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ciones, y sabéis que por él haré cuantos sacrificios me sean posibles. Tenéis testimonios recientes de que todo lo abandono por la alianza, y yo tengo la más ciega confianza en vosotros. Esto basta, grandes y buenos amigos: ojalá el éxito en todo sea correspondiente á ellos, como se lo pido á Dios, y que os guarde muchos y felices años. De éste mi Real Sitio de Aranjuez á 22 de Febrero de 1799.-Vuestro buen amigo, Carlos.»

«Esta carta, prosigue Azara, hirió vivamente al Directorio, y yo ví el momento en que estuvo para traer un rompimiento entre ambas naciones. Procuré calmar la tempestad y obtuve que no se dieran por entendidos de lo agrio de la conducta de Urquijo, á quien con razón atribuían el partido que había tomado el Rey, y que respondieran de manera que se tuviese por no sucedido todo lo pasado, proponiendo á S. M. en términos tan moderados que no tienen ejemplo en el estilo directorial, que esperaban que su Ministro se conduciría en adelante según el sistema que convenía á la alianza, y que se daría orden á Guillermardet para que procediese también de manera que agradase á Su Majestad, continuando ambos en sus empleos.>>

Apaciguóse por entonces aquella discusión. Azara siguió desempeñando la Embajada de París, y Urquijo el Ministerio de Estado, conservando entre ellos buena armonía, nada más que aparente á la verdad; pues las causas de su recíproco desvío subsistían siempre, y trajeron por fin la separación de Azara de la Embajada de París, como se dirá en su lugar. El Embajador, opuesto al bando de los jacobinos, vivió en amistad estrecha con el partido moderado del Directorio, y especialmente con su Ministro Talleyrand. Urquijo se entendió, por el contrario, con los terroristas. Es justo decir que Azara, aunque de carácter entero en de

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masía, por no decir violento, tenía mayores alcances y también más saber y práctica de negocios que Urquijo, tan sobrado de ambición como falto de detenimiento.

El Directorio trató á Azara, después de este incidente, con mayor intimidad que hasta allí. El Embajador español manifestó también por su parte vivo interés por preservar á la República de los males que la amenazaban. Cabalmente en aquel mismo tiempo se formaba la nueva coalición que puso á la Francia en muy inminente riesgo, de la cual es ya tiempo de hablar. El Embajador español dió pruebas al Directorio francés en aquella ocasión de que se interesaba muy de veras por la República aliada de su Soberano.

Sentimientos del Emperador de Rusia.

El advenimiento de Pablo I al Imperio de Rusia no dejó duda á los que le conocían de que, mal avenido con la Revolución francesa, haría cuanto estuviese de su parte por destruir el Gobierno nacido de ella. La cualidad que sobresalía en el nuevo Czar era la rectitud de ánimo. Cuando consideraba, pues, los despojos violentos y los excesos de todo género que se habían cometido en Francia; cuando veía á los hermanos de un Rey sacrificado inhumanamente por las pasiones populares, andar errantes á implorar un asilo contra la persecución constante de los enemigos de su familia; en fin, cuando se le representaba la Europa amenazada de conmociones y trastornos por los principios subversivos que propagaba la Francia, el nuevo Emperador de Moscovia ardía en vivos deseos de poner fin á tales desórdenes. Su carácter era noble y desin

teresado. En los esfuerzos que estaba pronto á hacer para realizar sus designios, no entraban pensamientos de ambición ni miras de engrandecimiento. Su empeño era únicamente desfacer los entuertos de la Revolución francesa, sin pedir recompensa ninguna por poner sus ejércitos á la cabeza de la cruzada antirevolucionaria. El primer paso que dió fué abrir su pecho al Emperador de Alemania y solicitar de este Monarca que se resolviese á entrar en una coalición contra la República francesa. Aunque el Emperador Francisco oyó con satisfacción la propuesta de Pablo I, procuró hacerle entender que el buen éxito de la empresa dependía de la unión de las principales Potencias de Europa, y que ante todas cosas convendría ganar la voluntad del Rey de Prusia, sin cuya cooperación no era cierto que los franceses pudiesen ser detenidos. Esta consideración del Gabinete de Viena determinó al Emperador Pablo á enviar un Embajador á Berlín con encargo de hacer presente á aquel Gobierno la necesidad de que se uniese con el Emperador de Alemania para salvar á la Europa, y aun para poner á la Prusia misma á cubierto de los peligros evidentes que la rodeaban. El Príncipe de Repuin, que fué el elegido para Embajador de tamaña importancia, tuvo orden de pasar desde Berlín á Viena, á fin de afianzar mejor la unión de las dos Cortes, deseada por el Czar con todas veras.

La Corte de Prusia era entonces el punto principal de Europa para las negociaciones diplomáticas. Situada esta Potencia en el borde de la Alemania, tenía grande influjo en aquellos círculos del Imperio que estaban más cercanos á su territorio y más expuestos también, por consiguiente, á sufrir su enojo. Después de la paz con la República francesa, firmada en Basi

lea en 1795, la Prusia se había constituído garante de la existencia de varios Estados de Alemania; protectorado tan ventajoso á la Prusia como perjudicial al Emperador de Alemania, el cual lo veía con inquietud.

El Emperador de Rusia, Pablo I, no se había mostrado á su advenimiento tan contrario á la Revolución francesa como su madre, Catalina II; pero acabó por declararse abiertamente su enemigo, y poniéndose á la cabeza de las Potencias del Norte, trabajó por reunirlas á todas para hostilizar á la Francia. La primera á quien se dirigió fué al Austria, haciéndola presente que el Tratado de Campoformio no había dado seguridad al Emperador ni sosiego á Europa, puesto que, ansiosa la Francia de trastornar los Imperios, iba haciendo caer, unos tras otros, todos cuantos reinos se hallaban al alcance de su influjo. El Estado romano, la Suiza y los Reyes de Cerdeña y de Nápoles, habían doblado la cerviz ante el yugo republicano. Tras de estas usurpaciones vendrían otras, á medida que los demócratas franceses agrandasen más la esfera de su poder. Para poner, pues, coto á su ambición, Pablo I ofrecía al Emperador de Alemania concurrir con todas sus fuerzas, así terrestres como marítimas, á li– bertar el continente del poder de los republicanos. Por más grato que fuese este ofrecimiento al Emperador Francisco, no pudo menos de considerar que, para obrar con esperanzas de buen éxito, se necesitaba proceder con pleno acuerdo de las demás Potencias, y encaminar todos los esfuerzos hacia un fin que importase igualmente á cada una de ellas. A la propuesta de la Corte de Rusia respondió que sería muy expuesto romper el Austria otra vez con Francia antes de estar segura de una alianza general, en la que fuese com

prendida la Prusia la primera. En virtud de esta respuesta, el Gabinete ruso dió algunos pasos en Berlín é hizo tentativas para la alianza; pero viendo que los Gobiernos de Viena y de Berlín andaban mal avenidos, resolvió enviar un Embajador extraordinario que les exhortase á ambos á la unión: tal fué el objeto de la Embajada del Príncipe de Repuin.

Nombramiento de Sieyes á la Embajada de Berlín para contrabalancear la influencia del Príncipe de Repuin, Embajador de Rusia.

El Congreso de Rastadt continuaba sus sesiones; pero no se tenían vivas esperanzas de un próximo ajuste de paz. Las partes contratantes deseaban, ante todas cosas, ganar tiempo para prepararse cada cual á sostener otra vez sus pretensiones con las armas, después de esta tregua, en caso que su ambición no quedase satisfecha. La rivalidad entre el Austria y la Prusia era obstáculo insuperable para el ajuste. En el Gabinete de Berlín reinaba sumo descontento por haber sabido que el Tratado de Campoformio contenía artículos secretos de que él no tenía ninguna noticia. Por tanto, Federico Guillermo estaba firmemente resuello á no tolerar en manera alguna que el Emperador se engrandeciese ó lograse compensaciones en el Imperio germánico. Como los franceses fuesen sabedores de los sentimientos del Rey de Prusia, no perdonaron diligencia para traerle á una alianza con ellos. El Gabinete de Berlín, firme siempre en su propósito de mantener su neutralidad, se había manifestado hasta entonces indiferente á todos los halagos y cerrado los oídos á las propuestas más ventajosas. Noticioso ahora el Directorio de las intenciones de la Ru

TOMO XXXIII

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