Imágenes de página
PDF
ePub

un lugarejo edificado en árboles, de que mucho rieron nuestros españoles, como de cosa nueva y que parescía vecindad de cigüeñas o picazas. Eran tan altos los árboles, que un buen bracero tenía que pasarlos con una piedra, y tan gordos, que apenas los abarcaban ocho hombres asidos de las manos. Balboa requirió al Abibeiba de paz; si no, que le derribaría la casa. El, confiado en la altura y gordor del árbol, respondió ásperamente; mas como vió que con hachas lo cortaban por el pie, temió la caída. Bajó con dos hijos; hizo paces; dijo que ni tenía oro ni lo quería, pues no le era provechoso ni necesario. Pero como le ahincaron por ello, pidió término para ir a buscarlo, y nunca tornó; sino fuese a otro señorcillo, dicho Abraibe, que cerca estaba, con quien lloró su deshonra; y para cobralla acordaron los dos de dar en los cristianos de río Negro y matarlos. Fueron, pues, allá con quinientos hombres; mas pensando hacer mal, lo rescibieron. Pelearon y perdieron la batalla. Huyeron ellos, y quedaron muertos y presos casi todos los suyos. No, empero, escarmentaron desta vez, antes sobornaron muchos vecinos y se conjuraron con Cemaco, Abibeiba y Abenamaguei, que libre estaba, de ir al río Darién a quemar el pueblo de cristianos y comerlos a ellos. Así que todos cinco armaron cien barcas y cinco mil hombres por tierra. Señalaron a Tiquiri, un razonable pueblo, para coger las armas y vituallas del ejército. Repartieron entre sí las cabezas y ropa de los españoles que habían de matar, y concertaron la junta y salto para un cierto día; mas antes que llegase fué descubierta la conjuración por esta manera: tenía Vasco Núñez una india por amiga, la más hermosa de cuantas habían cativado, a la cual venía muchas veces un su hermano, criado de Cemaco, que sabía toda la trama del nego cio. Juramentóla primero, contóle el caso y rogóle que se fuese con él y no esperase aquel trance, ca podía peligrar en él. Ella puso achaque para no ir entonces,

o por decirlo a Balboa, que lo amaba, o pensando que hacía antes bien que mal a los indios. Descubrió, pues, el secreto, por que no muriesen todos. Balboa esperó que viniese, como solía, el hermano de su india. Venido, apremióle, y confesó todo lo susodicho. Así que tomó setenta españoles y fuése para Cemaco, que a tres leguas estaba. Entró en el lugar, no halló al señor y trajo presos muchos indios con un pariente de Cemaco. Rodrigo de Colmenares fué a Tiquiri con sesenta compañeros en cuatro barcas, llevando por guía el indio que manifestó su conjuración. Llegó sin que allá lo sintiesen, saqueó el lugar, prendió muchas personas, ahorcó al que guardaba las armas y bastimentos de un árbol que había él mesmo plantado, e hízolo asaetar con otros cuatro principales. Con estos dos sacos y castigos se bastecieron muy bien nuestros españoles y se amedrentaron los enemigos en tanto grado, que no osaron de allí adelante urdir semejante tela. Parescióles a Vasco Núñez y a los otros vecinos de la Antigua que ya podían escrebir al rey cómo tenían conquistada la provincia de Urabá, y juntáronse a nombrar procuradores en regimiento. Mas no se concertaron en muchos días, porque Balboa quería ir, y todos se lo contradecían, unos por miedo de los indios, otros del sucesor. Escogieron finalmente a Juan de Quicedo, hombre viejo, honrado y oficial del rey, y que tenía allí su mujer, prenda para volver. Mas por si algo le aconteciese en el camino, y para más autoridad y crédito con el rey, le dieron acompañado, y fué Rodrigo Enríquez de Colmenares, soldado del Gran Capitán y capitán en Indias. Partieron, pues, estos dos procuradores del Darién por septiembre del año de 12, en un bergantín, con relación de todo lo sucedido y con cierto oro y joyas, y a pedir mil hombres al rey para descubrir y poblar en la mar del Sur, si acaso Valdivia no fuese llegado a la corte.

LXII

Descubrimiento de la mar del Sur.

Era Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabía estar parado, y aunque tenía pocos españoles para los muchos que menester eran, según don Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descobrir la mar del Sur, porque no se adelantase otro y le hurtase la bendición de aquella famosa empresa, y por servir y agradar al rey, que dél estaba enojado. Aderezó un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de una pieza. Embarcóse con ciento y noventa españoles escogidos, y dejando los demás bien proveidos se partió del Darién, 1.° de setiembre año de 13. Fué a Careta; dejó allí las barcas y navío y algunos compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó como otras veces solía. Siguiéronle dos españoles con otros tantos caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro, contezuelas de vidrio, cascabeles y cosas de menor valor, empero preciosas para él. Dió también muchos hombres de carga y para que abriesen camino; porque, como no tienen contratación con serranos, no hay sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y sierras, y en los ríos puentes, no sin grandísima soledad y hambre. Llegó en fin a Cuareca, do era señor Torecha, que salió con mucha gente no mal armada a le defender la entrada en su tierra si no le contentasen los extran

jeros barbudos. Preguntó quién eran, qué buscaban y a dó iban. Como oyó ser cristianos, que venían de España y que andaban predicando nueva religión y buscando oro, y que iban a la mar del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de muerte. Y visto que hacer no lo querían, peleó con ellos animosamente. Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los otros huyeron a más correr, pensando que las escopetas eran truenos, y rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco tiempo, y los cuerpos unos sin brazos, otros sin piernas, otros hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso a un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el traje, pero en todo lo al, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en Cuareca; no halló pan ni oro, que lo habían alzado antes de pelear. Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los habían, y no le supieron decir o entender mas de que había hombres de aquel color cerca de allí, con quien tenían guerra muy ordinaria. Estos fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no se han visto más. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego quemólos, informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por la comarca esta victoria y justicia, le traían muchos hombres de sodomía que los matase. Y según dicen, los señores y cortesanos usan aquel vicio, y no el común; y regalaban a los alanos, pensando que de justicieros mordían los pecadores; y tenían por más que hombres a los españoles, pues habían vencido y muerto tan presto a Torecha y a los suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con sesenta y siete que recios estaban subió una gran sierra, de cuya cumbre se parecía la mar austral, según las guías decían. Un poco antes de llegar arriba mandó parar el escuadrón y corrió a lo alto. Miró hacia mediodía, vió

la mar, y en víéndola arrodillóse en tierra y alabó al Señor, que le hacía tal merced. Llamó los compañeros, mostróles la mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle por merced nos ayude y guíe a conquistar esta tierra y nueva mar que descobrimos y que nunca jamás cristiano la vido, para predicar en ella el santo Evangelio y baptismo, y vosotros sed lo que soléis, y seguidme; que con favor de Cristo seréis los más ricos españoles que a Indias han pasado, haréis el mayor servicio a vuestro rey que nunca vasallo hizo a señor, y habréis la honra y prez de cuanto por aquí se descubriere, conquistare y convirtiere a nuestra fe católica. Todos los otros españoles que con él iban hicieron oración a Dios, dándole muchas gracias. Abrazaron a Balboa, prometiendo de no faltalle. No cabían de gozo por haber hallado aquel mar. Y a la verdad, ellos tenían razón de gozarse mucho, por ser los primeros que lo descubrían y que hacían tan señalado servicio a su príncipe, y por abrir camino para traer a España tanto oro y riquezas cuantas después acá se han traído del Perú. Quedaron maravillados los indios de aquella alegre novedad, y más cuando vieron los muchos montones de piedras que hacían con su ayuda, en señal de posesión y memoria. Vió Balboa la mar del Sur a los 25 de setiembre del año de 13, antes de mediodía. Bajó la sierra muy en ordenanza; llegó a un lugar de Chiape, cacique, rico y guerrero. Rogóle por los farautes que le dejase pasar adonde iba de paz y le proveyese de comida por sus dineros; y si quería su amistad, que le diría grandes secretos y haría muchas mercedes de parte del poderosísimo rey, su señor, de Castilla. Chiape respondió que ni quería darle pan ni paso ni su amistad. Burlaba oyendo decir que le harían mercedes los que las pedían; y como vió pocos españoles, amenazólos, braveando mucho, si no se volvían. Salió luego con un

GÓMARA: HISTORIA DE LAS INDIAS.-T. I.

10

« AnteriorContinuar »