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sobre la desavenencia que estuvo á punto de estallar entre los Gobiernos de España y de Francia por este motivo. Mucho se habló entonces de esta carta, de que el Príncipe de la Paz hizo correr adrede muchas copias para desacreditar ó herir al Ministro Urquijo. Lo que parece más importante para la historia de aquella época es lo siguiente:

<<Mi primer negociación en París, dice Azara, fué la paz de Portugal, y casualmente, habiendo hecho el Ministerio francés entera confianza de mí, me mostraba las más íntimas negociaciones. Ví por ellas que tenían ganada una persona en las oficinas de Londres, la cual les comunicaba copias de todos los despachos, particularmente los de Portugal, en los que se comprendían los oficios que mi Corte pasaba á Pinto, y que éste entregaba al Ministro Walpole sin ninguna reserva. Lo avisé más de una vez á D. Mariano Urquijo, como debe constar á SS. MM.; pero tan lejos de notar la reserva que dictaba la prudencia y la lealtad, hallé que crecía la confianza entre dicho Urquijo y el Ministro portugués. Llegó esto al punto que habiéndome yo explicado con demasiada viveza contra la conducta de la Corte de Lisboa, y probado con hechos que nos vendía y que negociaba su paz por medios indirectos, con la circunstancia de ofrecer á los franceses todas las ventajas que exigían, y aún mayores, con la sola condición de que se alejase á la España de la mediación y que no interviniese de ninguna manera en el Tratado, y habiendo tenido en mi mano la proposición original de Pinto, envié copia de ella á Urquijo.

>>El efecto que produjeron mis fatigas, fué comunicar al Ministro portugués mis cartas y cometer la increíble facilidad de remitirme á mí en original las notas que al margen de ellas había puesto Pinto para

que no quedase duda de que se trataba de derribarme del crédito y confianza que de mí tenía la Corte de Lisboa. En efecto, por otras razones el Directorio entró en sospechas contra Urquijo y resolvió hacer todas las diligencias para derribarle del Ministerio, aunque fuese necesario usar de medios violentos. El Directorio me comunicó su idea, añadiendo que era menester que yo fuese á ocupar su lugar. Defendí á Urquijo lo mejor que supe, y protesté que no me convenía ir al Ministerio de Madrid, y que para los negocios de las dos naciones sería yo mucho más útil Embajador en París que Ministro en España, y concluí diciendo que no quería oir hablar de este proyecto ni mezclarme directa ni indirectamente en él. No insisto en persuadir esto, porque me haría sospechoso tratándose de una personalidad mía; pero mi conciencia sabe bien que es verdad esto, y todos los cinco Directores y el Ministro ante quien pasó la escena, están vivos todavía.

>>El Directorio, pues, resolvió escribir una carta al Rey, exponiéndole su descontento de Urquijo, é insinuando las cualidades que las circunstancias exigían en el Ministro que le hubiese de reemplazar. Esta carta yo no la ví hasta después que había partido; pero me dieron copia. Mandaron á Guillermardet que pidiese una audiencia al Rey, y que después de entregarle dicha carta le dijese que le mot de l'enigme (és– ta fué su frase) era que el Directorio deseaba que me confiase su primera Secretaría de Estado.

>Mi buena fe, que merecía otro nombre, fué avisar á Urquijo todo lo que pasaba; y él, para conjurar la tempestad que le amenazaba, tomó el partido de excitar la etiqueta, y con infinita mala gracia negó al Embajador la audiencia que pidió. Riñó además con él de una manera escandalosa y pública, y le retardó por

dos días con pretextos ridículos la licencia de caballos para despachar un correo. Entre tanto me expidió á mí uno ganando horas y mandándome que presentase al Directorio una carta del Rey en que, haciendo hablar á S. M. de un modo casi indecente, se quejaba amargamente de Guillermardet, que no tenía más culpa que la de obedecer á lo que su Gobierno le mandaba, y fundado en el principio muy verdadero de que ningún Gobierno debe entrometerse en las cosas interiores de su aliado ni en el nombramiento ó remoción de sus Ministros, incurrió en la misma carta en la contradicción de pedir al Directorio que retirase de Madrid á Guillermardet.>

Carta del Rey Carlos IV al Directorio francés.

La carta del Rey que menciona Azara era la siguiente:

<Al Presidente y miembros que componen el Directorio ejecutivo de la República francesa, mi aliada.

>Grandes y buenos amigos: Con sólo leer el papel que me ha pasado vuestro Embajador el ciudadano Guillermardet, y de que os remito copia literal, conoceréis lo primero la poca razón con que se aventura á obscurecer la opinión de un vasallo mío distinguido, apoyándose en órdenes vuestras que yo no creo; y lo segundo, el poco favor que os hace suponiéndoos capaces de intentar que queréis dirigir el régimen interior de los Gobiernos contra nuestra Constitución, contra nuestras leyes y contra la sabia manera con que siempre os habéis conducido.

>La salud de mi Ministro D. Francisco Saavedra se halla en un estado vacilante después de repetidos ac

cidentes. He tenido por esto á bien exonerarle de su Ministerio y dejársele interinamente á mi Embajador D. Mariano Luis de Urquijo, á quien se le había confiado antes y que le ha estado supliendo durante seis meses y medio. En este tiempo habéis visto que, como en los demás, he seguido constantemente los principios de mi sana política, estrechando cada día más los vínculos de nuestra feliz alianza; el mismo ciudadano confiesa que no ha recibido sino pruebas de afección de Urquijo, y á pesar de todo, incurre en la notable contradicción de asegurar que no merece la confianza de los dos Gobiernos, y suponiendo órdenes vuestras, pide que se le envíe á la Embajada del Haya. Fácilmente concebiréis que sería necesario evitar más bien que sirviese lejos de mí y donde yo no pudiese corregir de cerca los pasos de este sujeto, si no mereciera la confianza de los dos Gobiernos, y, sobre todo, en un país amigo y aliado como es la República batava, y que el intentar su remoción del Ministerio es obra segura de la intriga y de la cábala que ha manejado incautamente á dicho ciudadano, sirviéndose de él y hallándole pronto á este paso, tal vez porque en el tiempo de la pasada interinidad de Urquijo no ha conseguido proteger á los deportados del 18 fructidor que he mirado yo como á vuestros verdaderos enemigos, y otras pretensiones tan ajenas de él como impropias de todo huen francés, y de que no me he quejado á vosotros por contemplarlo efecto de ligereza y que podría volver en sí, no dejándose alucinar en estos puntos acaso por las personas pagadas por nuestro común enemigo, y que á pesar de la mayor vigilancia existen en ambos países.

>>Pero este último suceso me hace conocer cuán poco á propósito es para mantener y fomentar más, si es

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posible, nuestras relaciones, y que no conoce mis verdaderos sentimientos, los que siguen y seguirán constantemente los Ministros que yo elija, seguro de que si lo contrario hiciesen, yo sabría reprimirlos y castigarlos.

>Yo os pido que le perdonéis el agravio que os ha hecho en suponeros autores de las ideas de su papel. La moderación, la libertad á todo Gobierno de establecer agentes á su placer respetando sus elecciones; la fidelidad en el cumplimiento de las promesas; la inviolabilidad con que las hacéis ejecutar, he aquí vuestro carácter. Repetidas pruebas habéis dado de ello para que yo os lo recuerde, á fin de que me deis una más separando á este Embajador Guillermardet, que ha querido manchar vuestra opinión. Confío en que lo haréis al instante por vosotros mismos, y que viviréis seguros de que cuando yo elija á un vasallo mío para un empleo, sea el que quiera el rango de su persona, es porque le juzgo á todos títulos acreedor y digno de él y que ellos le han ganado la confianza de mis vasallos. En este número entra Urquijo: dió pruebas bien repetidas de afecto á vuestra nación cuando residió en Londres, y tales que excitaron el descontento de su Gobierno maquiavélico; obró según mis instrucciones; las ha seguido hasta aquí; no presentará un solo testimonio de lo contrario el ciudadano Guillermardet, y se atreve, sin embargo, á querer desaprobar una elección mía, y pedir que yo coloque en los puestos y empleos á los sujetos que merezcan sólo su opinión personal, y, finalmente, á intentar prescribir reglas de la manera en que me debo conducir. Si él me hubiese imitado, no lo haría y respetaría esta elección pronunciada por el bien de las dos Potencias. Miro únicamente á él en todas mis opera

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