro de Villafuerte, nacido en Ecija, a quien Bastidas honraba mucho y procuraba de levantar y a quien

confiaba sus secretos y hacienda, el cual pensaba que muriendo Bastidas se quedaría él por gobernador, pues tenía la mano en los negocios, así de guerra como de justicia, por la gota y otros males de Bastidas. Con este pensamiento tentó a ciertos soldados, y como los halló aparejados para seguir su voluntad, propuso de matarlo. Juramentóse con cincuenta españoles, de los cuales eran los principales Montesinos, de Librija; Montalvo, de Guadalajara, y un Porras; fué con ellos una noche a casa del gobernador Bastidas, y dióle cinco puñaladas en su propia cama, estando durmiendo, de que al cabo murió. Después fueron gobernadores los adelantados de Tenerife don Pedro de Lugo y su hijo don Alonso Luis de Lugo, que se hubo en la provincia como suelen codiciosos. Alonso de Hojeda pacificó al cacique Jaharo mucho antes que fuese a Urabá, al cual robó Cristóbal Guerra, a quien después mataron indios. Yendo Pedrarias de Avila por gobernador al Darién, quiso tomar puerto, tierra y lengua aquí. Juntó los navíos a la costa por asegurar la gente que salía en los bateles; acudieron muchos indios a la marina con armas para defender la tierra, escarmentados de semejantes navíos y hombres, o arregostados a la carne de cristianos. Comenzaron a chiflar y tirar flechas, piedras y varas a las naos; encendidos en ello, entraban en el agua hasta la cinta; muchos descargaron sus carcajes nadando: tanta es su braveza y ánimo. Empavesáronse muy bien los nuestros, por miedo de la yerba, y aun con todo eso fueron heridos dos españoles, que después murieron dello; jugaron en los indios la artillería, con que hicieron más miedo que daño, ca pensaban que de las naos salían truenos y relámpagos como de nubes. Tuvo Pedrarias consejo si saldrían a tierra o a la mar; hubo diversos pareceres. Al fin pudo más la honrada vergüenza que la sabia cobardía; salieron a tierra, echaron de la marina a los indios, y luego ganaron el pueblo y mucha ropa, oro, niños y mujeres.

Cerca de Santa Marta es Gaira, donde mataron cincuenta y cinco españoles a Rodrigo de Colmenares. Hay en Santa Marta mucho oro y cobre, que doran con cierta yerba majada y exprimida; fregan el cobre con ella y sécanlo al fuego: tanto más color toma cuanto más yerba le dan, y es tan fino, que engañó muchos españoles al principio. Hay ámbar, jaspe, calcidonias, zafis, esmeraldas y perlas; la tierra es fértil y de regadío; multiplica mucho el maíz, la yuca, las batatas y ajes. La yuca, que en Cuba, Haiti y las otras islas es mortal estando cruda, aquí es sana; cómenla cruda, asada, cocida, en cazuela o potajes, y como quiera es de buen sabor; es planta, y no simiente; hacen unos montones de tierra grandes y en hila, como cepas de viñas. Hincan en cada uno dellos los palos de yuca que les parece, dejando la mitad fuera; prenden estos palos, y lo que cubre la tierra hácese como nabo galiciano, y es el fruto lo que no cubre; crece un estado, más o menos La caña es maciza, gorda y ñudosa, pardisca; la hoja es verde y que parece de cáñamo; es trabajosa de sembrar y escardar, pero segura y cierta, por ser raíz; tarda un año a venir, y si la dejan dos es mejor; los ajes y batatas son casi una misma cosa en talle y sabor, aunque las batatas son más dulces y delicadas. Plántanse las batatas como la yuca, pero no crecen así, ca la rama no se levanta del suelo más que la de rubia, y echa la hoja a manera de yedra; tardan medio año a sazonarse para ser buenas; saben a castañas con azúcar o a mazapán; hay muy gran ejercicio de pescar con redes y de tejer algodón y pluma; por causa destos dos oficios se hacían gentiles mercados. Précianse de tener sus casas bien aderezadas con esteras de junco y palma, teñidas o pintadas; paramentos de algodón y oro y aljófar, de que mucho se maravillaron nuestros españoles; cuelgan en las puntas de las camas sartas de caracoles marinos para que suenen. Los caracoles son de muchas maneras y gentiles, muy grandes y más

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